── chapter twenty-seven 𑁤.ᐟ
chapter tweny-seven .ᐟ
Abrazos como tiritas.
ELLIE KAVANAGH
Bajé a la cocina cuando ya era de noche. Tenía hambre, pero no quería que nadie me viera. Pensaba que estaría vacía.
Me equivoqué.
Tadgh estaba sentado en la encimera, comiendo cereales.
Él levantó la vista al oírme. No dijo nada. Solo me miró.
Y yo también me quedé quieta, con la mano aún en el marco de la puerta.
—¿Te vas a quedar ahí toda la noche? —preguntó con voz baja, no burlona, solo... cansada.
Negué con la cabeza y entré.
Abrí el armario y saqué una taza. No quería cereales. Solo quería calentar leche. Algo tibio. Algo que no hiciera ruido y me ayudara a conciliar el sueño.
Tadgh se bajó de la encimera. Escuché cómo dejaba el bol en el fregadero.
Pensé que se iría. Pero no lo hizo.
Se apoyó contra la nevera, cruzado de brazos. Observándome.
—Leah me ha preguntado dónde estabas —soltó.
Abrí el microondas. Evité mirarlo.
—¿Y qué le dijiste?
—Que no lo sabía.
Silencio.
La leche empezó a girar dentro. Las lucecitas parpadearon.
—¿Y tú sabes? —pregunté sin girarme.
No me contestó al instante.
—Imagino.
Cuando me giré, su mirada seguía clavada en mí. No tenía expresión. O la escondía bien.
—¿Y qué imaginas?
—Que estabas donde necesitabas estar.
Asentí, sin mirarle.
Saqué la taza. El vapor me dio en la cara y sentí los ojos humedecerse, sin razón.
—Bueno, igualmente, gracias por no darle ideas.
—No tenía por qué hacerlo —dijo, y sonó sincero.
Se acercó un poco. No mucho. Solo un paso.
—¿Estás bien?
Y no sé por qué, pero esa pregunta me dolió más que todo lo demás.
Asentí despacio. Pero no era verdad.
—¿Seguro?
Tragué saliva.
—Solo necesitaba... parar un momento.
Él bajó la mirada. Se pasó una mano por la nuca, como si no supiera qué hacer con ella. Como si tampoco supiera qué hacer consigo mismo.
—Ya —murmuró—. A veces... quedarse quieto es lo único que puedes hacer para no explotar.
Lo dijo como si hablara de él, no de mí.
Y entonces lo miré.
De verdad.
Y en sus ojos encontré algo familiar. No era tristeza. No era culpa. Era esa mezcla rara de cansancio con rabia que solo entiendes si has tenido que tragarte demasiadas cosas durante demasiado tiempo.
—¿Tú también te paras a veces? —pregunté, bajito.
Tadgh me miró con esos ojos verdes que parecían entender más de lo que deberían.
—Yo no sé hacer otra cosa.
Me quedé en silencio. Bebí un sorbo.
El vapor seguía saliendo de la taza, haciendo que tosiera flojito.
No dijo nada más. Ni yo tampoco.
Tadgh se pasó otra vez la mano por la nuca. La bajó luego, y la dejó colgando, como si le pesara. Como si no supiera qué hacer con ella. Con ninguna parte de sí mismo.
Entonces dio un paso más.
Y otro.
Hasta que estuvo a medio metro. Lo bastante cerca para oler el perfume que llevaba. Para ver que tenía una marca roja en el cuello, como de haberse rascado demasiado fuerte.
—Ellie —murmuró, tan bajito que apenas lo oí.
Levanté la mirada.
—¿Puedo...?
No terminó la frase.
No hizo falta.
Asentí. No sabía ni por qué lo hacía. Pero lo hice.
Y él me abrazó.
No como se abraza a alguien cuando no sabes qué hacer. Ni como quien intenta consolar porque toca. No. Me abrazó como si llevara días, semanas, meses necesitando hacerlo. Como si, por fin, pudiera respirar.
