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── chapter thirty-six 𑁤.ᐟ


chapter thirty-six .
Justicia.
TADGH LYNCH

El pasillo estaba en silencio, salvo por el murmullo lejano del reloj de péndulo del salón. Esa casa siempre tenía un fondo de ruido elegante, como si hasta el silencio estuviera bien educado.

Bajé en calcetines, con el pelo todavía húmedo por la ducha y la intención de servirme un vaso de agua. No era tarde, pero ya todos estaban en sus habitaciones. Al menos los que rondaban mi edad.

Cuando pasé frente al despacho, escuché voces. No gritos. Voces contenidas. Y eso fue justo lo que me hizo frenar en seco.

La puerta no estaba cerrada del todo.

—...no puedo soportarlo, John —dijo Edel. Su voz sonaba rota de una forma que nunca había escuchado. Ni cuando Joey habló con ella después de lo de la casa. Ni cuando los de Servicios Sociales vinieron a ver cómo estábamos. Nunca la había oído así.

—Lo sé —respondió John, con ese tono calmado pero firme, que usaba cuando sabía que no podía permitirse quebrarse—. Pero vamos a hacer algo. No voy a quedarme de brazos cruzados, Edel. No después de ver cómo mira Ellie la puerta cada noche. Como si en cualquier momento él pudiera cruzarla.

Él.

Seguí quieto, sin mover un músculo. Sentía el pulso en las sienes.

—Lo que le hizo ese... —Edel no terminó la frase. Se le rompió la voz antes—. No puedo creer que estuvimos en esa casa. Que confiamos en él. Que dejamos a Ellie sola.

—No fue culpa tuya —dijo John, tajante.

—Pero la dejó destrozada, John. No duerme. No come bien. No confía en nadie. Solo se finge fuerte para no preocuparnos. Y nosotros nunca nos hemos dado cuenta.

—Lo sé.

Silencio.

Y entonces, lo escuché.

El nombre.

—Mark no va a salir impune de esto —dijo John, con la voz más dura que le he escuchado jamás—. Tengo contactos en la fiscalía, y pruebas suficientes para abrir una investigación formal. Ya no es solo el testimonio de Ellie. Hay otras cosas. Y voy a hacer que pague. Aunque me lleve años.

Mark.

Sentí cómo se me cerraba el estómago.

Ese era el nombre. Ese era él.

No lo conocía. O eso creía. No sabía si era familia, un conocido, alguien del trabajo, un amigo. Pero en ese momento... no importaba.

Solo importaba que ese cabrón le había hecho daño a Ellie. A mi Ellie.

Y que John Kavanagh, el hombre más frío que conocía, estaba dispuesto a quemar Irlanda si hacía falta con tal de que no quedara impune.

Me aparté de la puerta con cuidado, como si el más mínimo crujido fuera a delatarme. No quería escuchar más. No podía.

Volví a subir las escaleras con el vaso de agua vacío en la mano y las tripas revueltas. Sentía rabia. No la de gritar o romper cosas. Era una rabia densa, callada, que se asentaba en el pecho como una piedra.

Porque ahora todo encajaba.

Las miradas esquivas de Ellie. Su forma de salir corriendo cuando alguien alzaba la voz. Ese miedo constante que parecía no tener nombre. Ese dolor que nunca sabía cómo tocar sin romperlo más.

Me metí en mi cuarto, cerré la puerta y apoyé la espalda contra ella.

Me pasé las manos por la cara. Tenía los ojos calientes. No sabía si de furia o de impotencia. O ambas.

Y pensé algo que me dio miedo incluso a mí.

Si ese tal Mark vuelve a acercarse a Ellie... no voy a esperar a que lo metan en la cárcel.

Lo paro yo antes. Sea como sea.

A la mañana siguiente, me levanté más temprano de lo normal. No porque tuviera cosas que hacer. Solo... no quería seguir tumbado. Pensando. Sintiendo todo eso.

Bajé a la cocina, me preparé un café —sí, café, no sé por qué, ni siquiera me gusta tanto— y me senté en la mesa con la taza quedándome las manos. Miraba fijo el humo, como si fuera a decirme qué hacer.

No escuché los pasos hasta que ya estaba allí.

—Buenos días —dijo Ellie, bajando con esa voz de recién despertar que nunca le había escuchado antes. O tal vez sí, pero últimamente me dolía más que nunca oírla.

Levanté la mirada.

Llevaba un jersey gris que le llegaba por los muslos, probablemente de Johnny. El pelo recogido en un moño mal hecho y los ojos... bueno. Los ojos eran los mismos de siempre. Inmensos. Claros. Tristes sin querer.

