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── chapter fourty-eight 𑁤.ᐟ


chapter fourty-eight .ᐟ
Desayuno familiar.
TADGH LYNCH

Bajar a la cocina con Ellie al lado se sentía como cruzar una línea invisible. Una que había estado ahí desde hacía años, flotando entre bromas, roces de hombro y todo lo que nunca dijimos.

Y ahora... ya no estaba.

Era oficial.

Ella y yo.

Y aunque nadie lo gritara, se notaba. En cómo Shannon la miró desde la tostadora con una sonrisa cómplice. En cómo Johnny fingió estar demasiado ocupado preparando café para saludar. En cómo Joey asintió levemente al verla, como si acabara de ganar una apuesta que nunca había verbalizado.

Y luego estaba Gibsie.

—¡Ahí vienen los traidores! —gritó desde la mesa, con la boca llena de pan—. Los Bonnie & Clyde de Tommen. Qué bonito. Qué doloroso.

Ellie se echó a reír. Yo negué con la cabeza y me senté junto a ella en una de las sillas del fondo. Ollie y Sean estaban peleándose por el último cruasán, cada uno con una mano en el plato y la otra estirada como si fueran a firmar un tratado de paz que sabíamos que no iban a respetar.

—¿Qué le pasa a él? —susurró Ellie, señalando a Gibsie con la barbilla.

—Resaca emocional —dije—. Le viene cuando el centro de atención no es él.

—¡Os estoy oyendo! —protestó Gibsie—. Y me estáis hiriendo.

—Nadie te ha herido —le respondió Joey, desde el otro lado de la mesa—. Te estás dramatizando solo.

—¡Porque lo merezco!

Shannon apareció con una bandeja de zumos y la dejó sobre la encimera. Llevaba el pelo recogido y la camiseta de los Rolling Stones que le robó a Johnny el verano pasado. Se acercó a Ellie y le pasó una servilleta, con una sonrisa tan sutil que casi se perdía.

—Buenos días —dijo, bajito.

—Buenos —respondió Ellie, algo sonrojada.

Vi el intercambio. Lo guardé. Esas cosas decían más que cualquier grito.

Sean logró quedarse con el cruasán y corrió por el pasillo como si llevara un trofeo. Ollie lo persiguió como alma que lleva el diablo. Joey se levantó a por más mantequilla. Gibsie se puso a explicar su teoría de por qué Titanic está sobrevalorada. Y Johnny... Johnny nos miró a los dos. Un segundo. Luego volvió al café.

Y yo me di cuenta de algo.

Esto. Esto era el lugar.

No el desayuno. Ni la cocina con olor a pan quemado. Ni siquiera la casa. Era esto: todos juntos. Aunque no cupiéramos. Aunque se pelearan por espacio. Aunque Gibsie gritara más de la cuenta y Mam no estuviera para controlarlo todo. Esto era hogar.

Y Ellie estaba dentro. Por fin.

Ella se volvió hacia mí. Me sonrió, con las manos rodeando su taza de té. Tenía las mejillas sonrosadas y los ojos llenos de calma. Como si por fin también pudiera respirar.

—¿Qué? —preguntó, al ver que la miraba.

—Nada —dije, pero se me escapó una sonrisa.

Gibsie golpeó la mesa con la palma.

—¡Vale! ¡Yo solo quiero saber una cosa! ¿Quién le dijo "te gusto" primero? Porque esa es la persona débil en esta relación y necesito saberlo por motivos de bullying selectivo.

—Débil tu sentido del pudor —bufó Shannon.

—¿Fuiste tú? —me preguntó Gibsie, señalándome—. ¿Tú te rendiste primero?

—Se rindieron los dos —dijo Johnny desde la cafetera, sin girarse—. Hace años. Lo único que faltaba era que lo admitieran.

Hubo un segundo de silencio. Todos nos miraron. Luego, como si se hubiera dado una señal invisible, empezaron a hablar todos a la vez.

—¡Yo lo sabía desde que tenían catorce!

—¡Ellie lo miraba en las fiestas como si fuera un helado!

—¡Tadgh se ponía rojo cada vez que la oía decir su nombre!

—¡Me debes cinco euros, Shannon!

—¡¿Yo por qué?! —preguntó ella.

—¡Yo aposté que sería ella la que haría el primer movimiento!

