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"Unos pinceles de palabras, de letras abismadas, de invenciones literarias, unos pinceles cuya suavidad fue inventada cierta vez por los sueños más fugaces, bien pueden pintar los anhelos más empíreos, suaves, deseosos y colmados de eternidad. Ello, cada que la realidad no sea otra cosa más que trozos de superficie sobre abismos interminables de magia y pensamiento", dijo una voz misteriosa en una dimensión del existir que carecía totalmente de toda forma definida, una dimensión que se hallaba detrás de la hermética puerta que Hyuss le había señalado a Dumet Portela. "Hasta donde sé, esos pinceles de palabras también podrían pintar el horror y hacerlo eterno. Ya sabes lo que dicen, que la eternidad carece de momentos precisos para cerrar las heridas. Aunque, por fortuna, también dicen por ahí que un fugaz momento de pasión, en cambio, bien puede llegar a reparar todo el líquido andamiaje de un alma que poco a poco se desmorona", comentó entonces Dumet a modo de respuesta. "Ya sabes quién soy, ¿verdad?". "Para ser sincero desconozco aún tu verdadera identidad. Lo único que sé es que me has inventado". "Apócrifo es el viento, ¿sabes?, allí, donde los límites no dejan besar ni dejan imaginar a cabalidad la esencia de los besos. Apócrifo puedo ser yo, que soy quien escribe, pero no quien te lee y te imagina. De esa forma bien se podría decir que no eres propiamente mi invención. Pero volviendo al asunto de mi identidad, me imagino que quieres saber mi nombre". "Poco me dice ese dato sobre una persona. Mejor cuéntame algo sobre ti, alguna característica, cualquier cosa, quizás ello luego me ayude a comprender". "Me gusta escribir". "Supongo que sí, me has inventado a mí y has inventado toda esta historia que se desenvuelve a mi alrededor". "Verás, mi buen amigo, mi nombre es Miguel Ángel Guerrero Ramos, y siempre he creído que los sueños son sumamente frágiles pero que el corazón que los sostiene puede llegar a ser bastante fuerte". "Descríbete". "No sabría qué decir...pero haré el intento. Soy algo obsesionado por el orden, me gusta escribir solo por pasatiempo, soy algo tímido con las chicas, me gusta leer hasta las tantas y pensar que el universo es demasiado grande para nuestra mente. También me gusta pensar que todo lo que se halle muy por encima o muy por debajo en un esquema determinado de jerarquía social es por una deformación de la realidad que sirve a ciertos intereses de poder. No sé si esos datos te sirvan para comprender así sea un poco al ser que ha inventado tu destino". "Sí, créeme que sí me sirve. Según veo eres un muchacho común y corriente, y eso es genial. Otra pregunta, por qué decidiste aparecer en tu propia novela. ¿Qué ganas al hablar con uno de tus personajes?". "Digamos que todo esto hace parte de un experimento literario". "¿Crees que alguien también está escribiendo tu vida?". "Francamente ello no lo había pensado".

Scarlet se abalanzó sobre Jezabel quien en un rápido y efectivo movimiento la despojó de su espada la cual salió a volar bastante lejos. Luego de ello vinieron los golpes. Una desproporcionada y brutal marea de ellos en la cual la mujer del cabello a los hombros parecía tener la ventaja. Aquella hermosa y letal chica que peleaba para vengar la atroz muerte del único hombre que había amado con todo su ser, caí una y otra vez al suelo, pero una y otra vez ella se levantaba, guiada por aquella furia infinita que encendía su llama interior. De un momento a otro, antes de que Scarlet pudiera levantarse de uno de esos golpes que la tiraban al suelo, Jezabel se echó sobre ella y colocó sus manos alrededor de la garganta de aquella chica para estrangularla. Jezabel oprimía cada vez con más fuerza. La chica forcejeaba pero sus movimientos comenzaban a hacerse imprecisos, a carecer de vida. Jezabel apretaba como si apretara el único trozo de realidad capaz de juzgarla por sus acciones en todo el universo y, en consecuencia, tuviera que extirparlo de la existencia para deshacerse de él y poder recrear así una gravitante irrealidad donde toda inconsciencia pudiera trenzarse perfectamente con la muerte. Pero cuando parecía que la chica expiraría su último aliento, algo se rompió en la órbita de una vida diabólica y ensombrecida. La bella y letal Scarlet, de alguna forma logró hacerse con un cuchillo que introdujo con fuerza a un costado de la mujer que intentaba matarla. La menor de las hermanas Monsiváis sacó e introdujo varias veces aquella arma blanca que siempre llevaba consigo entre sus ropas. Lo sacó e introdujo en aquella mujer aborrecida por Dios en las escrituras.

