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𝟬𝟮𝟭 | sick

021. ┊໒ ⸼ 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗧𝗪𝗘𝗡𝗧𝗬 𝗢𝗡𝗘 ──

── 𝗌𝗂𝖼𝗄 •˖* 📼 ☄️

(cuenta la leyenda que si comentan este cap, Lux les manda un Carl Grimes por correo)

Sophia y yo nos la habíamos arreglado para escaparnos de las miradas de los adultos. Nos fuimos discretamente por los pabellones para salir al patio, cerca de las rejas por donde entramos, para así ver a los caminantes. De alguna manera, eso era la televisión de nuestros tiempos.

Además, que adentro todo era aburrido, muy aburrido.

─ Debemos hacer algo para dejar de estar aburridas. ─murmuré, apoyando mi mentón en la mano.

─ ¿Uno, dos, tres? ─preguntó Sophia con una sonrisa.

─ Yo primero.

Nuestra vista se posó en los caminantes que están detrás del alambrado, y de pronto ─ ¡Uno!

Señalo a un errante que, a juzgar por su vestimenta, antes era una especie de cocinero; además, contaba con una identificación en el cuello que decía.

Nombre: Jammil Devon

Edad: 67

Y varias letritas que no distinguí; supongo que era el cocinero de la prisión.

─ Paso. ─me limité a contestar.

─ ¿Por qué? ─me preguntó divertida.

─ Porque es muy viejo, y el sueldo de un cocinero de prisión no es muy alto. Yo soy visionaria. ─expliqué, siguiendo este raro juego que Sophia y yo jugamos un par de veces más antes ─. El que sigue.

Ella volvió a buscar, tratando de dar con un buen prospecto. Luego de unos segundos, apuntó con su dedo índice a una chica.

─ Dos.

El caminante parecía algo joven, con cabello corto pelinegro y falda, pero tampoco me convencía del todo.

─ Paso.

─ ¿Por qué?

─ Porque no es mi tipo. No soy fan de las pelinegras.

En eso, unos pasos se escucharon acercándose a nosotras. Ambas nos sobresaltamos e íbamos a emprender la huida, pero cuando nos dimos cuenta de que era Carl, seguimos sentadas frente a la reja. Él no nos daba miedo; además, sabíamos cómo comprarlo.

─ ¿Qué miran? ¿Qué están buscando?─preguntó Carl muy intrigado, sentándose junto a nosotras.

─ A mi nuevo esposo. ─respondí con normalidad, haciendo que él frunza el entrecejo.

─ Ya paso a dos buenos candidatos. ─relató Sophia, poniendo a Carl al tanto de la situación.

─ Pero el correcto siempre es el numero tres. ─aseguré, recordando la vez que él numero tres fue un errante que se parecía mucho a Chayanne.

O tal vez lo era, pero no me pude casar con él porque Daryl lo termino matando.

─ Creo que no quiero saber lo que hacen. ─murmuró Carl.

De repente, Sophia giró a verme ─ Carl vino aquí, ¿él será el número tres?

─ No. ─respondió el pecoso.

─ Tú no sabes lo que hacemos. ─reclamé, esta vez siendo yo quien fruncía el ceño.

─ La mejor respuesta si las involucra a ambas es no. ─se defendió.

─ Jugamos a "uno, dos, tres, es tuyo" ─le expliqué emocionada.

─ No pregunté.

─ Debes elegir al primer chico o chica o caminante o ardilla que veas. ─ Sophia ignoró el anterior comentario de Carl ─, si quieres pasar en caso de que pienses que el otro es mejor, entonces te vas por el segundo, pero si no lo eliges, automáticamente te quedas con el tercero.

─ Es decir, ¿Yo me quedo con Mara?

─ Técnicamente ella se queda contigo, pero si. ─habló Soph, y los ojos de Carl se iluminaron, como si de dos estrellas se trataran ─ Felicidades a los recién casados.

─ ¿Qué? ─pregunté con temor.

─ Las reglas son las reglas. ─aprovecho Carl, tomando mi brazo y obligándome a levantarme.

Para luego pasar sus brazos por mi cintura, y así empezar a tirar de ahí, llevándome de nuevo hacia los pabellones, mientras soltaba risillas.

─ ¡Sophia, sálvame! ─chillé, pero la nombra solo se encogía se hombros y soltaba carcajadas. ─ ¡La traición, me vengaré!

