𝟬𝟬𝟮. JOURNEY OF REVENGE
♡̸̸ 🌻 ETHEREAL ',⌇ぬ 🐺◞ ¡ ִֶָ˚ 𖥔 ࣪˖
. * ⊹ ⋆ ❰ viaje de venganza ❱ . ˚ * ˚ ⋆
- ̗̀ A DEREK HALE FANFIC ·˚ ༘ ₍🥂₎⊹
BEACON HILLS, CALIFORNIA.
actualidad.
MIENTRAS SUS PIERNAS SE MOVÍAN CON RAPIDEZ HACIA SU AUTO, SACABA SU CELULAR DE SU BOLSILLO. Cuando por fin lo tuvo en sus manos, buscó el contacto de la única persona que podía ayudarla en aquel momento. Durante el proceso de espera para que el hombre del otro lado atendiera su llamada, entró por fin a su auto. Sus manos se posaron sobre el volante —tomándolo con bastante fuerza—, debido al gran enojo que la consumía por dentro, después de haber visto la celda de la que su primo había escapado horas antes.
En el momento en que sus oídos captaron el sonido del entorno del lugar en que se encontraba Deaton —desde el otro lado de la línea—, su boca se abrió, para poder relatar lo sucedido.
—Tenías razón, debí confiar en mis instintos —la rubia se maldijo a sí misma en su mente—, había acónito en el suelo, y la puerta de su celda estaba aboyada. Isaac no tenía miedo por ser culpado, tenía miedo porque había luna llena, Deaton.
Un suspiro lleno de cansancio se escapó de entre sus labios, y el silencio de parte del hombre al que había llamado terminó por colmar su poca paciencia.
—¿Por qué no dices nada? —inquirió.
—Regresa a la celda, necesitas encontrar su esencia si lo quieres de vuelta —ordenó el veterinario.
—Deaton, ¿olvidas que no soy una ninfa común? —se quejó—, no vivo en el bosque rodeada de animales y arboles, y te aseguro que no sé cómo rastrear a alguien.
—Entonces es el momento perfecto para que aprendas —le insistió—. Solo entra ahí y consigue algo que te ayude a encontrarlo.
Narcissa negó con frustración, y colgó la llamada. Observó el edificio frente a ella, y estrelló su cabeza contra el volante del auto, provocando que el sonido del claxon resonara por las calles del pueblo.
Tras breves instantes, la mujer de largos cabellos blondos se decidió a salir del vehículo, y se encaminó una última vez hacia el interior de la estación de policía de Beacon Hills, en donde los oficiales continuaban tratando de entender lo que había ocurrido con el pequeño Lahey.
—¿Ya recordaste algún lugar en el que podría estar? —el alguacil Stilinski le preguntó, al verla recorrer los pasillos del lugar.
—No... —negó con la cabeza—, es solo que olvidé mi celular en la celda. No hay ningún problema si entro a buscarlo, ¿cierto?
—Te acompaño.
Ambos esbozaron una amigable sonrisa. Caminaron hacia junto al otro hasta llegar a la celda en la que Isaac había estado encerrado la noche anterior.
Narcissa observó el interior, en busca de algo que pudiera ayudarle a encontrarlo. Su par de azulados ojos se clavaron sobre la delgada sábana que cubría la cama detrás de las rejas. Dirigió sus pies hacia ella, y se acuclilló al lado.
Mientras Stilinski hablaba con uno de sus oficiales —a unos pocos metros de distancia de ella—, la ninfa colocaba con rapidez su celular debajo de la sábana, la cual empuñaba en su mano, intentando encontrar la esencia perteneciente a su primo.
—Lo encontré —le avisó. Se reincorporó, sosteniendo el celular en su manos—. Muchas gracias, alguacil Stilinski.
—Gracias a ti —sonrió—. Haremos todo lo que se necesite para encontrar a tu primo, lo prometo.
—Eso espero.
Suspiró una última vez, para finalmente salir de aquel lugar, en busca de el único familiar que le quedaba con vida en aquel miserable mundo.
«Suciedad», eso era todo en lo que Narcissa Lahey podía pensar.
