-Trigésimo octavo Acto: Qué le gustará a los lobos-
Tramas ocultas
Durante mucho tiempo no me atreví a esclarecer la naturaleza de mi relación con muchas personas. Me empezó a gustar la idea de un amor no correspondido.
Recuerdo esos días en los que solía mirar a Nanako, pensar "ah, ella también lo pasa mal, ¿verdad?" y sonreír. Sus ojos rojos, hinchados; y una mano incapaz de soltar la camisa de Kazuhiro.
También recuerdo arrepentirme.
Podría haber gritado. Podría haber parado todo. Podría haber evitado que ella, como yo, como muchos más, se acostumbrara al sabor agridulce, el dolor extrañamente agradable de un corazón roto. Pero no lo hice, y es posible que fuese por miedo; como también por pura crueldad.
La nieve nos cubrió. Pero el sol volvió, iluminando el camino de cada uno.
☻☻☻
Aquella noche, no volvimos a hablar. En la cama, di vueltas con la caja del colgante en mis manos, y de vez en cuando cerré los ojos. En mis sueños cortos, imaginé escenarios hipotéticos en los que Kazuhiro me lo colocaba alrededor del cuello. Sus dedos, suaves, rozándome con gentileza.
Pero solo fueron eso, escenarios ficticios. Sabía que su mano no volvería a tomarme.
Los días pasaron, y con ellos, nuestro reportaje siguió su curso. Y aunque las visitas de Nanako no descendieron, inesperadamente dejaron de ser tan largas. Así llegó el esperado 15 de diciembre, y en la cafetería, frente a Megumi, observé una improvisada ronda de preguntas y respuestas entre Takahashi y Kazuhiro.
Mordí el sándwich, apretándolo, sin querer, el aceite manchó mis dedos.
—¿Pechos grandes o pequeños? —preguntó ella.
Atenta, volví a morder el sándwich.
—Qué pregunta más tonta —contestó él.
—¡Claro! —exclamó Takahashi, dándose un golpe en la frente— ¡son ambas!
Kazuhiro, serio, suspiró. Habiendo desistido, tomó un sorbo de su refresco.
—Takahashi, creo que esas preguntas son un poco inapropiadas para una entrevista, ¿no crees?— rió entre dientes Megumi, avergonzada.
—Ah no, no te preocupes, son notas para mí.
—¿Para ti? —pregunté.
Sonriente, asintió, parando la grabación— he decidido olvidarme de Chiba por completo, necesito pasar página.
—¿Otra vez con eso? —bufé.
Takahashi, inocente e ignorante, tres días atrás había probado suerte declarándose a Katashi en la azotea por quinta vez y, tal y como se esperaba, fue rechazada. Pero, si aquello no había sido suficiente, Kazuhiro se encargó de hundirla más de lo que ya estaba, sugiriendo buscar a alguien de su nivel, lo que, irónicamente, entendió como una invitación.
Hizo mal, Takahashi acabó prendada de él.
—Lo tengo decidido —dio un golpe en la mesa— olvidaré a Chiba con Miyazaki...
—No me gustan tan pequeñas —la interrumpió Kazuhiro.
Sin querer, una risilla se escapó de entre mis labios. Avergonzada, los apreté, intentando ahogar la inminente carcajada.
Takahashi, totalmente paralizada, le miró de soslayo, cabreada— retirarás eso en cuanto empecemos a salir.
Kazuhiro, burlón, apoyó la cabeza en su mano— veo que no has aprendido de tus errores.
—¿Error? —preguntó confusa.
—Deja de fijarte en personas que claramente no están interesadas en ti —concluyó, serio.
Eso no solo le dolió a Takahashi. Aludida, crucé contacto con Kazuhiro, y, nerviosa, agaché la cabeza y tragué saliva.
—¿Podemos dejar ya este tema? —suspiró Megumi, reposando la cabeza sobre sus palmas— Takahashi ha sido rechazada, como se esperaba, y volverá a ser rechazada, como también se espera.
—¡¿Tan poco creéis en mí?!—brincó, ofendida.
«Mejor preguntarle a su novia» pensé.
—Mañana —murmuré. Me aclaré la voz— mañana serás trasladada a otra sección, ¿no?
Takahashi, desanimada, asintió dejando el sándwich en la mesa— creen que quizá me vaya mejor en otro equipo.
