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16. Detrás del nombre

Tierra, año 2135 o 100 E.R.

—¡Cuánta razón habían tenido los antiguos al advertirnos que no somos sino juguetes de los dioses y siempre estaremos sujetos a sus caprichos!

Con esas palabras había comenzado el Dr. Shenfú su conferencia sobre multiversos y vidas paralelas. Su presentación había generado muchas expectativas y se antojaba fascinante como en verdad lo fue para algunos de los que asistimos.

Konstantinos y yo habíamos llegado en punto de la hora, pero la conferencia hubo de retrasar un poco su comienzo a causa de que en las cercanías del auditorio unos inconformes xenófobos anti humanoides se manifestaron ruidosamente interrumpiendo el tránsito e incluso lanzando petardos, por lo que las fuerzas del orden tuvieron que intervenir reprimiendo las protestas, las cuales ya el resto de la población tomaba con naturalidad, como pan nuestro de cada día, siempre que se aproximaba la celebración de un año más de la Era del Reinicio (E.R.), motivo por el que ahora, a cien años de su comienzo, como último espectáculo del décimo coloquio anual conmemorativo de su fundación, la sociedad SEIACA de arqueoastronomía había programado a esta connotada personalidad de la investigación alrededor de lo extraterrestre y lo paranormal. Yo siempre empataba en mi memoria estas manifestaciones con las que antaño sucedían alrededor de la estatua de Cristóbal Colón en el denominado Día de la Raza, en México.

La audiencia, conformada por terrícolas y alienígenas, se había mostrado interesada en el tema porque, como es costumbre, todo lo relativo a fenómenos esotéricos atrae el morbo de la gente. El meollo de la disquisición del Dr. Shenfú rayó en una especie de peculiar advertencia acerca de que un tal Gildefer, supuesto ser interdimensional con poderes impensables para la mayoría de los presentes, había creado en la dimensión en que habita un supuesto estado perfecto de las cosas, mismo que ahora, según Shenfú, pretendía implantar como nuevo orden en otras dimensiones, universos y mundos.

Shenfú explicó que este personaje, para un primer experimento, había puesto sus ojos en un conjunto de planetas de nuestra dimensión, entre ellos la Tierra; había decidido trastocar nuestros destinos sin importar la voluntad de los seres que vivimos en ella, los que veríamos en Gildefer, de tenerlo enfrente, algo así como un mago extraordinario o quizás, a ojos de aquellos que aún abrazaban alguna de las viejas religiones, un mesías, un prodigio de origen divino, más que un brutal conquistador o un obsceno colonizador migrante de tierras lejanas.

—Para los seres más simples como los terrícolas, Gildefer podría ser visto como un ser eterno, infinito, tal vez inmortal. Y digo tal vez porque la vida y la muerte, entre lo sacro y lo profano, son dos líneas que corren paralelas y acaso parecen juntarse en un punto del horizonte. Quizá solo significan las fronteras de dos dimensiones entre las que se halla el espacio de nadie, la Nada. Tal vez la nada es el puente que conduce a otras dimensiones que tales seres simples no han sabido interpretar como extensiones de la realidad —dijo Shenfú con un incómodo calificativo de tono segregacionista y una conjugación verbal rara, como si debajo sus dichos ocultaran una verdad asequible solo para él o un mensaje encriptado para alguien incógnito entre el público, quizás yo, pues justo cuando enfatizó la palabra "simple" me pareció sentir su mirada sobre mi persona—. Como sea, las existencias que pueden estar presentes en uno y otro lados suceden de forma paralela, aun cuando parezcan concurrir en momentos diferentes y lugares distantes, en mundos ignotos que se antojan como fantasías producto de las artes ilusionistas de un Gildefer entretenido con convertir a otras criaturas y sus mundos en felices marionetas para su ocio y placer. Por mucho tiempo —agregó—, científicos y artistas, en especial los dedicados a relatar cómo suceden las cosas, se han solazado imaginando universos paralelos. Hoy sabemos que son una realidad. Pero esos mismos relatores se divertían planteando la posible existencia de vasos comunicantes entre esos paralelismos, de modo que los seres de un lugar pudieran trasladarse al vecino como quien cruza la calle, un puente, se adentra en un túnel o decide vacacionar en la playa más próxima. Hoy sabemos que eso es una realidad y ocurre con más frecuencia de la que suponíamos. Los hilos del destino están entretejidos y son más que mera especulación. Hay alguien, un ser, un grupo de seres, una organización, un algo que los construye y deconstruye. Pero también hay alguien o algo que los pervierte cada vez que por error o malicia se produce en ellos o entre ellos un nudo.

