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Alex | Una invitación a conquistarla

Todo sucedió en cámara lenta frente a sus ojos —y frente a los ojos de Diana, Florencia y sus padres—, quienes notaron la mirada curiosa de Emilia posarse una y otra vez en las fotografías familiares, sobre todo en las que retrataban la niñez de Alex para luego compararlas con las más recientes, en donde la transición de niña adolescente a hombre era evidente. Emilia las repasó tantas veces, que a medida que su expresión se tornaba confundida y triste, el miedo que Alex sentía de perderla se materializaba.

Él estaba nervioso. Lo había estado toda la semana. Y el silencio con que los presentes esperaban la reacción de Emilia no ayudaba en absoluto a su tranquilidad. Todo parecía inmóvil, hasta que ella fijó sus ojos en Simone y en la forma en que la pequeña enredaba sus brazos en el cuello de Alex.

Mala idea.

A las personas no les gustan los transexuales. Pero menos les gustan alrededor de sus hijos, y Alex lo sabía; lo había confirmado por sí mismo una vez que comenzó su transición y notó la forma en que las personas murmuraban a su paso; y en como su madre no pudo volver a trabajar cuidando a niños, pues por alguna razón él se había convertido en un peligro latente: un violador en potencia, un portador del virus de la transexualidad, una aberración de la naturaleza que podía arrastrar a cualquier persona al pecado, al infierno, al único lugar en dónde le aceptarían sin cuestionamientos.

Emilia tenía esa misma expresión en el rostro. Sentía lástima y tristeza por esa alma perdida. Alex se preparó para perderla en el momento en que ella se levantó se la silla. No iba a tratar de convencerla de nada. Sería muy triste explicar frente a los niños que él no era más que un hombre nacido en un cuerpo equivocado. Que no era un degenerado, ni un enfermo, ni un loco. Emilia le sonrió, y él, con cuidado, se separó de Simone. Disimuló su vergüenza y el dolor que le provocaba esa mirada, y Emilia se abrazó a Susan.

—No sabes lo mucho que agradezco el haberlos conocido —dijo a su madre—. Déjame ayudarte con la cena.

Ambas mujeres desaparecieron de la sala, Simone seguía riendo en el suelo junto a su nuevo amigo, y Alex no era capaz de levantarse. Sus manos temblaban y fue necesario luchar contra las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. A ella no le importaba, y casi no podía creerlo. Moisés se incorporó y posó una mano sobre sus hombros, Diana caminó hasta él para inclinarse hasta estar a su altura y Florencia dio un suspiro desde su asiento.

—Si ella no escapó de tu foto de abejita, creo que tienes muchas posibilidades —dijo una vez que unió su frente a la de él.

Alex sonrió y expulsó la mayor cantidad de aire que pudo para intentar recobrar la calma y enfrentar la extraña velada que acababa de empezar. Diana le tendió una mano y lo llevó hasta la mesa una vez más. Moisés los contempló desde la alfombra, sin querer hacer comentario alguno, pues no deseaba evidenciar que estaba igual o más nervioso que su propio hijo. Lo que estaban viviendo era uno de sus más grandes temores como padres, Pues una vez que aceptaron que Nicole desaparecería y comenzaron la terapia familiar, comprendieron que esa desaparición era completa. No sería un cambio de nombre o ver a su hija un poco masculinizada. Alex pretendía eliminar todo rastro posible de su cuerpo femenino, y no habría vuelta atrás. No podía equivocarse ni sentirse inseguro con la decisión que tomaba, pues las hormonas cambiarían su apariencia y el bisturí completaría el proceso. Pero eso era una parte, tal vez la más importante, era cierto, pero como padres, en sus sueños también estaba el ver a su hijo rodeado de amigos, de amor, de familia. De una propia familia. ¿Pero qué ocurriría el día en que él deseara estar con otro ser humano y este se aterrara al ver que su rostro no coincidía con sus genitales? ¿Qué pasaría si ninguna persona lo amaba, si ninguna persona lo entendía y lo aceptaba? ¿Con qué fuerza sobrenatural enfrentarían el rostro de su hijo diciéndoles que se había equivocado, o que ya no deseaba estar solo?

Sí, estaban asustados. Ni siquiera deseaban pensar en lo que pasaría con Alex si todo salía mal con Emilia. No estaban listos para enfrentarlo, y tal vez nunca lo estarían.

***

Emilia y Susan volvieron a la sala llevando dulces y galletas para los pequeños y algo de vino para los adultos. En forma automática Emilia se ubicó junto a Alex mientras Moisés servía los platos y se disponían a comer. El festejado seguía nervioso, pero su semblante se fue relajando con el paso de las horas. Todo parecía ir bien, sobre todo con la presencia de los niños que alegraban la velada con sus juegos y risas. Lo mejor fue que nadie intentó repasar antiguas anécdotas familiares y se concentraron en hablar sobre sus vidas, que por fortuna se veían más interesantes que en los álbumes familiares.