—¿Y eso por qué? —siguió preguntando Megumi.
—Koko y Yamada dicen que no encajo bien. Que los reportajes de investigación no son mi fuerte. Creen que me irá mejor en corrección.
Me mordí la lengua por no enumerar todos los problemas que la pequeña Takahashi nos había dado: sus constantes discusiones con Ryuu, sus reportes mal hechos, todos los documentos que tiró y todos lo que olvidó antes de las reuniones a las que acompañó a Koko, y todas las cintas de grabación que borró, o la cámara que aniquiló.
—Supongo que no estoy hecha para escribir.
Era natural que Koko y Yamada quisieran deshacerse de ella, pero, su expresión, decaída, me enterneció el corazón. Nostálgica, recordé mi rodeo.
El terrible año de inicio dentro de la redacción de Raito Kiss. Mis jefes me gritaban sin parar por mi comportamiento, por el poco esmero que ponía en mis artículos, y por mis constantes fallos. Eran conscientes de que era capaz de escribir e investigar mucho mejor de lo que lo estaba haciendo.
Cuando vieron que me manejaba mejor con la cámara, amenazaron con trasladarme al equipo de fotografía. Entonces, me di cuenta de que no quería ser incopetente. Bastante era ser la entrevistadora, y no la entrevistada. Quería ser útil. Quería que Makoto me mirase, como seguramente miraba a Manami.
Con el tiempo dejé de quejarme, de buscar excusas, de escribir por escribir, y finalmente me permitieron realizar mi primer reportaje, bajo supervisión. Al mes, me nombraron columnista.
Sentada en la cafetería de CC, sabía que la Ayumi de Osaka no era tan feliz como la de Tokio, pero sí que sin ella, nunca habría podido conocer al experimento que, frente a mí, sorbía de su refresco.
—Deja de autocompadecerte —murmuré.
Los tres, sorprendidos, se giraron hacia mí.
—Quítate el polvo, ponte las pilas, y cuando estés preparada, vuelve —ladeé la cabeza— te estaremos esperando.
—Sí —levemente sonrojada, Takahashi inclinó la cabeza en una reverencia— gracias.
☻☻☻
Terminé de escribir reportes, Takahashi me ayudó a revisar los artículos que tenía asignados con el equipo de Katashi y, entre los tres discutimos los detalles gráficos con Megumi. Por suerte todo fue bien y, en honor a Takahashi, me invitaron a salir a beber, pero tuve que rechazar su invitación. Tenía algo más importante entre manos esa noche.
Cansada, me apoyé en una de las columnas de la estación con el billete de tren en la mano. Suspiré— al fin soy totalmente libre.
Kazuhiro, con las manos en sus bolsillos, se acercó a mí— creo que te olvidas de las tres entrevistas de radio que nos quedan esta semana.
—Con total de no volver a la oficina, me volvería hasta vuestra mánager.
—Eso tampoco suena tan mal.
Me reí por lo bajo, observándolo de reojo.
—¿Te apetece pasar por el bar? —pregunté, apretando el billete—. Nanako me envió un mensaje hace una hora diciendo que estaría ahí con los demás.
—Ah —se pasó la mano por la cabeza, rascándose— primero el tema del pastel, después vuestras charlas a escondidas y ahora esto ¿Desde cuándo os habéis vuelto tan amiguitas?
Sentí mi garganta arder. Mis uñas terminaron de arrugar el billete por completo— bueno...
Decir que éramos buenas amigas se sentía como una mentira. Aunque Nanako era una amiga, porque la consideraba una amiga, no era una amiga como Megumi, ni como Miyoko.
Nanako era ese tipo de amigas que me hacían caminar en una cuerda floja. Era ese tipo de amigas de las que me arrepentía de tener; de las que quería deshacerme, pero no podía. Después de todo, compartíamos el mismo pecado.
—Somos iguales —dije— nos entendemos.
—¿Eso crees? —su sonrisa se debilitó. Serio, desvió la mirada hacia los raíles— más bien, sois dos caras distintas de la misma moneda —y de la nada, sus labios volvieron a curvarse.
Una sonrisa tímida, nueva. Una sonrisa que parecía decir más de lo que sus palabras podían.