Los ánimos empezaron a caldearse un poco en el auditorio. Algunos en el lunetario nos miramos con gesto entre burlón e incrédulo, la ponencia nos había resultado o entretenida como un mal chiste o reveladora de algo que iba más allá de nuestra imaginación, tal como supongo que sucedía con las conferencias sobre ovnis, monstruos, brujerías, fantasmas hace más de cien años, cuando se los veía como invenciones o supercherías de mentalidades proclives al autoengaño, y antes de que se demostrara todo lo contrario. Sin embargo, sentado en primera fila, el erudito Dr. Konstantinos Mirídakis no perdía detalle de la conferencia tomando notas cada tanto, inclinándose al frente de vez en vez, apoyando su barbilla sobre una o ambas manos. Entonces Shenfú exhibió imágenes de lo que era el meollo de su conferencia. Según explicaba el académico, el denominado "Manuscrito Shenfú", hallado por él en el siglo diecinueve terrestre durante unas excavaciones en Turquía, relata algo más que el romance sobre los devenires de dos vidas paralelas afectadas por este fatídico Gildefer en algún lugar y algún tiempo indefinidos.

—El poema de Gilgamesh y otras epopeyas sumerias, el capítulo bíblico del diluvio y cientos más de leyendas son apenas un mínimo fragmento de este relato universal que, como aquí muestro, está plagado de huecos, de faltantes y parecería estarse escribiendo aún, quizás ahora mismo y por nosotros mismos— afirmó, y advirtió que, si ese Gildefer tenía éxito, los humanos y los humanoides podíamos estar en grave riesgo.

—El documento es inquietante, describe el hacer de este Gildefer como uno de efectos inmediatos. Pero la inmediatez referida no es como la imaginamos o medimos en nuestras limitadas capacidades humanas y humanoides. Lo inmediato puede estar ocurriendo ahora mismo, a nuestro lado, estar ya en proceso; o pudo haber sucedido hace centurias, que en el tiempo universal podrían corresponderse a un instante, y entonces esta alerta que les lanzo ya es tardía y solo nos resta hacer conciencia de lo hecho; no para resignarnos, sino para remediar lo posible. Tal vez ni siquiera estamos en el inicio y estamos a tiempo de detener las pretensiones de este Gildefer, si entendemos la manera de conseguirlo. Distancia, duración y prontitud son relativas. No se engañen. No les estoy hablando de una novela antiquísima, aunque el contenido del mamotreto haga referencia directa o indirecta a mitos y leyendas de diversas épocas, culturas, mundos, dimensiones. Estamos frente a un verdadero cronocopio. Por favor, no confundan el concepto con el "cronopio" inventado por el insigne escritor terrestre Julio Cortázar, aunque personalmente no descarto la posibilidad de que él mismo fuera, dada su intuición literaria, un cronocopio y su concepto haya sido tergiversado en su forma por los entusiastas estudiosos de su vida y obra.

¡Cronocopio? Era la primera vez que yo escuchaba semejante término. Konstantinos me lo explicaría con detalle más tarde.

Tras decir aquello, algunos escépticos, molestos no obstante las evidencias mostradas, abandonaron el auditorio en medio de una rechifla. ¡Pruebas!, gritaban unos. ¡Evidencias circunstanciales no son pruebas!, reclamaban otros tantos saliendo indignados por lo que estimaron una mofa a su inteligencia. En cierto modo, el escándalo me recordó lo ocurrido a uno de los primeros investigadores de estos fenómenos, el periodista mexicano Jaime Maussán, allá por el año dos mil veintitrés, cuando presentó ante el Congreso de México unos cuerpos momificados de alienígenas. Fue la época cuando en varios países del mundo empezó a darse una primera apertura de la información, archivos y documentos clasificados, para preparar a la gente y el camino hacia el encuentro definitivo con las primeras civilizaciones extraterrestres del tipo tres, en la escala Kardashev, ya presentes aunque ocultas en la Tierra y otros mundos; encuentro que sucedería doce años después.

