Truyen2U.Net quay lại rồi đây! Các bạn truy cập Truyen2U.Com. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

15



En aquella circunstancial fragancia de muerte, en aquel insoportable enfrascamiento de la existencia, alguien, en alguna parte, escribía con un estilete que únicamente servía para plasmar misterios entre algunas llamas de vida que poco a poco se apagaban.

Pascal Praguere, por su parte, observaba embelesado la destrucción que su pequeño pero efectivo ejército acababa de provocar. Los sentidos de su alma se encaminaban por una ruta que conducía a un malsano y perverso frenesí. Toda la impalpable transparencia del vacío lo rodeaba, así como una trama incierta de colores y sabores de muerte que para él eran deliciosos, que para él eran sin duda alguna exquisitos. Era una gran lástima que Alessandro Vanstrien y la melodiosa música de su arpa no se encontrasen en aquel lugar en aquellos momentos. Pero precisamente a causa de que aquel hombre no se encontraba allí, era que el señor Pascal Praguere había ido hasta aquella casa de campo para atacar sin previo aviso a la temida y mortífera organización de la Estrella del Borde Azul. Si su viejo amigo y compañero de música estuviera allí, bajo un gran cúmulo de oscuras y lluviosas nubes desentendidas de la vida y de aquel enfrentamiento, las cosas serían muy distintas. No sería nada fácil librar una batalla con los integrantes de aquella organización. No por nada, a pesar de que sean pocos quienes saben aquello, fue el mismo Alessandro Vanstrien quien lo dejó a Pascal Praguere en una silla de ruedas años atrás.

Tras el primer ataque, el señor Praguere les ordenó a sus hombres entrar a aquella enorme casa de campo de la que se decía que tenía más de sesenta habitaciones y asesinar sin piedad a todo el que se encontrasen allí.

La verdadera danza de la muerte estaba a punto de empezar.

La bella Scarlet corría en dirección a donde se suponía se encontraba la pequeña Iris. Aquella mortífera chica corría llena de bríos y determinación. Ella corría mientras la realidad se combaba hacia algún insospechado ángulo de la existencia o mientras esta permanecía, en su defecto, semienterrada en un misterioso campo de muerte. Era realmente enorme la anatomía sinuosa de lo lúgubre, del mismo modo como era realmente enorme la cantidad de maniquís de color azul que se interponían en su camino con ansias inequívocas de querer matarla. Afuera de aquella casa, los tranquilos devaneos de las ramas de los árboles permanecían indiferentes a la marea de muerte y desolación que se desataba en aquella casa de campo. Pronto, a los maniquís asesinos, se fueron sumando en el camino de Scarlet otros peligros, como el de las vigas y los techos de aquella enorme casa que de súbito se caían, o los hombres de Pascal Praguere que intentaban matarla a ella. Pronto, la lucha mortal se triangularizó entre aquellos objetos de color azul aguamarina que tantas veces hemos mencionado y que parecían salidos del infierno, los integrantes de la Estrella que aún se hallaban en pie de lucha y los temibles asesinos que Pascal de Praguere había enviado armados hasta los dientes. Asesinos entre los cuales se encontraban dos sujetos vestidos con formales y costosos trajes de color verde que se estaban divirtiendo a sus anchas amputando miembros de todo aquello que se moviera con pretensiones de hacerles frente. La muerte rondaba por todas partes. Unos diez sujetos del ejército de Praguere rodearon a la bella y letal Scarlet. Ella gritó. Sus ojos ardían en furia. Su alma se las arreglaba para serpentear las que se supone son las tétricas e inexpugnables colinas del destino. Ella no dejó vivo a ninguno de aquellos hombres ni siquiera a los que le rogaron que les perdonara la vida. Pero luego de aquellos tipos vinieron más maniquís de infernal aura de muerte. Ella los enfrentó. Ella lo enfrentó todo. Ella enfrentó el universo entero en aquel lugar. Y así, luego de correr lo suficiente, ella se encontró de un instante a otro frente a la puerta del cuarto brindado en el que permanecía la pequeña Iris. Por fortuna aquella mortífera y letal chica que siempre cargaba una espada consigo conocía la clave de cuatro dígitos para abrir dicha puerta. Por fortuna ella se encontraba allí, pues a pesar de que era un cuarto brindado, los hombres de Praguere se podían dar maña para acceder a él tarde que temprano. Mientras ella marcaba la clave, alguien, en un cuarto oscuro, recibía golpes. Otro individuo distinto contaba cada golpe. Quinientos dieciséis, quinientos diecisiete, quinientos dieciocho, quinientos diecinueve. De repente, mientras era brutalmente golpeado, Marcel Larkin comenzó a reír. Quinientos veinte. Quinientos veintiuno. Marcel reía. Escupía sangre a ratos y volvía y reía. "¿Qué te hace tanta gracia?". "Sencillo, sé quién eres. Conozco tu nombre. Desde que desperté aquí, en este lúgubre cuarto lo sé". "Y, según tú, ¿quién soy?". Luego de abrir la puerta de aquel cuarto brindado Scarlet entró en él. Allí se encontraba la pequeña Iris, recostada en un suelo en el cual había una enrome estrella de cinco puntadas dibujada.

