Emilia | Recuperándose a sí misma
Max acababa de hacer dormir a Simone, y se disponía a disfrutar una taza de café en la sala aún sin muebles de la casa de Emilia, cuando la vio atravesar el umbral de la puerta. Se veía feliz, y su mirada de reproche no logró abatirla.
—Es tarde —regañó.
Emilia dejó escapar una risa molesta y avanzó directo hasta la cocina, sin detenerse a contestar. Sabía que Max seguía sus pasos, pero tener una discusión no estaba entre sus planes.
—Debiste haber dicho que era por eso, habría sido mucho más creíble que el discursito sobre tu frustración.
Ella se volteó, exageró su respiración para tratar de calmarse y no arrojarse sobre él para asesinarlo. No lograba entender que hubiese pasado tantos años junto a semejante persona. ¿Realmente, aquel que tanto decía haberla amado, era incapaz de reconocer la soledad que sentía al alejarse de todo para estar en casa? Ese hombre, de pie frente a sus ojos, era el resultado de un enorme ego y una horrible falta de empatía. Y lo más triste, era que no le parecía tan raro que así fuera, pues todo lo ocurrido entre ellos tras el matrimonio, había girado en torno a los roles que la sociedad les impuso, y que ellos aceptaron sin discusión. Max se hizo grande gracias a la estabilidad que toda su vida tenía, pudo concentrarse en cumplir cada uno de sus sueños y objetivos, consiguiendo un ascenso tras otro, sin reparar en que todo aquello era posible debido a la abnegación de su esposa.
—¿Es una broma? —contestó ella, pero por la cara de asombro de Max, pudo saber que hablaba en serio—. Primero, no estoy frustrada, estoy cansada. No me gradué con honores para terminar de niñera de tiempo completo, y por si fuera poco, sin salario. Segundo, lo que intenté decirte por años, no era un discursito. Te estaba suplicando algo de ayuda, un respiro, y ¿sabes qué?, en ese momento, en que aún sentía algo de afecto, habría sido feliz con mucho menos. Tal vez no habría sido necesario huir de ti. Y tercero, Alex es un amigo. Nada más.
—Un poco joven para ti, ¿no crees?
Emilia lo contempló con la boca abierta por el asombro. Abrió la llave del agua y se sirvió una gran cantidad en la copa de cristal. Bebió un sorbo y suspiró. ¿Cinco años casada y cuatro de novia para darse de cuenta de que Max no era más que un idiota?
—Acabo de abrir una vez más mi corazón hacia ti, ¿y te preocupa si tengo un amigo mayor o menor que yo? Pues mira: ya no tienes nada que opinar sobre con quien deseo pasar el tiempo. De hecho nunca debiste hacerlo, pero en fin, eso ya ocurrió. Ahora, solo para que esta discusión acabe, quiero que sepas que Alex es gay, y que no estoy ni remotamente interesada en volver a relacionarme con un machito cavernícola como tú.
—¿Así que gay? Ya veo. Ahora odias tanto los penes que terminaras rodeada de maricas y marimachas.
Ella terminó su vaso de agua en silencio y salió de la cocina en dirección a su habitación. Antes de entrar, se volteó hacia Max una última vez.
—Este es el último fin de semana que te quedas en mi casa. De ahora en adelante, cada vez que desees ver a Simone, tendrás que pagar hotel.
Cerró la puerta a sus espaldas, mientras Max seguía sin entender si se había molestado por hacerle notar que se veía mayor que su amiguito gay o por su broma sobre las lesbianas.
***
La mañana siguiente, Emilia seguía molesta, por lo que intentó evitar al máximo a su ex, esquivando sus burdos intentos por congeniar con diálogos vacíos que no estaba dispuesta a oír. Por fortuna, el tiempo estuvo a su favor y padre e hija emprendieron un paseo por la ciudad que planeaban extender por todo el día, dejándola libre de disgustos al menos por unas horas. Aprovechó a concho cada minuto de libertad, hasta que llegó la hora de vestirse de sport y reunirse con Alex para su vergonzosa vuelta al deporte.
Salió dispuesta a divertirse y olvidar la presencia de Max, sin apenas arreglarse. Caminó tranquila hasta el muelle, disfrutando la peculiar brisa tibia que la tarde le regalaba, casi obligándola a sentirse de ánimo para un buen trote. A medida que se acercaba, comenzó a dejar atrás la voz molesta de Max, para concentrarse en lo agradable que era pasar el tiempo con Alex. Y es que le encantaba la forma honesta en que él la observaba, sin ninguna otra intención más que saber, realmente, como se sentía. De pronto, parecía que había pasado mucho tiempo sin que alguien se lo preguntara en serio. Pero los puntos a favor del chico no acababan ahí. Por si fuera poco, había algo en él que a Emilia le provocaba la confianza suficiente como para sentirse relajada a su lado. Tal vez influía que parecía no juzgarla por su aspecto como todas las personas que conocía tendían a hacer, acostumbrado quizás a su rostro cansado, porque la había visto muriendo de sueño cada mañana por casi un mes. De alguna forma, era agradable haberlo conocido en su peor momento, pues no había nada con que la pudiera comparar. De su boca jamás saldrían las típicas opiniones sobre su cuerpo post-embarazo que ella jamás pedía.