En medio de la barahúnda, Shenfú no se inmutó y continuó explicando que el complejo documento, escrito en una gran variedad de lenguas, comienza relatando dos asuntos a simple vista disímbolos, aislados, pero que el texto considera como piezas fundamentales de las que se desprenden tramas paralelas, de un misterio mayor, complejo que, por la forma como estaba organizado el contenido del mamotreto y Shenfú presumía, el autor o autores originales habían tratado de resolver sin mucho éxito. Shenfú remató su alocución invitando a los interesados, fueran socios, colegas o amigos de SEIACA, a colaborar en la investigación de un tema desafiante para la existencia humana y humanoide.

—Sé bien que la búsqueda de pistas sobre el origen de la vida en la Tierra es algo que algunos consideran superado, comprendido, pero este manuscrito permite sospechar que podríamos estar muy equivocados, y el mítico Edén del que hablan todas las culturas dentro o fuera de la Tierra, ni siquiera tuvo lugar en donde cada una de ellas señala para su respectivo planeta. Cierto, cada uno tiene su propia versión y perspectiva, su cosmogonía ya antropológica, física, química, biológica o teológica sobre el paraíso, el proceso evolutivo, y por tanto una cuna local de su particular civilización. Sin embargo, reconozcamos y aceptemos: no hay norma natural que fije un punto único y preciso para el surgimiento de la vida y de todo lo que nos rodea, ¿o sí?—. Tras ese cuestionamiento Shenfú hizo una pausa dramática que incidió tranquilizando el ánimo en cierto sector del público.

—Este manuscrito parece responder que sí. Y lejos de cualquier lucubración teocentrista, examinando lo que es por ahora legible en él, se puede tener como primera conclusión la necesidad de abrir el abanico de posibilidades y apuntar a un objetivo más primigenio, como sería descubrir el sitio del origen de la vida en el universo. Repito, ¡en el universo! ¡Tal vez al creador mismo! ¿Es ese tal Gildefer oriundo de una civilización del tipo cuatro o cinco? ¿Es el creador o su opuesto; o ni una cosa ni la otra? Aun si no existe una voluntad creadora, lo cierto es que hubo una causa primigenia del Todo y de la Nada. ¿Es nuestra realidad tangible una huella o una sombra proyectada bajo los sucesos ocurriendo en otras dimensiones? ¿Cuánto nos define o distingue el paralelismo entre mundos y universos? ¿Cuánto importa entender si el universo está contenido en una esfera inconmensurable pero finita; o no tiene límite y fronteras? ¿Se expande, se contrae; o galaxias, cúmulos estelares, nebulosas y miles de fenómenos astronómicos solo fluyen como brizna u hojarasca sobre la superficie o en las profundidades de un lago infinito que, como el agua entre las manos, se escurre por entre los resquicios de nuestro humilde entendimiento que, acaso, halla asiento en calidad de fango removible, enturbiante? ¿La negrura es materia o solo un efecto de la percepción limitada de nuestros sentidos y nuestros instrumentos, vulgar penumbra en la que la razón se extravía? Nuestros hipotéticos y paralelos otros yo, de otros universos, ¿son meras ficciones o una real derivación nuestra, una extensión nuestra, un desprendimiento nuestro; o solo tienen una mínima semejanza con nosotros en su forma de existir y ser únicos en sí mismos? ¡Ahí tenemos el reto! No es nada más un desafío filosófico, metafísico, imaginativo, científico, una pérdida de tiempo y esfuerzo como acusan los pragmáticos más ocupados en lo cotidiano, de nuevo, por inmediato y necesario. Tal vez lo inmediato y lo necesario, por contraste con la libertad, sea una de las trampas de Gildefer para distraer nuestra atención de lo de veras fundamental, haciéndonos creer que lo efímero y presente es lo valioso, lo que mejor cuenta pues lo de ayer ya es historia y lo de mañana aún está por escribirse. Y las claves, esta es mi presunción, podríamos hallarlas en este documento o colección de documentos que encierran más de un misterio. Pero necesitamos no nada más estudiarlo, analizarlo como está ahora. Necesitamos completarlo. Ojalá algunos de ustedes vean, en los argumentos que he expuesto, razones suficientes para sumarse a este ambicioso proyecto, para desentrañar los secretos del documento que les he venido exponiendo.

