17៹ ،، A THREAD IN THE FOG
Desde su conversación con Bella, las cosas no habían cambiado. Bella no había sido útil. Su depresión era un muro impenetrable, y hablar con ella había sido como intentar arrancar información de una sombra o una muñeca sin movilidad.
Estoy otra vez en cero, pensó Avy mientras se dejaba caer en el sillón favorito de Esme, abrazándose las rodillas.
La frustración quemaba en su pecho. La promesa de su cuñada, las palabras sobre una vampira que podría cambiarlo todo, se sentían cada vez más como un espejismo. No podía permitirse fallar; no cuando su vida, la de Liam, e incluso la de quienes la rodeaban pendían de un hilo tan delgado como una telaraña. Pero cuanto más trataba de buscar respuestas, más perdía el rumbo.
El atardecer comenzaba a teñir el cielo de colores cálidos, y las sombras se alargaban en el interior de la casa. Avy cerró los ojos por un momento, buscando algo de claridad. Si no puedo contar con Bella... ¿a quién más puedo acudir?
Su mente rebuscó entre las opciones, y por un momento se detuvo en la figura de Jacob. Recordó su conexión con los Quileute y la sabiduría que se había transmitido en esa comunidad a lo largo de generaciones. Claro, pensó. Los Quileute tenían sus propias leyendas, y aunque muchas estaban relacionadas con los lobos, había una posibilidad de que supieran algo más.
Fue entonces cuando un recuerdo fragmentado de una conversación con Jacob la golpeó como un rayo. Él había mencionado a una anciana de la manada, una figura enigmática que era algo así como la guardiana de la memoria del clan. Avy no recordaba su nombre, pero sabía que la describían como alguien que podía "ver más allá de los ojos humanos".
Narah Clearwater.
Según las historias que Jacob había contado una vez, Narah Clearwater había nacido en 1892. Era la mujer más anciana de la comunidad Quileute y, probablemente, de todo Forks. Los rumores decían que había sido testigo del primer despertar de los lobos en tiempos modernos y que su conexión con la manada iba más allá de lo físico. Aunque no se había transformado como los hombres de su clan, Narah poseía una visión que muchos calificaban de mística.
A lo largo de los años, se decía que había predicho nacimientos, muertes, e incluso el regreso de los vampiros a Forks. Su nombre era sinónimo de respeto, pero también de temor. Algunos decían que sus ojos podían ver dentro del alma de una persona, desnudando sus secretos más oscuros. Otros aseguraban que las visiones que tenía venían con un precio: una advertencia, una carga que el destinatario debía cargar hasta el final de sus días.
Avy no podía ignorar esos rumores. Si alguien podía ayudarla a encontrar a la vampira que Aro buscaba, esa persona era Narah. Avy se levantó del sillón con un propósito renovado. Sacó su teléfono y marcó el número de Jacob, el pulso acelerado mientras esperaba que respondiera. Después de un par de tonos, escuchó su voz, cálida pero alerta.
—¿Avy? ¿Está todo bien?
Ella exhaló con fuerza, aliviada de que contestara.
—Jacob, necesito que me hagas un favor.
Hubo un breve silencio antes de que él respondiera.
—Dime, haré lo que necesites.
—Quiero ver a Narah Clearwater.
La línea quedó en silencio por unos segundos, lo suficiente para que Avy pensara que Jacob iba a negarse. Pero luego lo escuchó soltar un suspiro pesado.
—¿Sabes lo que estás pidiendo?
—Lo sé, pero dijiste que lo que sea —respondió con firmeza—. Pero no tengo otra opción. Si ella puede ayudarme a encontrar lo que busco, no me importa lo que cueste.
—No es tan simple, Avy. Narah no es como los demás. No le gusta que la busquen sin un buen motivo. Y no siempre te da las respuestas que quieres escuchar.
—No busco respuestas fáciles —dijo Avy, su tono determinado—. Solo necesito una pista, algo que me saque de este atolladero.
Jacob guardó silencio de nuevo, pero finalmente habló.
—Está bien. Te llevaré con Billy. Él puede ayudarte a prepararte para hablar con ella.
Avy sintió una punzada de alivio, aunque sabía que el camino apenas comenzaba.
—Gracias, JJ.
—No me agradezcas todavía —respondió él—. Te recogeré en una hora. Prepárate.