Una vez que divisó el muelle, agudizó su vista en busca de su entrenador personal, para encontrarlo elongando con mucha seriedad de frente al río.
—¡Señor, sí señor! —Saludó cuando estuvo a su lado—. Cadete Emilia presentándose —bromeó.
Alex la observó, enseñando una coqueta sonrisa.
—Diez minutos tarde, señorita —contestó, enseñando su reloj—. ¿Lista?
Emilia asintió, y comenzó el trabajo. Alex partió enseñándole la forma correcta de preparar su cuerpo para el ejercicio mostrándose a momentos algo nervioso, hasta que el trote dio inicio. Alex había propuesto trotar en intervalos de un minuto, alternados con caminatas, lo que ella consideró demasiado básico. Tampoco se sentía tan mal en términos físicos. Tomaron sus botellas de agua y emprendieron rumbo por la costanera, concentrados en el primer objetivo: veinte minutos de trote continuo. Emilia siguió las instrucciones de respiración y velocidad, y se detuvo, exhausta y derrotada, luego de dos minutos.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Alex de inmediato. Emilia buscó asiento en el suelo y él comenzó a reír, ubicándose a su lado hasta verla recuperar el aliento—. ¿Mejor?
—¡No puedo creerlo! ¡Solía correr una hora entera! —rezongó ella, decepcionada de sí misma. Alex iba a responder que estaba bien, que era normal comenzar poco a poco y que no era necesario preocuparse, pero Emilia se adelantó—. Destruí mi vida, ¿sabes? No puedo creer que me permitiera a mi misma abandonarme hasta este punto.
Alex se levantó, sin saber muy bien qué decir, y le tendió una mano.
—Lo importante es que estas a tiempo de recuperarte. Empecemos trotando un minuto, y caminamos dos ¿Te parece bien?
Ella tomó su mano y volvió a pararse junto a él. Respiró profundo, y volvió a correr. Regresó cansada a casa, pero añorando despertar para volver a repetir su sesión, la cual quedó establecida en forma oficial para cada fin de semana, hasta el día en que Max no pudo asistir, y Emilia no tuvo más opción que acudir junto a Simone. En el momento en que se divisaron, una gran sonrisa apareció en el rostro de Alex.
—Lo siento, pero la clase para dos personas es más caras —bromeó al estar frente a ellas.
Emilia lo saludó en forma cariñosa y Simone repitió el mismo gesto, regalándole un tierno beso en la mejilla.
—Su padre no pudo venir. Ya sabes, el trabajo —murmuró Emilia, para que su pequeña no notara su molestia—. Pensamos en salir a dar un paseo, pero creo que el clima hoy no os acompañará.
—Estamos en el sur, Emilia. Tienes que acostumbrarte a hacer tu vida fuera de casa, con o sin lluvia.
—¿Y con o sin hija? —contestó ella, sonriendo.
—Claro que sí. Podríamos idear algo para hacer junto a ella, no lo sé, quizás el Gimnasio Atlético nos funcionaría.
Emilia sintió como su corazón se llenaba de una calma abrumadora, que hace años se había resignado a dejar de sentir. No era la misma sensación de tranquilidad que le provocaba dormir abrazada a su pequeña niña, o la alegría de verla reír en el suelo si algo gracioso le ocurría. ¿Cuántas veces se había sentido así? Oh, claro. El día en que la besaron por primera vez, la noche en que conoció a Max y el momento en que Simone abrió sus ojos al escuchar su voz, inmediatamente después de nacer. ¿Pero por qué sentía lo mismo junto a él? ¿Sólo porque la aceptaba junto a Simone? ¿Ahora que era madre, solo bastaba eso para hacerla feliz?
—Gracias —contestó, sonriendo.
Pero Alex no entendía muy bien que era lo que le agradecía. Correspondió su sonrisa y la lluvia comenzó a caer, leve al principio, dándoles la oportunidad de refugiarse, para luego arremeter con toda la bravura del invierno. Simone estaba en brazos de Emilia, y los tres reían agitados bajo el techo de una panadería.
—¡Tengo una gran idea! —exclamó la pequeña, recordando lo que solían hacer cuando llovía en la capital, una o dos veces al mes, cuando mucho—. ¿Qué pasa si vamos al cine?
Ambos adultos se observaron nerviosos ante la propuesta, pero bastó una sonrisa de Emilia para que volvieran a la calma.
—Están pasando la segunda parte de "Cómo entrenar a tu Dragón" —agregó Alex.
Y en cuestión de minutos se encontraron pidiendo un taxi que los llevara hasta el teatro más cercano. De pronto, la lluvia parecía un excelente panorama.
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