Me tapé la cara con las manos, riendo.

Ellie también.

Y entonces, como si fuera lo más normal del mundo, me tomó de la mano. Por debajo de la mesa. Sin decir nada.

Y eso fue todo.

No necesitaba una declaración, ni una canción, ni un aplauso.

Solo eso. Su mano en la mía.
Y todos los demás haciendo ruido alrededor.

Porque por fin éramos eso: parte de algo.

Y esta vez, no lo iba a soltar.

El instituto olía igual que siempre: a humedad, pasillos mal ventilados y la desesperación colectiva de un lunes por la mañana.

Pero yo no era el mismo.

Iba de la mano de Ellie Kavanagh.

Y aunque no lo dijéramos en voz alta, aunque no hubiera pancartas ni anuncios, lo sabían. Todos lo sabían.

Nos miraban como si fuéramos una versión alternativa de nosotros. Como si Ellie no hubiera sido parte de mi vida desde siempre. Como si esto —esto de ir cogidos de la mano, de caminar sincronizados sin pensarlo, de no tener que fingir que éramos solo amigos— fuera una noticia de portada.

Para mí era lunes. Para los demás, parecía una especie de apocalipsis emocional.

—¿Te van a mirar así todo el día? —me preguntó Ellie en voz baja.

—Probablemente —respondí. No me molestaba. Me cansaba un poco, eso sí. Pero no por ellos. Sino porque ahora que la tenía al lado, no me apetecía compartirla con nadie.

—Solo me hace gracia —dijo ella.

—¿Gracia por qué?

—Porque ahora todo el mundo sabe lo que yo sabía desde hace años.

Me giré para mirarla. No dijo nada más. Solo sonrió. Como si acabara de soltar una bomba y no le importara ver el mundo arder.

—¿Y qué sabías? —pregunté, sin poder evitar sonreír también.

—Que eras mío.

Así, sin más.

Me dio un vuelco el pecho. Esa frase. Esa certeza suya. No sabía cómo lo hacía, pero siempre decía justo lo que yo no sabía que necesitaba oír.

Cuando llegamos a las escaleras del edificio principal, vi a Niamh. Su expresión fue de absoluto caos. Tiró la carpeta al suelo y bajó corriendo las escaleras como si alguien hubiera activado una alarma nuclear.

—¡NOOOOOOO! —gritó, señalándonos con dramatismo.

Ellie se echó a reír. Yo también. Aunque ya me estaba preparando mentalmente para el tsunami de interrogatorios.

—¿Te apetece clase o interrogatorio? —le pregunté.

—De ti —respondió.

Me detuve. No por efecto. No para parecer romántico. Me detuve porque necesitaba un segundo para procesar lo que eso me provocaba.

Porque lo decía en serio. Porque era real.

—Lo que dijiste —le murmuré—. El sábado. Lo de la canción vieja... Yo también siento eso.

Iba a decirle algo más, pero Aisling nos interceptó con Ciara a su lado, las dos con cara de querer respuestas ya.

—¿Así que es real? —preguntó Aisling, poniéndose entre nosotros.

—¿Desde cuándo? —añadió Ciara.

—Desde siempre —contesté, antes de que Ellie pudiera abrir la boca.

Y lo dije sin vergüenza. Porque era la verdad. Porque esa era mi historia con ella: años en construcción. Años de casi. Años de por fin.

Gibsie apareció a lo lejos, como si lo hubieran invocado con una campana.

—¡Abran paso, que llegan las estrellas del drama romántico del año!

Johnny lo seguía por detrás, arrastrando la mochila, con una expresión que decía "no tengo fuerzas para esto".

Solté la mano de Ellie solo porque tenía que entrar por la otra puerta. Pero antes de irme, la miré.

Y me quedé mirándola.

Porque no necesitaba decir nada. Porque ya lo sabía.

Ella me sonrió. Como si todo fuera simple. Como si estar conmigo nunca hubiera sido un riesgo.

Y yo me giré. Crucé la puerta. Me senté en clase. Escuché los susurros. Las risitas. Las frases cortadas con nombres en medio.

No me importaba.

Porque esa mañana, ella había dicho que era suyo.

Y yo lo era.

nota de la autora :

No falta nada para el concierto de las pinks!

KMI HA VISTO MI HISTORIA JAJA (KMI420)

— atexnicki.

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