Suspire, solo me quedaba un recurso, lo debo aprovechar a la perfección.

─ ¡Ahí esta Daryl! ─grité, obviamente era mentirá, pero para zafarme del ojiazul fue suficiente.

Él me soltó, mirando horrorizado a todos lados, buscando al ballestero.

─ ¡¿Donde?! ─preguntó con terror, pero al darse cuenta de mi mentira, giro a verme, con las intenciones de volverme a apresar.

─ Siempre recordarán este día, como el día en que casi capturan ¡Al capitán Jack Sparrow! ─grite.

Antes de empezar a correr por mi vida, haciendo a ambos niños quedar confundidos, usando aquello como ventaja para escaparme a China, muy, muy lejos de Carl.

Tal vez no quería sentir apego con alguien que en un mundo como este, puedo perder.

Pero en la vida debemos correr riesgos, ¿verdad?





















Un grupo pequeño iría a investigar más zonas de la prisión. Mientras yo ayudaba a los adultos a empacar, Carl se ponía a jugar con uno de los cascos de los uniformes de los policías.

Se lo ponía y se lo volvía a poner, despeinándose en el proceso.

─ Mira, Sam, te quiero mucho, pero tus gustos son pésimos. ─murmuró Sophia a mi lado.

─ ¿A qué te refieres? ─inquirí, tomando mi arma para así recargarla.

Pero antes de que eso pasara, Rick llegó junto a nosotros, y a mí me indicó que guardara el arma y a Carl le quitó aquel casco.

─ No necesitarán eso. ─informó. ─ No sabemos qué hay ahí adentro. Si algo sale mal, serás el único hombre que quede. ─esto último se lo dijo a su hijo. Necesito que te ocupes de todo aquí.

─ Seguro. ─aceptó su hijo.

─ ¿Y yo? ─pregunté, cruzándome de brazos. ─ ¿Estoy pintada?

─ Tú te encargarás de...─él señor Grimes se acercó a mi, para agacharse un poco y susurrarme al oído ─ en realidad tú quedas a cargo, pero no le digas a Carl.

Yo solté una risilla.

─ ¿Qué paso? ─interrogó Soph, y yo con una mirada le dije "Luego te cuento".

─ Bien, vamos. ─ordenó Rick al grupo que iría con él a la expedición.

Gleen y Maggie antes de irse, me dejaron un beso en la frente cada uno, para luego irse con el resto.

Una vez todos cruzaron, Carl corrió a cerrar la puerta con las llaves que su padre le había dejado.

─ Solo espero que todo salga bien. ─balbucee para mi misma.

─ ¿Dijiste algo? ─él menor Grimes se aproximo a mi. ─ ¿necesitas tú inhalador?

Yo negué repetidas veces con la cabeza. ─ Iré a descansar un rato a la celda; me avisan cuando vuelvan. ─esto último fue dirigido para Carl y Sophia.

─ Oh, no ─exclamó Sophia con horror─, yo no quiero morir; mejor que lo haga Carl.

─ ¿Por qué no la quieres despertar? ─preguntó Carl con inocencia.

─ ¿Te acuerdas hace unos meses cuando estábamos en aquel supermercado? ─inquirió Sophia, y el niño del sombrero asintió ─. Tú te habías ido con tu padre a investigar y Sam se quedó durmiendo. Bueno, llegaron caminantes y la intenté despertar, ¡y casi me saca los ojos!. Así que ahora la despiertas tú.

─ ¡Sophia! ─regañé ─, quedamos en que eso solo quedaba entre tú y yo.

─ El muchacho debe saber a qué se enfrenta.





















No fue necesario que alguien me despertara, ya que los gritos de Beth y el alboroto afuera se encargaron de ello.

Abrí los ojos de golpe, y no voy a negar que por mi cabeza pasaron muchos escenarios.

¿Lori ya va a dar a luz? No creo, aún faltan algunas semanas.

¿Caminantes en la prisión? No me sorprendería, estamos rodeados de ellos.

Sea cual sea el caso, bajé lo más rápido que pude de la parte de arriba de la litera, prácticamente di un gran salto. Ni siquiera me molesté en ponerme mi chaqueta para salir.

Corrí hasta afuera de mi celda y vi cómo los adultos traían a Hershel desmayado sobre una camilla, llevándolo hasta una de las celdas.

