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Emilia | Despacio y con cuidado

El domingo a media tarde, Alex conducía de vuelta a casa tras pasar dos noches junto a Emilia, demasiado feliz como para intentar disimular; y ella, demasiado sonriente en el asiento de copiloto como para concentrarse en lo que la esperaba en casa. No deseaba pensar aún en la parte seria de todo lo que acababa de ocurrir, primero porque deseaba extender la alegría que tantos sentimientos que aunque no eran nuevos para ella, se habían ausentado de su existencia por un largo tiempo. Claro que se había sentido antes así, pero esta vez era distinto, no porque Alex la completara de alguna forma, sino porque junto a él, volvía a sentirse libre, comprendida y respetada. Sin duda, separarse de Max para permitirse reencontrarse a sí misma y dejar la puerta abierta para Alex, eran las mejores decisiones que ese año podría haber tomado.

Cuando la carretera quedó atrás y el barrio de Alex comenzó a divisarse, la inevitable despedida se hizo presente. Debían hablarlo: tenían que decidir cuáles serían sus reglas, sus acuerdos y sus límites. Claro que Emilia se sentía bien, pero no ansiaba todavía ninguna formalidad que la apartara del camino que en un comienzo la llevó hasta el sur del país, y eso no significaba no desear a Alex, o no querer saber más de él ni ansiar repetir la noche que acaban de disfrutar. Por muy hipócrita que sonara, quería abordarlo con calma. Emilia tomó un gran respiro y se preparó para hablar, y en el momento en que giró la vista, Alex una vez más la sorprendió:

—Sé que mi actitud no concuerda con esto, pero realmente necesito ir más despacio —murmuró él, casi como si pidiera disculpas—. No puedo enfocarme en mantener una relación contigo porque mi energía está puesta por completo en mí mismo. Sé que puedo sonar egocéntrico, pero...

Emilia sonrió. En ese momento de su vida podía entenderlo con tanta facilidad.

—Alex, está bien para mí. Pensaba decir lo mismo. También estoy pasando por una reestructuración que envuelve todo lo que me rodea. Tal vez no sea tan importante para ti, pero siento que por fin vuelvo a la vida.

—¿Qué? ¡Claro que no! Nada de lo que pase en tu vida es minúsculo, Emi. No quise decir eso. No minimices tu historia ni magnifiques la mía. No soy un sobreviviente ni nada parecido.

—Pero haz luchado con esto desde siempre.

—Solo soy Alex, ¿sí? Con eso basta para mí. El tema es...

—Que nos iremos con calma.

—Con calma —sentenció él.

Ninguno mentía ni exageraba con la importancia que sus propias vidas tenían en ese minuto, pero luego de aquella escapada, resultaba extraño mirarse a los ojos y no recordar la dulzura o la calidez de los besos que ambos se regalaron.

—Tomando en cuenta que somos adultos. ¿Qué ocurriría si te pidiera solo un beso más, por ahora? —agregó Alex, acercándose a ella y jugueteando con su cabello.

Emilia rio y sin dudarlo lo besó.

—No sé cómo haremos para ir con calma —bromeó al sentir la delicadeza de los brazos de Alex detenerla y atraerla hacia su pecho.

—No lo sé, Emi. Solo sigamos siendo nosotros. Así estamos bien.

Ese solo compromiso les permitió separarse con cierta facilidad, aun cuando los besos en el auto se extendieron más de lo acordado.

Alex bajó del auto y avanzó hacia su hogar con una contagiosa —y delatora— sonrisa, mientras Emilia volvía a casa, desesperada por hablar de lo que había ocurrido con alguien. Debía reconocer que si bien desde el comienzo había sentido cierta atracción hacia aquel mesero de aspecto cálido, esa misma sensación creció junto a la curiosidad por su historia y su cuerpo. No lo imaginaba, no tenía idea, y lo poco que había intentado buscar solo arrojaba información poco profunda o porno mal grabado. Por eso debía hablar con alguien que no la juzgara, ni mucho menos sintiera recelo hacia el cuerpo de Alex. ¿Quién podría, de su pequeño círculo de conocidos que se reducía a Anita y dos o tres colegas que poco querrían oír sobre el tema?

Emilia condujo, y a pocas cuadras, su rostro se iluminó con la respuesta.

—Diana.

Emilia marcó su número y, al escucharla contestar, su emoción de disparó. Lo había besado, lo había tocado. ¡Había tocado una vagina! Y no se había sentido en absoluto mal. Toda angustia, todo miedo, desapareció junto con su ropa.

—Diana, es lo más loco y exquisito que he visto —aseguró, y fue el turno de Diana de gritar—. ¿Cómo no iba a ser extraño? Alex es dulce, encantador y masculino, y ¡mierda, tiene una vagina! Y yo... no puedo creerlo. Al principio sentí algo de miedo, pero fue cuestión de segundos encontrar a Alex en esa piel que sí, parecía ajena a él.

—¿Ajena?