La conferencia no terminó de la mejor manera. Gritos, sombrerazos, descalificaciones hicieron el remate. No sin dificultad, el Dr. Mirídakis se aproximó a Shenfú junto con algunos otros personajes, conversaron unos pocos minutos y se despidieron con un cordial abrazo. Konstantinos miró en derredor hasta localizarme. Con un ademán me llamó para alcanzarlo en la salida y abordamos un taxi.

—¡Pues ya está arreglado, Homero!— dijo Kontantinos con notable entusiasmo apenas arrancó el taxi. En el camino me explicó que había acordado con el Dr. Shenfú una reunión por la noche, para que nos mostrara el manuscrito misterioso. Nos sumaríamos al reto. Yo volteé a ver a Konstantinos con una mirada inquisitiva. Me molestó que decidiera por mí incluirme en el desafío. Ya bastante tenía con haber sido tragado por un agujero negro y, como argonauta moderno, extraviarme en el tiempo y el espacio en pos de una aventura sin destino aparente, o un destino desventurado.

—¡Vamos, Homero, no me mires así! Recuerda que prometiste ayudarme en el empeño y tenemos que encontrarla. Algo me dice que hablar con Shenfú nos ayudará a hallar pistas para que yo pueda recuperarla—. El semblante de Konstantinos se entristeció pensando en su amada Mármara. Le apreté el brazo con un gesto solidario. Recordé mi promesa hecha en los confines de Calima y asentí con la cabeza. Todo me parecía un mal sueño.

De repente, enmascarados asaltaron al vehículo por sorpresa lanzando globos rellenos de pintura a las ventanillas, ello obligó al conductor a dar un volantazo, esquivar la caterva y tomar una ruta alternativa para evitar el barullo de los protervos exhibicionistas. Konstantinos reaccionó con el espanto de quien ha experimentado un estallido de guerra. A mí, en cambio, la escena me pareció un dejá vu, la secuela de un sueño tenido alguna vez en mi pasado.

* * *

Haus des Blicks, 2022.

La vida ofrece muchos desafíos, de toda índole. Comenzaba el año y el ruidoso pleito de gatos despertó repentinamente a Homero a mitad de la madrugada. Alguno de los gatos ferales que rondaban el vecindario había intentado entrar en la casa y Rorick, el gato alfa, el rey melenudo de su manada debió sorprenderlo y confrontarlo en la defensa del territorio. La alharaca provocó que todos los demás gatos saltaran, más curiosos y alertas que en apoyo de Rorick. Allá fueron a apostarse en los escalones de la escaleras o agazapados tras muebles y rincones, Blue, Tabby, Ying, Yang y los mellizos Walky y Talky.

Homero miró adormilado la esa escena. Pensó que en ella, o en las imágenes oníricas recientes todavía frescas en la memoria, podía hallar un motivo para contar una historia. Volvió a la cama, tornó la cabeza sobre la almohada cancelando de inmediato la opción. En plena duermevela, sin embargo, creyó ver una sombra negra desplazándose entre la penumbra de la habitación y deteniéndose a un costado de su cama. Le pareció ver que tenía figura humana y flotaba. Intentó mover algún músculo sin conseguirlo a causa de su profunda relajación. Entonces, la sombra se inclinó hacia él y le planteó un reto a modo de encargo: contar su biografía. ¿A cambio de qué?, cuestionó Homero mentalmente sin obtener respuesta. La silueta se desvaneció entre la penumbra.