El tiempo pasó volando. Avy apenas tuvo tiempo de cambiarse y preparar lo necesario antes de que Jacob llegara a la casa de los Cullen. Cuando lo vio estacionar frente a la entrada, su corazón latía con fuerza.
Subió al auto, y durante el trayecto, Jacob apenas habló. Su expresión era seria, como si supiera que lo que estaban a punto de hacer no era algo que pudiera tomarse a la ligera.
—¿Por qué Narah? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Avy se tomó un momento antes de responder.
—Porque es la única opción que tengo. Si hay alguien que pueda ayudarme a entender lo que está pasando, es ella.
Jacob asintió lentamente, aunque su mirada seguía fija en la carretera.
—Espero que estés preparada para lo que sea que te diga. Narah no endulza las cosas. Si no le gusta lo que ve en ti, no dudará en decírtelo.
Avy no respondió. En el fondo, ya lo sabía. Pero la desesperación era un poderoso motor, y estaba dispuesta a arriesgarlo todo por una posibilidad, por mínima que fuera, de salvar a su familia y liberarse de la amenaza de los Volturi.
Cuando llegaron a la casa de Billy, el aire frío de la noche le golpeó el rostro, haciéndola sentir más despierta. Billy los recibió con una expresión de leve curiosidad, pero no preguntó nada. Simplemente les indicó que pasaran.
Jacob habló brevemente con su padre en un rincón, mientras Avy se quedaba cerca de la puerta, observando el interior de la casa. Había fotos antiguas en las paredes, y un extraño aroma a madera quemada impregnaba el ambiente.
Finalmente, Billy se giró hacia ella.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto?
Avy asintió sin dudar.
—Sí.
Billy la observó detenidamente antes de asentir.
—Bien. Entonces prepárate. Ver a Narah no es algo que se tome a la ligera.
El tono de su voz era grave, y Avy no pudo evitar sentir un escalofrío recorriéndole la espalda. Pero no retrocedió.
Estaba lista. O al menos, eso quería creer.
Billy no dijo más, pero la forma en que sus ojos se entrecerraron dejó claro que no estaba completamente de acuerdo con la decisión. Dio instrucciones rápidas a Jacob para que los llevara a un lugar específico: un claro al norte de La Push, donde Narah solía recibir a quienes la buscaban.
El trayecto en el auto se volvió más silencioso que antes. Jacob parecía pensativo, y aunque Avy intentó leer su expresión, no encontró nada que revelara lo que él estaba sintiendo. El sonido de los neumáticos sobre el camino de grava era el único ruido que los acompañaba.
—Narah es... difícil —dijo Jacob finalmente, rompiendo el silencio. Sus ojos seguían fijos en el camino, pero su tono era más suave que antes—. Cuando hablas con ella, sientes que todo lo que crees saber se pone en duda.
—No importa. Estoy dispuesta a lo que sea —respondió Avy, aunque su voz temblaba ligeramente.
Jacob giró su rostro hacia ella por un instante, su mirada cargada de algo que no logró identificar.
—Sólo... no dejes que te afecte demasiado. Ella ve cosas, sí, pero no todas están escritas en piedra. A veces, el futuro cambia dependiendo de las decisiones que tomes.
Avy asintió, absorbiendo esas palabras como un mantra. Jacob no habló más, y pronto se sumieron de nuevo en el silencio. Cuando llegaron al lugar, la noche ya había caído por completo, y el claro estaba envuelto en una atmósfera inquietante. Los árboles se alzaban como guardianes oscuros, sus ramas formando sombras que parecían moverse con vida propia bajo la luz de la luna.
Jacob apagó el motor del auto y salió sin decir una palabra, caminando hacia un sendero apenas visible entre los árboles. Avy lo siguió, sus pasos ligeros sobre la tierra húmeda. A medida que avanzaban, el aire se volvía más pesado, como si el bosque estuviera conteniendo la respiración.
Finalmente, llegaron a una pequeña cabaña de madera. Era vieja, con la pintura descascarada y el techo cubierto de musgo. Una tenue luz amarilla parpadeaba en el interior, visible a través de una ventana estrecha. Jacob se detuvo frente a la puerta y se giró hacia Avy.
—Ella sabe que estamos aquí. Entra tú sola.
Avy tragó saliva, pero asintió. No estaba segura de por qué, pero sentía que era lo correcto. Jacob no la detuvo, aunque su expresión dejaba entrever preocupación.
Abrió la puerta lentamente, y el aroma a hierbas y humo la envolvió de inmediato. En el centro de la habitación, una mujer mayor estaba sentada en un sillón de madera, sus manos arrugadas descansando sobre un bastón tallado.
