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── chapter thirty-seven 𑁤.ᐟ


chapter thirty-seven .ᐟ
Un lugar seguro.
ELLIE KAVANAGH

Nos bajamos del bus cargando las mochilas como si fuéramos de excursión. Niamh llevaba una toalla de la novia cadáver que no cabía en la bolsa y que le arrastraba medio metro. Aisling se reía de ella mientras Leah se quejaba porque el aire le había estropeado el moño que llevaba media hora haciéndose antes de salir.

—Esto es una locura —murmuró Leah—. Hace viento, hay arena y no hay ni una sola tumbona.

—¿Y eso es malo? —preguntó Niamh, mientras se quitaba las zapatillas sin pensarlo dos veces—. Cuanta más arena, más guerra.

—Sí, bueno. Me voy a quedar ciega —Leah se tapó los ojos como si estuviéramos en el Sáhara.

Yo no dije nada. Caminé unos pasos hacia la orilla, con las Converse en la mano. El agua estaba helada, pero me hacía bien. El viento me sacudía el pelo y me recordaba que estaba viva. Que estábamos en 2005, que eramos adolescentes intentando vivir nuestra vida sin filteos. Solo nosotras, el mar y una cámara digital vieja que Niamh se turnaba con Aisling para usar.

—¡Ellie! —gritó Aisling desde la manta—. ¡Enséñanos el bikini que tanto te costó!

Me giré y levanté una ceja.

—¿En serio?

—Por favor —pidió Niamh, con una sonrisa auténtica que le llenaba la cara—. Lo prometiste.

Suspiré, me quité la camiseta con cuidado y dejé que la brisa me golpeara el pecho. El bikini verde, atado al cuello, era más bonito con sol. Lizz tenía razón.

Aisling aplaudió. Literalmente.

—Parece de revista —soltó—. Pero de esas guays, no como las que compra mi prima.

—Pareces mayor —añadió Niamh, con voz baja pero sincera—. En plan… no de más años. De más tú.

Me sonrojé. No supe qué contestar. Solo me senté en la toalla, recogí las piernas y dejé que me entrara un poco de calor.

—Esto está sobrevalorado —dijo Leah, desde un extremo, mirando el móvil—. Ni cobertura hay. Genial.

—Podemos hacer fotos y luego subirlas al Bebo cuando lleguemos a casa —dijo Aisling—. Así nadie sabrá que nos estamos congelando.

Niamh le lanzó una mirada a Leah, pero no dijo nada. Se tumbó a mi lado y cerró los ojos, con los brazos estirados por encima de la cabeza.

—Quiero que esto se quede en mi cabeza —murmuró—. Así, tal cual.

Y por un momento, todas nos callamos.

Solo se oía el mar. Y eso también estaba bien.

—¿Y por qué exactamente estoy yo aquí? —refunfuñó Tadgh, encajado en una butaca rosa demasiado pequeña para su dignidad.

—Porque eres el que va con Ellie al baile —respondió Niamh desde detrás de la cortina del probador—. Así que toca sufrir.

Aisling soltó una carcajada mientras revolvía entre perchas en busca de su vestido.

Yo estaba dentro del probador, con el corazón desbocado, mirando mi reflejo en el espejo mientras alisaba con las manos el tejido negro. Me temblaban los dedos. No entendía por qué. Bueno… sí lo entendía. Tadgh estaba fuera. Y me iba a ver con esto puesto.

—¿Estás bien ahí dentro? —preguntó Niamh con voz amable.

—Sí… ahora salgo.

Tragué saliva, respiré hondo, y descorrí la cortina.

El silencio duró apenas dos segundos, pero me parecieron cien.

—Guau —susurró Aisling, con una sonrisa.

Niamh me guiñó un ojo.

Pero mis ojos solo buscaban a Tadgh.

Él no dijo nada al principio. Solo me miró. Con esa intensidad suya. Con esa forma de clavar los ojos que parecía que te leía el alma.

—¿Está mal? —pregunté, bajando la mirada.

—No —dijo él, más rápido de lo normal—. Es… perfecto.

Me miró como si no pudiera pensar en otra cosa. Como si el resto de la tienda hubiera desaparecido.

Niamh le lanzó una mirada entre divertida y burlona.

—Vas a babear el suelo, Lynch.

Tadgh resopló, pero no apartó la mirada.

