Truyen2U.Net quay lại rồi đây! Các bạn truy cập Truyen2U.Com. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝟬𝟯𝟲 | moony

036. ┊໒ ⸼ 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗧𝗛𝗜𝗥𝗧𝗬 𝗦𝗜𝗫 ──

── 𝗆𝗈𝗈𝗇𝗒 •˖* 📼 ☄️

Estaba acostada en una de las celdas, sobre el pequeño catre que apenas servía de cama. Tenía las manos sobre mi abdomen, intentando calmar el dolor punzante que no cedía. Cada respiración parecía agrandar el nudo que sentía por dentro, pero mis esfuerzos eran en vano.

No me sentía tan mal como las personas a mi alrededor. Pero sabía que algo no iba bien. Cuando desperté esta mañana, había vomitado sangre. Mi cuerpo me estaba enviando señales claras: esto iba rápido, demasiado rápido. Aun así, Hershell me había obligado a permanecer en reposo. "Por tu bien y por el de los demás", había dicho. Pero lo único que hacía era sentirme más impotente.

De repente, un ruido interrumpió mis pensamientos. Alguien había entrado al pabellón. Me levanté lentamente, apartando la manta con cuidado. Mi cuerpo protestó con un tirón de dolor, pero lo ignoré. Yo era "la que mejor estaba" entre todos, lo que significaba que no me habían encerrado como al resto. Ellos, aislados en celdas separadas, estaban ahí por precaución: si se transformaban, no serían un peligro inmediato para los demás.

Caminé hacia la entrada con pasos tambaleantes. Ahí estaba Sasha, tambaleándose. Su piel estaba pálida como la cera, y sus ojos, hundidos, apenas lograban enfocarme.

─ ¡Sasha! ─grité, corriendo hacia ella. La sostuve antes de que perdiera el equilibrio por completo.

Mientras la sujetaba, una pregunta fugaz cruzó por mi mente: ¿Por qué, cuando alguien me necesita, el dolor parece desaparecer? O tal vez simplemente lo olvido...

─ A-aléjate, Sam... ─murmuró Sasha con una voz apenas audible. Su respiración era superficial, forzada. Sus palabras eran un intento débil de regañarme, pero no pensaba soltarla.

─ ¿Y qué va a pasar? ─respondí, tratando de sonreír ─. ¿Que me enferme más? Ya estoy infectada.

Antes de que pudiera responder, un gruñido desgarrador nos sobresaltó. Ambas volteamos hacia el sonido. Un caminante tambaleante apareció al final del pasillo. Otro más. Otro que había caído. Todos caen. Todos caeremos.

─ ¡Doctor S! ─grité, mientras ajustaba mi agarre sobre Sasha. Estaba perdiendo fuerzas, sus piernas parecían a punto de ceder ─. ¡Doctor S!

El hombre apareció de una celda cercana, su rostro marcado por las mismas señales que los demás: cansancio, sudor, y ojos vidriosos. También estaba infectado, eso era evidente. Desde que todo esto comenzó, él había estado aquí, cuidando de todos. No se había detenido, y ahora su cuerpo también lo estaba pagando.

─ ¡Samara! ─dijo con dificultad, su voz ronca y llena de exasperación ─. Deberías estar en tu celda.

─ Lo siento ─respondí con un encogimiento de hombros mientras seguía ayudando a Sasha a caminar ─. No puedo quedarme quieta.

Él suspiró, pasando una mano por su frente sudorosa.

─ Sigo creyendo que lo tuyo es psicológico ─dijo, más para sí mismo que para mí. Había algo de incredulidad en su voz mientras nos guiaba hacia una celda vacía.

─ Vomito sangre ─repliqué, casi con un tono sarcástico ─. No creo que haya nada de psicológico en eso.

Pero quizá lo había. Quizá era mi necesidad de sentirme útil, de salvar a otros, lo que me hacía ignorar todo lo demás. Mi cuerpo estaba cayendo a pedazos, y aun así, aquí estaba. Una parte de mí no podía detenerse... aunque supiera que el final estaba más cerca de lo que quería admitir.





















