Alex | Conociendo a Emilia
En realidad no llevaba la cuenta, pero el último viernes en que Emilia apareció en la cafetería, notó que su amable saludo se había repetido ya por tres semanas consecutivas. En efecto, ella no había faltado ningún día, aun considerando que desde la última semana sus visitas se habían vuelto mucho más breves. Sumado a eso, en el último tiempo su cabello había dejado de lucir despeinado y su ropa ya no se veía desaliñada, provocando en Alex aún más cosquilleos de los que ya estaba acostumbrándose a sentir con cada cruce de miradas. No es que su aspecto acicalado le gustara más que la sencillez con la que apareció por primera vez ante él, pero esos cambios tan solo aumentaban la curiosidad sobre ella, su personalidad y su vida.
—¿Estará estudiando? —murmuró una vez que volvió de dejar sobre la mesa de Emilia el café y los habituales chocolates, y la risa burlona de Amy le hizo notar que su voz no había sido tan silenciosa como había pensado.
—¿Por qué no le preguntas? —contestó su compañera de trabajo y risas, pero Alex ni siquiera consideraba esa opción. Adentrarse en su mundo podía ser peligroso, considerando lo mucho que le agradaba verla atravesar el umbral cada mañana. Sonrió, y decidió pasar por alto su comentario para centrarse en los deberes que su jefa ordenaba.
Amy observó con diversión el gran esfuerzo que su amigo ponía en trabajar sin desviar su mirada a la mesa junto al ventanal. Al parecer, a su amigo por fin le gustaba una chica, tanto, que le era imposible disimularlo.
***
Alex terminó su día agotado. Era recién Mayo y la universidad se le volvía pesada, y aunque Susan insistía en que dejara el trabajo y se concentrara solo en sus estudios, él sabía que por ahora aquello le resultaba imposible, en especial luego de decidir junto a su doctor de cabecera, realizar la primera parte de lo que sería su cirugía de reasignación de sexo en primavera, y todo lo que había conseguido ahorrar tras tres años de trabajo estaba destinado al pago de su operación. Pero aún faltaba. Y mucho.
Con sus ahorros podía acceder a la mastectomía que se encargaría de eliminar sus pechos y masculinizar su torso, pero su proceso no terminaba ahí; luego de aquella primera intervención debía continuar con la histerectomía con anexectomía bilateral, que sería la encargada de extirpar el cérvix, útero, trompas de Falopio, y ovarios. Y para eso, tendría que trabajar otros varios años. Por ese motivo, y sus dudas sobre el resultado final, aún no decidía si se sometería a la tercera parte de su reasignación de sexo, encargada de hacer coincidir sus genitales con el resto de su cuerpo. Así es que dejar de trabajar estaba lejos de ser una posibilidad.
—¿Más? —Ofreció Susan al observar feliz como su hijo devoraba la cena que con infinito amor había preparado. Alex aceptó sonriente y abandonó sus cálculos mentales para concentrarse en los mimos de su madre y platicar unos minutos antes de entregarse por completo al sueño y la comodidad de su cama. Ya era viernes, por lo que el día siguiente podría descansar y dormir hasta le doliera la cabeza. Tal vez por la tarde saldría a trotar por la costanera, aunque dejarlo para el domingo tampoco le sentaría mal.
Los fines de semana en casa de Alex eran su vía de escape a la solitaria vida que llevaba desde que Diana y Florencia se habían autoexiliado de la ciudad. Es cierto, podía contar con Amy, pero ella rara vez deseaba salir del claustro de su habitación en el que se había resignado a pasar sus días, hasta que recobrara el peso de su adolescencia, cosa que cada vez estaba más lejos de conseguir puesto que se negaba rotundamente a entrenar con Alex. Alex aprovechó ese sábado para recobrar energía, por lo que la tarde del domingo estaba repuesto y listo para correr algunos kilómetros. Nada le hacía mejor que recorrer la costanera que bordeaba el río, alejado de los barrios en donde solían insultarle.
Comenzaba a atardecer cuando emprendió el regreso, sin imaginar que junto a una alegre plaza de juegos se encontraba Emila, admirando las risas de los pocos niños que quedaban ahí. Alex solo tenía dos opciones: ignorarla o asumir lo mucho que le interesaba conocerla. Mojó su rostro y decidido avanzó hacia lo que su corazón le indicó, ubicándose frente a ella con una amplia sonrisa.
—¿Otro mal día? —saludó. Y la respuesta de Emilia no pudo ser más adorable. Aparentemente estaba cansaba, por lo que rápidamente intentó alegrarla sentándose a su lado, dispuesto a comenzar una alegre conversación mientras bromeaba con su aparente gusto por ver a los niños jugar.
—La pequeña de coletas y pelo rizado, aquella que está trepando el pino enorme de la izquierda, es mi hija, Simone.
¿Hija?
¿Ella dijo... hija?
Alex se silenció de inmediato y su sonrisa lentamente se borró de su rostro, a la par que extendía los centímetros que lo separaban de Emilia. Demonios. Demonios. No contaba con que ella tuviera una familia, aunque si la observaba bien, era bastante hermosa, no era de extrañarse que estuviera casada.
Suspiró, tratando de disimular su desilusión, y Emilia notó la pulsera y su amuleto. ¿Se daría cuenta de lo que significa? No lo sabía, pero por precaución lo escondió bajo su sudadera y volvió a sonreír, de todas formas, aún no había logrado hacerse ningún tipo de ilusión, ¡y cómo lo agradecía!