Diana estaba en cuarto año de Medicina en una universidad del norte del país, mientras Florencia cursaba su quinto año de Leyes en el mismo establecimiento. Vivían juntas, y ante esa revelación, Emilia solo lanzó un sorprendido "¡Son novias! ¡Yo pensé que eran hermanas!", que terminó con un tierno beso entre las carcajadas de los presentes. Simone las observó con alegría y continuó su juego. Jamás había visto una pareja de lesbianas, y aunque su madre volteó curiosa por su reacción, confirmó que para los niños no hay diferencia ni prejuicios respecto del amor.

Una hora antes de la medianoche, la energía de la pequeña niña comenzó a decaer, y la despedida inició. Emilia se veía contenta y no parecía tener ganas de volver a casa, lo que Florencia notó de inmediato, sin dejar pasar la oportunidad de invitarla a una noche de fiesta.

—Queremos salir a bailar, podrías venir con nosotros, ¿te animas? —sugirió.

—Puedo cuidar a Simone si lo deseas —agregó Susan.

Emilio sonrió agradecida pero rechazó la invitación. Max pasaría temprano por la nena, pues la llevaría de paseo junto a sus abuelos paternos a la montaña por el fin de semana, y no había preparado las cosas de su hija. Se excusó con amabilidad, y Florencia cambió de estrategia.

—Entonces salgamos mañana. Pasamos por ti a las ocho —dijo, extendiéndole las llaves de un auto a Alex—. ¿Por qué no las llevas a su casa?

Y aunque todo estaba planeado, Alex fingió sorpresa agregando con fraudulento orgullo que no había bebido una gota de alcohol. Tomó en brazos a Simone mientras Susan la cubría con una manta, y salió de la casa con Emilia siguiéndole el paso. Estaba tan feliz, que fue incapaz de hablar durante el corto trayecto. Para bajar volvió a cargar a la pequeña, y tal como había ocurrido semanas atrás, entró a su hogar hasta dejarla en la habitación. La única diferencia, fue que Emilia lo tomó con suavidad por una de sus muñecas para sacarlo fuera de la habitación.

Su respiración se volvió irregular y continuó andando por inercia, hasta que Emilia cerró la puerta de la alcoba. Solo fueron unos pasos, pero se sintieron eternos y adorables.

—Gracias por todo, Alex. Eres magnífico, ya lo sabes —susurró.

Alex quiso estrecharla entre sus brazos y no soltarla jamás, pero se conformó con abrazarla con fuerza para decirle adiós con un beso demasiado cerca de su boca.

****

Minutos después de las ocho de la tarde, Alex, Diana y Florencia bajaron del auto para tocar el timbre en casa de Emilia. Ella les abrió con una gran sonrisa y los besó uno a uno antes de invitarlos a pasar. Alex agregó a su saludo una mano en su espalda que deslizó con suavidad por su cintura antes de entrar a su casa. Emilia no reaccionó ante aquel gesto, haciendo que su contacto pareciera algo natural. Les indicó que se sintieran como en su casa y preparó la mesa de su pequeño comedor para comenzar la previa a lo que sería su primera noche de fiesta desde que era madre.

—No sabía si deseaban salir de inmediato, así que compré cervezas —dijo al mismo tiempo en que abría el refrigerador para sacar las botellas.

Las chicas se veían alegres y muy guapas. Aunque sin duda, a ojos de Alex, ya no existía en el mundo ninguna persona capaz de igualar la belleza simple de Emilia. Ya no era capaz de observarla con objetividad. No sabía si era realmente hermosa, o si sus ojos de chiquillo enamorado al idealizaban a tal punto que esa sencilla camisa a cuadros y su oscuro pantalón negro la hacían parecer una semidiosa andante.

Está bien. La estoy idealizando, se confirmó al verla anudarse su cabello mientras buscaba un destapador apropiado para las botellas. Diana le golpeó el rostro con disimulo para hacerlo reaccionar, y una pequeña risa de apoderó de las chicas. Emilia volvió con las botellas y como era costumbre, se ubicó junto a él en la mesa, sonriendo.

Entre elogios a la casa y el aspecto alegre que daban los juguetes y libros de Simone repartidos por los muebles, las cervezas comenzaron a correr. Alex se mantuvo firme y no probó alcohol, pues sería el encargado de llevarlas al pub en donde terminarían la noche. La conversación era alegre y sus risas parecían invadirlo todo, incluso el divorcio fue abordado entre bromas y halagos por la valentía que Emilia había demostrado al permitirse comenzar de nuevo. Fue allí que ella hizo la pregunta que lo originó todo.