Sophia y yo habíamos escapado de la prisión. Encontramos un túnel secreto en una de las celdas. Probablemente algún prisionero había planeado escaparse antes del apocalipsis.

Bueno, no. En realidad, trepamos unas cuantas rejas de los pabellones más alejados.

Mi mejor amiga había insistido en ello, y yo no me negué. Me encantaba la idea de pasar la tarde juntas, sin Carl y sin John. Es decir, los quiero a ambos, pero a veces solo buscan atención. Ni Judith estaba invitada.

─ ¿Aún puedes subirte a árboles? ─preguntó Sophia, con una sonrisa desafiante.

─ La pregunta ofende, hermana ─solté con indignación, ya buscando el árbol más cercano. Trepé rápidamente hasta una rama gruesa, y luego me colgué de cabeza como si fuera un mono.

─ Si nos damos un beso ahora, podríamos imitar la escena de Peter y Gwen...─yo fruncí el ceño ante eso ─. ¡Okey! ¡Ya entendi! ¡Tienes novio! 

─ Tú porque no quieres nada con John ─refunfuñé mientras me balanceaba ─. Aunque bueno, a él tampoco le gustas.

─ ¿Auch? ─respondía Sophia, pero pronto estalló en carcajadas ─. Algún día el amor tocará mi puerta, y como mi nombre es Sophia Malasuerte Peletier, me habré ido a comprar tacos.

─ Si es el verdadero amor, te esperará a que regreses y, de paso, te robará tus tacos —señalé con seriedad fingida.

─ ¡¿El amor robará mis tacos?! ─chilló indignada ─. No necesito amor entonces.

─ Incluso sin amor, yo te robaré tus tacos. ─dije mientras intentaba no reír.

Ella puso una mueca exagerada y se dejó caer sobre un montón de hojas secas debajo del árbol.

—¿Crees que alguien en el mundo ha usado tantas veces la palabra "tacos" en una conversación de menos de tres minutos? —preguntó, mirando al cielo.

─ Creo que no. ─reí antes de dejarme caer al montón de hojas junto a ella. El aterrizaje fue suave y crujiente.

─ Caíste como Cedric Diggory con el Avada Kedavra...¿te dolió?

─ Suelo caer así cuando no está muy alto ─respondí ─. Además, había hojitas.

Sophia asintió como si fuera un argumento completamente lógico. Luego sacó la mochila que habíamos traído y empezó a buscar entre los dulces que habíamos pedido a mi tío Merle. Desde que se enteró de que Michonne traía chocolates rancios a Carl y John, él se encargaba de traernos lo mejor de lo mejor.

─ Escuchemos algo en el Walkman y comamos dulces. Espero que estos no tengan vodka ─comentó, sacando un paquete sospechoso.

─ O que no sean de esos caramelos de chile extra picante que "accidentalmente" siempre me das. ─dije, cruzándome de brazos.

─ ¡Ey! Eso fue una vez... o dos. Pero quién cuenta. ─replicó Sophia mientras reía.

Reí por lo bajo mientras sacaba el walkman.

─ Tendremos una tarde normal. Me gusta la idea.

Pasamos las siguientes horas riendo, comiendo y dejando que el mundo se olvidara de nosotras por un rato. Era una de esas pequeñas pausas que el apocalipsis rara vez te permite tener. Pero juntas, todo siempre era un poco más fácil.

Siempre juntas...¿verdad?





















─ ¿Así que Tyresse te encerró dentro de un baúl cuando eran niños? ─pregunté, tratando de no reír al imaginar la escena que Sasha acababa de describir.

Ella estaba sentada detrás de mí, trenzando mi cabello con una dedicación que parecía desafiar el agotamiento visible en su rostro. Habíamos estado juntas durante horas, tratando de encontrar algo, cualquier cosa, que nos distrajera de la realidad que nos rodeaba.