Lo vi pasar a la cama, y solo en ese momento me di cuenta de algo.

Su pierna. Mejor dicho, la falta de esta.

Me quedé en el umbral de la puerta, petrificada.

─ Lo mordieron. ─soltó Rick.

─ ¡Oh por Dios, se va a convertir! ─chilló Beth.

No, Hershel no, no lo puedo perder. No quiero perderlo.

─ ¿Tú se la amputaste? ─le preguntó Lori a su esposo.

─Sí.

─ Quizá la detuviste a tiempo, muy bien hecho. ─Lo felicitó la mujer.

Tiene sentido, cortar el área infectada antes de que la infección se esparza por todo el cuerpo.

¿Por qué mi cerebro reacciona y mi cuerpo no?

─ Uno, dos... ─contó Rick mientras los adultos sujetaban al herido para pasarlo a la cama─ ...tres.

─ Necesito vendas. ─pidió la mayor de las Peletier.

─ Las usé todas. ─respondió Maggie, desesperada.

─ ¡Tráiganme cualquier cosa, trapos!

─ Carl, busca las toallas que están detrás de mi cama. ─le pidió su madre.

Solo en ese momento me di cuenta de que Carl estaba detrás de mí.

Todos hacían algo, ayudaban; incluso Sophia había ido a buscar algunos antibióticos en el cuarto de su madre.

Pero yo... yo estaba parada en la puerta como una completa inútil.

─ ¿Va a morir? ─preguntó Beth con la voz rota, y por fin mis piernas respondieron.

Lori se giró y tomó el rostro de la menor Greene con ambas manos, acariciándole la mejilla.

─ Se recuperará. ─le aseguró la embarazada.

Escuché a Carol ordenar varias cosas, entre ellas que ejerzan presión en la herida.

Pero yo solo veía sangre, sangre y más sangre.

Entonces, una mano me tomó del brazo y empezó a tirar de mí.

─ Te sientes inútil, lo sé ─masculló Daryl, arrastrándome a quién sabe dónde ─. Me vas a ayudar con algo más. ¿Tienes tu arma?

─ Sí. ─respondí, sin entender del todo lo que pasaba.

Cuando llegamos a la puerta por donde vinieron, él me movió y me posicionó como una muñequita de trapo, con mi pistola apuntando hacia la puerta, que estaba abierta de par en par.

─ ¿Qué hacemos? ─pregunté en un susurro.

─ Solo no dejes de apuntar.

Así que eso hice. Sostuve la pistola con ambas manos, apoyando mis codos en la mesa, apuntando hacia la puerta.

Pero nadie entraba por ahí. El ambiente se parecía a una película de terror, donde los protagonistas miran una puerta de la que podrían salir cosas terribles en cualquier momento.

De pronto, un hombre moreno, latino, diría yo, atravesó la puerta, mirando a todos lados con cautela. No parecía llevar arma alguna.

─ Deténganse ahí. ─ordenó Daryl, apuntándoles con su ballesta a los cuatro hombres que había frente a nosotros.

─ El pabellón C, la 4 es mía, gringo ─soltó el latino, y por su tono parecía una amenaza ─. Déjame entrar.

─ Hoy es su día de suerte, amigos ─anunció Dixon, sin dejar de apuntar un solo segundo ─. El estado de Georgia los libera. Pueden marcharse.

─ ¿Qué está ocurriendo ahí adentro? ─preguntó otro hombre, uno alto y de piel oscura.

─ No es asunto tuyo. ─hablé, y fue entonces cuando se dieron cuenta de mi presencia.

─ ¿Por qué la escuincla tiene un arma? ─preguntó el latino, usando esa palabra rara, pero supe que se refería a mí ─. No importa por qué tiene un arma la mocosa, ustedes no nos pueden decir lo que nos interesa o no. ¡No nos dan órdenes!

Alzó la voz, y sentí cómo Daryl, con su pierna, me empujó hacia atrás, dejándome detrás de él como si fuera un intento de protegerme.

─ El tipo tiene arruinada la pierna. Además, ya somos libres ─intentó mediar el hombre alto─. ¿Por qué seguimos aquí adentro?

─ Tu amigo tiene razón. ─soltó Daryl entre dientes.

─ Sí, quiero ir con mi mujer. ─comentó el moreno.