Homero abrió los ojos y se incorporó agitado, sudoroso. ¿Había sido eso una pesadilla? Recordó cuando muchos años atrás recurrió a un psiquiatra para resolver su desfase de sueño. Entre los aparentes síntomas que le describió al doctor estaban visiones o supuestos encuentros de este tipo, que él catalogaba como espectrales y no por fuerza ocurrían durante la fase de sueño, a veces sucedían estando él despierto. Supuso que la medicación de entonces había resuelto el tema, pero ahora dudaba y temía lo que podría sobrevenir. Reflexionó racionalmente sobre todo esto. Los gatos regresaron a la cama. Se acomodó de costado para volver a dormir. Blue lo masajeó como de costumbre en el hombro del brazo extendido bajo las sábanas. Tabby se acomodó en una esquina. El diminuto Talky, a un costado de sus piernas. El travieso Walky, cerca de los pies, mientras la princesita Ying sobre estos; Rorick escaló a su brazo expuesto recargando su cabeza en el hombro de Homero, fijando la vista en él, ronroneándole al oído con un compás de nana arrulladora. Eran como un cuerpo de guardias que volvían a sus puestos de vigilancia en los caminos, las entradas y las almenas alrededor de la ciudadela del alma de Homero. Y Yang, su hechicero gato blanco de ojos garzos que encarnara su deseo infantil de tener entre sus manos al leoncito Simba de las caricaturas que tanto le gustaban, se acomodó acurrucado entre Blue y Rorick.

* * *

A la mañana siguiente, Yang no estaba en la casa, se había salido de nuevo. No era raro, todos los gatos lo hacían. Desde que tuvo al primer minino y confiando en los efectos colaterales de la esterilización como una forma de aminorar la fuerza del instinto, Homero determinó mantener puertas y ventanas abiertas para permitirles andar a su ancha libertad, dentro de los límites de la prudencia en que los había domeñado; pero éste, Yang, ya se había extraviado una vez durante una semana, al cabo de la cual y por fortuna, Homero lo halló en una lejana casa abandonada. Esta ocasión el escritor lo buscó sin encontrarlo días, semanas, meses. ¿Por qué se había perdido? ¿Qué lo había impulsado a alejarse de los límites territoriales indicados por Homero? ¿El deseo de aventura, el rasgo voluntarioso característico en todo felino? ¿Alguna causa fuera de lo normal?

Resultaba imposible para Cuentero no ligar este episodio con otras anécdotas de cuando, en sendos momentos distintos, se perdieron dos de sus perros por descuido de su padre quien, como los gatos y dado su signo leo, a veces pecaba de exceso de confianza.

El primer caso ocurrió cuando Toño dejó la puerta abierta y la mascota, un perro collie nombrado Milky, salió. Luego de semanas de angustia, el veterinario reportó que unos vecinos habían llevado a Milky atropellado, sin más consecuencia que sufrir una leve atrofia en la pata trasera derecha, motivo por el cual esta se retraía cuando el perro se quedaba parado, lo que le daba una apariencia de elegante bailarín tocando el suelo con la punta de los dedos. Desde entonces Toño se refería a Milky burlónamente como el "perro bailarín" o "Milky Nureyev". Y como además tenía atrofiado un testículo, razón por la que no pudo reproducirse, el mote cobró un significado denostativo y discriminador.

El segundo caso fue cuando, en una situación similar, Toño dejó la puerta abierta y Candy, una perrita cocker spaniel canela salió rauda. Toño, preocupado, subió al coche y arrancó para cortarle el paso unas calles adelante, bajó intempestivamente, se sacó el cinto y con un gesto de furia golpeó un par de veces el cinturón contra la acera rompiendo la hebilla. Pero eso, en vez de detener a la atolondrada Candy, la hizo ver la escena como una forma de juego y entonces cucó más a Toño, quien no podía controlar a la perrita más divertida con hacerle perder el quicio y amenazando con alejarse. Entonces, Homero, conociendo como la palma de su mano a la mascota, salió de la casa con la pelota favorita y, desde la distancia, chiflando, botó un par de veces la pelota. Candy, al oír los sonidos se detuvo y viró entusiasta para acudir al llamado al juego, lo que Homero aprovechó para guardarla en la casa.

Ya hacia finales del año, cabizbajo, resignado por la ausencia de Yang, Cuentero continuó dividiendo su tiempo entre los desafíos que le implicaban escribir su proyecto, organizar y clasificar su biblioteca, cuidar su huerto, la limpieza de la casa y otras actividades de un conjunto de pendientes más o menos consuetudinarios. Asuntos que tal vez a otros podían parecer insulsos, ociosos y que mostraban a Cuentero como un sucio desordenado, un badulaque viviendo en la autoindulgencia irresponsable y la pereza, y de no rasar su vida a partir de las mismas prioridades que el resto, a cuyos ojos su vida parecía no avanzar al igual que su novela. «¡Ay, m'ijito! Ahora que no esté vas a vivir en la mugre», le habría dicho su madre pocos días antes de morir. Tuvo razón, pero no por las causas aducidas por los demás. Poco importaba a los otros, concluía Homero, que su circunstancia lo definiera de formas groseras o que, dedicado durante décadas a postergar sus sueños, ahora se atreviera a pretender realizarlos a cualquier costo, paso a pasito.