—¿Cómo es el sexo entre ustedes?

Emilia estaba tal vez un poco ebria. Y Diana y Florencia de seguro lo estaban también. Diana rio con fuerza y su novia contesto con la misma alegría.

—¿Lo dices en serio? Amiga, ¿qué clase de sexo estabas teniendo?

Alex guardó silencio. Quería oír la respuesta, y quería saber que pensaba al respecto. ¿Cómo tendría sexo él con una chica? Sin operación y sin prótesis: de la misma forma que Diana y Florencia. Emilia volvió a reír y bebió otro sorbo de cerveza.

—¿Cómo todos los heterosexuales?

—¡No, amiga! ¡¿qué dices?! ¡Qué pena por ti! Te digo algo, tómalo como un consejo cariñoso: cualquier día es bueno para ser lesbiana. Te has perdido el mejor sexo de tu vida.

Diana estalló en risas y golpeó la cabeza de su novia. Emilia y Florencia se sumaron, y Alex, avergonzado, preocupado y ansioso, se levantó para ir en busca de un vaso con agua. Abrió el grifo, y escuchó la voz de la anfitriona hablar con claridad y confianza.

—Tal vez deba hacerte caso. No volveré a fijarme en un hombre, jamás. Ya aprendí la lección. Todos son iguales.

—¡Todos! —gritó Florencia haciendo chocar su botella de cerveza con la de Emilia. Diana volvió a golpearla con suavidad y Alex tomó asiento una vez más junto a la mesa. Ya llevaba demasiado tiempo callado.

—¿Y Alex? —agregó Diana.

Él joven hizo un gran esfuerzo por no escupir el agua que tenía en la boca. No quiso observarla. El silencio que siguió a aquella pregunta fue suficiente como para ponerlo nervioso. Emilia aclaró su garganta, se quitó el elástico del cabello para despeinárselo y volvérselo a amarrar. Dio un breve suspiró, y contestó:

—Alex no cuenta.

Y Alex sintió que se desvanecía. Él no contaba. No estaba en la categoría. No era. No existía como hombre. Diana y Florencia vieron su rostro palidecer, y se arrepintieron de llevar la conversación hasta ese punto.

—Alex no cuenta —repitió Emilia—. Debería existir una categoría especial para él. Él no puede ser uno más de ellos. No puede contarse entre los hombres. No al menos entre los que yo he conocido. Él es diferente. Él es —continuó, pasando uno de sus brazos por el cuello de Alex— mejor. Es amable, es bueno, es atento. No es un ego caminante ni un machista disfrazado de protector. Es dulce, cariñoso y divertido. Es magnífico.

Y atrayéndolo a su cuerpo, Emilia lo besó, aún más cerca de la comisura de sus labios de lo que el mismo Alex había hecho la noche anterior.

Diana y Florencia estaban tan emocionadas que deseaban llorar y Alex no era capaz de hablar.

—Creo que ya bebí demasiado —agregó Emilia, soltando a Alex.

—¿Nos vamos ya? Hasta la medianoche, ¡las mujeres entramos sin pagar! —sugirió Florencia.

Diana se levantó junto a su novia, y tras ellas, Emilia y Alex. Salieron sin retocarse el labial ni mirarse al espejo, felices.

Emilia cerró la puerta y echó llave, con Alex a sus espaldas. Cuando volteó, él la retuvo un momento frente a sus ojos. No era mucho más alto que ella, pues por desgracia había comenzado su tratamiento hormonal casi cinco años después de su primera menstruación.

—¿Soy todo eso? —preguntó.

Emilia entendió que aquello parecía ser un coqueteo, y asintió como respuesta. Estaba demasiado pasada de tragos como para filosofar con la diferencia de edad o si era gay o bisexual o quizás qué cosa. No le importaba. No en ese momento al menos. Alex sonrió, y con suavidad, volvió a soltar el amarre del cabello de Emilia para verlo caer frente a él con majestuosidad. Y sí, sabía que exageraba con la forma en que la veía, pero daba igual.

—Pero también soy un hombre —agregó.

Las risas de Diana y Florencia se mezclaron con las burlas que pretendían hacerles ante esa romántica escena y el sonido de alguna casa vecina pidiéndoles silencio.

—Lo sé —respondió ella, y avanzó hasta el auto.

Alex estaba impresionado. No se esperaba nada de lo que esa noche le estaba entregando.

Se estaban coqueteando. Lo estaban haciendo, estaba seguro.

Y esa respuesta era una invitación a conquistarla.

Una que aceptaba con gusto y alegría.


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