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── chapter thirty-nine 𑁤.ᐟ


chapter thirty-nine .ᐟ
Demasiadas cosas para mi cabeza.
ELLIE KAVANAGH

Las luces del gimnasio parpadeaban en tonos morados y azulados, con decoraciones de cartulina colgando del techo y canciones lentas mezcladas entre éxitos de los 2000. Al fondo, la bola de espejos giraba perezosamente, reflejando destellos sobre los trajes, las caras sonrojadas y los tacones mal puestos.

Yo me apoyé contra la pared, sujetando un vaso de ponche que no me apetecía. El vestido me quedaba bien. Mejor de lo que creía. Pero la garganta me dolía. Y no por la música.

Tadgh no estaba.

Lo busqué con la mirada entre el grupo de chicos que se reía cerca del escenario, pero no lo vi.

En cambio, quien apareció fue Rian Dempsey.

—Estás guapísima, Ellie —me dijo, acercándose con una sonrisa que no era del todo incómoda… pero tampoco del todo honesta—. ¿Te apetece bailar?

—Estoy esperando a Tadgh —dije, con suavidad, sin querer sonar borde.

—Lleva un buen rato fuera —añadió, mirándome con los ojos entrecerrados—. Igual se ha ido con los mayores, ¿sabes cómo es él…

—¿Y tú cómo sabes dónde está? —pregunté, con las cejas alzadas.

Rian se encogió de hombros.

—Se ha enfadado. Le ha molestado que te hablara, creo. Pero si está celoso, eso es cosa suya, ¿no?

No me dio tiempo a contestar.

Un ruido seco, como de golpe, hizo que todo se detuviera un instante.

Giré la cabeza hacia la entrada del gimnasio.

Tadgh estaba encima de Rian.

Y Rian le estaba devolviendo los puñetazos.

La gente se apartó con gritos ahogados. Algunos intentaban separarlos. Joey y Johnny entre ellos. Pero Tadgh no escuchaba. Solo golpeaba.

—¡Tadgh! —grité, abriéndome paso entre la gente—. ¡Basta!

Él levantó la cabeza.

Tenía la ceja rota. Sangraba por la boca. Y aun así, supe que estaba más dolido por dentro.

—¡¿Qué coño te pasa?! —le solté, temblando.

—No tenía derecho a acercarse así a ti —dijo, escupiendo al suelo, sin mirarme.

—¿Y tú sí? —pregunté, con los ojos ardiendo—. No puedes decidir por mí quién me habla y quién no.

Me giré y salí corriendo.

Pero no llegué muy lejos.

Oí sus pasos detrás.

—Ellie, espera...

No le contesté.

Solo caminé rápido por el pasillo del edificio, hasta que llegamos a la enfermería. Estaba abierta, con una luz amarilla encendida y un pequeño botiquín sobre la mesa.

—Siéntate —ordené, sin mirarlo.

Tadgh obedeció.

Saqué una toallita desinfectante y me arrodillé frente a él. Le limpié la herida de la ceja con cuidado, aunque me temblaban las manos.

—Lo siento —murmuró—. No quería estropearlo todo.

—Lo has hecho igualmente.

Silencio.

—Es que... me muero cada vez que alguien te mira así. Como si tuvieras que elegirlos. Como si no supieran que ya eres lo más valiente que he visto en mi vida.

Me quedé quieta.

—No necesito que me defiendas —le dije, bajito—. Solo necesito que estés.

Y entonces, sin saber bien cómo, nuestras miradas se encontraron.

Y yo, que no soy impulsiva, me incliné y lo besé.

Él se quedó quieto un segundo.

Y luego, por fin, me respondió.

No fue como el primer beso. Ni como el resto. Fue distinto. Intenso. Real. Como si todas las heridas abiertas hubieran encontrado al fin una venda que no dolía.

Me separé, con el corazón golpeando como loco.

—¿Y ahora qué? —pregunté, apenas un susurro.

Tadgh tragó saliva. Me miró como si ya supiera la respuesta desde hacía tiempo.