—Sí, ya sabes, yo tengo... tenía una concepción de lo que debía ser un hombre, sin embargo, todos mis prejuicios acaban de esfumarse. No sé si me explico, pero lo vi, lo toqué, lo besé tanto como pude, y era Alex. No era ninguna chica, solo él diciendo mi nombre y permitiéndome conocerlo de esa forma.

—Entonces, ¿te gustó?

—Diana, lo adoré. Fue tan dulce... ¡estaba tan nervioso! Se me ocurre que estaba asustado por mi reacción, pero creo que resultó bien. Es más, estoy casi segura de que ya no hay forma de parar todo lo que Alex me hace sentir. ¿Sabes? Diré algo estúpido y hasta ofensivo tal vez, pero pensaba que si me gustaba lo que veía, me convertiría en lesbiana. No me juzgues, no quiero decir nada grosero, pero fue ahí cuando entendí que temía a las etiquetas. ¿Soy realmente una mala persona?

—No, bella. No lo eres. Solo acabas de asumirte como ser humano. Somos más que simples hombres y mujeres como siempre nos enseñaron, y si no hubiésemos conocido a Alex, jamás lo habríamos aprendido.

Emilia estaba emocionada con lo que acababa de vivir, Diana chillaba de emoción junto al teléfono y Florencia reía por el espectáculo. Muy rápido hicieron planes para reunirse en el cumpleaños de Simone, en noviembre, e hicieron bromas de divorcio y familias color arcoíris, hasta que fue necesario tocar el tema que opacaba la alegría de Emilia.

—Nos rayaron la puerta. Sabía que cosas así ocurrían, pero ahora estoy, estamos, del otro lado, y no se bien cómo reaccionar.

—¿Alex ya lo sabe?

—No, no he querido decírselo. Se ve contento y no deseo reventar esta pequeña burbuja.

—Él es más fuerte de lo que piensas. No lo subestimes.

No era eso lo que sentía. Tan solo pensaba que no era el momento adecuado. Siguió el camino hasta su casa, tratando de encontrar la manera precisa de actuar, pero sus pensamientos, sin control alguno, iban de la maravillosa escapada, los besos de Alex, sus manos y su cuerpo, a la preocupación por aquel mensaje estampado en su puerta y el retroceso en Max que aquello generaría; no podía concentrarse en nada, pues era incapaz de ignorar la urgente necesidad de pasar toda la vida enredada entre las piernas de Alex, imaginando una forma de hacerlo sin perder jamás la libertad que sentía en esta nueva vida en la que no debía preguntar nada a nadie; y al mismo tiempo notaba como el instinto de protección ardía en su pecho, suplicándole apartar a Simone de todo aquello.

¿Cómo se enfrentaba una situación como esa, cuando un tercero, involucrado por capricho de su madre, puede resultar dañado? Y aunque era claro que Simone adoraba a Alex, y que el hecho de ser trans jamás sería importante en el desarrollo de su relación, Emilia sabía que era el medio el que podría influir, tarde o temprano, en su pequeña. Ya había optado por sacarla de la escuela, ¿pero y si el acoso aumentaba? Ella sabía a lo que se estaba arriesgando, lo había visto en los miles de titulares de noticias relacionados a personas trans que había encontrado desde que Alex le contó todo, y sabía que un rayado podía ser el inicio de algo peor. Pero claro, también estaba la posibilidad de que nada ocurriera, ya que su nueva ciudad no se caracterizaba por ser un sitio peligroso. Sí, mejor se enfocaba en la tranquilidad del lugar que había escogido para vivir, y la mano de Alex en su mejilla, apartándole el cabello solo para observarla y sonreírle.

Tras meditarlo por largo rato, Emilia optó a hablar con Alex solo si algún hecho parecido volvía a suceder. Antes de aquello, cualquier tipo de información solo conseguiría crear un ambiente tenso y poco agradable. Mientras tanto, iba a encargarse de suavizar a Max, que para su sorpresa, estaba más molesto con los responsables de ese rayado que con Alex. Aún no sabía a ciencia cierta de que habían hablado aquella tarde en el bar, pero sin duda, algo estaba cambiando. Max tenía todo resuelto, la puerta tenía su color original y no existía rastro de odio en ella (ni en él). Pero volvió a insistir, aunque de forma más suave, en que esa relación no era bajo ningún concepto, lo óptimo para Simone. ¿Qué ocurriría con ella si todo se salía de control?

—Simone es mi prioridad, y me ofende que dudes en la capacidad que tengo para mantenerla a salvo.

Max la escuchó con una culpa motivada por la realidad: él no era el responsable de la niña. Él solo acataba, cumplía con depositar el dinero cada mes, y la veía cada fin de semana.

—No es de ti de quien dudo, sino de los demás. Entiendo que no es fácil para personas como Alex, y como padres, nuestra misión es hacer la vida de Simone más amena. No inmiscuirla en problemas de adultos. ¿Y si por meterse con él te dañan a ti, o a ella? ¿No has pensado en las repercusiones de esta aventurita tuya?