─ Cuando éramos pequeños, siempre se aprovechaba de mí. ─respondió con una sonrisa débil, su voz mezclada con el sonido ocasional de su tos. Aunque estaba enferma, su determinación de seguir adelante era admirable.

El ambiente estaba cargado de tensión. Cada tos que escuchábamos de las otras celdas era un recordatorio cruel de lo que venía después. Pero Sasha seguía trenzando, como si cada mechón que acomodaba fuera una forma de darle sentido al caos.

─ ¿Y después? ─pregunté, girando ligeramente la cabeza para mirarla.

─ Cuando nos hicimos más grandes, lo controlaba a él. Le hacía cargar con todo lo que no quería hacer. ─contestó, soltando una risita que rápidamente se convirtió en un acceso de tos.

─ Uf, eso suena mejor que mi plan de dominación mundial ─dije mientras me tallaba los ojos, sintiendo el ardor del cansancio acumulado ─. Yo intenté manipular a pollitos para crear un ejército, pero nunca me obedecían. Y cuando lo hacían, lo hacían mal. ¡Me atacaban a mí!

Sasha rió con fuerza, aunque el precio fue evidente. Su cuerpo se sacudió con tos mientras trataba de recuperar el aliento. Yo me giré preocupada, pero ella levantó una mano, indicándome que estaba bien.

─ Eres un caso perdido, Sam. ─dijo entre jadeos, su tono burlón a pesar de todo. Pero en sus ojos había algo más: una mezcla de cansancio y tristeza que no lograba ocultar.

En ese momento, escuché un ruido en el pasillo. Me levanté de golpe, sintiendo cómo la cabeza me daba vueltas por el movimiento brusco. Me sostuve de las barras de la celda mientras trataba de enfocar.

─ ¡Glenn! ─exclamé, tosiendo al esfuerzo.

Allí estaba él, con su sonrisa característica, aunque opacada por el evidente deterioro que la enfermedad había causado en él.

─ Hola, te extrañé, Sam. ¿Cómo estás, lunática? ─preguntó mientras se acercaba a una celda vacía, su tono ligero intentando esconder lo mal que se veía.

Miré a Sasha, quien me hizo un gesto con la mano, animándome a ir con él. Dudé un segundo, pero finalmente caminé hacia Glenn, dejándome caer a su lado en una de las camas.

─ ¿No podías estar sin mí y decidiste contagiarte? ─pregunté en tono burlón, tratando de aliviar la tensión con una broma.

─ Sí, claro. Dije: "¡Wow, ¿qué haré yo sin mi persona?!" ─ironizó, antes de toser en el pañuelo que tenía en la mano. La sangre en el blanco del tejido me hizo estremecer, pero traté de no dejar que él lo notara.

─ ¿Soy tu persona? ─pregunté con una mezcla de sorpresa y diversión mientras me enderezaba para ayudarlo a sentarse.

─ Claro. ¿H-hasta lo dudas, Sammy? ─respondió, usando ese apodo que tanto me irritaba, pero que ahora no podía evitar encontrar reconfortante.

Reímos juntos, aunque cada carcajada dolía en el pecho. El dolor era insoportable, pero había algo liberador en esos pequeños momentos de alegría.

─ ¡No me digas Sammy! ─me quejé, fingiendo indignación.

Nos quedamos un rato más en la celda, pasando el tiempo de la manera más absurda posible: lanzando una pequeña pelota contra la pared y atrapándola al rebote. El sonido del impacto era lo único que rompía el silencio opresivo del pabellón.

Finalmente, me levanté, apoyándome en la pared para no perder el equilibrio.

─ Iré a ver si puedo ayudar al Doctor S. Quédate aquí. Órdenes de Doctora Lunática. ─dije con una sonrisa, tratando de mantener el tono ligero.