Narah Clearwater no necesitó presentarse. Su presencia era imponente, aunque su cuerpo parecía frágil como una hoja seca. Sus ojos, de un gris inquietante, se fijaron en Avy con una intensidad que la hizo sentir desnuda.
—Has venido con preguntas —dijo Narah, su voz rasposa pero firme.
Avy asintió, incapaz de hablar de inmediato. La anciana hizo un gesto con la mano, indicándole que se acercara.
—Siéntate, niña. Aquí no hay espacio para las dudas.
Avy obedeció, sentándose frente a ella en un taburete pequeño. El silencio entre ellas era pesado, como si el tiempo hubiera decidido detenerse.
—Sé lo que buscas —dijo Narah finalmente—. Pero antes de ayudarte, necesito saber algo. ¿Estás dispuesta a sacrificar lo que amas para proteger lo que te importa?
La pregunta la golpeó como un puñetazo. ¿Qué amas realmente, Avy? El rostro de Jacob cruzó su mente de inmediato, seguido por la imagen de Liam, su hermano. Y, finalmente, Carlisle. Cada uno de ellos era una pieza importante en su vida, y no podía imaginar un mundo en el que tuviera que perderlos.
—Estoy dispuesta a hacer lo que sea necesario —respondió con firmeza, aunque su voz apenas era un susurro.
Narah la observó por un largo momento antes de asentir lentamente.
—Muy bien. Escucha con atención.
La anciana cerró los ojos por un instante, como si estuviera conectándose con algo más allá de la habitación. Cuando volvió a abrirlos, su mirada era más intensa que nunca.
—La vampira que buscas no es como las demás, podrás saber mas de ella si buscas en los escritos de la mujer que vio nacer a tu tatara abuelo. Ella no sólo puede restaurar el orden natural; es la clave para romper el ciclo de poder que Aro ha mantenido por siglos. Pero encontrarla no será fácil. Está escondida, protegida por una barrera que sólo puede romperse con un sacrificio.
Avy frunció el ceño, su mente trabajando rápidamente para procesar esa información.
—¿Qué tipo de sacrificio? —preguntó, su voz más audaz ahora.
Narah no respondió de inmediato. En cambio, se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en los de Avy.
—Eso es algo que descubrirás cuando llegue el momento. Pero te advierto: no confíes ciegamente en aquellos que dicen estar de tu lado. Incluso los más cercanos a ti tienen secretos, y no todos te llevarán a la verdad.
El corazón de Avy se encogió. Sabía que esas palabras eran una advertencia, pero también encendieron una chispa de duda. ¿Estaba hablando de su cuñada? ¿De Jacob? ¿De Carlisle?
Antes de que pudiera hacer más preguntas, Narah se recostó en su silla, su energía aparentemente drenada.
—Ya he dicho lo suficiente. El resto depende de ti.
Avy entendió que la conversación había terminado. Se levantó lentamente y murmuró un agradecimiento antes de salir de la cabaña. Cuando salió al claro, Jacob estaba esperándola junto al auto. La miró con curiosidad, pero no preguntó nada. Ella subió al vehículo en silencio, su mente enredada en las palabras de Narah.
Durante el trayecto de regreso, Avy comenzó a construir un plan. Si lo que Narah había dicho era cierto, necesitaba ser más cautelosa, más estratégica. Ya no podía permitirse confiar en nadie completamente, pero también sabía que no podía hacer esto sola.
Su primera tarea sería investigar más sobre esta vampira misteriosa, pero para eso necesitaba recursos. Y el único lugar donde podía comenzar era en los archivos de los Cullen, escondidos en su desolada mansión, y los de su abuelo, ocupaba saber mas allá de las generaciones que tenía detrás.
Con un nuevo propósito brillando en su mente, Avy supo que este era solo el inicio de un camino mucho más oscuro y complicado. Pero también estaba más decidida que nunca a enfrentarlo. Las palabras de la ansiana iban sonando con cada paso que daba dentro de la casa Cullen, ni siquiera la dejaba su mente sentir el frío que entraba a Forks o la herida que le había hecho una rama del arbol al frente de la pequeña cabaña de la vieja. Esta vez no pensaba ni siquiera en su hermano para que la acompañara, su mente estaba tan perdida que si miraba a alguien pasar a su lado iba a explotar en un arranque de ira o estrés.
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