Ese hacer paso a pasito, concentrado en las cosas, lo mostraba a ojos de los demás, según él definía en una frase que lo caracterizaba, lento pero seguro; más ahora, en especial viviendo solo en un caserón y con siete gatos, mejor dicho seis, cuyo peso real, más seguido de lo deseable, rebasaba sus obligaciones sobre sus afanes, sus fuerzas sobre sus posibilidades. Por supuesto, asumiendo sus sesenta años de edad y como pudo haber explicado a algún crítico el "Hijo del Conde Negro", Alexandre Dumas padre, en algún siglo anterior, Homero tenía claro algo: no es lo mismo Los tres mosqueteros que Veinte años después.

En realidad, siempre había sido inquieto y no le gustaba estar sin hacer nada, máxime cuando se trataba de procurar una economía suficiente para la sobrevivencia, al menos. En eso, como en otras cosas, se parecía mucho a su padre. Su inquietud, sin embargo, no se limitaba a lo físico, sino sobre todo a lo intelectual, lo espiritual y lo creativo. En eso se parecía mucho más a su madre.

A causa de las inclinaciones de sus padres por la Historia, las ciencias y el arte, con frecuencia las charlas familiares se sucedían en torno a las anécdotas que describían los derroteros parentales de los ancestros como caminos imbricados entre las efémerides de México. Las menciones de sobremesa acerca de la onomástica, la heráldica, y la prosapia familiar insuflaban la imaginación de Homero, quien poco a poco fue absorbido por la fascinación hasta que, entrada la década de los noventas del siglo veinte, tomó de manera formal como un desafío más el adentrarse en los laberínticos meandros de la biografía dinástica familiar. Era, pensaba, su manera de ejercer la asunción de la deuda que le implicaba su existir, y no solo eso, sino de dejar constancia del paso por la vida de él mismo y de quienes le precedieron. Pero, además, cierto día de esos años, mientras su madre le mostraba algunos recuerdos de la colección que almacenaba en su "mundo", ella le dio una comprometedora instrucción y un desafío más:

«Hijo, estoy organizando todos los recuerdos familiares de tal modo que, cuando ya no esté yo, tú te encargues de repartir entre tus hermanas y tú los que a cada cual le correspondan —resonaban los dichos maternales en la memoria de Cuentero—. Algunos están duplicados o triplicados para que tengan lo mismo, pero otros son de cada quién. En todo caso, estos pocos, muy pocos, relativos a tu hermana fallecida, Sandrita, mi Picolina, le corresponden a tu hermana Patricia».

No todos los recuerdos estaban ordenados. A su madre le faltaron los apuntes y escritos que tenía guardados en distintos lugares. Tras el fallecimiento de ella, Homero cumplió de forma cabal el compromiso, con excepción de los apuntes, los que fue encontrando poco a poco y dispersos. Había prometido ordenarlos, transcribirlos y compartirlos, asimismo las numerosas fotografías y películas familiares que tomara su padre a lo largo de su vida, pero la lentitud a que lo orilló su personal circunstancia lo frenó en la tarea provocando en los otros un sentimiento de decepción similar a la que imaginaba en sus polvosos libros, los que no terminaba de organizar ni de sacar de la gaveta de su afán para escribirlos.

Uno de esos días de terapia ocupacional entre su jardín y su biblioteca, mientras se devanaba los sesos en hallar la forma de acomodar sus ideas para la saga, Cuentero dedicó tiempo a clasificar sus libros por enésima vez. Entre esos libros y libretas, algunos adquiridos por su madre, de pronto a veces hallaba algún apunte de ella con una reflexión acerca del valor de la maternidad, la vejez, el amor que ella profesó siempre hacia sus hijos y el padre de Homero a pesar de todo, algún pensamiento con pretensiones de poema, o los barruntos de un cuento o novela que, para él, en su calidad de escritor, eran verdaderos tesoros que justificaban su legado y sus afanes, pero también eran un recordatorio de los reclamos de que era objeto por su tardanza en compartir. Los extraía, los acariciaba con manos y ojos, los coleccionaba en una sección de su biblioteca que denominó "La canasta de Mamá Coneja", con la idea de poder entregar algún día a sus familiares el conjunto editado.

