── chapter fourty-five 𑁤.ᐟ
chapter fourty-five .ᐟ
El inicio de una relación.
ELLIE KAVANAGH
Siempre pensé que la primera vez que lo hiciera estaría asustada. O peor, estaría pensando en Mark y en todo lo que me hizo sin querer. Pero no fue así. Todo lo que tenía en la cabeza era Tadgh. Su risa tonta, sus ojos, las veces que me hacía rabiar solo para que le mirara, cada recuerdo que llevábamos construyendo desde los trece. Todo.
—Lo sabíamos, tía —murmuró Aisling, tumbada boca abajo, con la cabeza apoyada en su almohada de rayas rosas—. Lo sabíamos desde hace siglos.
—¿El qué sabíais? —intenté hacerme la tonta, pero ni siquiera yo me creí el tono casual.
—Que te morías por él —añadió Niamh con una sonrisa suave, comiéndose unas galletas Chips Ahoy directamente del paquete—. O sea, literal, se te cae la baba cada vez que respira.
—¿Y qué hay de él? —intervino Ciara desde el saco de dormir, abrazando su cojín de peluche como si fuese un secreto—. Porque ese chico te mira como si fueras... yo qué sé, como si fueras su canción favorita.
Me tapé la cara con las manos mientras las tres se reían. Estábamos en la habitación de Aisling, con el suelo lleno de mantas y el aire oliendo a laca, esmalte de uñas y chuches. Las luces del árbol parpadeaban en el pasillo porque su madre se negaba a quitarlas hasta febrero. Era una pijamada como las de antes, pero con más cosas en juego. Con más verdad.
—No me mira así —susurré, aunque en el fondo... sabía que sí. A veces.
—Por favor —dijo Aisling arrastrando la voz—. Tadgh Lynch no se quedaría limpiando platos contigo después de una comida familiar si no estuviera loco por ti.
—Tampoco lo sabes —me defendí, pero se me escapó la sonrisa.
Niamh me lanzó un cojín y nos echamos a reír. Fue ese tipo de risa que solo pasa cuando estás con gente que te conoce tanto que no hace falta decir nada. Gente que te ve de verdad. Esa noche, no estábamos en 2009 ni en una casa cualquiera. Estábamos en nuestra burbuja. Donde no existía el lunes, ni los exnovios imbéciles, ni los silencios incómodos con los que una lidia sola. Solo éramos nosotras.
—¿Crees que él lo sabe? —preguntó Ciara, más bajito, con esa forma suya tan suave de decirlo todo.
—Creo que sí —contesté al cabo de un rato—. O quiero pensar que sí. Es que con Tadgh... no es solo que me guste. Es él. Es como... cuando escuchas una canción vieja y sabes que fue escrita para ti.
—Ay, eso es precioso —murmuró Aisling, que llevaba un rato mirando el techo y jugando con su pulsera tejida.
Me incorporé para mirarlas bien a las tres. No sabía cuándo habíamos crecido. Cuándo pasamos de hablar de los Jonas Brothers y de si podíamos ir al parque solas, a estar aquí, hablando de primeras veces, de chicos que nos duelen y de amores que no se van.
—Gracias por estar aquí —les dije, de golpe—. No lo digo mucho, pero de verdad... no sé qué haría sin vosotras.
—¿Nos vas a hacer llorar? —Niamh fingió secarse los ojos con dramatismo—. Porque yo lloro por cualquier cosa. El anuncio del perrito de Scottex me destrozó el otro día.
—Te queremos, Ellie —susurró Ciara, y me tomó de la mano.
Y entonces sonó el móvil. Mi viejo Samsung de tapa vibró donde lo había dejado, junto al estuche de los pintalabios y el disco de Fearless que habíamos puesto al fondo como decoración. Lo abrí con un clic.
Era Tadgh.
Tadgh:
¿Estás despierta?
Mi corazón dio un brinco. Las chicas me miraron en silencio. Les enseñé la pantalla. Aisling sonrió como si hubiera ganado un premio.
Ellie:
Sip, ¿por?
Tadgh:
Solo quería hablar un segundo.
Me mordí el labio. Miré a las chicas, que ya sabían. Asintieron sin decir nada. Me levanté despacio, cogí una sudadera de Aisling y salí al porche trasero, donde solo se oía el viento contra las hojas secas y los grillos que aún resistían el invierno.
Llamó.
—Hola —dije, y mi voz salió más baja de lo normal.
—Hola —respondió él, con ese tono suyo que siempre parecía llevar una risa escondida—. No te molesto, ¿no?
—Tadgh, son las tantas.