Espero que su mujer esté viva.

─ Ver civiles que se meten en una prisión donde no deberían estar... Se me ocurre que no tienen a dónde ir. ─dedujo hábilmente el latino.

Punto para él. ¿Ahora se puede ir? Me da miedo.

─ ¿Por qué no lo averiguas? ─atacó Daryl, mientras yo seguía detrás de él, apuntando al latino, el que menos confianza me daba.

─ ¡Si! ¿Porque no lo averiguas! ─digo desde atrás, claro, porque tengo a Dixon frente a mi.

─ Tal vez deberíamos irnos. ─habló un rubio con un simpático bigote.

─ ¡Hey, no nos iremos! ─gritó el latino.

─ ¡Tampoco entrarán! ─le respondió T-dog, apareciendo y apuntándole con una pistola. No debí cantar victoria, ya que el latino también le apuntó con su arma.

─ En mi casa mando yo, voy a donde se me antoja.

Y así, en cuestión de segundos, empezó una discusión de boca a boca, con armas de por medio.

─ ¡Hey! ─la voz de Rick se escuchó, y me sentí mucho más segura aún.

Tenía a T-dog, Daryl y Rick. Definitivamente estaba segura, ellos no dejarían que nada me pase.

─ ¡Cálmense! ─pidió Rick, aproximándose a mí ─. No hay necesidad de esto.

─ ¿Cuántos son ahí adentro? ─exigió saber el latino.

─ Demasiados para que intenten algo. ─respondió Rick con seriedad. Luego puso su mano en mi hombro e hizo un movimiento de cabeza, indicándome que regresara al pabellón.

Por todos los libros del mundo, no dudé ni un segundo en irme.

Carl me recibió en la puerta, él era el encargado de las llaves, y una vez los dos estuvimos adentro, me abrazó con fuerza, pasando su brazo por mi cintura y atrayéndome más hacia él. Yo rodeé su espalda con mis brazos, escondiendo mi rostro en el hueco de su cuello.

En ese abrazo encontré algo de paz, aunque sea solo por un momento.





















No tenía nada que hacer y, para mi sorpresa, Sophia estaba escuchándome sin apartar la mirada. Habíamos hablado un buen rato ya, aunque era yo quien más hablaba, tratando de explicarle los libros de Percy Jackson. No estaba segura de cuánto entendía, pero la forma en que asentía y sonreía me hacía sentirme... cómoda. Solo un poquito, porque sabía que en cualquier momento se iba a cansar de escucharme, como suelen hacer todos.

─ ...sesos de alga ─terminé mi explicación, justo cuando Carl apareció de repente frente a nosotras. Me sobresalté; siempre llega cuando menos lo espero, como un gato.

─ ¿Eso lo dijiste por mí? ─preguntó él, con el ceño fruncido, mirándonos a ambas.

─ No... ─dije, encogiéndome de hombros. Pero antes de que pudiera seguir, Sophia soltó una carcajada y, mirándolo con picardía, dijo:

─ Claro que sí.

Carl entrecerró los ojos, todavía más confundido, y yo traté de no reírme. La forma en que miraba a Sophia era como si estuviera intentando resolver algún acertijo complicado. Al final, solo negó un poco con la cabeza y, tras una pausa, se volvió hacia ella, ignorándome como si ya hubiera olvidado lo de "sesos de alga".

─ Sophia, quiero hablar con Mara, ¿nos...?

─ ¡Deberíamos hacer un horario de cuándo tenemos a Sam! ─sugirió ella sin soltarme. La forma en que lo dijo, con una autoridad casi graciosa, me hizo sentir algo incómoda, como si yo fuera algún tipo de trofeo raro. Y empezó a repartir días como si fueran premios─. Yo la pido viernes, sábado, lunes, martes y miércoles. Los demás días puede ser tuya.

─ Esos son muchos días ─Carl cruzó los brazos, intentando sonar firme, aunque más bien parecía un pequeño jefe ofendido─. No puedes acapararla así, Sophia.

Lo miré, sorprendida. Jamás pensé que Carl pelearía por pasar tiempo conmigo. Apenas y me tocan cuando no es necesario, y ellos... ellos discutiendo como si de verdad les importara.