Esa tarde supo que Simone era la hija de Emilia, que tenía tres años y por Noviembre cumpliría los cuatro; supo además la razón de su visita diaria a la cafetería, inmediatamente después de dejar a su pequeña en la guardería. Bromearon un poco sobre el estrés de la maternidad, Alex le contó que estudiaba Educación Física y Gimnasia y mantuvo un entretenido diálogo con Simone sobre la mejor forma de trepar árboles. Se despidieron con un abrazo, y prometieron verse la mañana siguiente en su rutina acostumbrada, la cual volvió a repetirse la semana completa.
El día viernes, volviendo a casa de la universidad, Alex pasó por el supermercado. Solo sería un momento, una compra rápida, tal vez algo delicioso para la cena o algún postre que a sus padres se les antojara, y en medio del pasillo de las conservas, presenció la imagen que confirmó sus teorías: Emilia, su hija, y un hombre que la cargaba, el que de seguro era su esposo. Emilia lucía cansada, tal vez el trabajo de la semana había estado pesado, ¿o tal vez tuvo un mal día?, se preguntó, descubriéndose a sí mismo pasando más tiempo del normal observándola. Alex sonrió con pesar y se volteó para alejarse, frenando en seco al escuchar el llamado alegre de Emilia, que corrió hasta él para saludarlo de forma efusiva y cariñosa. Él correspondió su saludo y antes de poder preguntar por su día, ella lo sorprendió con una petición un tanto extraña.
—¿Estás ocupado? —preguntó. Alex observó por sobre su cabeza a Simone y la saludó con un movimiento de sus manos. El hombre ni siquiera lo miró, por lo que volvió a concentrarse en Emilia.
—No, para nada, solo volvía a casa —contestó. Ella lo cogió de los hombros y cambió su rostro alegre por uno de súplica.
—Ayúdame a escapar —agregó, con un tono serio que asustó a Alex. Ella notó su preocupación, sonrió y se acercó a su oído para murmurarle—: él es mi exesposo, vino para estar con Simone, pero no deseo pasar la tarde a su lado. La verdad es que es bastante insoportable.
Alex rio aliviado y aceptó ser parte de su plan. Emilia se despidió de Simone y prometió volver temprano. Y ambos caminaron despacio hasta el muelle en el lugar en que el mercado fluvial se ubicaba cada mañana. Se sentaron en silencio en una de las bancas, y Emilia suspiró.
—No quiero hablar de él y de mi matrimonio hoy. Su presencia arruina mi fin de semana, el único tiempo que tengo para distraerme, y si lo nombro, solo haré que empeore aún más —dijo ella, con su vista fija en el sol que comenzaba a descender con rapidez. Alex se volteó a observarla maravillado con lo que los colores del atardecer provocaban en su cabello pelirrojo y su rostro cansado. Es hermosa, pensó.
—Entonces no hablemos de él —respondió, y Emilia se giró para encontrarse con su mirada y sonreírle. Es hermosa, es hermosa, es hermosa—. Cuéntame de ti, ¿qué haces en tu trabajo? ¿qué películas te gustan? ¿qué música escuchas?
Emilia soltó una carcajada, y comenzaron una charla que terminó cuando el móvil de Alex comenzó a sonar, casi a las diez de la noche. Él no contestó delante de ella, pero tecleó rápido un mensaje para responder a su madre que ya comenzaba a preocuparse. Se ofreció para ir a dejarla hasta su hogar, lo que ella aceptó encantada. Caminaron muy cerca uno del otro, hablando del último disco que Tokio Hotel acababa de lanzar. Cuando estuvieron frente a la cabaña, Alex probó suerte preguntando si deseaba correr junto a él durante el fin de semana. Emilia rio, pues no se imaginaba corriendo, ya que llevaba años sin hacer algún tipo de deporte, pero aceptó. Se dieron un fuerte abrazo y se despidieron.
Alex la observó cerrar la puerta, impresionado con lo que acababa de ocurrir. Esa era la primera vez que acompañaba a una mujer hasta su casa y no cabía en sí de la felicidad que aquello le provocaba. Tanto, que ni siquiera había notado el barrio en el que estaba.
Con disimulo avanzó hasta la esquina y tras perder de vista la casa de Emilia, pidió un taxi para volver a la suya. Había sido un día magnífico, y no pretendía arruinarlo con una pelea. Una vez que el taxi estuvo en camino, envió un optimista mensaje a Diana.
¿Me creerías si te sigo que me gusta una chica?
En segundos recibió la llamada entusiasmada de sus amigas y a grandes rasgos les contó lo que ocurría. Ellas prometieron visitarle pronto, justo en el momento en que Alex llegaba a casa.
Diana, por su parte, cerraba su libro de cirugía y se preparaba para dormir.
—Flo, ¿y si le rompen el corazón? —preguntó a su novia antes de entrar a la cama junto a ella. Florencia se volteó para recibirla en sus brazos con dulzura y acariciándole el cabello contestó:
—A todos nos rompen el corazón alguna vez.
—Tienes razón... pero es Alex —agregó Diana, preocupada.
—Alex es más fuerte que las dos juntas.
Y en eso, Florencia también tenía razón.
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