—Ahora empieza todo.

Me apoyé un segundo contra la pared después de que Tadgh se fuera. Todavía podía sentir el peso de su mano en mi mejilla. El eco de su voz diciendo que ahora empezaba todo.

Y lo hacía. Pero no de la forma en la que todos lo imaginarían.

Me encontré a Leah en el baño del pasillo principal. Se estaba retocando el gloss frente al espejo, como si no acabara de explotar una pelea en el gimnasio. Como si no acabara de besar al chico por el que llevaba meses soltando indirectas en voz alta cada vez que yo estaba cerca. Como si nada.

—Vaya —soltó al verme entrar, bajando el espejo con una sonrisita torcida—. Así que lo conseguiste.

No respondí.

—Supongo que al final te funcionó eso de hacerte la buena. La niña perfecta. Qué gracioso. Llevas meses actuando como si no te dieras cuenta de que Tadgh te come con los ojos, y ahora haces como si fuera casualidad.

—¿Tienes algún problema? —pregunté, sin rodeos, cruzándome de brazos.

—Solo me hace gracia —dijo, encogiéndose de hombros—. Porque siempre vas de inocente, Ellie. De que no sabes lo que provocas. Y luego, cuando pasa algo… todos te defienden. Como si fueras intocable.

Mi pecho se tensó.

—No estoy de humor para tus tonterías, Leah.

—¿Y cuándo lo estás? —soltó, girándose para mirarme—. Siempre estás seria, siempre estás distante, y todo el mundo igual te lame los zapatos. Tadgh, Niamh, incluso Rian ahora. Como si fueras algo especial. Como si fueras fuerte por estar rota —dijo mientras acompañaba lo otro con un gesto de comillas.

—Ten cuidado con lo que dices —le advertí.

Pero no lo hizo. Claro que no.

—¿Por qué? ¿Vas a llorar? ¿Vas a montar un numerito como cuando pasó lo de Mark? Porque, sinceramente, Ellie… no sé qué esperaba la gente. Con la forma en la que ibas vestida. Con lo que insinuabas. Siempre fuiste demasiado lista para hacerte la tonta. Y Gibsie igual. Él también sabía lo que hacía.

Todo se me apagó por dentro. El ruido. El aire. Todo.

—Repite eso —susurré, apenas un hilo de voz.

Leah ladeó la cabeza.

—No lo dije por mal. Solo digo que vais de santos. Y la gente como tú... Bueno. A veces, cuando alguien como Mark hace algo así, es porque se le da pie.

Silencio.

Un silencio que dolía. Que hervía.

Y entonces hablé.

—¿Sabes qué es lo peor de ti, Leah?

Ella parpadeó, sorprendida.

—Que te crees inteligente. Te crees valiente. Pero lo único que eres es gilipollas. Vacía. Una chica rota de envidia que intenta romper a los demás porque no soporta verse en el espejo sin nadie que le diga que vale algo.

Leah frunció el ceño.

—No me hables así.

—¿Y cómo quieres que te hable? ¿Como la amiga que siempre fui? ¿La que se calló mil veces cuando me dejaste sola? ¿La que aguantó tus comentarios sobre mis cicatrices, sobre cómo "ya no soy la misma"? ¿La que te escuchó llorar por cada chico que no te miraba mientras tú me mirabas a mí como si fuera mi culpa que existiera? Y por no recordar cómo cambias tus actitudes cuando está Tadgh sabiendo que él me gusta.

Ella abrió la boca. Pero yo ya no pensaba frenar.

—Porque sí, Leah. Te jode. Te jode que Tadgh me mire a mí. Te jode que Johnny me proteja. Te jode que Gibsie me quiera como una hermana. Pero lo que más te jode… es que yo sobreviví. Que no me rendí. Que a pesar de todo lo que pasó, sigo aquí. Más entera que tú.

Ella retrocedió un paso, y por primera vez, pareció dolida.

—No me pongas de mala.