─ ¡Ustedes no pueden hablar de mí como si fuera una mascota! ─los interrumpí, sintiendo cómo mi voz salía con un tono más alto de lo que pretendía. Ambos bajaron la cabeza, luciendo tan avergonzados que hasta parecía que iban a pedir disculpas en serio.

─ Lo siento ─murmuraron al mismo tiempo, con una sincronización tan ridícula que casi me hace reír. Aunque intenté no sonreír, mis labios se curvaron un poquito mientras veía a Rick, el mayor Grimes, dejando latas en una de las celdas. Pensé en él y cómo, a pesar de todo, siempre se veía seguro de lo que hacía, incluso en las peores circunstancias.

Pero esos dos... Apenas me di la vuelta, y ya parecía que habían empezado la tercera guerra mundial a mis espaldas, lanzándose miradas y moviendo las manos como si estuvieran conspirando. Cuando volví a mirarlos, tenían una expresión de inocencia tan exagerada que no pude evitar sospechar.

─ ¿Entonces puedo hablar con Mara? ─preguntó Carl, con una leve sonrisa triunfal, que casi me hizo rodar los ojos.

Sophia me miró, como si esperara mi aprobación. Asentí lentamente, y ella se fue después de dedicarle a Carl una última mirada como advertencia. Él, entonces, bajó su vista a mi mano, dudando un poco. No me gustaba ese tipo de cosas.

─ Puedes hacerlo ─murmuré al final, cediendo con una sonrisa pequeña que esperaba ocultara mi incomodidad. Él me sonrió también, como si acabara de ganar un premio, y tomó mi mano con suavidad, guiándome hacia nuestra celda.

Una vez dentro, me hizo sentarme en la cama, como si de verdad hubiera algo serio que discutir. Si fuéramos mayores, me diría algo como "tenemos que hablar". Me costaba entender de qué se trataba esto. Carl era... bueno, Carl. Una cosa bárbara, rara, pero a veces era casi como si lo entendiera mejor que a nadie.

─ ¿Qué querías hablar conmigo? ─pregunté finalmente, algo incómoda por la falta de palabras.

─ Primero quiero que me digas algo... ¿mi apodo es "sesos de alga"? ─Su pregunta me tomó desprevenida, y no pude evitar reírme. Fue como si se relajara un poco, aunque en su mirada había algo serio, algo que no sabía cómo interpretar.

─ No, no lo es ─respondí entre risas ─. Es un apodo de un personaje en un libro, uno que le explicaba a Sophia cuando llegaste. No tiene nada que ver contigo.

Sus hombros se relajaron, pero solo por un segundo, y luego sus ojos azules se iluminaron de una forma que me hizo bajar la mirada. Me sonrojé, y me odié un poco por eso.

─ Pues... me gustaría que me llamaras así.

Lo miré con incredulidad.

─ ¿Eres mestizo? ─bromeé, y él negó ─. ¿Perteneces a la cabaña de Poseidón? ─volvió a negar, sonriendo─. Entonces no puedes llamarte así. Pero en serio, ¿qué querías decirme?

Carl tragó saliva, y de repente, con una voz baja que apenas parecía suya, dijo:

─ Te quiero mucho. ─soltó de pronto.

Haciéndome quedar perpleja ante ello.

─ Y siempre te voy a querer. ─terminó de decir ante mi silencio.

─ Suenas raro, ¿Que cosa tonta vas a hacer?

─ ¿Por qué dices eso? ─preguntó un poco nervioso.

─ Porque aquello sonó a lo que dicen los militares cuando se despiden de sus esposas.

─ No haré nada tonto. ─me aseguró.

─ Más te vale. ─amenace, frunciendo el ceño. ─ ¿Qué harás?

─ Acomodare las latas de comida que trajo papá ─contó y yo asentí, mientras el soltaba mi mano y empezaba a irse ─. Nos vemos luego.

No espero respuesta alguna y se fue.

Yo también te quiero, Carl. ─murmuré.

Ahora solo me falta decirlo en voz alta.





















─ Creí que organizabas latas de comida ─fruncí el entrecejo al ver a Carl entrando de nuevo, esta vez cargando una maleta.

─ Hice algo mejor ─respondió con un brillo de autosuficiencia en los ojos, entrando a la celda donde estábamos vigilando a Hershel.

El pecoso dejó caer la maleta al suelo, y el sonido hizo que todos se giraran. Cuando la maleta se abrió, vi vendas, gasas y varias cosas de primeros auxilios. Me quedé en silencio, algo impactada. ¿De dónde había sacado todo eso?