─ Agradece que Maggie no me dejó traer mi varita. Te tiraría un Crucio por dejarme aquí solo. ─refunfuñó, cruzándose de brazos.

─ Entonces es bueno que no tengas una. Vuelvo pronto. ─le aseguré antes de salir de la celda, sintiendo una punzada de culpa al dejarlo allí.

Sabía que debía mantenerme fuerte, pero cada paso lejos de esa celda me hacía sentir más pequeña. Aferrarme a esos momentos de humor era lo único que podía hacer para no quebrarme.





















Caminaba con cuidado por el bosque, sintiendo cómo las hojas secas crujían bajo mis pies. El aire estaba fresco, lleno del aroma a tierra húmeda y madera. En mis manos llevaba la ballesta que Daryl me había dado para practicar. Aunque ya me estaba acostumbrando a su peso, seguía poniéndome nerviosa.

─ ¡Chimuelo a las tres en punto! ─gritó tío Merle desde algún lugar, haciendo que pegara un brinco. Siempre aparecía de la nada como si fuera parte del bosque.

─ ¿Cuáles son las tres en punto?

De repente, los hermanos Dixon salieron de diferentes direcciones.

 No queremos que camines como si estuvieras en un concurso de ballet me regañó papá, cruzándose de brazos. Su tono era firme, pero había un destello de orgullo en su mirada . Pasos seguros, pero ligeros. Si haces ruido, alguien podría encontrarte en segundos.

 Por eso vamos a entrenar todos los días. Ninguna sobrina mía será mediocre dijo tío Merle, mientras colocaba unas latas en diferentes troncos. Luego, Daryl sujetó una de las latas a una cuerda, haciendo que se balanceara como un péndulo.

 Vamos, hazlo. Sabes cómo. Hemos estado practicando por semanas. Puedes hacerlo —me animó Daryl, con esa tranquilidad que siempre tenía. Su voz era firme, y aunque no lo dijera directamente, sabía que confiaba en mí.

Tragué saliva, sintiendo cómo mi corazón empezaba a latir más rápido. Me repetí en la cabeza todo lo que me habían enseñado: cómo pararme, cómo sostener la ballesta, cómo mantener la calma. "No apuntes al blanco, apunta a donde va a estar", recordé las palabras de papá.

Abrí un poco las piernas para equilibrarme mejor. La ballesta estaba lista, con la flecha en su lugar. Respiré profundo, tratando de ignorar el sudor en mis manos. Apunté hacia la primera lata, pero algo dentro de mí quiso más.

¿Por qué ir por algo fácil? Mis ojos se enfocaron en la lata que se balanceaba. Observé su movimiento, tratando de adivinar exactamente dónde estaría. Contuve la respiración, tensé mis manos y disparé.

El sonido de la flecha cortando el aire me hizo cerrar los ojos. No quería ver el resultado.

─ Wow. ─escuché a tío Merle decir con asombro.

Abrí un ojo y luego el otro. La flecha había acertado en la lata en movimiento. ¡Había dado en el blanco! La emoción explotó dentro de mí.

─ ¡Le di! ¡Le di! ─grité, saltando de alegría ─. ¡Papá, tío, lo hice!

Papá me sonrió de lado, ese gesto que siempre usaba cuando estaba orgulloso.

─ Claro que lo hiciste ─dijo mientras me despeinaba el cabello. Aunque siempre me quejaba de eso, sabía que era su forma de felicitarme ─. Te entrené bien. Sabía que podías.

─ Sigamos. Necesito que mi pequeña arma mortal esté lista para cualquier cosa. ─añadió tío Merle, con una sonrisa traviesa que no podía esconder su orgullo.





















Había encontrado un rincón en el que podía sentarme sin ser molestada, un lugar donde podía sentirme un poco más aislada de la desesperación que se respiraba en el pabellón de los infectados. A través de la puerta de cristal, podía ver a John. No estaba vigilando los pasillos como decía, sino buscándome. Su mirada se detuvo en la mía, pero no aguanté. Bajé los ojos hacia mis manos, que temblaban.

