── chapter twenty-two 𑁤.ᐟ
chapter tweny-two .ᐟ
La quedada.
TADGH LYNCH
No sabría decir por qué bajé.
Tal vez por el ruido, o por la falta de él. Era domingo por la tarde y, por alguna razón, la casa estaba más callada de lo normal. Demasiado callada. Una calma rara, de esas que no tranquilizan, sino que te ponen alerta.
Me asomé por la ventana de la cocina y los vi.
Todos estaban en el jardín.
El grupo de los mayores, tirados en el césped como si acabaran de sobrevivir a una guerra. Johnny tenía la camiseta de entrenamiento mal puesta, el pelo chorreando, y estaba estirado boca arriba con una botella de agua en el pecho. Gibsie le hablaba con las manos, como siempre, mientras Claire se limaba las uñas sentada en una tumbona.
Pero fue el otro grupo el que me hizo abrir la puerta.
Ellie estaba allí.
Sentada sobre una manta, con las piernas cruzadas y las mangas de la sudadera cubriéndole las manos. Tenía el pelo un poco revuelto y una expresión tranquila, algo que no siempre se le veía. Reía por algo que Leah acababa de decir, pero lo hacía de una forma distinta a las demás. Su risa no era ruidosa ni exagerada. Era baja, contenida. Como si se la guardara para ella misma.
Me quedé un momento en el porche, sin hacer ruido, observando.
No fue por cotilla. Ni por raro. Fue por ella.
Había algo en cómo se movía, en cómo se recogía el pelo detrás de la oreja o en cómo sus dedos jugaban con el borde de la manta. Como si cada gesto suyo estuviera medido, no por timidez, sino por costumbre. Como si hubiera aprendido a hacerse pequeña sin querer, a ocupar poco espacio. A estar sin molestar.
Y entonces me di cuenta.
Cada vez que una de las chicas se acercaba demasiado, Ellie se tensaba. No mucho. Apenas un instante. Una microexpresión. Un leve retroceso, como si su cuerpo recordara algo que su mente intentaba ignorar. Como si la cercanía de los demás le resultara incómoda.
Pero conmigo no era así.
O al menos, no tanto.
A veces me buscaba con la mirada sin darse cuenta. A veces me hablaba sin ese sarcasmo seco que usaba con otros. Y otras veces, se sentaba a mi lado sin esa rigidez en los hombros, sin ese gesto automático de protegerse.
Yo no sabía qué era lo que había vivido.
Pero sí sabía reconocer a alguien que no confiaba fácil.
Y también sabía que, de alguna manera, ella conmigo cedía. No del todo. No siempre. Pero lo suficiente como para que yo lo notara. Como para que, en su mundo lleno de límites invisibles, yo fuera uno de los pocos a los que dejaba acercarse un poco.
—¿No piensas venir o vas a seguir acechando desde ahí como un psicópata?
Me pilló. Giró el rostro hacia mí con una ceja levantada y una media sonrisa que me desarmó por completo.
Sonreí sin querer.
—Estoy estudiando el comportamiento de una adolescente en su hábitat natural.
Ella chasqueó la lengua, pero se apartó un poco en la manta. No dijo nada más.
Y eso, para mí, fue suficiente.
Bajé los escalones, crucé el césped y me senté a su lado. No la toqué. No la empujé a hablar. No hice ningún comentario estúpido.
Solo me senté.
Y durante un rato, no dijimos nada. El sol caía suave sobre nosotros. Las risas de los demás se mezclaban con el viento, y ella estaba a mi lado, con los brazos envueltos en su sudadera y los ojos fijos en algún punto del jardín.
No necesitaba más.
Porque en su silencio, me estaba dejando entrar.
Y en el mío, le estaba prometiendo que no iba a hacerle daño.
Sus amigas seguían hablando, pero ya no reían tan alto. Leah sacó algo del bolso —unas gominolas, creo— y las ofreció en círculo. Cuando le tocó a Ellie, dudó un segundo antes de tomar una. No miró a nadie a los ojos cuando lo hizo. Como si algo tan simple como aceptar una chuche todavía fuera un terreno delicado para ella.
Yo me incliné hacia atrás, apoyándome en las palmas, sin dejar de mirarla.
Ella lo notó.
—¿Qué? —murmuró sin girarse del todo, como si le molestara que alguien la estuviera observando y, al mismo tiempo, no quisiera que dejara de hacerlo.
Negué con la cabeza.
—Nada.
Pero no era verdad. Había algo.
Algo en cómo había aprendido a estar sin hacer ruido, en cómo le costaba aceptar una atención que no fuera invasiva. Algo en cómo su cuerpo entero parecía construido para huir... pero no lo hacía. No conmigo.
Un insecto se posó en su pierna y la vi tensarse de golpe. Como si cualquier roce pudiera ser una amenaza. Sin decir palabra, estiré la mano y lo aparté suavemente con un gesto rápido, sin llegar a tocarla.
Ella se quedó mirándome. No dijo gracias. No hizo ninguna broma. Solo me miró.
Y en ese segundo, sentí algo más que su mirada. Sentí cómo aflojaba un poco el aire entre nosotros. Como si hubiese dejado de contener la respiración sin darse cuenta.
Volví a mirar al frente, dándole espacio. A veces, no decir nada era la mejor forma de estar para alguien que no sabía aún cómo dejarse cuidar.
La escuché mover las manos sobre la manta. Un roce mínimo, casi imperceptible.
—A veces me olvido de cómo se está en silencio —dijo entonces, muy bajito, como si le hablara más al viento que a mí.
No respondí.
Porque yo tampoco lo había olvidado.
Solo lo había estado esperando.
—Me gusta así —dije al cabo de un rato, sin pensar demasiado.
Ella giró un poco el rostro, solo lo justo para mirarme de reojo.
—¿Así cómo?
—Tú. Sin tener que fingir que todo está bien.
No supe por qué lo dije. Me salió. Como si necesitara que lo supiera, aunque no supiera bien cómo explicárselo.
Vi cómo fruncía un poco los labios. No parecía enfadada. Solo sorprendida. Como si no estuviera acostumbrada a que alguien notara esas cosas.
—No estoy fingiendo —murmuró, clavando la vista en sus manos.
—Ya lo sé. Por eso me gusta.
Otra pausa. Una más de esas que no eran incómodas. De las que lo decían todo sin hacer ruido.
Se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. Tenía los dedos entrelazados, los pulgares jugando entre sí. Vi cómo respiraba hondo, como si estuviera decidiendo si decir algo o no.
—A veces pienso que si dejo de estar alerta... algo va a pasar —soltó al fin, en voz tan baja que tuve que inclinarme un poco para escucharla.
Me dolió. Porque lo entendía. Y porque nadie tan joven debería hablar como si llevara años escapando de incendios.
—¿Y ahora?
Tardó en responder. Pero lo hizo.
—Ahora no.
No me miró al decirlo. No hizo falta. Lo dijo con la espalda un poco más recta. Con las manos más quietas. Con esa forma suya de soltar verdades pequeñas que, para mí, lo cambiaban todo.
Me apoyé un poco más cerca de ella. Sin tocarla. Sin decir nada más.
Solo para que supiera que estaba ahí.
Por si algún día quería apoyarse.
nota de la autora :
El capítulo anterior me dejó en bloqueo escritor.
No sé si es un buen capítulo, lo he hecho ahora rápido y corriendo porque no me gustaba el hecho de que era Halloween...
— atexnicki.
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