𝟬𝟯𝟳 | reclusion
037. ┊໒ ⸼ 𝗖𝗛𝗔𝗣𝗧𝗘𝗥 𝗧𝗛𝗜𝗥𝗧𝗬 𝗦𝗘𝗩𝗘𝗡 ──
── 𝗋𝖾𝖼𝗅𝗎𝗌𝗂𝗈𝗇 •˖* 📼 ☄️
Glenn, Sasha y yo tratábamos de mantener quieto a un hombre que luchaba desesperadamente por respirar mientras Hershel trabajaba para despejar sus vías orales. Era un caos controlado, si es que eso existe. Mi cuerpo temblaba de agotamiento, pero no podía parar, no ahora.
─ Por favor, quédese quieto ─suplicaba, sosteniendo su mano, tratando de transmitirle aunque sea una pizca de calma. Era inútil sujetarlo con fuerza; ninguno de nosotros tenía las fuerzas para eso. Esta maldita gripe nos estaba destruyendo, uno a uno. ─ Estamos tratando de ayudarlo, ¿sí?
El hombre me miró con los ojos desorbitados, llenos de miedo. Usó lo poco que le quedaba de voluntad para quedarse inmóvil por unos segundos, lo suficiente para que Hershel lograra colocar la vía del respirador. Fue un respiro de alivio en medio del infierno.
Tosí, apartándome un poco para no contagiar a nadie más, y me dejé caer al suelo, sintiendo como mi energía me abandonaba. Glenn y Sasha estaban igual de pálidos, pero seguían adelante.
─ Tomen un poco de esto ─pidió Hershel, ofreciéndonos una infusión de hierbas en pequeñas tazas.
Glenn tomó un sorbo y me pasó otra taza. Sentí el calor reconfortante entre mis manos antes de entregársela a Sasha, y luego tomé una para mí. No sabía bien, pero al menos calmaba la tos por un rato.
─ Vaya junta de consejo, ¿no? ─Hershel intentó romper la tensión con una pequeña risa.
─ Nos faltan dos miembros ─respondió Sasha, dejando la taza vacía en el suelo.
─ Creo que deberíamos establecer nuevas reglas antes de que regresen ─añadió Hershel con una sonrisa cansada ─. Por la presente declaro que los martes de espagueti sean los miércoles.
Intenté no reír, pero fue imposible. Mi risa se mezcló con una tos violenta. ─ N-no haga más chistes, que me voy a morir. Y primero necesitamos encontrar espagueti.
─ ¿Puedes encargarte? ─Hershel le pidió a Sasha, pasándole el respirador manual ─. Asegúrate de apretar cada cinco o seis segundos.
─ Si te mareas, llámame ─le dije a Sasha mientras seguía a Hershel y Glenn fuera de la celda.
El pasillo estaba en silencio, excepto por el sonido de nuestra respiración y el eco de nuestros pasos. Esa calma solo hacía que la sensación de muerte fuera más pesada.
─ ¿Cuánto más seguiremos vivos? ─pregunté de repente, rompiendo el silencio. Glenn me lanzó una mirada molesta, pero no pude contenerme ─. Pensé que mejoraría, pero sigo teniendo fiebre.
─ Seguirás viva mientras tengas la voluntad de hacerlo, Sam ─respondió Hershel con serenidad, aunque sus ojos reflejaban el cansancio de tantas noches sin dormir.
Nos detuvimos frente a una celda. Otra persona había muerto.
Glenn sacó el cuchillo de su funda con un movimiento automático, listo para hacer lo necesario. Pero Hershel levantó una mano, deteniéndolo.
─ Aquí no ─dijo con firmeza.
Salió y regresó con una camilla desgastada por el uso. Era un proceso que se había vuelto tan rutinario como trágico.
─ Ayúdenme a subirlo ─pidió Hershel.
Glenn suspiró, cansado pero resignado. ─ Está bien. Pero cuando Henry muera...
─ Glenn ─lo reprendió Hershel con una voz cansada pero firme.
─ ¿Cómo vamos a sacar su cuerpo por las escaleras, atravesar el pabellón y salir sin que nadie lo note?
─ Si eso ocurre, ambos me ayudarán.
─ ¿Y si Sam y yo morimos antes? ─bromeó Glenn, pero había un dejo de verdad en sus palabras.
─ Cállate y ayúdame ─sentenció Hershel, dejando claro que no había espacio para discusiones.
El peso del cadáver parecía un recordatorio tangible de nuestra fragilidad. Mientras lo levantábamos, mi mente divagaba, preguntándome si yo sería la próxima en esa camilla.
Entonces, una pequeña voz rompió el momento.
─ ¿Qué están haciendo? ─preguntó Lizzie desde el marco de la puerta, con los ojos grandes y curiosos.
