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Alex | No más miedos

Diana colgó el teléfono, caminó hasta el dormitorio y se detuvo al atravesar el umbral de la puerta. Florencia seguía ahí, acariciándole el cabello a Alex, quien había dormido junto a ellas las últimas tres noches, y aunque amanecer viendo películas juntas durante su adolescencia, enredadas en la misma cama, era una grato y dulce recuerdo; la escena que sus ojos presenciaban, angustiados, distaba mucho de grabarse en su memoria con amor.

Alex apareció en su hogar la tarde del viernes, solo con su mochila y un cepillo de dientes. Lo poco que sabían, era que tras decirle todo a Emilia, había vuelto a casa destruido, y que esa misma noche intentó salir de su hogar. Evidentemente, sus padres no le permitieron huir en el estado en el que se encontraba, pero entendieron también que era momento de dejarlo pasar un tiempo consigo mismo. Fue así que Moisés optó por conducir hasta la capital, desde donde Alex tomaría un avión que lo alejaría por unos días de su realidad. Nadie quiso preguntar por el dinero que gastó tratando de conseguir un vuelo tan urgente, porque sabían que todo lo que Alex ganaba, era ahorrado para los gastos de su operación. Sin duda, aquel pequeño escape era importante.

La misma tarde en que llego, recibieron la primera llamada de Susan, y aun cuando ella no les confió información ni detalles, comprendieron que la situación no sería fácil para su amigo, ni para su familia.

Con el correr de las horas, Susan y Moisés continuaron llamando, pero Alex se negó a atenderlos, y se negó también a hablar con ellas. Sin embargo, esa noche Diana estaba decidida a sacarlo de la cama. Al verla de pie, Florencia la observó entendiendo de inmediato sus intenciones, y para sorpresa de ambas, no estuvo de acuerdo, aunque siempre había sido ella quien lo había arrastrado a tomar las decisiones más duras, a arremeter contra todo y todos, a cobrar valor y pasearse con el pueblo con la cabeza en alto. Pero en ese minuto, era incapaz de obligarlo, pues era posible para ella dimensionar el miedo y el dolor que él estaba sintiendo.

Diana caminó hasta la cama, y con suavidad separó la mano de su novia del cabello de Alex. Él no reaccionó, y se mantuvo acostado con su cuerpo pegado al de Florencia, en una búsqueda casi innata de contención.

—Alex, era tu mamá. ¿Quieres saber qué dijo?

Pero Alex no respondió, y escondió aún más su rostro entre la almohada. Diana volvió a insistir, pero su teléfono una vez más la interrumpió.

—Es Emilia —murmuró.

Alex abrió los ojos, y volvió a cerrarlos, aterrado.

—No contestes —dijo.

—¡¿Qué?! ¡¿Estás Loco?! ¡Si está llamando es porque está preocupada por ti! —exclamó Florencia, apartándose por primera vez de su lado.

El móvil continuó sonando, mientras Alex se incorporaba poco a poco en la cama.

—Su esposo se enteró de todo...

—Su exesposo —interrumpió Diana, y el teléfono dejó de vibrar.

—Ni siquiera es legal aún, ellos siguen estando casados. Él se enteró e hizo lo que hacen todos. Simone estuvo ahí. Y Emilia cree que soy una lesbiana cualquiera.

—Oye, más respeto. Mira que todo sería más fácil si te hubieses quedado lesbiana.

—¡No puedo serlo, Flo! ¡Soy un hombre! ¡Hombre!

—Estaba bromeando, Alex. Sé lo que eres.

—No puedes bromear ahora Flo. No ahora. Ella me gustaba. Me gustaba mucho. ¡Y su preocupación era si meaba parado o sentado!

Diana y Florencia guardaron silencio. Ellas eran lesbianas, y desde su adolescencia se adentraron en el arcoíris, aprendiendo a aceptar a todas las personas, sus géneros y sexualidades. ¿Pero olvidaba Alex que ni él mismo entendía lo que pasaba con su cuerpo cuando se sentía diferente? ¿A quién le enseñan en la escuela que hay hombres y mujeres que nacen con un cuerpo equivocado? ¿Hay casas donde se hable de ello?

El teléfono volvió a sonar.

Alex tenía una vez más sus ojos cubiertos de lágrimas.

—No contestes —repitió.

Pero Diana ya había activado el botón verde, y ante la mirada atenta de Florencia y Alex, habló.

—Sí, soy yo. Sí, bien. Sí, está aquí, con nosotras. ¿Estás bien? ¿Dónde está Simone? —Al escuchar el nombre de la pequeña, Alex se incorporó con rapidez y avanzó hasta Diana—. ¿Estás bien? Cálmate, Emilia, te entiendo. Sí, lo sé. Se lo diré. Lo sé, lo sé. Emilia, lo sé, lo entiendo. Cálmate, ¿sí? Lo enviaremos de vuelta cuanto antes.

