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-Trigésimo segundo Acto: Inevitable-

El tifón

Durante mucho tiempo, temí que el telón se alzara y nuestro teatro se desmoronase. Temí que Makoto descubriera mis mentiras.

¿Era un error? Él diría que era un error, pero no lo fue. Kazuhiro nunca fue un error. El error fue acompañarlo, caminar tras él por el puente.

Con el paso de los meses, me di cuenta de que mis preocupaciones no valían nada. Makoto también pecó al ocultarme tantas, tantas cosas.

Así, mientras la noche cayera, sentada en aquella playa, Manami podría recuperarlo. No me importaba. Nada me importaba más que saber que la mano que solía revolverme el pelo, se cerraría una y mil veces.

Las olas sonreían porque, como siempre, Kazuhiro estaba a mi lado.


☻☻☻


Si aquel día ya había empezado mal con una repentina llovizna que mutó en tormenta y amenazaba con convertirse en tifón, lo único que faltaba era la visita de alguien. Que el rayo cayera en mi piso.

Pues, frente a mí, con una bolsa de plástico en una mano, y en la otra su paraguas, empapada de pies a cabeza, Nanako nos observaba, pálida. Sus ojos se oscurecieron.

Su reacción no era para menos: su novio estaba a solas, en medio de una alerta por tifón, con su supuesta amiga y entrevistadora, vestida en un corto pijama. Los escenarios eran variados, pero ella escogió el peor.

—¿Qu-qué significa esto? —volvió a preguntar con voz temblorosa.

—Nana...

—¡¿Miyazaki?!—gritó, interrumpiéndome. Y sin pedir permiso, hecha una furia, entró en el apartamento. Sin siquiera descalzarse, caminó firme hacia Kazuhiro con el ceño fruncido.

—Nanako, no es lo que piensas —traté de calmarla, acercándome a ella— Kazuhiro y yo solo estábamos trabajando.

Incrédula, se cruzó de brazos, con los ojos fijos en él— sí, claro, Ayumi ha salido con esta tormenta solo para venir a hacer una entrevista en tu casa. ¿Vestida así? —me señaló— no soy estúpida, vosotros...

Kazuhiro y yo compartimos una mirada, inquietos. Ambos sabíamos lo que pasaría si entraba al salón y veía todas mis cosas.

Cansado, se rascó la nuca y suspiró— ¿qué más da? no podemos esconderlo para siempre.

—N-no —tartamudeó. La bolsa en sus manos se cayó, y al instante, tras el fuerte sonido de la caja impactando contra el suelo, Nanako soltó el paraguas, tapándose la cara, gritó —¡esto no puede estar pasando!—entre quejidos, su tono se tambaleó— ¡no puedes hacerme esto, no otra vez! —se secó los ojos. Temblando, caminó hacia Kazuhiro, y golpeando su pecho, exclamó—¡¿por qué ahora?!, ¡¿por qué a mí?!, ¡¿por qué tenías que acostarte con ella?!

—¡¿Qué?! —grité— ¡no, no, te estás confundiendo por completo! —corrí hacia ella, y la tomé por las muñecas.

—¡No me tomes por estúpida! —se zafó de mis manos— ¡te has estado burlando de mí!, ¡creía que éramos amigas! —desolada, se cubrió el rostro, rompiéndose a llorar.

Suspiré, colocándome la mano en la frente— Nanako, no es lo que piensas. —Al agachar la cabeza, volví a ver la bolsa en el suelo. Me agaché, la recogí y alcé la mirada hacia Kazuhiro, quien, asintiendo, agarró la mano de Nanako— ven conmigo —y tiró de ella.

—¿Eh? —preguntó— ¡¿a dónde me llevas?! —gritó. Pero incapaz de soltarse, fue arrastrada hacia el salón.

El tiempo ya se había acabado.


☻☻☻


Kazuhiro y yo buscamos entre las carpetas y libros de la estantería del salón el sobre transparente en el que se encontraban los dos de los tres documentos que nos vinculaban: su contrato de arrendamiento con mi tía, nuestro acuerdo de convivencia, y mi carné de identidad, my number, donde figuraba mi dirección.

Los dejamos en la mesa del salón y nos sentamos en el sofá, junto a Nanako, quien, desde el sillón de al lado, tomó los dos contratos, y, seria, los leyó detenidamente.

Kazuhiro y yo nos miramos de soslayo, cómplices.

