Truyen2U.Net quay lại rồi đây! Các bạn truy cập Truyen2U.Com. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

── chapter seventeen 𑁤.ᐟ


chapter seventeen .
Números rojos.
ELLIE KAVANAGH

Es bastante común crecer a la sombra de tus hermanos mayores.

Pero cuando tu hermano es Johnny Kavanagh, la sombra no es una precisamente pequeña.

Es enorme, intraspasable.

Las comparaciones siempre estuvieron ahí. No de mis padres, que conste. Pero el resto... todo el maldito mundo tenía algo que decir.

—No sacas notas como tu hermano, ¿eh?

—Johnny ya tenía claro que iba a ser jugador de rugby a tu edad.

—Esta es Ellie, la hermana pequeña del 13.

—¿También eres buena en tu deporte?

—¿Vas a dedicarte al deporte profesional como él? Porque si es así... vas tarde.

No tengo celos de Johnny. Puede que sí los tuviera tuviera cuando era más cría, sin saber cómo gestionar todo eso, pero nunca vinieron desde la rabia.

Quiero a Johnny. Es mi hermano. Y jamás le desearía nada malo. Al contrario. Me ha salvado más veces de las que se imagina. Ha sido mi "salvación" cuando no tenía a nadie más.

Además, él no tiene la culpa de que yo sea un puñetero desastre.

Gracias a Dios, he tenido la suerte de haber nacido en esta familia. Con unos padres que jamás me hicieron sentir menos. Que nunca me han recordado mis fallos. Que siempre estuvieron ahí, intentando que no me sintiera la oveja negra de los Kavanagh.

Aun así, no voy a mentir: hay días en los que me gustaría saber cómo se siente vivir sin esa expectativa con la que cargo. Sin esa voz constante que te recuerda que vienes después de alguien como Johnny Kavanagh. Que todo lo que hagas va a ser inevitablemente comparado con lo que ya ha hecho tu hermano mayor.

A veces me pregunto si eso le pasa también a Tadgh.

No es lo mismo, claro. Él no tiene a todo el pueblo pendiente de si se convertirá en el próximo ídolo del hurlyng local. Pero tiene a Joey. Y a Shannon. Y a Ollie. Ah, y a Sean.

Supongo que por eso lo entendí tan bien cuando me besó.

Porque ese beso no era solo un beso. Era otra cosa. Algo que no tiene nombre pero que se nota. Como si, por un segundo, ni él ni yo tuviéramos que ser los hermanos de nadie. Como si, en vez de estar cumpliendo con lo que se espera de nosotros, estuviésemos, por fin, eligiendo algo solo porque sí.

Porque nosotros queríamos.

Y sí. Todavía recuerdo la sensación de sus labios sobre los míos. No en plan película, ni en plan obsesión adolescente. Sino como algo que se te queda pegado a la piel, suave pero firme, como una promesa que no necesita palabras.

No sé qué va a pasar con Tadgh.

No sé si esto fue un momento o el principio de algo. Pero sé que cuando estoy con él no tengo que ser la hermana de nadie. Solo soy Ellie.

Y con eso ya me bastaba.

Unos golpes en la puerta me ahorran lo que probablemente habrían sido dos horas —o más— comiéndome la cabeza. Tadgh entró en mi habitación con determinación y lanzó su cuerpo sobre mi cama.

—Necesito una siesta.

Mis labios formaron una sonrisa irónica.

—Claro, adelante, siéntete como en tu habitación.

—Oh, gracias, bonita, lo haré.

Me guiñó el ojo y procedió a ponerse todavía más cómodo. Se tumbó de espaldas y colocó los brazos por detrás de la cabeza, como si no llevara todo el día durmiendo, encerrado en su habitación.

—¿Qué haces aquí? —pregunté, cerrando el libro que no estaba leyendo realmente.

—No lo sé. Tu cuarto es más cómodo. Y huele mejor. Aunque no me mires así, no es un piropo raro.

—No lo parecía —dije, conteniendo la risa mientras me dejaba caer sentada al borde de la cama—. Pero igual te voy a cobrar alquiler.

—¿Con qué moneda? ¿Sonrisas tuyas? Porque creo que ya estoy en números rojos.

Le lancé una almohada, pero ni se inmutó.

Silencio.

De esos cómodos.

Me di cuenta de que lo había echado de menos. Aunque lo viera ayer. Aunque técnicamente viviera en mi casa.

Me giré un poco para mirarlo. Tenía los ojos cerrados, pero su ceja levantada me dijo que estaba esperando que diga algo.

—¿Recuerdas... el otro día?

Abrió un ojo, luego el otro. Su expresión apenas cambió, pero lo noté. Lo notaba todo en él.

—Claro -respondió, serio ahora. Sin juego—. ¿Tú?

Asentí,

No hacía falta decir más.

Él se incorporó apenas, apoyándose en un codo.

—No tienes que comerte la cabeza, Ellie. Lo que pasó... me gustó. Mucho.

Me mordí el labio, bajando la mirada. Entonces sentí su dedo rozando el borde de mi mano.

—A mí también -susurré.

Tadgh sonrió, esa sonrisa suya que parece tímida pero lo dice todo.

—Bien —contestó—. Porque pensaba volver a hacerlo. Pero después de la siesta.

—Idiota —respondí, pero esta vez sin ninguna almohada de por medio.

Solo dejé que se quedara. Porque me gustaba cómo se sentía cuando estaba ahí.