—Lo sé. Pero no podía dormir. Estaba dándole vueltas a todo... a ti.
Sentí algo apretarse en el pecho. Cerré los ojos, apoyándome en la barandilla. El frío me helaba los dedos, pero me daba igual.
—Yo tampoco podía dormir.
Hubo un silencio. De esos largos, que en otra situación habrían sido incómodos. Pero con él no. Con él solo eran pausa. Respiración.
—Estuve pensando todo el día en ti —dijo, al fin—. No solo por lo que pasó. Aunque eso también. Fue increíble, Ellie. Fue... joder, fue todo.
Mi corazón latía tan fuerte que temí que se le oyera por el teléfono.
—Tadgh...
—No, espera, déjame decir esto. Porque si no lo digo ahora, no sé si me atreveré otro día.
Asentí, aunque él no podía verme.
—Me gustas desde hace años. Desde mucho antes de darme cuenta. Desde que eras esa cría que se peleaba con Johnny por el último yogur de chocolate y me tiraba cojines en la cabeza cada vez que veníamos a tu casa. Me gustas desde que te ponías las camisetas del uniforme al revés y no te importaba. Desde que empezaste a sonreír distinto. Desde que dejaste de ser "la hermana de mi amigo" y empezaste a ser "mi chica". Aunque aún no lo supieras.
Una lágrima me resbaló por la mejilla, y ni siquiera traté de secarla.
—Y no quiero seguir haciendo como que esto no significa nada. No quiero esperar a que otro se te acerque. No quiero más medias tintas, Ellie.
Respiró hondo, como si le costara decir lo que venía.
—Quiero que seas mi novia. Oficialmente. Quiero cogerte de la mano cuando bajemos juntos al pueblo. Quiero que vengas a casa y no tengamos que fingir nada. Quiero que todos sepan que estás conmigo. Que eres mía.
Me quedé en silencio un segundo. No porque dudara. Sino porque era demasiado. Demasiado perfecto. Demasiado él.
—¿Puedes venir? —susurré—. Solo un momento.
—Estoy en la esquina. Llevo aquí desde antes de escribirte. Por si acaso.
Sonreí, con el corazón desbordado, y eché a correr por el pasillo. Aisling asomó la cabeza desde la habitación y me guiñó un ojo, como si supiera exactamente a dónde iba. Salí por la puerta principal, sin zapatos, con las luces del árbol titilando detrás de mí.
Y allí estaba él. En el borde de la acera, con las manos en los bolsillos y la capucha echada hacia atrás, bajo las farolas naranjas de la calle. Cuando me vio, sonrió. Esa sonrisa tonta suya que siempre me desmontaba.
Corrí hacia él. Sin pensar. Sin frenos.
—Eres un idiota —le dije, temblando.
—Lo sé.
—Y un pesado.
—También.
—Y llevas media hora tiritando en la calle como un drama queen.
—Todo eso es verdad —admitió, bajando la cabeza.
—Pero me gustas. Y claro que quiero ser tu novia, idiota.
Tadgh me abrazó antes de que pudiera decir más. Me apretó como si tuviera miedo de que desapareciera, como si necesitara asegurarse de que estaba ahí. Y yo me dejé abrazar. Porque ese era mi sitio. Porque nunca había tenido más claro nada en mi vida.
—Te juro que voy a hacerlo bien —murmuró junto a mi oído—. Que esto va en serio, Ellie.
—Lo sé. Porque tú no dices estas cosas a la ligera. Nunca lo haces.
—Y porque tú no eres cualquiera.
—Ni tú.
Nos quedamos así un rato. Bajo el cielo frío de enero. Con el mundo entero en pausa y las luces navideñas brillando aún, como si se negaran a marcharse.
—Entonces... ¿es oficial? —preguntó él, separándose lo justo para mirarme a los ojos.
—Tadgh Lynch, si no me besas ahora mismo, te retiro el título de novio antes de que empieces a usarlo.
Y lo hizo. Me besó. Lento, torpe al principio, con las narices frías y las sonrisas escapándose entre medias. No fue de película. Fue mejor. Fue nuestro.
—Oye, Ellie...
—¿Mmm?
—Te quiero.
Sonreí. Sin miedo.
—Y yo a ti. Desde hace mucho. Solo que no lo quería admitir.
—Ya era hora —susurró, besándome otra vez.
Y ahí, entre farolas, frío y confesiones, empezó todo de verdad.
nota de la autora :
Estoy totalmente bloqueada tanto en el ámbito escritor como en el lector.
Siento que lloraré en el concierto de Blackpink.
Intentaré no desaparecer de nuevo, los amo.
— atexnicki.
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