—Nunca he tenido aventuras con nadie. Alex es parte importante de mi vida aquí, como también lo es para nuestra hija. Él no es un "tipo" de persona. Él es una persona, y eso ya debería ser suficiente para ti, y mientras Simone este a salvo, mi vida no te incumbe.

—Emilia, por favor para con esto, no estoy yéndome en tu contra. Me gusta verte feliz, solo estoy preocupado. Alex y tú pueden tener lo que quieran, pero entiende, te lo ruego, que esta situación es de cuidado. Debes estar atenta a todo, y lo que acaba de ocurrir, no lo minimices. Ellos, quien quiera que sean, saben que aquí vive una niña que aún no tiene cuatro años, y no les importa. No. Les. Importa.

Emilia se levantó del sofá, molesta. Ya lo sabía. Por supuesto que lo hacía.

—Es hora de que te vayas —sentenció, arrojándole el abrigo y las llaves del auto.

Max comenzó a despedirse de la pequeña, y antes de salir, repitió su petición.

—Realmente no es contra ti. Sé que hice muchas cosas mal, sé que en el encuentras solucionados casi todos mis errores, y sí, me molesta un poco que haya sido tan fácil reemplazarme, pero no me interesa que me odies incluso más que antes. Me preocupa esto, y quiero estar de tu lado. Solo llámame si me necesitas.

Ella no respondió, pues no existía nada que deseara menos, que necesitar de Max.

Tras la escapada, nada cambió en la rutina ya establecida con Susan y Alex. Tan solo hubo más sonrisas y momentos a solas que se extendían cada vez por más tiempo. Ya no existían roces inconscientes entre ellos, pues todas y cada una de las veces que sus manos coincidían con la piel del otro, se acariciaban. Y aunque no se besaban, estaban seguros de que la aparente facilidad con la que se mantenían cuerdos era una farsa para ambos, y lo dejaron en claro una semana antes de que octubre llegara a su final.

Mientras en la capital de Chile el calor se hacía presente, la lluvia azotaba los alrededores de Valdivia. Emilia acababa de entrar a casa despotricando en contra del clima y de lo urgente que se le hacía un poco de sol para sobrevivir. Susan reía de su mal humor, pero la entendía. Para nadie era fácil adecuarse a la lluvia, menos cuando la primavera estaba en todo su apogeo.

—¿Y Alex? —preguntó Simone al verla llegar. Y tanto Susan como Emilia, sonrieron con ternura.

Era gracioso como se instauró entre ellos la cotidianeidad, transformándose en una rutina dulce y peligrosa.

—Tenía un examen, cariño. Dijo que trataría de venir, pero con esta lluvia, de seguro irá directo a su casa —contesto Emilia.

Esa noche, Simone durmió algo más temprano, aburrida porque su compañero de juegos aparentemente no vendría a casa. Emilia, por su parte, aprovecho ese pequeño espacio de silencio para buscar algo que leer. Entusiasmada con la tranquilidad, ese preparó un té, cogió uno de sus libros y en cuánto se dispuso a tomar asiento, la puerta de su casa sonó. Y ella conocía esa manera de golpear.

—¡Viniste con esta lluvia!

Alex la besó en la mejilla antes de entrar y la abrazó para molestarla y mojarla con su cuerpo empapado por la tormenta. Emilia rio al sentirlo y al ver su cabello húmedo esparciendo gotas por su casa.

—¡Pasa rápido al baño! —bramó ella, y tratando de reír sin hacer mucho ruido, Alex avanzó por la sala.

De inmediato, Emilia buscó entre sus cosas lo menos femenino que tenía, una toalla, y encendió el gas para que Alex pudiera tomar una ducha. Tuvo deseos de entrar y encerrarse junto a él, pero se contuvo. Para distraerse, comenzó a preparar café y una nerviosa mesa para cenar. No supo cuánto tiempo estuvo viendo hervir la cafetera mientras imaginaba el cuerpo desnudo de Alex a pasos de ella. ¿Qué estaba haciendo tratando de alargar una situación tan tensa? Ella ya no estaba en edad de privarse de nada. Quería estar con él, sentirlo una vez más y...

—Emi —murmuró él, junto a su oído.

Ella dio un brinco del susto y apagó la cafetera. Cubrió sus ojos riendo, y Alex volvió a acercarse.

—¿Qué pasa?

Soy una adulta, se repitió, antes de voltearse y enganchar sus manos en el pantalón de Alex. De entre las tres poleras que le entregó, la blanca era la única que le había quedado bien. Demasiado, tal vez, pues algo de sus pechos se traslucían, y mucho de Emilia comenzaba a rendirse.

—Este es uno de esos momentos en que no quiero ir despacio —sentenció ella.

Una de sus manos viajó bajo la polera de Alex hasta su espalda, para asirlo contra su cuerpo con la prisa reflejada en la mirada.

Alex sonrió, y nunca más algo fue lento entre ellos.

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