─ ¿De dónde sacaste esto? ─preguntó Sophia, que ya se acercaba a la maleta y sacaba vendas y gasas para pasárselas a su madre. La mirada de ambas era de genuina sorpresa.

─ En la enfermería ─contestó Carl, sin darle mucha importancia─. No quedaba mucho, pero la vacié.

El modo en que lo dijo, con total desinterés, me dejó confundida. Era como si no pensara en lo que había hecho, como si fuera algo normal.

─ ¿Fuiste solo? ─pregunté, tratando de esconder mi inquietud. Recordaba perfectamente haberlo dejado organizando las latas. Esto no tenía sentido.

─ Sí ─contestó, y su tono era tan casual que me puso la piel de gallina.

Todas nos quedamos en silencio, sorprendidas. No sabíamos qué decir, y los demás siguieron atendiendo a Hershel, cambiando las vendas mientras yo me acercaba, sintiendo que la preocupación empezaba a hacer nudo en mi estómago.

─ ¡Estás loco! ─exclamamos al unísono Lori y yo, sin poder contenernos.

─ Fue fácil. No pasó nada ─contestó Carl, casi encogiéndose de hombros─. Maté a dos caminantes.

Ese comentario me dejó helada. La facilidad con la que hablaba de matar caminantes, como si fuera algo tan común como recoger latas... Sin pensarlo, me acerqué más a él, tomándole los brazos para revisar que no tuviera algún rasguño, una mordida, algo que indicara peligro. Mis manos temblaban un poco, aunque intenté ocultarlo.

─ ¿Ves esto? ─intervino Lori, señalando a Hershel, que seguía inconsciente, cubierto de vendas y sus heridas apenas tratadas─. Él estaba con todo el grupo cuando ocurrió lo que ocurrió.

Carl apretó los puños, molesto. Vi cómo la tensión se acumulaba en sus hombros y en su mandíbula apretada. Sus ojos, normalmente llenos de curiosidad, ahora mostraban un brillo de impaciencia.

─ Nos hacía falta y lo conseguí ─respondió, y pude escuchar el resentimiento en su voz. Parecía sentirse subestimado, como si necesitara probarse ante nosotros.

─ ¡Gracias, pero...! ─intentó decir Lori, pero Carl ya no estaba escuchando.

─ ¡Entonces ya déjame en paz! ─gritó, con una intensidad que me hizo retroceder. Dio un brusco movimiento con el brazo, haciendo que lo soltara. Me quedé con la mano en el aire, sorprendida, mientras él se apartaba, respirando pesadamente.

─ Carl, es tu madre, no debes hablarle así ─dije, tratando de que mi voz sonara firme, aunque por dentro sentía una mezcla de enojo y preocupación. No entendía por qué tenía que ponerse así.

─ Hijo, está bien que quieras... ─empezó a decir Lori, tratando de calmarlo, pero antes de que pudiera terminar, Carl salió corriendo de la celda, empujando la puerta con fuerza y perdiéndose en el pasillo sin mirar atrás.

Sentí cómo una pequeña punzada de miedo me atravesaba el pecho al verlo alejarse así, sin detenerse. Algo en mí sabía que no estaba bien dejarlo solo en ese estado. Sin pensarlo dos veces, di un paso adelante.

─ Yo voy con él ─avisé.





















Logré que Carl se quedara un rato para hablar, aunque no como había planeado. Cada vez que intentaba sacarle el tema o regañarlo por lo que había hecho, él solo fruncía el ceño y se negaba a hablar de ello. Al final, suspiré y decidí seguirle la corriente cuando me pidió que le hablara de "cualquier otra cosa". Así que opté por contarle sobre algo que me gusta mucho: la serie Grey's Anatomy. Ya íbamos por el final de la primera temporada, y me sentía emocionada por cada giro de la historia, por cada uno de los personajes que, de alguna forma, me recordaban lo que era tener una vida antes de todo esto.

─ ¿Derek estaba casado y aún así estuvo con Meredith? ─preguntó Carl, sorprendido, con los ojos bien abiertos ─. Qué tonto es, Meredith suena muy linda y valiente.

─ Derek Shepherd fue un idiota, pero fue el amor de su vida. ─contesté con un toque de amargura. La historia de Derek y Meredith siempre me hacía sentir un nudo en el pecho.