─ ¿Llamaste a Carl o a Sophia? ─me preguntó con preocupación. Su voz era suave, casi un susurro. Sabía que algo andaba mal.

No respondí de inmediato. Había buscado este rincón porque no quería mirar. No quería enfrentar el espectáculo sombrío que era el pabellón: personas muriendo, otras transformándose. Un recordatorio cruel de que nadie estaba a salvo.

Hacía solo unos minutos, una mujer había muerto. Y yo... yo había sido quien tomó el cuchillo y lo hundió en su cráneo. No quería hacerlo. Mi corazón gritaba que no debía hacerlo, pero sabía que si no lo hacía, esa mujer, que había sido madre, hermana, tal vez amiga de alguien, se convertiría en una amenaza para todos.

Todavía podía sentir la resistencia del cuchillo. Todavía podía escuchar el silencio después de que todo terminó.

─ ¿Por qué tendría que vivir en un mundo así? ─pregunté, más para mí que para John. Mi voz temblaba tanto como mis manos ─. ¿Un mundo donde tengo que matar para sobrevivir? Donde las personas que amo mueren... un mundo donde tengo que ser fuerte, pero no soy fuerte.

Mi última frase salió rota, cargada de vergüenza. Me sentía pequeña, débil, insuficiente.

─ Claro que lo eres ─me interrumpió John con firmeza. Sus ojos se suavizaron al mirar mi rostro abatido ─. Sam, eres una sobreviviente. Has llegado hasta aquí. Eres fuerte, más de lo que crees. Esta gripe no podrá contigo.

Sus palabras eran como reconfortantes, pero una parte de mí no podía aceptarlas.

─ Está matando a casi todos, John... ─susurré, sintiendo que mi voz se quebraba ─. Yo puedo ser la siguiente.

─ No lo serás. Yo no lo permitiré...

─ ¡Sam! ─La voz temblorosa de Lizzie interrumpió lo que fuera que John estaba a punto de decir. La niña se detuvo cerca de la puerta, nerviosa y al borde del llanto ─. N-no encuentro al señor Greene ni al Doctor S. La mujer de la celda seis...

Su voz se apagó, pero yo entendí lo que significaba. Era una súplica. Un llamado a la acción.

Tomé aire, aunque mi pecho parecía demasiado pesado para hacerlo.

─ Vuelve a tu celda, Lizzie. Voy en un momento. ─Intenté que mi tono sonara firme, pero la niña aún dudó antes de obedecer y salir corriendo.

Me apoyé en la pared y luego en un mueble cercano para levantarme. Sentía que las piernas apenas me sostenían. John me miraba, pero no dijo nada. Quizás entendía que no había nada que pudiera detenerme.

─ Sam... ─comenzó, pero lo interrumpí con un gesto.

Aún sigo de pie luego de todo esto, puedo aguantar un poco más, pero...

─ ¿Puedes traer Sophia y Carl en un rato? ─inquirí y él asintió.

Giré sobre mis talones, tragué saliva y me prepare para encontrar lo que fuera dentro del pabellón de infectados.





















Regresé al mismo lugar de antes, ahora con más dificultad. Por suerte, encontré al Doctor S, quien después de revisarme insistió en que debía descansar. Mis ojos ardían y mi garganta me molestaba mucho.

─ Ella también vino a darte apoyo por bluetooth. ─bromeó Sophia, sosteniendo a Judith en brazos. La bebé, apenas me vio, empezó a mover sus manitas hacia mí, como si quisiera atravesar el cristal que nos separaba.

─ ¿Cómo estás? ─preguntó Carl con preocupación, pero no pude responderle.

─ Hola, Jude ─la saludé con un movimiento débil de mi mano. Miré su carita, las mejillas rojitas y los ojos cristalinos. Parecía tan cansada... o tal vez había estado llorando ─. Sabes, pequeña, tienes gente que te ama y que siempre cuidará de ti.

