𝟬𝟬𝟬. HEARTACHE
♡̸̸ 🌻 ETHEREAL ',⌇ぬ 🐺◞ ¡ ִֶָ˚ 𖥔 ࣪˖
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- ̗̀ A DEREK HALE FANFIC ·˚ ༘ ₍🥂₎⊹
BEACON HILLS, CALIFORNIA.
siete años antes.
LAS AZULADAS ORBES DE NARCISSA SE POSARON SOBRE EL PAISAJE QUE SE ASOMABA POR LAS VENTANAS DE LA ESCUELA. Las hojas que habían caído de los árboles revoloteaban por todas partes, como si estuviesen danzando en el aire. Algunas cuantas nubes se habían encargado de ocultar el ardiente sol que iluminaba aquella tarde, dejando al pueblo de Beacon Hills bajo una escalofriante penumbra.
Un profundo sentimiento de angustia y desesperación se abría paso desde lo más recóndito de su ser, recorriendo cada parte de su cuerpo. Narcissa presentía, que de alguna manera, la naturaleza intentaba hacerle saber algo, pero ella no lograba entenderlo en su totalidad.
Recostó su cabeza sobre la palma de su mano, mientras observaba los relámpagos que comenzaban a caer sobre el pueblo, anunciando la tormenta que se avecinaba. Sus oídos lograban captar como los latidos de su joven corazón se aceleraban a medida que los segundos pasaban.
—¡Lahey! —el grito proveniente de su profesora de Biología la sacó finalmente del trance en el que se encontraba. Giró su rostro hacia aquella mujer, quien la miraba con total desaprobación—. Si allá afuera hay algo que te parece más importante que mi clase, puedes retirarte.
—Lo siento —masculló, avergonzada ante la atención no deseada que todos sus compañeros de clase le estaban prestando.
Tras unos cuántos segundos, que para ella se sintieron eternos, la profesora junto a sus compañeros regresaron su vista hacia la pizarra, olvidándose de aquella embarazosa situación.
—Narcie —escuchó la susurrante voz del adolescente que se sentaba a su lado. Miró al castaño de reojo, aguardando a que este continuara—, ¿estás bien?
La ojiazul solamente suspiró, y asintió levemente con la cabeza. El adolescente recargó sus brazos sobre su butaca, para poder analizar el rostro de su compañera con mayor precisión.
—¿Estás segura?, luces an...
—Dije que estoy bien, Hale —lo interrumpió, irritada ante su insistencia.
El joven de hermosas orbes verde avellana finalmente se dió por vencido. Narcissa lo observó desviar su atención hacia la profesora, y no pudo evitar que un suspiro se escapara de sus labios. Su comportamiento con Derek Hale nunca había sido el mejor, pero tenía sus razones.
Galya, su dulce madre, la había criado lo más lejos posible de toda criatura sobrenatural que pisara las tierras de Beacon Hills. A pesar de que la propia señora Lahey llevaba una muy buena relación con la alfa de la familia Hale, a ella no le parecía correcto que su hija se metiera de lleno en ese mundo, por ende le había suplicado a la joven Narcissa que no mantuviera ningún tipo de relación con Derek, más allá ser simples compañeros de clase.
Pese a todo aquello, la ojiazul había adquirido, desde una temprana edad, un gran conocimiento sobre todo lo que conllevaba el mundo de lo sobrenatural. Sabía muy bien que Derek había nacido siendo un licántropo, y eso, además de las plegarias de su madre, hacía que su interés en él fuera aumentando con el paso del tiempo, aunque nunca conseguía demostrárselo.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos una vez más, pero esta vez la responsable era la campana, anunciando el final de su larga jornada escolar. Introdujo en su mochila los libros que había dejado sobre su butaca, y se dispuso a salir de aquel infierno.
Las calles del pueblo lucían desoladas, a causa de la intensa lluvia que se había apoderado de ellas. La mayoría de los alumnos de Beacon Hills habían optado por compartir autos, para evitar que el agua tocara sus cuerpos, pero a Narcie eso no le preocupaba, a fin de cuentas, la naturaleza era su punto fuerte.
Tomó su camino directamente hacia su hogar. Su atención estaba centrada en los largos pasos que daba, ignorando por completo lo que sucedía a su alrededor. Escuchaba como sus pies entraban en contacto con los enormes charcos que se habían formado, intentando ignorar aquel sentimiento de angustia que la había invadido durante clases.
Tras unos cuantos minutos, despegó por fin su vista del suelo, para poder observar con felicidad su destino, pero ese bello sentimiento se vió opacado por las parpadeantes luces del vehículo policial aparcado frente a su ahora marchitado jardín.
Sintió como sus oídos le chillaban, aturdiéndola, y como su vista se desdibujaba poco a poco. Trató de observar su alrededor, y logró avistar como los árboles comenzaban a perder todas sus hojas con una rapidez extraordinaria. Los relámpagos caían sobre el pueblo cada vez con más fuerza, como si trataran de advertir de algún peligro.
Cuando Narcissa recobró su compostura, se acercó hacia la multitud de personas que intentaban ver lo que sucedía dentro de la casa, pero las cintas amarillas que rodeaban la entrada se los impedía. Se abrió paso por debajo de estas, para poder llegar finalmente a la entrada, en donde, además de varios policías, estaba su vecina, Melissa McCall, en compañía de Alan Deaton, quien era el fiel amigo de su madre.
—Tío Deaton... —llamó al de tez morena, en un susurro que resultó casi inaudible para todos—, ¿qué está pasando?, ¿dónde están mis papás?
Ambos adultos se miraron, deseando no tener que contestar las preguntas que la menor estaba haciendo. La señora McCall colocó su mano sobre el hombro de Deaton, antes de dejarlo a solas con la pequeña rubia, quien aun esperaba una respuesta de su parte.
Alan tomó una bocanada de aire, y habló. —Lo siento tanto, Narcie... —aquellas cuatro palabras le habían sido más que suficiente. Su cuerpo se estremeció desde las puntas de sus pies hasta el final de su cabeza, y podía jurar, que por un momento su corazón se había detenido—, ellos se han ido.
Su mundo entero paró por completo. En lo más profundo de su ser, Narcissa quería soltarse sobre el gélido suelo, para humedecerlo aún más con su mar de lágrimas, pero la adolescente no logró formular ni una sola expresión. Sus piernas se movieron inconscientemente hacia el interior de la casa, deteniéndose por fin a unos cuantos metros de los cuerpos de sus padres.
Lo que pareció ser una decena de relámpagos estalló sobre el pueblo, dejándolo sin una pizca de electricidad. El viento rugió con una fuerza incontrolable, entrando por todas las ventanas de aquel roto hogar, ocasionando que la suave manta que cubría el cuerpo de la señora Lahey volara por los aires, dándole a Narcissa la peor imagen posible: el pálido cuerpo de su amada madre sobre el frío piso, sin alguna señal de vida.
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Antes de continuar con esta historia, quiero explicar rápidamente la edad que Narcissa y Derek tenían aquí, porque es un completo show debido a varios agujeros en la trama.
En pocas palabras, para mí Derek tiene 22 en las primeras temporadas, y como esto fue siete años antes entonces ambos tenían 15 años. Fue poco después de la muerte de Paige, y un año después ocurre lo del incendio de la casa de los Hale.
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