—Iris, he venido por ti.

Cuando Iris escuchó la voz de su queridísima amiga Scarlet, una de las pocas personas con la aquella niña capaz de vaticinar el futuro a veces habla, se levantó de inmediato, corrió hacia donde se encontraba la chica de la espada y la abrazó con gran alegría.

—Algo pasa, Scarlet. Oigo explosiones.

—No te preocupes chiquita. Te sacaré de aquí. Confía en mí.

Scarlet se dio cuenta que la niña no soltaba una hoja de papel que llevaba en una de sus manos. Le pidió entonces que se la diera. La niña hizo caso, se la dio y Scarlet se percató que se trataba de una nota. Era bastante larga, de modo que no la leyó. Sin embargo, de haberlo hecho hubiese encontrado escrito algo bastante extraño y curioso. Hubiera encontrado escrito lo siguiente:

Tú, la persona que en este momento se sumerge en estas letras, en esta novela con un título a decir verdad algo extenso y que parecería hacer alusión a una historia de tintes románticos, te has preguntado alguna vez, quién sabe, quizás durante alguna noche de reflexión, cuál es el más firme asidero que tienes con la realidad. En concreto, no sabemos si alguna vez hayas decidido analizar dicha cuestión de tan hondas profundidades. No obstante, te diremos, así, sin más prologas, que dicho asidero no puede ser otro más que el miedo. O no sabemos con exactitud tú qué opines, pero si lo piensas con detenimiento te encontrarás con que a veces el sentido de la realidad no es sino una deducción mental, de matices simples o complejos, que surge en un momento determinado para quitarte cualquier clase de temor o cualquier clase de incertidumbre que exceda la intensidad de lo habitual. El sentido de la realidad funciona, por tanto, como el faro mismo de tu vida. Ilumina muchas veces aquello que le conviene. Sin embargo, el miedo, aunque anulado en su superficie, siempre está allí, agazapado, presente oculto a la vista, a tu vista, a la vista de todos. Es la otra cara de la moneda, la otra cara de ese pilar de la lógica que llamamos razón.

Por ejemplo, si lo deseas, haz el siguiente ejercicio: dirígete a la ventana que tengas más cercana, una ventana que dé directamente al exterior del lugar en el cual estés, si estás en algún sitio abierto, simplemente detalla con tu vista, y fíjate en la primera persona que veas que no conozcas con anterioridad. Una vez hecho aquello, si lo deseas, puedes escribir un párrafo sobre algo que le sucederá a dicha persona al día siguiente. ¿Qué probabilidades hay de que dicho párrafo se haga realidad? Quién sabe. Lo único cierto es que, a pesar de que no sea del todo correcto hablar de dimensiones o de otros universos, el reino de la significación, es decir, aquel reino que ha sido cuidadosamente tejido con la fuerza de la palabra, es un universo en sí mismo poderoso. En ese sentido, ¿qué probabilidades hay de que ocurra que alguien escriba sobre hechos que te sucederán a ti? Quién sabe. Lo único cierto es que tu sentido de la realidad te dice que dicha probabilidad es muy poca, es escasa. Más adelante profundizaremos en estos puntos. Por ahora debes saber que algunas reglas del juego han cambiado. Por un parte, las pistas que hablan sobre un asesinato, ya no aparecerán en las partes de esta novela en las cuales haya sangre. En lugar de ello aparecerán en las partes en las cuales se mencione la palabra "tenedor" o la palabra "servilleta". Por otra parte, dichas pistas ya no se encontrarán entre paréntesis o en cursivas. Ya no serán tan claras. Recuerda que si decides observar a través de una ventana, que detrás de ella se encuentra todo un universo. Si algún día las constelaciones de dicho universo cambian, no debes fiarte de dicha ventana.

Entre la densa neblina de un horror inminente, en aquel lugar la oscuridad bailaba de forma fervorosa con la muerte, con todos los deseos de ruindad de este mundo. Un sueño dantesco, por su parte, convivía allí con el lado insoportable de la existencia. Todo era tinieblas e incertidumbre. Todo a excepción de los ojos encendidos de aquel joven de cabello largo que reía.

—Vuelvo y te preguntó: según tú, ¿quién soy yo?

—Muy sencillo, mi amigo secuestrador que desea matarme, tú eres Dumet Saúl Portela.

Aquel sujeto con un delantal de carnicero y una máscara de sadomasoquismo, se dio la vuelta y se dirigió hacia la mesa que tenía cerca. Una vez allí tomó el machete que se hallaba sobre la misma.

—Creo que voy a saltarme la parte de los mil golpes —dijo él—, y la parte en la cual pretendía romperle los dedos con unos alicates. Y en lugar de ello voy a entrar directamente a la parte de la muerte.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Com