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── chapter eleven 𑁤.ᐟ


chapter eleven .
A solas.
ELLIE KAVANAGH

No sabía cuánto tiempo podía pasar a su lado sin pensar en lo que sentía.

Porque no era tan simple como quererle o no quererle. No era tan sencillo como gustarme su sonrisa, o preocuparme cuando le veía sangrar.

Era algo más extraño, más sutil. Como algo invisible en mi que se tensaba cada vez que teníamos la mínima interacción.

Miré su mano bajo la mía, sus nudillos lastimados, la piel partida en pequeñas líneas rojas que parecían doler más de lo que admitía. Acaricié con el pulgar la parte intacta, sin pensarlo mucho.

Tadgh no me apartó.

Y eso era raro. Porque Tadgh Lynch era de los que se encogían ante el contacto humano. De los que hacían parecer que eran rudos cuando en realidad todo es una farsa.

Excepto ahora.

Excepto conmigo.

Elevé la vista, buscando su perfil.

Se notaba que estaba cansado, pero no sólo físicamente. Era algo más profundo, algo que conocía demasiado bien.

La forma en la que su cuerpo parecía siempre preparado para recibir un golpe.

La forma en la que sonreía como si tuviera que disculparse por ello.

La forma en la que me miraba, como si temiera romper algo que ya estaba medio roto.

Y me pregunté si él veía algo parecido en mí.

—No tienes que decir nada —murmuré, apenas moviendo los labios.

Él giró ligeramente la cabeza, como si quisiera grabarse esa frase para siempre.

Quizá yo también debería grabármela. Porque había cosas que no estaba lista para contar. Ni siquiera a Johnny.

Tadgh suspiró y entrelazó los dedos con los míos, despacio, como si todavía esperara que me echara atrás.

No lo hice.

Nos quedamos así un rato más, escuchando cómo las risas de Sean y Ollie cada vez se hacían más lejanas. Como si el mundo entero se hubiera detenido sólo para dejarnos respirar en ese diminuto espacio de tregua.

No quería que se acabara.

No quería volver a ser la Ellie que sonreía cuando por dentro sólo sabía callar.

Con él, al menos, no tenía que fingir.

—¿Te vas a meter en más peleas por mí? —pregunté, en tono ligero, intentando disolver la tensión.

Una pequeña sonrisa cruzó su cara.

—Espero que no. Me estoy quedando sin nudillos.

Me reí bajito, porque esa era otra cosa de Tadgh Lynch.

Él lograba arrancarme sonrisas incluso cuando todo dentro de mí pesaba una tonelada y me destruía.

Solté su mano con suavidad y me senté en el borde de la mesa, balanceando los pies en el aire.

Él se giró un poco para mirarme de frente.

Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que no tenía que tener miedo.

De mí, de él, o de lo que fuera que estaba creciendo entre los dos.

—¿Te has preguntado alguna vez por qué somos así? —pregunté, bajando la voz, como si confesarlo en voz alta pudiera romper el momento.

Tadgh alzó una ceja.

—¿Así cómo?

—Tan... rotos.

Hubo un pequeño silencio. No incómodo, sino lleno de todo lo que no hacía falta explicar.

—Supongo que algunos nacemos ya medio rotos —dijo, encogiéndose de hombros—. Y otros nos rompemos en el camino.

Asentí.

Porque lo entendía. Lo entendía mejor de lo que cualquiera podría imaginar.

Levanté la vista hacia él de nuevo. Sus ojos grises reflejaban el pequeño destello de luz que quedaba, y en ellos no vi ni pena ni rabia.

Vi a alguien que no me pedía ser diferente.

Vi a alguien que no intentaba arreglarme.

Y me di cuenta, con un nudo inesperado en el pecho, de que Tadgh no era peligroso para mí.

Era un hogar.

Aunque todavía no supiera cómo admitirlo del todo.

Tadgh bajó la mirada mientras sus dedos jugueteaban distraídamente con una de las grietas de la mesa. Como si también estuviera buscando palabras que no sabía decir.

—No creo que estés rota, Ellie —murmuró, tan bajo que casi no lo escuché.

Me quedé quieta, sintiendo cómo esa frase me calaba la piel, donde ninguna otra había logrado llegar.

—Tú tampoco lo estás —susurré, sin atreverme a respirar.

Él soltó una pequeña risa sin alegría, negando con la cabeza.

—Si lo dices tú... —dijo, como si mi voz tuviera más poder del que él creía merecer.

Y tal vez lo tenía.

Porque por primera vez, no se trataba de quién éramos para los demás. No se trataba de expectativas, ni de cargas, ni de heridas heredadas.

Era simple.

Eramos él y yo; todo lo que entendíamos solo en silencio.

Me senté e incliné un poco hacia adelante, apoyando el codo en mi rodilla, sin apartar los ojos de los suyos.

—¿Sabes qué es lo peor? —pregunté, y Tadgh negó, en un movimiento leve—. Que a veces pienso que me acostumbré a ser la que sobra de mi familia.

La que no está a la altura, la que decepciona.

Tragué saliva, sintiendo el peso de mis propias palabras, pero sin poder parar.

—Y luego vienes tú —continué, bajando aún más la voz—. Y haces que me pregunte si toda mi vida he estado intentando buscarme en el lugar equivocado.

Vi cómo su expresión cambiaba. Como si quisiera decirme algo, pero no encontrara cómo.

No necesitaba que lo hiciera.

Porque en ese instante, bastaba con saber que me escuchaba.

Que me veía.

Que no intentaba hacer como que no veía mi dolor.

Tadgh extendió la mano, apenas rozando la tela de mi pantalón con los nudillos heridos. Un gesto torpe, inseguro, pero tan lleno de ternura que me dieron ganas de llorar.

—No sobras, Ellie —dijo, como si fuera lo más obvio del mundo.

—Tampoco tú —susurré.

Y nos quedamos así.

Tadgh y yo eramos personas totalmente distintas que solo compartían el dolor que sentían, pero acababan encajando.

Incluso en medio del caos.

Incluso en medio del miedo.

Incluso cuando todavía no sabíamos cómo sostener todo lo que estábamos empezando a sentir.

Pero lo intentaríamos.

Porque, por primera vez, merecía la pena luchar por algo.

Por alguien.

Por nosotros.

Un golpe seco en la puerta hizo que la conversación se dispersara y yo bajara la cabeza para ocultar la sonrisa de tonta que seguro que tenía en la cara.

Al ver a Ollie con una pelota de fútbol en manos, Tadgh se separó suavemente de mi, casi a regañadietes.

¡Eyi! ¿Juegas? —gritó Ollie, sin frenar.

Me reí en voz baja mientras Tadgh desviaba la mirada, fingiendo que no había pasado nada.

Permití que Ollie me cogiera de la mano para llevarme al patio.

Eyi, ¿te puedo preguntar algo?

—Claro, Olls.

—¿Tú y Tadgh estáis saliendo?  —el pequeño hizo el intento de susurrar, pero su hermano consiguió escucharlo hasta en la distancia.

—¡No digas gilipolleces, Ollie!

Sonreí mientras era acompañada de Ollie al patio.

nota de la autora :

Tengo un monton de fanfics ya publicados sin actualizaciones y aun así estoy preescribiendo este.

Esque amo a Ellie y Tadgh.

— atexnicki.

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