—Calla, Niamh —dijo, sin mucha convicción.

Me sonrojé hasta las orejas.

—¿Tú crees que es demasiado? —le pregunté bajito, acercándome.

Él negó con la cabeza.

—Es tú. Y tú ya es suficiente.

Mis labios se curvaron sin querer. No sabía si era el vestido, si era Tadgh, o si era simplemente que por fin sentía que encajaba en algo.

Niamh suspiró exageradamente.

—Dios, sois un asco. Romántico. Pero asco.

Aisling se rio, pero sin malicia.

—Son monos. Lo sabes.

Tadgh se encogió en su asiento como si quisiera esconderse en la alfombra.

Yo volví a entrar al probador para cambiarme, con el pecho ligero y una sonrisa que no se me borró ni un segundo.

Tal vez aún quedaban muchas cosas por sanar. Pero ese momento, esa mirada, ese vestido… eran un buen comienzo.

Cuando salí ya cambiada, Tadgh estaba esperándome junto a la puerta. Niamh y Aisling habían ido a pagar junto a mi madre, entre risas y comentarios sobre vestidos imposibles.

—Gracias por venir —le dije en voz baja, sin atreverme a mirarlo del todo.

—Gracias por… ¿existir? —murmuró él, bajando la mirada al suelo como si se odiara por haberlo dicho.

Yo me reí, flojito. Y sin pensarlo demasiado, le agarré la mano.

No dijo nada. Solo entrelazó sus dedos con los míos.

Y caminamos así, juntos, como si fuera lo más natural del mundo.

Como si ya lo fuéramos.

Ya en casa, me encerré en mi habitación, con el vestido colgado del pomo del armario y los pies descalzos sobre la alfombra. Llevaba rato mirándolo desde la cama, como si fuera a desvanecerse de un momento a otro. Me dolían un poco las mejillas de tanto sonreír, pero no me importaba. Aisling y Niamh me habían hecho sentir como si llevara una armadura brillante en vez de seda negra.

Estaba a punto de volver a guardar el vestido en su funda cuando llamaron a la puerta.

—Está ocupado —dije sin moverme—. Ensayo para el gran debut.

—No sabía que las divas de la alfombra roja cerraban el camerino con pestillo.

Sonreí. Gibsie.

—Entra, anda.

Abrió la puerta con cuidado y se asomó con su típica cara de cotilla.

—¿Es este el famoso vestido? —preguntó, señalando la percha.

—El mismo.

—¿Y ya le has dicho a Tadgh que no puede ni respirar cerca de ti si no se lava los dientes antes del baile?

Rodé los ojos, pero no pude evitar reír.

—Gracias, papá.

—Papá no. Hermano mayor guapísimo, con sentido común y gusto por la moda.

Se acercó a mirarlo de cerca, como si de verdad fuera experto en tejidos.

—Te va a quedar de escándalo. Y él se va a quedar tan pasmado que no va a saber ni qué hacer con las manos.

—¿Gibs?

—¿Hmm?

—¿Tú crees que estoy cambiando?

Se giró a mirarme, más serio esta vez. Se sentó en el borde de la cama, como hacía siempre, sin pedir permiso.

—Creo que estás creciendo. Y que, aunque te duela, estás volviéndote más fuerte. Incluso cuando te sientes hecha polvo.

Me mordí el labio.

—Es que a veces me siento distinta. Como si ya no fuera la Ellie de antes.

—No lo eres —dijo con sinceridad—. Y eso no es malo.

Lo miré.

—Me da miedo no saber quién soy ahora.

Gibsie estiró el brazo y me despeinó con cariño.

—Eres Ellie Kavanagh. La misma que me amenaza con un cepillo cuando le robo chicles, la que cuida de los demás aunque esté rota, y la única persona que puede hacer que Tadgh Lynch sonría como un idiota.

Me reí bajito. Me apoyé en su hombro.

—Gracias, Gibs.

—Para eso estoy —dijo, dándome un cabezazo suave—. No soy tu hermano de sangre, pero ya sabes que si alguien te rompe el corazón, lo mato.

—Lo sé —sonreí—. Pero no hace falta. Solo quédate cerca, ¿vale?

—Siempre.

Y en ese momento, no necesité nada más.

nota de la autora:

El fic de Feely ya salió junto al de Marc Bernal!

En notas tengo un montón de capítulos de mis niños de mayores.

— atexnicki.

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