─ Sí, como esa pelirroja que está detrás del cristal. ─añadió Sophia, señalando hacia mí, con una sonrisa nerviosa. Pero incluso eso lo dejé pasar.

Miré a Judith por un largo rato, intentando grabar su rostro en mi memoria. Tragué saliva antes de hablar.

─ Lo siento mucho por lo que voy a decir, bebé ─dije con la voz quebrada ─. Pero es la verdad. Lo más real que escucharás en este mundo. El mundo es una mierda... pero, aun así, te va a encantar. Habrá quienes te cuenten sobre las personas que estuvieron contigo o que te conocieron. Lori, Andrea... y yo.

─ ¡Sam! ─Carl me interrumpió, su voz cargada de angustia ─. N-no te despidas, no, no te lo permito. Prometiste que no morirías, ¡no puedes despedirte!

Sus palabras me golpearon más fuerte de lo que esperaba. Lo miré, pero fue Sophia quien habló primero.

─ Carl, las personas mueren. Tenemos que acostumbrarnos. ─Su voz tembló al repetir algo que ella misma me había dicho antes, pero no pudo sostener la mirada.

─ ¡Retiro lo que dije! ─exclamó Sophia, con lágrimas corriendo por sus mejillas ─. ¡No deberíamos acostumbrarnos! Si dejamos de sentir, si dejamos que deje de doler, entonces... entonces dejamos de ser humanos. ¡Y tú, hija de la gran... fruta! ¡No morirás! ¡No puedes hacerlo!

─ Sophia... no hay tratamiento para esto. No sabemos si lo habrá. ─mi voz era apenas un susurro mientras me frotaba los ojos, intentando calmar el ardor.

─ Daryl y Merle están buscando medicamentos. Los traerán, y te vas a curar. Hasta entonces... no mueras. ─ordenó Carl con una seriedad absoluta.

─ Trataré. ─respondí con una sonrisa débil.

─ No es gracioso.

─ Mis dolores, mis chistes.

Apreté los labios y me acerqué más al cristal, dejando que mi frente casi lo tocara. Sentía que cada palabra salía arrastrándose, como si pesaran.

─ Cada uno tiene que hacer su parte. Ustedes vayan y hagan la suya —tosí en mi mano, sintiendo el calor de la sangre, pero oculté rápidamente mi puño detrás de mí para que no lo vieran—. Yo haré mi mayor esfuerzo para no morir. Iré a ayudar a Hershell y a los niños que acaban de entrar. Pero si no lo logro...

─ No sigas ─intervino John, su voz firme pero temblorosa al mismo tiempo ─. Tú vivirás, Sam.

─ Pero si no lo hago... ─dije finalmente, luchando por mantener mi voz firme ─. Entonces ustedes vivirán por mí. Cuídense entre ustedes. No me recuerden con tristeza, recuerden que tuvieron la suerte de conocer a una niña increíble llamada Samara Dixon.

Me obligué a sonreírles, aunque por dentro sentía que me desmoronaba. Porque a pesar de todo, quería que ellos siguieran adelante, incluso si yo ya no podía hacerlo.





















Carl, John, Glenn, Maggie, Beth y algunos otros llegaron a mi celda con un pequeño cupcake.

Oh, no. Sé a dónde va esto...

Miré alrededor, buscando a Sophia. No estaba. Debe seguir durmiendo en una de las torres; anoche estuvo de guardia junto a su mamá.

─ Trece años, lunática. ─bromeó Glenn con una sonrisa, pero yo no reaccioné. Me quedé seria, mirando aquella escena.

Solo quería salir corriendo.

Carl se acercó y tomó mi mano, pero la aparté de un tirón. Todos me miraron sorprendidos, y mis ojos empezaron a llenarse de lágrimas.