Su brazo me rodeó la cintura con fuerza. No agresiva, sino firme. Decidida. Su otra mano me acarició la espalda con torpeza, como si no estuviera acostumbrado a cuidar así.
Y yo, sin saber cómo, me agarré a él también.
Enterré la cara en su pecho. Noté el latido en su costado, rápido. Como si estuviera tan nervioso como yo.
Olía a ropa limpia y a calle. A algo familiar.
A él.
Cerré los ojos. Respiré despacio.
Y durante unos segundos, solo existimos nosotros dos en la cocina.
Él no dijo nada.
Yo tampoco.
Pero no hizo falta.
Porque su abrazo fue la frase más sincera que había escuchado en mucho tiempo.
Me habría quedado así para siempre, y no porque fuera cómodo—que también— sino que porque por primera vez en días, mi cabeza no hacía ruido.
Tadgh no se movía. Ni una palabra. Solo su respiración tambaleándome el pelo, y su mano, quieta, como si tuviera miedo de soltarme.
Yo sí tenía miedo.
De lo que pensaba. De lo que sentía. De no poder decirlo.
Pero, sobre todo, de que él dejara de abrazarme.
—Me asusté —susurró entonces. Su voz vibró contra mi frente—. Cuando no volviste.
No dije nada. No podía.
—Y no sabía qué coño hacer. Porque me siento un gilipollas todo el tiempo. Y tú... tú siempre sabes estar. Aunque estés hecha polvo.
Quise decir que no era cierto. Que yo siempre estaba bien pero simplemente... no me salió.
—No sé cómo ayudarte —siguió, bajito—. Pero quiero estar. Aunque no sepa hacerlo bien.
—A veces —dije, al fin—... solo estar es suficiente.
Él bajó la cabeza, la apoyó contra la mía. Cerré los ojos otra vez.
Y por un segundo, creí que tal vez no estábamos tan solos como pensábamos.
No si nos sosteníamos así.
Aunque fuera en silencio.
Aunque el mundo siguiera igual de roto.
Él no me soltó. No todavía.
Y yo no se lo pedí.
Porque si algo entendí en ese momento, es que hay abrazos que no se dan solo con los brazos.
Se dan con todo.
Con lo que callamos, con lo que tememos y con lo que sentimos aunque no lo digamos.
Y el de Tadgh, ese abrazo torpe, honesto y lleno de todo lo que no sabía decir, me lo dijo todo.
Tadgh respiró hondo. Sentí cómo su pecho se alzaba contra mí cabeza, temblando un poco.
—A veces —murmuró— me dan ganas de salir corriendo. Y desaparecer.
No respondí. Esperé.
—Pero entonces me acuerdo de ti —siguió—. Y joder, Ellie... me obligas a quedarme.
Me apreté más contra él.
—¿Eso es bueno? —susurré.
—Es lo único que me mantiene cuerdo.
Y esa confesión, rota y desnuda, me dejó sin palabras.
No lo abracé más fuerte. No hizo falta.
Porque entendí.
Y él lo supo. Porque no me soltó. Porque, por primera vez, alguien también se quedaba por mí.
Tadgh apoyó la barbilla sobre mi cabeza, y sentí como su mentón temblaba. No dijo nada más, pero su abrazo cambió. Se volvió más apretado, más urgente. Como si en ese momento necesitara sujetarse a algo. Como si yo fuera eso.
No era un gesto torpe, no ahora. Era un gesto antiguo. Uno que no venía del presente, sino de algo más atrás. De una infancia llena de silencios, de puertas cerradas y pasos que daban miedo. De un corazón que aprendió demasiado pronto a esconderse.
Y aun así, ahí estaba.
Sujetándome.
Y dejándose sujetar.
nota de la autora :
Me encanta ponerle título a los capítulos.
He visto que pudo ponerle color a las letras, pro no sé si vosotros lo veis, hagamos una prueba.
Se acercan los capítulos de Halloween.
Ns si funcionará, ya veremos.
— atexnicki.
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