Cuando ya era evidente que el alma de Jezabel había abandonado el mundo, Scarlet, envuelta en un charco de sangre, se la quitó de encima y se levantó haciendo acopio de todas las energías que le quedaban. No obstante, ella no alcanzó a hacer gran cosa, no alcanzó a tranquilizar el torbellinezco y apesadumbrado estado de su espíritu, porque al poco escuchó unos pasos. Los pasos de una esencia de muerte extremadamente pérfida que se dirigía hacia ella. Una menuda lluvia de fuego radioactivo comenzó a caer entonces desde un cielo que ansiaba recordarle a la humanidad que, hasta donde se sabe, toda consciencia suele sumergirse en la existencia cuando la significación cae por la gravedad del pensamiento en el logos todopoderoso del sinsentido. Scarlet se había quedado estática. Todos los vellos de su cuerpo se habían erizado por completo. Sus nervios estaban a punto del colapso. Y todo ello era así porque de repente, en aquella estancia, que hacía parte de un edificio que hacía las veces de centro de operaciones secreto de la gente de Praguere, apareció un sujeto con una máscara de hierro sobre el rostro. Un sujeto que olía, todo él, y todo el ambiente a su alrededor, al óxido distintivo de la sangre seca. La sádica Scarlet siempre había disfrutado en su vida de asesina de aquella fragancia de muerte que a menudo impregnaba todas y cada una de sus katanas, sin embargo, en aquel lúgubre y perturbador momento, aquel aroma a metal era una manifestación demasiado verídica para su gusto del espanto, una manifestación demasiado palpable de lo que de inhumano hay en lo humano. A aquella chica se le encogió el corazón de temor mientras los ecos del dolor inundaban poco a poco la densidad interior de su más íntima esencia. Un gato escarlata le maulló entonces al fuego del cielo mientras todos los delirios que tenían lugar en esos instantes en el mundo se arrojaban por el precipicio de la autodestrucción. Un candente océano de desesperación era la única realidad vigente en aquel espacio temporal en el cual, dentro de una oscura habitación un hombre cuya fragancia evocaba la sangre seca se quitaba una máscara de metal. De repente, la bella y letal Scarlet tuvo ante sí los ojos tornalunados y dementes de aquel tipo. El corazón comenzó a latir fuerte, a querer salirse del pecho. El tipo se abalanzó sobre la chica. Ella le lanzó un golpe a la cara, pero el abrió la boca y sujetó entre sus dientes aquella mano. Ella gritó de dolor cuando sintió la feroz arremetida de la mandíbula de aquel sujeto acostumbrado a la carne humana. Ella intentó zafarse, pero aquel pérfido monstruo no lo permitía. Un líquido horizonte al fondo de una voluntad anochecida afirmaba que era imposible salvarse incluso de lo reversible. Scarlet gritaba. El espanto era infinito. El caníbal tenía la boca llena de sangre, y cada vez apretaba más fuerte. La chica comenzó a golpearlo con su mano libre, a darle patadas, lo logró tumbar al suelo, pero aquel monstruo infernal seguía apretando con su mandíbula. Aquella fortuita configuración de terror sobrepasaba la bruma espesa de cualquier pesadilla. Las estrellas se desangraban mientras unas manos enormes tomaban un brazo y lo halaban con fuerza.

Un crujido de horror sobre todos y cada uno de los valles del secreto fue el tétrico indicio de que la eternidad había renunciado a sí misma. Scarlet se revolcaba en el suelo del dolor mientras aquel monstruo terminaba de devorar los dedos de la mano que le había arrancado.

"No estoy aquí para describirte cómo soy, Dumet. Tampoco para ayudarte a encontrar las hebras de un pasado aparentemente inasible, tal y como en este momento estás pensando. Estoy aquí para indicarte dónde podrás encontrar aquella laguna purpúrea de la cual será propicio que bebas algunos cuantos sorbos de futuro. Estoy aquí, ¿sabes?, para indicarte que sin importar el horror o la tragedia que se cierna sobre ti es importante amar. Es importante que ames con todo tu ser para vencer la oscuridad que te rodea, es importante que ames hasta con el último átomo de tu cuerpo, hasta con la membrana más profunda de tu ser interior si es que quieres encontrarla a ella". "Sé que debo amar. El amor es el único sedimento consistente sobre el relieve sutil de aquella línea que separa la realidad de la irrealidad. Pero dime, ¿qué pista me darás para que halle mi futuro?". "La azotea de aquel lugar que ya conoces. Esa es la pista". "Bien, ya lo tengo. Por cierto, no sé cuándo, no sé cómo, pero nos volveremos a ver, Miguel. Ha sido un gusto conocerte. Te prometo que algún día hallaré a quien sea que escribe tu historia". "Me gustaría que hallaras la forma de escribir la tuya propia. Y también la de ellos dos, ya sabes a qué me refiero". "Trocaré las sombras por esencia de estrellas". "Mientras el alma sobrenada por sobre lo más turbulento de la existencia".