No dije nada. Solo me levanté y empecé a correr lo más rápido que pude. Escuché sus voces llamándome desde atrás, algunos incluso me siguieron, pero me las arreglé para perderlos entre los pasillos de la prisión.

Entré al primer cuarto que encontré. Cerré la puerta de golpe, pero me detuve en seco al darme cuenta de que no estaba sola. Frente a mí, sentado, estaba Hershel, esperando a un paciente. Era el encargado de la enfermería.

─ ¿Estás bien? ─preguntó suavemente, mientras los gritos de mi nombre resonaban afuera.

─ No les diga que estoy aquí. ─le pedí en un susurro, corriendo a esconderme detrás de unos armarios.

Hershel se levantó justo cuando empezaron a tocar la puerta de la enfermería. Abrió con calma.

─ Papá, ¿viste a Sam? ─preguntó Beth con preocupación ─. Íbamos a cantarle feliz cumpleaños, pero salió corriendo... estaba llorando.

─ No la he visto. ─respondió Hershel con tranquilidad.

 ─ Si la ves, avísanos. ─insistió Beth antes de irse apresurada.

Cuando todo quedó en silencio, salí de mi escondite. Hershel palmeó una silla, invitándome a sentarme frente a él.

─ No voy a juzgarte, Sam ─dijo con su voz amable y firme ─. Desde ayer estás actuando diferente. Si necesitas hablar, aquí estoy. Esto queda entre nosotros, no se lo diré a nadie.

Me quedé callada un rato, secándome las lágrimas con la manga de mi suéter. Noté que aún llevaba puesta mi pijama, pero ya no importaba.

─ E-está bien ─murmuré, titubeando mientras giraba para mirarlo ─. No hablo mucho de esto. Creí que lo tenía superado... que ya no era un problema. Glenn me insistió tanto que le dijera mi cumpleaños que terminé diciéndoselo, pero nunca pensé que harían esto...

Bajé la mirada, sintiendo que las palabras quemaban al salir.

─ Un día como hoy... si no nos equivocamos de fechas... mi madre murió dándome a luz. Por eso nunca lo celebro.

Tomé aire tembloroso antes de seguir.

─ Los años anteriores, cuando estábamos en movimiento, no había tiempo para pensar en estas cosas. Pero ahora... después de lo del Gobernador, he tenido demasiado tiempo a solas con mis pensamientos.

Hershel no interrumpió, simplemente me escuchó.

─ Antes de todo esto, solía ir con mi papá y mis abuelos al cementerio para dejarle flores. Pero ahora... ni mi papá ni mis abuelos están conmigo.

Las palabras se ahogaron en mi garganta, y mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo. Hershel se inclinó un poco hacia mí, colocando una mano cálida sobre mi hombro.

─ Cariño, se que nunca podre igualar a tus abuelos, y nadie podrá igualar a tu padre, pero afuera de esta habitación hay personas que te quieren como a una hija, una gran amiga, una hermana, te quieres como a su familia...yo podría ser tú abuelo si quieres, yo ya te quiero como a una nieta.

Sus palabras atravesaron las barreras que había construido. Las lágrimas rodaron sin control, pero esta vez no me molesté en detenerlas.

─ T-te quiero como a un abuelo. ─dije entre sollozos, forzando una pequeña sonrisa.

Hershel sonrió también, con esa calidez que hacía que todo pareciera más soportable.

─ ¿Quieres venir conmigo por unas flores?

Asentí rápidamente, limpiándome las mejillas. Tal vez no podía cambiar el pasado, pero en ese momento, sentí que no estaba tan sola.





















─ Glenn, si mueres, te juro que yo misma te revivo para matarte otra vez... no, mejor te dejo vivo para torturarte todos los días de tu maldita existencia. ─lo amenacé, mi voz quebrada por el cansancio mientras lo ayudaba a sentarse.

Glenn apenas podía sostenerse; sus piernas temblaban, y el sudor caía por su rostro. Intentó pararse, testarudo como siempre, pero no logró más que tambalearse, obligándome a sostenerlo antes de que cayera al suelo.