Diana colgó el teléfono y tomó una gran bocana de aire antes de dar un enorme grito.

—¡Eres un idiota, Alex! ¡Emilia está súper preocupada! ¡Estúpido! Estaba toda triste, me rogó que te dijera que lo lamenta, que no ha querido ofenderte nunca, pero que aún lo entiende del todo. Dice que para ella siempre has sido un hombre, por eso se sorprendió tanto con que antes hayas sido una chica. Quiere verte. ¡Así que vas a mover tu dramático trasero y lo vas a meter en la ducha, porque apestas a macho gracias a tu adorada testosterona, y luego, nos vas a oír!

Esa fue la primera vez en aquel fin de semana que lo vieron sonreír. Alex obedeció y tomó una ducha, sabiendo que mientras él estaba ocupado, Diana y Florencia preparaban un gran sermón. Pero, ¿cómo esperaban que reaccionara? Si estaba seguro de que lo había hecho todo mal. Había ocultado por demasiado tiempo algo que se desde el minuto en que notó lo mucho que Emilia le gustaba, era importante.

Aclaró la espuma de su cabello y terminó su baño. Al salir, el ambiente ya estaba listo para la absurda formalidad de sus amigas. Volvió a sonreír, se sentó frente a ellas y comió el sándwich que tenía sobre su plato.

—Eres un idiota, Alex —comenzó Diana.

—¿Qué fue lo peor dijo Emilia? —continuó Florencia.

—Que no era un hombre porque tenía vagina y meaba sentado.

—¿Algo más?

—Que era mujer y le estaba mintiendo.

—Eres un idiota, Alex. Perdóname por repetirlo tantas veces, pero realmente eres un idiota.

—Te queremos mucho, pero estas juzgando a Emilia sin darle oportunidad alguna de explicarlo. Ella está sorprendida, ¿y no es obvio? Tú alargaste esa conversación porque sabías que reaccionaría de esa forma. ¿Qué es lo que te ha afectado tanto? Emilia de seguro ignoraba la existencia de personas transgénero, como casi todo el mundo. Ahora dinos la verdad. ¿Por qué huiste hasta acá?

Alex dejó el sándwich y desvió la mirada. No quería reconocerlo.

—No puedo mirarla. No soy capaz. Lo siento.

—¿Qué? —dijeron ambas, a coro.

—Me aterra escucharla decir que no puede volver a pasar tiempo conmigo. O verla apartar a Simone de mi lado, por miedo a que le haga algo. Lo he visto, ¿saben? Pasó cuando fui a buscarla a la escuela y sus maestras me la arrebataron de los brazos. Lo dijo Max, y pronto lo dirán sus vecinos. Ustedes no lo entienden, son mujeres, y todo el mundo da por hecho que son bue...

Diana lo interrumpió, dándole un suave golpe sobre la cabeza.

—A los diecisiete años me rompieron la nariz y dos costillas, a golpes, solo por ser mujer y lesbiana, ¿y tú me dices que no soy capaz de entenderlo? Mi mamá me llama dos veces al día, sin descanso, aterrada porque me tope con algún loco homofóbico y ¿crees que no puedo entenderlo? Sé que lo tienes un poco más difícil, pero no me vengas con eso. Emilia se merece una oportunidad. Debes decirle todo, incluso de qué temas no deseas hablar con ella, porque de seguro tiene miles de dudas. Simone no será un problema, Alex. ¿Ya viste como reaccionó ante nosotras? A ella no le importa, aún no tiene ese tipo de prejuicios, y si eres capaz de hablar con honestidad, Emilia podrá evitar que la transfobia crezca en ella. Y a Max debiste aplastarlo en el suelo.

—Déjame al menos tener miedo, Diana.

—No. No te lo permito. No más miedo Alex. Somos adultos ahora, y el miedo lo dejamos en la escuela. Emilia es buena. Enséñale lo que nadie más hizo, y listo.

El silencio volvió a establecerse entre ellos. Alex terminó de comer, sin mirarlas a los ojos. Tomó su leche, y le provocó tanta ternura que ellas siguieran tratándolo como a un hermano pequeño, que sus ojos volvieron a aguarse. Esa discusión con Max lo había dejado demasiado sentimental. Se concentró en que las lágrimas no salieran. Volvió a beber.

—Creo que Emilia tiene miedo. Pero se le va a pasar cuando le enseñes como es el sexo entre una mujer y un hombre que aún tiene el cuerpo de una —sentenció Florencia.

Esa frase terminó por relajarlos.