Una puerta, que era a su vez una apolínea geografía de liberación y una vuelta atrás en el reino de las pesadillas, se hizo visible de un momento a otro en aquella dimensión donde no había otra cosa más que sentires.

Dumet la atravesó, y al hacerlo se topó frente a él con una chica envuelta en sangre que gemía como nunca antes había gemido de dolor.

Un sádico caníbal se dirigía hacia ella, pero cuando estuvo lo suficientemente cerca aquella chica le propinó una patada. Acto seguido, ella se lanzó sobre él, pero aquel horrible monstruo comenzó a morder uno de sus muslos. Las pupilas de Dumet se contrajeron de espanto. Su cuerpo quedó paralizado ante aquella dantesca escena.

Ruth, desnuda sobre un tapiz, convulsionaba. Una mujer con los ojos y el cabello de fuego había pasado al más allá a un grupo de desadaptados que un minuto atrás habían matado a un pobre vagabundo y a su perro. Melanie Oldman corría por las calles de una caótica y apocalíptica ciudad para tratar de poner a salvo a una pequeña niña que se encontraba desmayada. Hyuss, por su parte, al contemplar las heridas que la humanidad se infringía sí misma, y al ver cómo se desangraba sin que ningún dios por encima o por debajo del cielo se apiadara de ella, sonría lleno de una malévola satisfacción. Un indescifrable misterio sucedáneo al existir mismo brillaba en su mirada.

Hay sentires que se disfrazan de pensamientos, pero aun así se las arreglan para descubrir la verdadera identidad que reside en lo más profundo, aun así se las arreglan para hacer mover al cuerpo, al alma y al destino.

Dumet apretó los dientes con fuerza y corrió rápidamente hacia donde se encontraba la mortífera espada de la bella y letal Scarlet. La tomó y se la arrojó a ella, quien de inmediato la clavó a un costado del hombre que la mordía sin parar. Pero aquel tipo ni se inmutó.

Aquella chica lloró. Sus heridas exteriores no eran nada a comparación de las heridas que llevaba en lo más profundo de sí misma.

Ella giró levemente la cabeza. Miró a Dumet fijamente. Él vio en ella el rostro del espanto. Claro, el rostro de ella ya había perdido incluso el color característico de la vida.

—Yo amo a Marcel —dijo ella con la voz quebrada, con la voz agonizante—. Tú lo inventaste. Me inventaste a mí. ¿Crees que nos podamos reunir en el más allá?

—No tiene caso que te mienta ahora que estás preparada para dar tu vida. Te seré sincero. Las historias tienen mucho de lo que los escritores sienten y creen y, francamente, yo no creo en la vida después de la muerte. En consecuencia, dudo mucho que te puedas encontrar con el amor de tu vida. Sencillamente aquí acabo todo.

Scarlet cerró los ojos y gimió y lloró como para sí misma. Un dolor profundo, más profundo que el fin mismo del universo o que el fin mismo de todo lo existente. Su pecho y su espalda se sacudían ferozmente ya que el corazón bombeaba con fuerza sus últimos impulsos vitales.

—Entiendo —dijo ella luego de abrir los ojos—. Fue muy bonito amar mientras e pudo. Por favor, vete. Vete lo más rápido que puedas.

Dumet hizo caso y salió de aquel oscuro cuarto y de aquel tétrico edificio en un santiamén. Aquel edificio al cual Melanie y Scarlet habían llegado un rato atrás al enterarse, una por información que le dio su hermana, y la otra por información que le suministró una atractiva alcaldesa y jefe de policía, de que aquel era una especie de centro secreto de operaciones de la gente de Praguere. Aquel último, a todas estas, para ese entonces en el cual todo aparato eléctrico en un radio de varios kilómetros había quedado inutilizado por una explosión en la estratósfera, ya había sido dado de baja por uno de los hombres de Montalbán. "Nunca imaginé que llegaría el momento en el que tendría que volver a utilizar una cosa de estas", pensó Scarlet en voz alta mientras soltaba la espada que había clavado en aquel tipo que poco a poco arrancaba con sus dientes partes de su cuerpo de mujer para devorarlas. Pensó ella mientras se hacía con un extraño plástico que contenía en su interior un compuesto explosivo. Un compuesto que únicamente necesitaba de una chispa para irrumpir dentro de los idiomas más frágiles del tiempo.

La explosión fue bastante fuerte. El fuego resultante parecía más preocupado por devorarse todo rastro de amor existente más que de vida misma. Al fin al cabo toda vida había sido borrada de golpe en aquel edificio. No obstante, el fuego danzaba, danzaba con cierta elegancia nocturna y nostálgica, danzaba de una forma tal como si quisiera decirle al infinito que las cenizas que de allí resultasen, conformarían algún día alguna estrella que dos enamorados mirarían al momento justo de besarse.






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