—Esta es mi casa —aclaré, extendiéndole mi tarjeta— ¿ves? —le señalé la dirección —hace dos años me mudé a Osaka por trabajo. Cuando volví, encontré a Kazuhiro instalado en mi apartamento.

—En el tiempo en el que Ayumi no estaba, Sumire me ofreció ser su inquilino —añadió Kazuhiro— pero olvidó mencionarle nada del tema a Ayumi.

Nanako, en silencio, asintió, sin despegar la mirada de los papeles entre sus manos.

—Me sentí mal dejándola sin un lugar donde vivir, y por eso le ofrecí quedarse conmigo, hasta que termine mi contrato —concluyó Kazuhiro.

Nanako, desconfiada, dejó los contratos en la mesa, y, recostándose en el sillón, me miró.

—Para evitarnos problemas, decidimos guardar en secreto que Kazuhiro, líder de Mystical Key, y yo, periodista, vivimos juntos —expliqué.

Kazuhiro, calmado, suspiró— las únicas personas que lo saben son la banda, mi mánager, los hermanos Ikeda y Yoshida.

A pesar de que Nanako se había conseguido relajar, y parecía estar mucho más tranquila, la mueca en su rostro, con cejas tan tensas, la delataba. —Y... —murmuró— ¿no ha pasado nada entre vosotros?

—No, nosotros... —corrí a responder. Pero, al segundo, callé.

Decir que no había pasado nada era, sin lugar a dudas mentir. Y estaba harta de mentir. Pero, decirle abiertamente que la persona a mi lado, su novio, y yo, habíamos caído múltiples veces en las manos del otro, me aterró. Mi mentira la había herido, ¿la verdad la curaría?

—Nunca podría involucrarme con Ayumi en una relación —Kazuhiro se adelantó— ella y yo solo nos vemos como amigos.

El tono despreocupado con el que habló me congeló. Petrificada, mis manos se helaron. «Supongo que...» tímidas, mis comisuras labiales lucharon por trazar una sonrisa. Adolorida, inhalé aire «no está mintiendo».

—Yo... —Nanako, avergonzada, agachó la cabeza. Nerviosa, se inclinó en una corta reverencia— ¡lo siento!

—¡No, no! —elevé las manos, tratando de hacerla levantar la cabeza— es culpa nuestra por encubrirlo. No debimos ocultarte nada.

Kazuhiro se levantó del sofá, se acercó a Nanako, y arrodillándose a su lado, la tomó de la mano— no le des más vueltas, ya se ha arreglado.

—Pero... —musitó, acongojada. —Esto sigue siendo raro — me miró— ¿no lo creéis? Una mujer y un hombre bajo el mismo techo... —cerró la mano en un puño. —No puedo estar tranquila.

—Ah —comprensivo, Kazuhiro asintió— sí, entiendo lo que dices, pero...

—¿Y si te mudas conmigo? —le interrumpió.

«¡¿Qué?!» sobresaltada, abrí los ojos de par en par, al igual que él.

Dando una palmada, Nanako exclamó— ¡sería genial!, ¿no crees? —preguntó, inclinando su rostro hacia el de Kazuhiro— o quizás, ¡podría mudarme yo!, ¿verdad?

Pero él, rígido, completamente bloqueado, se levantó. —Ya lo hablaremos en otro momento —dijo, mirándome disimuladamente.

«Pero... No irá a...». Consciente de lo cruel que podría sonar, suprimí ese pensamiento en mi cabeza, y apreté dientes. «Soy una persona detestable».

Nanako, quien se había conseguido olvidar por completo de su enfado, se levantó, tomó la bolsa de plástico que estaba en la mesa por sus asas, y nos preguntó— bueno, ¿os parece bien si me quedo a dormir?

Kazuhiro, visiblemente aturdido, me miró, buscando una respuesta. Y aunque no quise, bajo el turbulento temporal, tanto fuera en la calle, como dentro, en mi corazón, cedí.

Suspiré, asentí y me levanté del sofá, dándome una palmada en los muslos. Me volví hacia la terraza. El ventanal seguía recibiendo segundo a segundo el impacto de las gotas. —Os dejo a solas, no quiero molestar... —los miré— y de todos modos tengo trabajo que hacer, así que...

—¿Y si preparamos la comida todos juntos? —pero antes de poder acabar de hablar, o de siquiera dar el primer paso hacia mi cuarto, Nanako, me interrumpió. —No molestarás.

—Y también es tu casa —la apoyó Kazuhiro.

Pensé en, quizá, rechazar la propuesta, pero tampoco quería volver a mi cuarto. Cocinar todos juntos no sonaba tan mal.