La decrépita guarida en la que había logrado localizar por fin a Isaac —tras algunas largas horas— era la perfecta definición de la palabra "Suciedad".
El polvo se levantaba por todos lados, y podía jurar que el hedor a humedad comenzaba a sofocarla. Ni siquiera podía imaginarse como es que su primo había terminado en aquel lugar. Aunque tenía que aceptarlo, nunca le hubiera pasado por la mente, ni siquiera por un segundo, el buscarlo ahí.
Isaac recostaba su largo cuerpo sobre un viejo y mohoso autobús escolar, mientras devoraba con ansiedad las uñas de sus manos.
—¡Tú, Isaac Lahey, me vas a provocar un infarto! —le reprochó al menor, quien abría sus ojos como platos, ante la inesperada presencia de su prima—. ¿No crees que soy demasiado joven como para tener uno?
—¿Cómo me encontraste? —balbuceó.
—Creo que deberías preocuparte más porque la policía no te encuentre, que por mi —la Lahey caminó con lentitud, hasta quedar frente a él—. Eres un fugitivo ahora, ¿qué demonios estabas pensando?, ¿querías sentirte poderoso, es por eso que aceptaste?
—¿A qué te refieres? —preguntó con nerviosismo—, yo, yo no hice nada.
—Sé lo que eres, Isaac —le aseguró—. No quiero que lo niegues, sé mucho más del mundo sobrenatural de lo que te podrías imaginar
—¿Tú...?
—¿Me odias? —completó su oración, y el menor agachó su cabeza—. No, por supuesto que no lo hago. Solo quiero que me digas quien demonios fue el idiota que pensó que estaba bien convertir a un adolescente.
—Yo.
La gruesa voz perteneciente al hombre al que no pensaba tener que volver en su vida, se hizo presente a sus espaldas. Sintió como cada centímetro de su piel se erizaba hasta un punto que le parecía casi imposible, a causa de aquel sonido, el cual solía resultarle melodioso durante su adolescencia.
Giró su cuerpo lo suficiente como para poder observar al pelinegro, quien llevaba —además de una chaqueta de cuero en un profundo color negro—, un rostro bastante serio.
—¿Derek Hale es ahora un alfa? —murmuró sorprendida—. Felicidades, supongo. ¿A quién le quitaste su puesto?
—Peter —caminó hacia ella lentamente, hasta quedar a pocos centímetros de distancia, concediéndole a ambos el poder escuchar con mayor precisión los latidos del otro.
—Bueno... —Narcissa tragó saliva—, fue grandioso volver a ver esos bonitos ojos de mil colores, pero Isaac y yo nos tenemos que ir ya.
Tomó el brazo de su primo, e intentó salir de aquel lugar junto a él, pero Derek la detuvo, tomándola a ella por la muñeca.
—Él no irá a ninguna parte —afirmó—, es parte de mi manada ahora, y se quedará conmigo. Puedo protegerlo mucho mejor que tú.
—Lo dudo —se soltó del agarre del alfa.
—¿Crees que harás un mejor trabajo que yo, enseñándole cómo defenderse?, ¿enseñándole cómo ser un hombre lobo?
—Creo que puedo enseñarle a alejarse de personas como tú, que solamente le traerán problemas. Estará mucho mejor conmigo.
—¿Por qué no le preguntamos con quién prefiere estar? —le sugirió, para después posar su mirada sobre el menor—. ¿Isaac?
Ambos observaron al nombrado, quien pasaba sus ojos de su prima, a su alfa, y sucesivamente, mientras pensaba en cual decisión era la correcta.
—Me quedaré con Derek —les comunicó finalmente, causando que una sonrisa se formara en el rostro del Hale.
—Ya lo escuchaste. Ahora puedes volver a donde sea que estabas, entre más rápido mejor, porque tengo cosas por hacer.
—¿Cosas como conseguir más miembros para tu manada?, ¿eso es lo que irás a hacer? —inquirió—. ¿Qué harás con ellos, Hale?, son solo niños.
—No es tu asunto —espetó, entre dientes—. Sal de aquí.
—Te equivocas. Si algo algo le pasa a Isaac por tu culpa, te vas a arrepentir, Hale, te lo juro.