Bajé el cuerpo de la camilla y me acerqué a ella, mientras Glenn y Hershel continuaban su camino.
─ Yo me encargo, vayan ─les dije, intentando sonar más fuerte de lo que me sentía. Alguien debía quedarse por si Sasha necesitaba ayuda.
Miré la camilla. ─ Señor Jacobson, que su alma descanse en paz.
Puse una mano en la frente de Lizzie, comprobando si tenía fiebre. Estaba mejorando, por suerte.
─ ¿Vamos? ─le pregunté, tratando de animarla.
─ ¿A dónde?
─ Todos tenemos tareas. Leer El Prisionero de Azkaban para mí y para Sasha es la tuya.
─ No lo terminaremos...
─ Claro que sí. Un poco de té mágico de Narnia y estaremos perfectas. ─Sonreí, colocándole una mano en la espalda para guiarla de regreso a las celdas.
Y aunque intentaba transmitirle calma, sabía que el peso del día aún quedaba por enfrentar.
─ Hazme un favorsote, por fis. ─pedí a través del cristal, apoyando mi cabeza contra él. Sentía como si estuviera cargando una piedra en el cuello; cada músculo me ardía, pero seguía fingiendo que podía con todo.
─ Dime. ─respondió John, inclinándose un poco para escuchar mejor, con esa expresión despreocupada que siempre tenía incluso en las peores situaciones.
─ ¿Podrías evitar que Carl viniera? ─pedí, levantando la mirada un poco. ─ Me veo del asco, me duele la cabeza, y sigo tosiendo... si me ve así, va a terminar conmigo.
John soltó una carcajada que hizo eco en el pasillo vacío. ─ ¿Él? ¿Terminar contigo? No, mujer, le costó tanto trabajo el amarre que no te deja ni aunque le paguen.
Me crucé de brazos, fingiendo indignación. ─ La verdadera razón es que no quiero que me vea en este estado. Si lo hace, nada ni nadie lo detendrá de entrar, y no pienso permitirlo.
John dejó de reírse y me miró con una mezcla de seriedad y ternura. ─ Cuidas mucho de él.
Bajé la mirada al suelo. ─ Lo quiero mucho.
Estaba a punto de darme la vuelta y retomar mi ronda cuando su voz me detuvo.
─ Sam.
─ ¿Qué pasa?
─ Rick salió con Carol a buscar suministros, pero...
Me congelé al instante. ─ ¿Rick o Carol murieron? ─pregunté perpleja, mi voz quebrándose. ─ ¿O-o los dos...?
John negó rápidamente, sus manos haciendo gestos frenéticos. ─ No, no, nada de eso. Rick regresó con alimentos, y Carl está repartiéndolos entre el grupo, pero... Carol no volvió. Y cuando Sophia le preguntó por su mamá, Rick no respondió.
Mi mente comenzó a dar vueltas, cada pensamiento un golpe seco en mi cabeza ya adolorida. ¿Por qué Carol no había vuelto? ¿Había muerto? Y si era así, ¿por qué Rick no lo dijo? Algo no encajaba, y esa incertidumbre era peor que la verdad.
─ Quiero estar con Sophia, pero... es igual o más terca que Carl. Si entra aquí, no hay forma de evitarlo.
─ Iré a buscar información. ─le aseguré, sintiéndome un poco más firme en medio del caos que era mi cuerpo. ─ Y le diré a tu novio que estabas dormida.
─ Gracias.
─ No hay de qué, rojita.
Cuando salí del área de visitas, me topé con Glenn. Estaba en peor estado que yo, y eso ya era mucho decir.
─ Aplicaste la mía, ¿eh? ─me dijo, dándome un suave zape en la cabeza. ─ Robándote mis métodos, pequeña ladrona.
─ Tú no querías que Maggie te viera así, y yo no quiero que Carl me vea así. Estamos en las mismas.
─ Incluso en enfermedad, ¿ves el nivel de nuestra relación hermano-hermana? ─preguntó, mientras nos encaminábamos a nuestras celdas.
Ya que Hershell nos había castigado, y dijo que si no dormimos, nos pondrá una pastillita en el té de Narnia.
─ ¿Por qué todo el grupo me ve como familia? ─pregunté, más como un pensamiento en voz alta.
Glenn sonrió, aunque se notaba el cansancio en su rostro. ─ Porque eres fácil de querer, Sammy. Entras rápido en el corazón de la gente. Estoy seguro de que si el Gobernador hablara contigo, ahora mismo serías su hija o algo así.
─ Estás delirando, Glenny. ─rodé los ojos y me dejé caer en mi cama. La cobija parecía un castigo; hacía demasiado calor para soportarla.
Todo mi cuerpo ardía, como si tuviera fuego en las venas.
─ Mejor duerme, Sammy. ─dijo Glenn, su voz suave pero firme.