—No hace falta. Lo haces tú sola. Tus palabras te delatan. Nadie que haya querido a alguien de verdad es capaz de decir lo que tú acabas de decir.

Me giré. Agarré el pomo.

Y antes de salir, dije lo último:

—No somos amigas, Leah. Nunca lo volveremos a ser. Además, supongo que para ti solo fui la que te aguantaba. Pero se acabó. No vuelvas a dirigirme la palabra. Y no te atrevas a volver a hablar de lo que me pasó.

Cerré la puerta con fuerza, sin mirar atrás.

Y al salir al pasillo, no sentí alivio.

Sentí verdad.

Y eso, después de tanto silencio, fue suficiente.

El pasillo estaba vacío cuando salí del baño. Solo se oía el eco de los focos del gimnasio, apagándose a lo lejos, y el ruido sordo de mis propios pasos sobre el suelo encerado.

Y entonces lo vi.

Gibsie estaba sentado en las escaleras, justo antes del hall de entrada. Tenía la cabeza gacha, los codos apoyados en las rodillas, como si llevara ahí un buen rato. Como si supiera que iba a necesitarle.

—¿Has acabado de arrancarle la cabeza? —preguntó, sin levantar la vista.

No supe si se refería a Tadgh o a Leah. Probablemente a ambos.

—No —respondí, con voz ronca—. Pero estoy cerca.

Me senté a su lado.

Estuvimos en silencio unos segundos.

Hasta que él habló.

—¿Es verdad que le has dicho que no vuelva a hablar de ti?

—Sí.

—Bien hecho —murmuró Gibsie, mirando hacia delante—. No merece tener ni una palabra tuya.

Asentí, aunque no podía mirarle. No todavía. No sin sentir que se me rompía algo por dentro.

—¿Y tú estás bien? —pregunté, porque necesitaba preguntarlo, aunque ya supiera la respuesta.

Gibsie tardó en contestar.

Cuando lo hizo, fue bajito.

—No lo sé.

Volví la cabeza. Le miré.

Estaba completamente serio. Cosa rara en él.

—Yo tampoco —le dije.

Nos quedamos ahí, sentados como dos niños después de una tormenta, empapados y sin saber si reír o llorar. Y por primera vez desde hacía mucho, no sentí la necesidad de llenar el silencio con algo bonito.

Él fue quien lo rompió.

—¿Sabes qué me da más asco? Que me sentí culpable. Como si hubiera hecho algo mal. Como si tuviera que disculparme por haber estado ahí.

Se me encogió el estómago.

—Yo también lo sentí.

Asintió, tragando saliva.

—Y luego escucho a gente como Leah decir esas mierdas y me doy cuenta de que… de que hay demasiada gente que prefiere creer que lo merecíamos antes que aceptar lo que pasó de verdad.

—Lo sé.

—No sé cómo vivir con esto.

—Yo tampoco.

Me giré hacia él. Su cara estaba pálida, la mandíbula tensa.

Alcé la mano y la puse sobre la suya. Pequeño, casi sin fuerza. Pero firme.

—Pero lo vamos a hacer igual.

Nos miramos por fin. Y ahí estaba: el miedo, la rabia, la vergüenza... pero también el cariño.

Gibsie soltó una risa sin alegría.

—¿Desde cuándo eres tan sabia?

—Desde que no me quedó otra.

Nos quedamos así unos segundos más. Mano sobre mano. Respirando en la herida compartida.

Y entonces él dijo:

—Ellie…

—¿Sí?

—Gracias por no irte.

—Tú tampoco te fuiste.

Él asintió.

Y fue todo.

No hubo abrazos ni lágrimas ni promesas de que todo iba a ir bien.

Solo eso.

Solo nosotros.

Solo un paso más.

nota de la autora :

No sé qué pasa que los guiones son de uno...

FIN DE MIS NENES CON 13 AÑOS, AHORA LA COSA SE PONE BUENA DE VERDAD.

Siento que la historia en vez de mejorar (en cuanto a escritura) ha empeorado, perdón.

— atexnicki.

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