─ Estoy bien. ─murmuró, pero su voz era una sombra débil de lo que solía ser.

─ Esa es mi mentira, Rhee. Consíguete la tuya. ─refunfuñé, aunque mi tono carecía del sarcasmo habitual.

El silencio entre nosotros era pesado, roto solo por el eco de nuestras respiraciones dificultosas. Entonces vimos a Hershell acercarse, caminando con la calma de quien lleva en sus manos algo más pesado que simples botellas: esperanza.

─ Tomen esto, les ayudará. ─dijo, extendiéndonos el brebaje como si fuera un santo sacramento.

─ Salud. ─siseamos al unísono, chocando las botellas con un sonido hueco.

El líquido quemó mi garganta, como si intentara prender fuego a todo lo podrido en mi interior. Por un momento, muy breve, sentí mis pulmones abrirse un poco, como si aquel ardor fuera un respiro de vida en medio de la asfixia.

─ Mantén esto en tu frente. ─indicó Hershell a Glenn, ofreciéndole un trapo húmedo que olía a humedad y medicina.

─ Esto apesta. ─se quejó Glenn, jadeando entre palabras. Lo observé mientras frotaba mi pecho, intentando forzar el aire a entrar, rogando por un poco más de tiempo.

─ Después de todo... nos mata un resfriado. ─dijo Hershell, dejando escapar una risa amarga.

─ No digas esas cosas, Glenn. Ni lo pienses. ─respondí con firmeza, aunque sentía que mis palabras eran una cuerda débil que intentaba sostenernos a ambos. Tragué saliva, luchando contra las lágrimas que amenazaban con derramarse ─ . Ni tú ni yo vamos a morir. Recé toda la tarde para que no muramos. No podemos abandonar a quienes nos aman y a quienes amamos. No podemos.

─ Ella tiene razón. ─intervino Hershell, su voz calmada, pero cargada de una fe que parecía imposible en un mundo tan roto ─. Cada uno tiene un trabajo que hacer. Ustedes llegaron lejos, atravesaron infiernos que muchos no habrían sobrevivido. Yo tengo fe en que saldrán adelante, ¿y ustedes?

Glenn y yo nos miramos. Sus ojos reflejaban la misma incertidumbre que los míos, pero también algo más: una chispa de lucha, pequeña pero viva.

─ Si tú no tienes fe, yo tengo suficiente para ambos. ─le dije, obligándome a sonreír a pesar del nudo en mi pecho.

─ No te preocupes, Lunática. Yo también tengo fe. ─respondió con una débil sonrisa, como si esas palabras fueran una promesa que intentaba creer.

No sabíamos si viviríamos, pero estábamos decididos a intentarlo. El mundo nos había arrancado mucho, pero aún nos aferrábamos a esa delgada cuerda que llamábamos esperanza. Aunque el futuro fuera incierto, al menos, por ahora, seguíamos respirando. Y eso, en este mundo, ya era un triunfo.















▬▬ 𝗟𝗨𝗖𝗬'𝗦 𝗦𝗣𝗔𝗖𝗘 🐝

Por cierto, tengo otras dos historias de TWD, por si quieren pasarse a leerlas. 

BUENOOO, la semana pasada estaba chillando por los 35k lecturas y los 3.7k de votos...¡Y ahora somos más de 46k de lecturas y 5.13k de votos!

¡Gracias gente!

Pregunta; ¿Ya se encariñaron con John Walsh? es una masita, se comporta como un hermano para Sam <3

Oh si, OEKDKWW no me acuerdo quien comento que no podia dejar a personajes vivos, lo busque por todos los caps el comentario, creo que lo borro, idk.

Equis, cuando cree el fic, esa era mi idea, dejar a ALGUNOS personajes vivos.

Hasta ahora deje a Merle y Sophia, y creo que esta bien 😭🤝.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Com