Iba a refutar, a decir algo más, pero mis ojos decidieron cerrarse por sí solos. Tal vez continuaría cuando despertara... si es que recordaba por qué quería pelear con Glenn.
Aunque, en el fondo, había una posibilidad de que no despertara nunca más.
Me levanté de golpe al escuchar las fuertes toses que resonaban desde afuera de mi celda.
Mis piernas estaban débiles, y tuve que sostenerme de los bordes de la litera mientras trataba de orientarme. El sonido era insoportable, como un eco de sufrimiento que se filtraba por los pasillos oscuros.
Cuando finalmente logré salir, me encontré con una escena que me revolvió el estómago. Un hombre estaba de rodillas en el suelo, tosiendo con tal fuerza que parecía que su propio cuerpo iba a romperse. Su rostro estaba desencajado, y sus manos temblaban mientras intentaba contener la sangre que manaba de su boca.
Vi cómo tosía una última vez, un espasmo violento que lo dejó inmóvil antes de desplomarse.
Hershel, siempre rápido y práctico, se arrodilló junto a él. Colocó dos dedos sobre su cuello, buscando un pulso que yo sabía que no iba a encontrar. Cuando levantó la mirada y me encontró con los ojos, lo supe: el hombre había muerto.
El cuchillo en la mano de Hershel brilló bajo la tenue luz del pasillo.
─ Todos, vuelvan a sus celdas. ─ordenó con firmeza.
Sin hacer preguntas, Sasha y yo nos apresuramos a buscar una camilla. A pesar de que ambas estábamos visiblemente agotadas, logramos cargar al hombre y colocarlo sobre ella. Hershel lo empujó hacia el área de cuarentena, lejos de las miradas aterradas que comenzaban a asomarse desde las celdas.
A medio camino, noté que Sasha tambaleaba. Su rostro estaba pálido, y sus manos se aferraban a la pared como si fuera lo único que la mantenía en pie.
─ Vayan a descansar, ambas. ─dijo Hershel, en un tono que no dejaba lugar a protestas, antes de alejarse con la camilla.
Me acerqué a Sasha tan rápido como mi cuerpo agotado me lo permitió. ─ ¿Puedes llegar a tu celda? ─le pregunté, con una mano lista para sostenerla si era necesario.
Ella asintió lentamente, aunque sus piernas apenas parecían sostenerla. Vi cómo daba un paso tras otro, apoyándose en las paredes, hasta que desapareció detrás de la puerta de su celda.
Yo también me sentía como si estuviera a punto de desplomarme. Cada paso de regreso a mi celda era un esfuerzo monumental, y mis piernas temblaban bajo mi propio peso. Cuando finalmente llegué, me dejé caer sobre el colchón, sin fuerzas ni para cubrirme con la cobija.
Solo quería cerrar los ojos. El cansancio me envolvía como una niebla espesa, y en el fondo, solo tenía una esperanza: que mañana fuera menos cruel que hoy.
¡Sam! ¡Solo te dieron una tarea! ¡Eres pésima aprendiz de médico!
Me gritaba a mí misma mientras hacía compresiones en el pecho del hombre. De un momento a otro, dejó de respirar.
Tal vez lo hice mal... No quiero perder otra vida.
─ No, no, no. No muera, por favor. ─pedí mientras yo también tosía ante el esfuerzo que hacía.
Vi a Glenn llegar tambaleándose a mi lado.
─ S-Sam... él ya se... y-ya se... ─el coreano no terminó de formular palabra, cuando de pronto, empezó a toser fuertemente, sujetándose de la pared y cayendo al suelo mientras vomitaba sangre y se ahogaba con ella.
─ ¡Glenn! ─chillé, tirándome al suelo a su lado. Lo giré, para que así no se ahogara─. No, tú no puedes morir. Me rehúso. ¡Hershel! ¡Hershel! ¡Glenn necesita ayuda! Yo...
Empecé a toser. Me sentía débil, mi cuerpo ardía y mis piernas eran como de gelatina, pero yo tenía que ser fuerte. Debo salvarlo a él. Debo ser fuerte para los demás, no puedo quedarme en el suelo.
Debo levantarme.
─ ¡Lizzie! ─llamé cuando esta llegó a mi lado.
Ella se acercó a mí y me ayudó a levantarme.
─ Cuida a Glenn, t-tengo que buscar a Hershel. ─informé, y ella, muy asustada, solo asintió.
Salí de la celda como pude, apoyándome en todo lo que encontraba. Y el escenario era mucho peor que el de adentro. Quedé congelada en mi sitio, viendo cómo un caminante se comía a un hombre. Cómo otra de las mujeres del pabellón... ella sufría el mismo destino. Además, Hershel luchaba con otro caminante.
Saqué mi cuchillo como pude, me apoyé en las rejas y maté a un caminante que atacaba a una mujer. No había nada que hacer por ella; ya la habían mordido.