─ ¡Lenguaje! ─nos interrumpió Glenn de repente, fingiendo reprobarme, aunque tenía una sonrisita escondida. Al parecer, había estado escuchando más de lo que admitía. Lo miré, fingiendo inocencia, pero ambos sabíamos que en realidad estaba muy interesado en la historia.

De repente, la expresión de Carl cambió, y se volvió hacia su padre, Rick, que acababa de entrar en la celda con nosotros.

─ Hershel dejó de respirar... Mamá lo salvó. ─dijo Carl rápidamente, como si quisiera darle la noticia antes de que alguien más lo hiciera.

─ Es cierto. ─asentí, aunque no lo había visto. Tanto Maggie como Beth lo habían contado, y las palabras de Carl también confirmaban que, por algún milagro, Hershel seguía con nosotros.

Rick miró a su hijo, le dio las llaves de las celdas para que se ocupara de lo que fuera necesario, y entró a la celda donde Hershel descansaba, inmóvil pero vivo.

─ Aún no tiene fiebre. ─informó Lori con una mirada tranquila, aunque sus ojos mostraban señales de preocupación.

Nos quedamos unos minutos en silencio, mirando al hombre en la cama. El ambiente se sentía cargado de esperanza y miedo al mismo tiempo. Casi nadie respiraba, como si hacerlo pudiera romper el hechizo que mantenía a Hershel aquí, con nosotros. De repente, como un milagro, sus párpados se movieron lentamente, y vi un destello de vida en su rostro mientras intentaba enfocar su mirada.

─ ¡Papá! ─soltó Beth, radiante y con una sonrisa que le iluminaba todo el rostro. Rick se apresuró a liberarlo de las esposas que le habían puesto para protegerlo, y Hershel, aunque débil, nos miró con una leve sonrisa.

La alegría estalló en todos los presentes. Maggie y Beth se abrazaron, y una sensación cálida llenó la celda. Yo miraba a Hershel, aliviada y sorprendida, sintiendo una chispa de esperanza que hacía mucho no sentía.

Carl, emocionado, quiso abrazarme. Lo noté por la forma en que me miró, casi dando un paso hacia mí. Pero en cuanto miró de reojo a Daryl, que estaba parado detrás de nosotros, se detuvo y dejó caer los brazos. Apreté los labios, conteniendo una sonrisa; no podía creer que Carl tuviera tanto miedo de él. Es decir, no creo que Daryl lo mate solo por abrazarme.

Pero luego recuerdo que casi le atraviesa una flecha en el cráneo cuando me dio un beso en la mejilla y se me pasa.

Pero nada de eso importaba ahora. Sin pensarlo mucho, me giré hacia Glenn y lo abracé con fuerza, feliz de que no hubiéramos perdido a Hershel, de que hubiera una victoria, por pequeña que fuera, en medio de tanta pérdida. Glenn me devolvió el abrazo y luego se apartó, mirándome con esa sonrisa genuina que tanto necesitábamos en estos tiempos.

Al mirar a Hershel, agradecí internamente, no solo por su vida, sino porque sabía que Lori pronto daría a luz y necesitaríamos un buen doctor. Pero, aunque lo pensaba, sabía que eso no era todo. Rezaba porque, de algún modo, Hershel siguiera con nosotros, porque, después de todo, él era como un abuelo para mí. Una parte de mí, muy dentro, se negaba a soltar esa pequeña chispa de esperanza y bondad que él representaba. Hershel me recordaba la vida antes de todo esto, la vida a la que aún me aferraba, por miedo a olvidar.

Me daba miedo olvidar a mi familia, a mi abuela, a mi abuelo... a mi papá. Me daba miedo olvidar sus voces, sus rostros, esos pequeños detalles que me hacían sentir segura. Sentía que con el tiempo los recuerdos se desvanecerían, y eso me aterraba más que los caminantes. Pero mientras pudiera, mientras pudiera recordar, seguiría aferrándome a ellos, a esos momentos.

Quiero aprender a sentir de nuevo, sin miedo. Quiero poder decir lo que siento en voz alta, sin esconderme tras esa máscara de bromas y risas que he aprendido a usar. Quiero llorar y gritar cuando lo necesite, sin esa culpa que siempre me pesa.

Quiero amar y ser amada.


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