Estos hallazgos, además, lo reafirmaban en su postura acerca de valorar a los libros más por su contenido que por su forma. Alguna vez fue reacio a hacerles marcas, escribir en sus márgenes o páginas de cortesía, para no dañarlos y restarles validez como objetos de colección y sin reparar en lo que son, contienen y representan. Pero leer las notas maternas reforzó su vieja convicción: amar los libros así era una estupidez más propia de mezquinos libreros ambiciosos que de verdaderos bibliófilos. Si los libreros coleccionistas medían la rareza de un libro a partir de su edición, sus tapas, material, errata y peculiaridades, para Homero lo apreciable eran las palabras originales, estas eran la medida inicial, contenían la esencia. Lo demás, incluidas las enmiendas, tachones y hasta los personalísimos y accesorios apuntes carpetovetónicos —entendidos como los definía Camilo José Cela— no conseguían alterar más allá de la sustancia de una obra como alegaban luego los coleccionistas especuladores, para quienes un documento testado de cualquier manera veía reducido su valor de cambio, a menos que la apostilla implicara una forma instituida de certificación, o el adendo adherido o sellado tuviera carácter de ex libris o etiqueta de signatura topográfica. ¡Cuántas veces discurrió con su madre acerca de este tema! Cada año. Cada año tras sus compras en la Feria del Libro del Palacio de Minería cuando, como un par de ladrones de Alibabá, se solazaban con su botín libresco. Y es que los libros, así para su madre como todavía más en especial para él, tenían un significado que iba más allá de lomos y cantos.

Ya había perdido la cuenta de las ocasiones que había repetido esa tarea organizadora, siempre interrumpida por algún motivo si no técnico, como alguna falla en la computadora, de otra índole. El caso es que, como si fuera Sísifo bregando, una vez sí y otra también, para subir hasta la sucinta cima de una ladera la pesada carga de su impía inconsistencia —la que tozuda se despeñaba apenas tocar la cúspide de la tolerancia—, Homero clasificaba y reclasificaba la décima parte de los casi cinco mil ejemplares —sin contar los añadidos electrónicamente en la memoria de su computadora— de su colección denominada pomposamente por él "Biblioteca Javitanus", en alusión a su mote "Javito" inventado por él en su juventud como su primer seudónimo literario, y con el que fue conocido por años entre su círculo de amistades. Las razones para inventarse ese apodo fueron además otras.

Es momento de hacer una revelación.

Como bien sabes, amigo lector, toda obra de ficción se ajusta más o menos a una estructura dramática básica que puede variar de una obra a otra, de un género a otro, de un medio a otro, y por antojo del autor o del productor. Esta obra no es la excepción; y en este punto donde estamos, el momento se corresponde con el paso dedicado al planteamiento de los desafíos que deben enfrentar los personajes, aunque se expongan a veces como cabos sueltos.

Si tú, amigo lector, ya sospechabas que no cuadraban los apellidos de los ancestros y demás familiares de Homero con su nombre, desentrañar esta relación será parte de tu desafío, si tienes la disposición de ánimo para continuar adentrándote en el conjunto de tramas que van barruntándose.

El verdadero apelativo de nuestro protagonista era otro. El de Homero Núñez "Cuentero" lo había tomado prestado, en su edad adulta, de un electricista y cuentista chileno con quien tuviera contacto por virtud de las redes sociales, y con quien entablara una efímera pero entrañable amistad, causa por la que se atrevió a pedirle autorización para usar su nombre y seudónimo con la idea de denominar a un personaje de novela. Sí, ya ves, este de ahora que a ti te aparece fragmentado entre sueños, viajes, temporalidades, locaciones y que al propio individuo detrás del nombre "Homero" lo hacían dudar si no sería él mismo producto de la imaginación de alguien más en algún lugar del universo.

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