Alex | Calma, es solo un simulacro
Alex ya no sabía en qué categoría de felicidad podía situar todo lo que vivía junto a Emilia. A pesar de ser situaciones que el común de los hombres está acostumbrado a vivir, para él se sentía como la gloria misma. Él no había paseado con tranquilidad por un centro comercial junto a una chica linda que no fuera coqueteando con otras chicas, como sucedía cada vez que salía con Florencia o Diana, y tampoco había tenido que discutir sobre quién de los dos pagaba las entradas al cine. Sabía muy bien que ese tipo de experiencias no lo convertían en un hombre, pero en el fondo, anhelaba el día en que para alguna persona no existiera duda sobre su masculinidad.
—¡Yo invito! —anunció con alegría al entrar al recinto.
Emilia agradeció sintiéndose halagada, pero no aceptó. Con mucha amabilidad indicó que al ser Alex aún un estudiante, no podía permitir que gastara el dinero que con esfuerzo y trabajo conseguía, menos aún en algo que por si fuera poco, era idea de su hija. Por lo mismo, apresuró el paso y compró las entradas sin esperarlo. Él la observo divertido, pero insistió en que al menos el popcorn corriera por parte suya.
—¿Me acompañas? —dijo a Simone, y ella aceptó tras obtener una mirada de aprobación de su madre.
Caminaron tomados de la mano y consiente de la admiración con que la pequeña lo observaba, no dudó en comprar el balde más grande solo para consentirla. ¿Así se habría comportado con sus hijos si hubiese tenido la fortuna de nacer como debía hacerlo? ¿O habría sido un padre responsable y controlador? Fugazmente imaginó un futuro que no podría vivir jamás, en el que tendría que tener conversaciones de hombre a hombre con un adolescente problemático, o curar el corazón roto de alguna de sus hijas, y sonrió. No por lo frustrante que era soñar con algo que no se puede alcanzar, pues de alguna forma, estaba acostumbrado a lidiar con eso. Sonreía porque sus sueños eran tan típicos que lo hacían aburridos. Él nunca fue un adolescente problemático, más allá del gran problema que le significó nacer mujer, y tampoco le habían roto el corazón. Ya que su vida no era como la de todos, ¿tal vez valía imaginarse un futuro diferente?
—¡Alex! ¡¿Pretendes convertir a Simone en diabética?! —Exclamó Emilia, fingiendo estar enfadada para hacer reír a su hija—. Cuando seas padre entenderás lo importante que es una dieta baja en azúcar —agregó.
Se observaron en silencio. Oh, oh. ¿Por qué se había sentido triste? Él ya sabía que no podía ser padre. Lo había asumido hace años. ¿Qué le sucedía? ¿Qué era eso que acababa de romperse en su pecho?
—Lo siento —agregó Emilia.
Alex bajó la mirada pero no borró su sonrisa, sin saber cómo responder ¿Qué es lo que sentía? ¿Por qué se disculpaba? ¿Ella ya se había dado cuenta? ¿O tan solo asumía que algo estaba mal con él? La observó una vez más, pero no encontró la forma de salir de aquella amarga sensación, en medio de un ambiente alegre y con las risas de Simone de fondo. ¿Podía ser más miserable esa imagen? ¡Claro que sí! Y es que Alex no había notado que delante de él, radiantes y alegres, Adrián y Danielle contemplaban la patética escena, antes de saludar con gran amabilidad a Emilia.
—Buenas tardes, vecina —saludó Adrián, observando de reojo la reacción de su antiguo compañero de colegio.
Alex desvió la vista y volvió a concentrarse en Simone, sin dejar de poner atención al tono poco amistoso que Emilia utilizó para responder. Todo apuntaba a que Adrián no era una de las personas que tenían el privilegio de disfrutar su sonrisa, y eso, aunque no correspondiera, le hizo recuperar la alegría, aun cuando acababa de constatar que ambos vivían en el mismo barrio.
Por suerte la conversación no duró más de lo habitual en un saludo cualquiera, y en cuestión de minutos volvieron a ser tres, listos para entrar a la sala.
Una vez dentro, Simone tomó asiento entre ambos adultos y se apoderó del balde de palomitas, del que Alex no probó ninguna. El pobre temía encontrarse con la clásica escena de las películas en que su mano tropieza con la mano de perfecta protagonista, y todo se vuelve color de rosa en un segundo. Temía no solo porque a esa altura ya odiaba por completo el color rosa que lo habían obligado a vestir por años, si no que no deseaba enfrentarse a ninguna situación que pudiera confirmar que para Emilia, él no era más que una niña jugando a vestir de hombre.
Por suerte nada de eso ocurrió, y terminó por disfrutar la película tanto o más que Simone, que salió de allí cansada y somnolienta. Emilia se veía feliz, y Alex solo pensaba en la manera de extender la maravillosa tarde que tanto disfrutaba.
—Te acompaño a casa —ofreció.
Ella aceptó encantada, y juntos emprendieron el regreso. Simone comenzó a cabecear en el autobús a minutos de comenzar el recorrido, y sé quedó dormida a unos metros de su destino, incluso mientras ambos le rogaban que abriera los ojos. Emilia intentó cargarla, pero la pequeña ya estaba demasiado grande para el cuerpo menudo de su madre.