Alex volvió a casa tras una semana entera junto a sus amigas, cargado de mimos y consejos; no tan listo para encontrarse con Emilia como debería, pero seguro de que era algo que debía hacer. Sus padres lo recibieron y evitaron los sermones, pero no dudaron en contarle lo mal que Susan vio a Emilia. Él sonrió, y comprendió lo mucho que le había dolido llorar delante de ella, y que solo reaccionara con sorpresa. Y notó también como había caído en esos estereotipos que tanto odiaba: los hombres se defienden, no permiten que los humillen como Max hizo. Y luego había llorado, y los hombres no lloran, mucho menos delante de las chicas que les gustan. Pero como si fuera poco, los hombres no buscan consuelo, y él solo había deseado que ella lo abrazara y le murmurara que todo estaba bien. Que Max era un idiota, que le gustaba como era, que no debía tener miedo junto a ella. ¿Todo eso lo hacía menos hombre que Max? Claro que no. Podría ponerse un tutú, y seguiría siendo hombre.

Encendió su teléfono, que había quedado abandonado en su habitación por toda la semana, y las llamadas perdidas y mensajes comenzaron a cargarse una tras otras. Emilia lo había llamado casi todos los días. Amy le había escrito y llamado, preocupada. Leyó los mensajes, hasta llegar al primero de la lista. Emilia le había escrito esa misma noche.

Explícamelo, Alex. Enséñame lo que tenga que saber, pero no te alejes. Eres muy especial para mí. Mañana estaré temprano en la cafetería.

Ella no estaba asqueada con él.

Ella no quería huir de él.

Y él tampoco.

***

La campanilla sonó, sus manos temblaron tras el mostrador, Amy le regaló una sonrisa y él tomó un gran respiro antes de levantar la vista y cruzarse con ella. El rostro de Emilia reflejó la alegría que sentía al verlo de pie, en el mismo lugar de siempre, y sonrió.

—¿Capuccino vainilla? —preguntó él.

—¿Sin chocolates? —ironizó Emilia.

—Siempre hay chocolates aquí —contestó.

—Para llevar, entonces.

Ambos podían notar los nervios del otro, pero intentaron disimular. Emilia recibió su pedido con manos temblorosas, sin saber si era ese el momento adecuado para disculparse. Sin saber qué preguntar, o qué sentir. Le gustaba Alex. Ya lo sabía, y aceptar su cuerpo tal vez era cuestión de tiempo y de costumbre, nada más.

—¿Irás a buscarme, como siempre?

Alex volvió a sonreír.

No iba a escapar. Emilia no iba a escapar, y casi no podía creerlo.

—Cómo siempre —contestó.

Emilia cerró la puerta, y Alex contó cada segundo hasta que fue tiempo de ir por ella. Al encontrarse, hubo silencio por largo tiempo, pero sin duda, fue el necesario. Caminaron no tan juntos como días anteriores, y cuando estuvieron en casa de Emilia, toda incomodidad había sido abandonada. Susan les abrió la puerta y Simone saltó en brazos de su madre, y luego a los tímidos brazos de Alex. Nadie lo miró con duda, nadie intentó quitársela para apartarla de él. Estaba feliz y emocionado por la forma en que Emilia estaba abordando todo, y agradeció que hubiese sido ella y no otra persona la que finalmente ocupara su corazón y su mente.

Susan volvió a casa, y como casi cada tarde, disfrutaron la cena y jugaron junto a Simone. Tras dormirse la pequeña, la incomodidad volvió a ellos, y los deberes atrasados fueron la excusa perfecta de Alex para decir adiós antes de que aquella extraña sensación se apoderara de ambos. Emilia lo acompañó a la puerta, y antes de oírlo despedirse, su voz se volvió solemne.

—Lo siento mucho, Alex. Max es un idiota. Y yo también.

Sonrieron, y Alex la abrazó para decirle adiós como acostumbraba.

Pero Emilia no le respondió como solía hacer. Al soltarla, mucho más rápido que cualquier otra noche, notó como sus mejillas estaban mucho más rojas que nunca y cómo evitaba mirarlo a los ojos y mirar su pecho.

Era eso, ¿cómo no lo notó antes? Ella se sentía incómoda con un hombre con senos abrazándola. Puso una mano sobre sus hombros y Emilia cubrió su rostro, avergonzada.

—Lo siento, lo siento, lo siento.

—No te preocupes, Emi. Voy a, voy, voy a —titubeó—. Creo que me iré por ahora. Mañana nos vemos.

Alex besó su frente con ternura, y salió de allí. ¿Su binder estaba más suelto o era solo la paranoia trans de Emilia?

O era que, después de todo, ¿estaban volviendo a cero?

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