Entre la mejilla y el cuello de Narcissa se encontraba su celular. La joven y hermosa mujer hablaba una vez más con su gran consejero de vida, mientras caminaba por la pequeña bodega de la florería que había heredado de su difunta madre.
La misma florería que había dejado en manos de personas dedicadas al mismo oficio, mientras ella escapaba a San Francisco.
Pero ahora que estaba de vuelta, también su puesto.
—Todo aquí es un desastre —se quejó, al observar como el líquido verdoso proveniente del frasco de detergente se derramaba sobre el piso.
—¿Te refieres a la florería, o a la ciudad? —averiguó el veterinario—. Te contaré todo lo que ha pasado durante la cena, lo prometo. No quería abrumarte con tantos detalles durante tu primer día.
—Creo que hubiera sido increíble saber que había un idiota en busca de niños que lo obedezcan —comentó, mientras apilaba un par de cajas—. Isaac lo eligió a él, me siento traicionada y menospreciada. ¿Crees que sea porque yo no uso chaquetas de cuero?
—Derek es su alfa, se siente protegido a su lado, es... —su atención se desvió por completo de lo que decía Deaton, hacia la voz que se había hecho presente en el mostrado del local. Cuando logró enfocarse de nuevo en lo que su antiguo guardián le decía, este ya había terminado su discurso—. Pero solo habla con él.
—Deaton... —lo llamó—, tengo que irme. Nos vemos en la cena.
Colgó el teléfono. Metió su celular a su bolsillo y dejó el par de cajas que llevaba en sus brazos sobre el piso, para por fin caminar hacia el mostrador.
Sus ojos se chocaron instantáneamente con el delgado y viejo cuerpo de un hombre a quien conocía a la perfección. Las orbes del cazador se posaron sobre ella, sin disimulo alguno, y esbozó una gigantesca sonrisa, dejando que las arrugas debajo de sus ojos se marcaran más de lo normal.
—Iris, yo atenderé al señor. Tú puedes tomarte un descanso, te lo mereces —le pidió a la joven de negros cabellos, quien no dudó ni un segundo en hacer lo que su jefa le pedía.
Narcissa la observó alejarse de ellos. Encaminó sus pies hacia el lugar en el que antes estaba Iris, quedando justo frente a aquel familiar rostro.
—Le decía a la señorita que me gustaría un pequeño ramo con narcisos amarillos —le informó el hombre—. Tú eres la experta, ¿sabes con qué podría combinarlos? Son para una vieja amiga.
—Tulipanes naranjas. Sencillo, pero elegante —sugirió con desgano. Tomó la pluma que estaba a su lado y comenzó a escribir sobre el bloc de notas frente a ella—. ¿Quiere que le ponga algún mensaje?
El de cabello blanquecino asintió, viéndola directamente a los ojos, pidiéndole a la Lahey casi a gritos que centrara toda su atención en él.
—"Cuando emprendes un viaje de venganza, comienza por cavar dos tumbas: una para tu enemigo... —colocó su mano sobre la de Narcissa, sin quitar su mirada de ella—, y una para ti."
—Picoult —analizó las palabras citadas por el mayor, y apartó su mano con desprecio—, una gran frase. ¿A quién le pongo la dedicación?
—Quiero que diga "Galya de Lahey" —le respondió, con la lentitud suficiente como para colmar su paciencia.
La rubia desvió su mirada hacia el trozo de papel en el que había estado escribiendo, y lo arrancó con brusquedad, para luego tirarlo en el pequeño bote de basura a su lado.
—Púdrete, Gerard —espetó.
—No quiero lastimarte, Narcissa, pero si levantas un solo dedo... —el Argent sonrió, orgulloso de la ira que ahora emanaba de las orbes de la ninfa—. Escuché que tu dulce primo cambió sus inocentes ojos azules por un par de ojos amarillos. Es una lástima, en serio.
Gerard apartó su mano del mostrador, y finalmente se abrió camino fuera de aquella florería, sin dejar que su victoriosa sonrisa abandonara su rostro. Había conseguido lo que quería, y todas las flores que comenzaban a marchitarse con bastante rapidez alrededor del local se lo confirmaban.
Gerard estaba complacido.
Narcissa estaba más que enfurecida.
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