Vi cómo ella fue como pudo a su celda, y ahí se encerró.
─ No quiero dañar a nadie. ─me dijo con los ojos lagrimeantes.
Los gritos de Lizzie me hicieron querer correr a ayudarla, pero caí al suelo en mi intento fallido.
Hershel la salvó, afortunadamente. No me lo habría perdonado si, por mis tontas piernas de gelatina, no hubiera llegado a tiempo.
En eso, vi que otro niño también había salido de su celda.
No iba a dejar que murieran. Ahora mismo, mucha gente se había convertido; todo se había salido de control.
No dejaré que nadie más muera.
Subí como pude las escaleras, tomando los brazos de Luke y Lizzie, ambos muy asustados. Los arrastré por el pasillo y nos encerramos en una celda.
─ Creo que escuchan. ─habló Lizzie, mientras yo comprobaba mi propio pulso. Solo quería asegurarme de estar viva.
¿Esperen... Lizzie dijo que...?
─ Y-yo, yo evité que Henry mordiera a Glenn, lo atraje fuera de su celda... c-creo que me oyó... me siguió.
─ L-Lizzie... ellos no... ─pero me detuve.
Yo no pude matar a un caminante hasta que estuve a punto de morir. Yo seguía creyendo que eran personas. Yo era Lizzie en mi momento, pero ahora no puedo discutir con ella; no tengo fuerzas. Así que solo dije:
─ Lo comprenderás, sé que es duro, pero no son más personas...
Escuché cómo una bala de escopeta sonó fuera de la celda. Me sujeté de las rejas, viendo cómo Hershel luchaba con un caminante.
─ Q-quédense aquí.
Salí, pero vi a Maggie llegar y ayudar a su padre. Una vez lo hizo, llegó hasta mí.
─ G-Glenn está al final... de l-las... ─caí al suelo, mis piernas eran como de gelatina, mi cabeza ardía, mis pulmones igual.
Esto era como tener asma multiplicado por mil. Duele mucho.
─ Estarás bien. ─aseguró Maggie, alzándome en brazos y llevándome a la celda donde también estaba Glenn. Me dejó en la cama y luego se tiró al piso a ayudar al coreano para que este no se ahogara con su propia sangre.
Hershel apareció mientras Glenn jadeaba.
─ Mantén sus brazos abajo. ─le pidió su padre a Maggie, pero ella no podía hacerlo. Glenn se retorcía de dolor.
Yo aún resisto, aún tengo fuerzas para ayudar.
Bajé de la cama, sosteniendo uno de sus brazos con mis dos manos.
─ V-vamos... G-Glenn, quédate con nosotros, tú sabes... cómo hacerlo. Resiste. ─pedí entre lágrimas.
Despejamos las vías respiratorias del coreano.
─ Vas a estar bien. ─aseguró Maggie, acariciando la mejilla de su novio.
─ Sam, eres una gran niña ─dijo Hershel, mientras Maggie me acariciaba el cabello─, ayudaste a todo el mundo estos días. Ahora deja que te ayudemos a ti.
Yo asentí, volviéndome a acostar en la cama.
Me siento cansada. Todo duele, todo da vueltas. Pero si tengo que ayudar a alguien... no me importa sacrificar mi vida y mis fuerzas para hacerlo.
─ Nos contaron que te luciste en tú primer turno de 48 horas como interna ─señalo tío Merle con gracia apenas desperté ─, ¿eres una especie de Meredith Gay?
─ Grey. ─corregí, sentándome en la cama, apoyando mis codos en esta.
─ ¡¿Donde está la medicina?! ─grito mi tío ─ ¡Yo la traigo y no se la dan a mi sobrina! ¡Qué mal servicio!
Papá ignoro a su hermano el exagerado, y me dio un medio abrazo.
─ Estarás bien, si el chino está mejorando, tú también. ─me seguro, mientras veíamos a Bob entrar a mi celda.
─ Todos hablan de la maravillosa superhéroe... ─alagó Bob, acercando la jeringa a mi brazo.
─ Hey ─detuve ─. Conozco los trucos de doctores, inyecta de una vez, no me distraigas para hacerlo.
─ No la podemos engañar. ─refunfuño Bob, inyectándome el té de Narnia, pero ahora en su nueva presentación, inyectable.
Sentí un piquete en mi brazo, y luego el liquido entrar.
─ Ahora solo tiene que descansa...
─ ¿Y mi paleta? ─pregunte ─. En mis tiempos daban paletas a los niños que no lloraban cuando los inyectaban.
─ Tendrás tus paletas, Wanda. ─prometió tío Merle, mientras Bob sonriente se iba.
─ ¿Puedo...?
Ni siquiera termine de formular palabra, cuando ambos me dieron un rotundo:
─ No.
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