De pronto, el sonido de la llegada de nuestro tren sonó con fuerza, y temiendo que el barullo se amontonara, me recompuse. Pero no llegamos a tiempo, y acabamos perdidos en la ola de oficinistas trajeados saliendo de su turno.
Traté de colarme entre la multitud, pero entre el caos, uno de ellos me empujó, mi tacón quedó estancado entre dos baldosas, y perdí el equilibrio. «Ay, no...» asustada, cerré los ojos.
—¡Ayumi!—escuché mi nombre reverberar por la estación.
Levanté los ojos, confundida. Creí que acabaría estrellada en el suelo, pero el brazo de Kazuhiro consiguió atraparme antes de llegar abajo. Su agarre, rodeándome en la cintura, me apretó contra él, aún tembloroso.
—Estoy bien... —susurré.
—Menos mal —murmuró, bajando la cabeza.
Rápida, al caer en la poca distancia que había entre los dos, me coloqué y le empujé con suavidad— no te acerques—. Presa del miedo, no me atreví a mirarlo a los ojos.
Riéndose, como si fuese algo normal, levantó las manos y se alejó. Parecía que mi reacción, pese a no esperarla, no le molestó. O al menos, en lo que la teoría decía.
Durante todo el viaje, aplastada entre maletines de ejecutivos, luché por esconder mi sonrojo.
☻☻☻
Una vez llegamos al bar, nos encontramos sentados en nuestra mesa a Reina, Minato y su hermana, charlando alegremente con nada más y nada menos que Mystical Key.
Creí que mi plan había fracasado, pero no me rendí. Mediante artimañas más o menos elaboradas conseguí que Kazuhiro se animara a tocar con mis queridos amigos en el escenario y así, me quedé a solas con Hideki, Kenichi y Kento.
Revisé mis mensajes una última vez— maldita sea, le dije a Nanako que viniera cuanto antes —suspiré.
Confusos, se miraron.
Kenichi se acercó a mi oído— ¿podemos preguntar ya por qué nos has llamado?
Dejé el teléfono en la mesa y apagué la pantalla— porque os necesito —tragué saliva—, quiero celebrar el cumpleaños de Kazuhiro.
Atónitos, se quedaron sin habla.
Hideki carraspeó— ¿qué?
Me apoyé en la mesa con los codos, el mentón en mis palmas. —Sé que su cumpleaños es pasado mañana, y quiero organizar una fiesta en mi piso —miré al escenario— para expresarle mi gratitud.
—Eso es muy noble de tu parte, pero —irrumpió Kento, —¿y nosotros?
—Os necesito —me acerqué a la mesa— no podré hacerlo todo sola. Tengo que evitar que se quede, y cocinar, decorar... Ayudadme, por favor —agaché la cabeza.
Dos insignificantes segundos de silencio se volvieron toda una eternidad. Dudé por un instante en si había hecho bien, yo no era quién para decidir nada. Nanako ni siquiera estaba ahí, pero, no me arrepentí.
—Yo estoy dentro—accedió Hideki— será divertido.
—Hace siglos que no organizamos fiestas sorpresa —suspiró Kenichi— así que tampoco esperes mucho de mí.
—Chicos... —sobrecogida, sonreí.
—Cuenta con nosotros —alzó su botellín Kento.
—Sí —y todos nos unimos a su brindis— ¡hagámoslo!
•••
Acordamos los detalles para la preparación de la fiesta de cumpleaños de Kazuhiro, y al poco tiempo, Nanako llegó al bar. Kazuhiro bajó del escenario y juntos, se sentaron con nosotros.
La noche marchó sin altibajos, y al llegar a casa, me encerré en mi cuarto, sentada frente al escritorio escuchando y transcribiendo las cintas de la entrevista de Kazuhiro, hasta que hacia las 2.00 de la madrugada, decidí parar.
Levanté los brazos, estirándome— es hora de dormir.
Cansada, me levanté, saqué mi pijama de la cómoda, lo dejé en la cama y me quité la camisa con cuidado de no romper o enredar el colgante que llevaba debajo de ella.
Tomé la llave en mi palma, y la cerré en un puño. —Un regalo... —murmuré.
Habían pasado seis días y aún no sabía qué regalarle. No serviría cualquier cosa.
Esa noche Nanako no durmió en mi piso.
Tramas ocultas
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