—¿Podrías ayudarme? —pidió ella, con ese rostro de súplica que segura había descubierto lo mucho que le gustaba a Alex.
Él joven de inmediato se volteó para coger en brazos a la niña, que se aferró de su cuello en un acto reflejo que lo llenó de ternura. Bajó del autobús y le tendió la mano a Emilia, y ese microsegundo en que su tacto se materializó, todo en él volvió a tener sentido. Esa fue la primera gran imagen que tuvo de sí mismo, y de lo que alguna vez quisiera tener para disfrutar. Más allá de todo su proceso de reasignación de sexo, esa pequeña escena de él cargando un bebé y llevando de la mano a una mujer que le sonreía con complicidad, era su objetivo como hombre adulto.
Y él ya había dado el primer paso, que era convertirse en uno. Ahora tenía que afrontar el resto: Emilia le gustaba, y aunque no fuera ella quien lo acompañara en el momento en que su sueño se hiciera realidad, iba a correr el riesgo de conquistarla. Iba a buscar la forma de contarle su historia, de explicarle lo que había bajo sus ropas, de averiguar qué tan abierta era su mente y decirle lo feliz que lo hacía pasar el tiempo junto a ella. Si no lo aceptaba, daba igual. Él podía convivir con eso. Lo que no resistiría, sería ver pasar los días preguntándose qué habría pasado si ella hubiese dicho que sí. ¿Qué tan felices podrían haber llegado a ser?
No. Alex no iba a pasar por eso. No iba a lamentarse ni un solo día de su vida.
—¿Está pesada? —preguntó ella, abriendo la puerta de su hogar e invitándolo a entrar.
Emilia atravesó la sala y abrió la puerta de lo que parecía la habitación principal. Desde allí hizo un gesto para que Alex dejara a su pequeña en la cama. ¿Qué más iba a ocurrirle esa noche que ya no podía ser más perfecta? ¿Era posible mejorarla con algo? Por supuesto que sí.
Ambos salieron de la habitación, pero Alex instintivamente caminó hacia la puerta dispuesto a retirarse, aunque Emilia tenía una nueva sorpresa.
—¿Te quedas para un té? —preguntó. Y su invitado quedó sin habla—. Lo siento, te invitaría a una cerveza pero no tengo. Soy una vieja aburrida —bromeó.
Alex rio con ella y alargaron la conversación por un par de horas. Hablaron de todo y nada, como tanto le gustaba a él. Desde la última temporada de Game Of Thrones a la forma en que el país comenzaba a entrar en una notoria crisis económica. Ella era culta, interesante y demasiado amable para ser real. Era arquitecta, y trabajaba en una oficina cercana al centro. Se sorprendió un poco al saber que se había separado y que solo unos días después había dejado su antiguo hogar, pero respaldó su visión de que era una mujer decidida y segura. Al menos así se veía.
Hablaron un poco de Max y de cómo ella sentía que su relación había caído en un pozo sin fondo, y aunque le habría gustado conocer la otra versión de la historia, debía reconocer que sonaba a lo que comúnmente un hombre haría. Lo que no comprendía, era como Max la había dejado ir sin pelear por ella. De seguro, era eso lo que ocurría una vez que el amor llegaba a su fin. ¿Le pasaría a él lo mismo alguna vez? Podía ser. Aunque en ese momento, estaba seguro de que jamás dejaría ir a una mujer como Emilia.
Todo fue magnífico. Demasiado perfecto como para terminar de la misma forma. Una vez que comenzaron a despedirse, ella arrojó la pregunta que arruinó todos los planes de Alex.
—¿Y no tienes novio? —preguntó, con una gran sonrisa en su rostro.
Alex apagó su entusiasmo en forma instantánea. Ella lo sabía. Lo sabía todo. De nada servían las hormonas, ni cubrir sus pechos, ni el cambio en su voz que estaba seguro de haber conseguido. Él seguía pareciendo una mujer. Aunque, ¿ella lo trataba como a un hombre, no? Entonces, ¿qué ocurría?
Oh. Soy un hombre tan afeminado, que debe pensar que soy gay.
Tal vez era tiempo de visitar a su médico, subir la dosis de testosterona que de seguro era demasiado baja. ¡Si apenas necesitaba afeitarse! Y ni hablar del resto de su cuerpo. También aumentaría su rutina de ejercicios y podría engordar un poco, para no verse como un niñito de quince años. ¿Y adelantar su cirugía? No, eso era más difícil.
—Lo siento, no debí preguntar —agregó ella. Interrumpiendo sus pensamientos.
Y Alex se lamentó una vez más no haber hablado. Salió de su hogar sintiéndose derrotado por ese cuerpo que cada día estorbaba más, pero al momento de despedirse, alargó el abrazo que acostumbraba dar a Emilia, y agregó un cariñoso beso en su mejilla, lo suficientemente extenso como para impregnarse de su perfume y sentir el leve cosquilleo de su cabello despeinado.
Una vez que se alejó, notó un leve sonrojo en ella.
¿Era su imaginación?
Bien, aunque así fuera,estaba agradecido. Porque verla sonreír con timidez bastaba para volver arecobrar energía y concentrarse en conquistarla. Aunque tuviera que convencerla día a día de que era un hombre hecho y derecho, a pesar de necesitar de algunos pequeños ajustes.
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