—Hey —murmuré, forzando una sonrisa que me salió torpe.

—¿Tú despierto a estas horas? —dijo, alzando una ceja, mientras se servía un vaso de zumo. Trató de sonar divertida, pero su voz tembló un poco.

—Tenía sed.

Se sentó frente a mí. Nos quedamos así un rato, sin decir nada. El sol entraba por la ventana y pintaba la encimera de dorado. Ella recogió sus piernas sobre la silla y abrazó sus rodillas.

—¿Estás bien? —preguntó, sin mirarme.

Mi garganta se cerró un segundo. ¿Quién de los dos debía hacer esa pregunta?

—Sí —respondí, y tragué—. ¿Tú?

Me miró entonces. Directa. Como si buscara algo que no sabía si quería encontrar.

—Depende del día —respondió, con una sinceridad que me dejó sin aire.

Asentí despacio.

Quería decirle que lo sabía. Que escuché todo. Que estaba de su lado. Que me dolía con ella. Que no había dormido pensando en lo mucho que me jodía no haber estado ahí antes, para impedirlo, para protegerla.

Pero no dije nada.

Porque ella no me lo había contado. Y si algo había aprendido de Ellie Kavanagh... era que su silencio también hablaba. Y había que saber escucharlo.

—¿Quieres salir a caminar luego? —le pregunté, sin saber de dónde me venía la idea.

Parpadeó. Me sorprendió que no dijera que no.

—Vale —susurró.

Y fue solo eso. Una palabra.

Pero supe que era una forma de decir gracias. Que aunque el mundo le pesara encima, aunque llevara cicatrices que nadie veía... me estaba dejando entrar un poco. Aunque fuera solo un paso.

Y eso bastaba por ahora.

—¿Te molesta que te haya sacado de casa? —pregunté, sin mirarla.

Negó con la cabeza, el pelo cayéndole sobre los ojos.

—No me molesta. Me gusta estar contigo.

Se detuvo en seco. Yo también. La miré de reojo. Tenía la vista clavada en un punto cualquiera del suelo. Como si acabara de decir algo que no debía.

—O sea... —empecé, torpe, pero ella me interrumpió.

—A mí también —dijo bajito, casi sin aire.

No supe qué decir. Caminamos en silencio hasta el parque viejo, ese donde los columpios crujen más que se balancean. Ella se sentó en uno y yo en el otro, separados por poco más que el ruido del viento.

—¿Tú crees que se puede olvidar algo así? —preguntó de repente.

Me quedé callado. No por falta de ganas de contestar, sino porque... ¿quién era yo para saber eso?

—No lo sé —dije al fin—. Pero creo que no tienes que hacerlo sola.

Ella dejó de balancearse. Sus manos apretaban las cadenas con fuerza.

—No estoy bien, Tadgh.

Me miró, por primera vez en la noche. Tenía los ojos húmedos, pero no lloraba. Estaba conteniéndose. Aguantando. Como siempre.

—Lo sé —le respondí—. Y no pasa nada.

Asintió con un leve movimiento de cabeza. El aire era frío, pero no me importaba. No cuando estaba con ella.

Pasaron unos segundos. Quizá un minuto. No hablábamos, pero tampoco hacía falta.

Y entonces se levantó.

Dio un paso hacia mí.

Yo me quedé quieto.

Ella también.

—¿Puedo? —susurró.

No supe qué contestar. Porque llevaba días, semanas quizá, queriendo repetir justo eso. Acercarme. Besarla. Pero no lo hacía. Porque no quería confundirla, ni aprovecharme, ni forzar nada.

Y sin embargo, ahí estaba ella.

Acortando la distancia.

Tomando una decisión.

Sus manos temblaban un poco. Lo noté cuando me agarró la camiseta con suavidad. Como si pidiera permiso sin palabras.

Me incliné hacia delante, solo un poco.

Ella hizo el resto.

Y me besó.

Fue un beso corto, delicado. Casi tímido. Pero fue real. Y fue suyo.

Cuando se apartó, yo aún no había abierto los ojos.

—No estoy bien —repitió—. Pero eso no significa que no quiera sentirme viva.

Y entonces apoyó la frente en mi hombro, igual que antes. Respirando despacio.

Yo no dije nada.

Solo dejé que se quedara ahí.

Y esta vez, también, dejé que se quedara el beso.

nota de la autora :

El iPad aún no me carga, pero como sé que me matareis si os dejo tres semanas sin capítulo tenéis que soportar la foto del final de mala calidad...

— atexnicki

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