Y porque, por fin, me sentía en casa.

Tadgh no dijo nada más. Solo cerró los ojos otra vez y suspiró, como si el simple hecho de estar ahí ya le bastara para descansar. Y yo me quedé quieta, observando cómo su pecho subía y bajaba con calma, como si todo lo que pesaba durante el día se le soltara solo al entrar a mi habitación.

Me apoyé contra la pared, con las piernas cruzadas sobre la cama, intentando no pensar demasiado. Pero claro, siendo yo... imposible.

Quería preguntarle mil cosas. Qué significaba lo que había dicho. Qué pensaba ahora de nosotros. Qué haríamos a partir de aquí. Pero entonces él murmuró, sin abrir los ojos:

—Tu cuarto tiene paz, ¿sabes? No sé cómo lo haces.

Parpadeé, sorprendida.

—¿Paz?

—Sí. No hay gritos, ni presiones. No hay que demostrar nada. Solo estás tú. Y eso ya... calma todo.

Mi pecho se apretó un poco. No sabía que alguien pudiera decir algo tan simple y, al mismo tiempo, tan jodidamente bonito.

—No sabía que eras tan poético, Lynch.

Él abrió un ojo y sonrió de medio lado.

—No lo soy. Solo contigo.

Y ya está. Ese era Tadgh. Te lanzaba esas frases como si no tuvieran peso, como si no se diera cuenta del efecto que causaban. Pero yo sí lo notaba. Cada palabra suya se me quedaba tatuada en el pecho.

Bajé la mirada, y sin pensarlo demasiado, deslicé mi mano hasta la suya. Él la aceptó sin decir nada, entrelazando los dedos como si lo hiciéramos de toda la vida.

Nos quedamos así un rato.

Dos adolescentes, en silencio, compartiendo el mismo espacio, el mismo colchón, la misma especie de vértigo bonito que se siente cuando todo empieza y aún no sabes cómo llamarlo.

—¿Estás dormido? —murmuré, sin querer romper del todo el momento.

—Casi —dijo, sin soltar mi mano—. Pero puedes seguir hablando. Me gusta cómo suena tu voz.

Y, por primera vez, no me importó no tener todas las respuestas.

Porque con él, el silencio no pesa.

Y lo que estamos construyendo... tampoco.

—Me gusta cómo suena tu voz.

Me quedé callada, porque si seguía hablando después de eso, la voz no me saldría normal ni de coña. Él mantenía los ojos cerrados, pero tenía esa media sonrisa que le salía cuando sabía exactamente lo que hacía. Lo peor -o lo mejor, no lo sé- es que ni siquiera lo hacía a propósito. Tadgh era así.

Y yo, bueno... yo estaba jodida. Jodida de la mejor manera.

Mi dedo trazó un círculo lento sobre su muñeca, como para grabarme que él estaba ahí de verdad. No era un sueño raro ni una fantasía absurda mientras me duchaba. Estaba en mi cama, con los rizos alborotados sobre mi almohada, su camiseta arrugada por la postura y los labios un poco entreabiertos por la respiración tranquila.

—¿Sabes que pareces mucho más mono cuando duermes? —solté en voz baja, sin pensar.

—¿Me estás llamando adorable? —preguntó con los ojos aún cerrados, pero con la ceja arqueada.

—No. Estoy diciendo que pareces menos insoportable.

Abrió los ojos y se giró de lado, mirándome con una intensidad que me pilló desprevenida. Tenía la cara a unos centímetros de la mía, y su mano, que antes solo rozaba la mía, ahora la sujetaba con más firmeza.

—No soy tan insoportable contigo, Ellie.

Tragué saliva.

—Solo un poco.

Sonrió. Esa sonrisa torcida que se me queda en la cabeza horas después.

—Es porque me gusta cuando te enfadas conmigo. Me miras distinto.

—¿Distinto cómo?

—Como si te importara.

Mi corazón se tambaleó un poco, y tuve que mirar hacia otro lado.

—Eres idiota.

—Lo sé. Pero soy tu idiota —murmuró, casi inaudible.

Nos quedamos así. Sin besos. Sin grandes declaraciones. Solo una especie de promesa silenciosa que flotaba entre los dos.

En ese momento, escuchamos pasos por el pasillo y la voz de Johnny diciendo algo en tono alto. Tadgh y yo nos miramos en pánico silencioso.

—Mierda —susurramos al mismo tiempo.

Y de repente, estábamos los dos en posición de "aquí no ha pasado nada": él con los ojos cerrados fingiendo que dormía, yo sentada en el borde de la cama como si me hubiese pasado la última media hora leyendo.

Johnny abrió la puerta sin tocar.

—Ellie, ¿tienes mi...? —se detuvo al ver a Tadgh en mi cama-. ¿En serio, Lynch?

—Necesitaba una siesta —dijo Tadgh, con los ojos cerrados, sin moverse.

—¿En la cama de mi hermana?

—Tiene paz -murmuró, con una sonrisa de cabrón satisfecho.

Yo me tapé la cara con las manos.

Johnny bufó y cerró la puerta, murmurando algo como "estáis fatal los dos" mientras se iba.

Cuando el ruido de sus pasos se apagó, Tadgh abrió un ojo y me miró con complicidad.

—Podría acostumbrarme a esto.

Y, por dentro, yo ya lo estaba haciendo.

nota de la autora :

Pillada épica.

El capítulo más largo que veréis creo yo.

— atexnicki.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Com