Sonriente, asentí.


☻☻☻


Nos movimos a la isla de la cocina, en el salón, donde Nanako dejó la bolsa sobre la encimera, al lado de los utensilios que colgaban en la columna.

—Veamos... —murmuró Kazuhiro, abriendo el frigorífico. Tras rebuscar en los estantes, tomó un paquete de chuletas de cerdo— ¿qué os parece preparar katsudon? —nos miró.

Me crucé de brazos— ¿tenemos carne suficiente?

Kazuhiro, en respuesta, sacudió el paquete en sus manos— creo que para tres personas tenemos —rió.

—Vosotros... —oí a Nanako susurrar— ¿soléis cocinar juntos?

—Ah, bueno... —incómoda, me giré hacia ella. Traté de buscar las palabras correctas. —Algunas veces.

Kazuhiro, tras dejar el paquete al lado de la bolsa de plástico con la tarta, se acercó a ella. —¿Vas a ponerte celosa incluso por eso?

Nanako, levemente sonrojada, sacudió la cabeza.

Kazuhiro se dirigió a mí— y tú también, deja de hacer el tonto ahí parada. No perdonaré ningún desliz en mi cocina.


☻☻☻


Enseguida nos pusimos manos a la obra. Concentrado, Kazuhiro terminó de preparar el caldo dashi, Nanako lo calentó y yo, como buena ayudante, les fui extendiendo la soja y azúcar para incorporarlos.

Mientras esperábamos a que el azúcar se disolviera, Nanako trituró el pan de molde con sumo cuidado al lado de Kazuhiro, quien, ensimismado, picaba la cebolla china.

Ya que yo estaba totalmente libre, pensé en echarles una mano, aunque era consciente de que la cocina no era mi fuerte. Me acerqué a él— Kazuhiro, ¿qué más hay que hacer?

Siguió picando, sin mirarme— cortar los nervios de las chuletas, ¿crees que serás capaz?

Miré el paquete de carne, y, dubitativa, asentí. No quería quedarme atrás, mirando.

Tomé la tabla de madera colgada en la columna. Saqué las chuletas, me arremangué, y con un gran cuchillo afilado, corté con precisión y sumo cuidado. Al ver que el primer nervio se había cortado con facilidad, suspiré, aliviada, y seguí cortando. Confiada, me dispuse a cortar el segundo nervio, y esta vez, el cuchillo se movió con mucha más agilidad.

A medida que continuaba, comencé a sentirme más cómoda, y descuidada, aumenté la velocidad. En un momento, apreté un poco más el cuchillo al atacar el siguiente nervio. Noté un ligero tirón en la carne, mi mano tembló y sin darme cuenta, al rasgar, la mano que sujetaba el filete se resbaló hacia el filo del cuchillo.

—¡Ow!—grité adolorida, dejando el cuchillo caer sobre la tabla. Abracé mi dedo índice, desde donde, en la punta, la sangre comenzó a brotar.

Kazuhiro, preocupado, se acercó a mí— ¿todo bien? —me preguntó, limpiándose las manos con una toalla.

Avergonzada, lo miré— me he cortado —bisbiseé, con las orejas ardiendo.

—De verdad que no puedo apartar los ojos ni un minuto de ti —dejó la toalla en el asa de uno de los armarios de la encimera, agarró mi mano y, sin dudarlo ni por un solo segundo, se llevó mi índice a su boca.

—¡Ka-Kazuhiro! —grité, sorprendida.

Con su lengua, impregnó mi herida de saliva, serio.

Nanako, desde la otra punta de la cocina, nos observó sin pronunciar palabra. Pero, cuando nuestros ojos se encontraron, vi el resquemor asomar por la sonrisa que, desesperada, no pudo borrar.

Tragué saliva, apartándome de él. Evité sus ojos— ya no duele —dije en voz baja— estoy bien —y volví a coger el cuchillo.

Kazuhiro, arqueando una de sus cejas, trató de volver a mirarme— ¿segura?

Asentí sin atreverme a responder. El mango del cuchillo en mi mano, sumida en un cosquilleo, se sentía mucho más pesado.

Kazuhiro se dio la vuelta para seguir con lo suyo, pero su roce permaneció latente en mi piel, sobre la grieta de mi herida.

Nanako, desde su rincón, exclamó— ¡Miyazaki! —y corrió a abrazarse a su brazo— creo que me he quemado —extendió su mano hacia él.

—¿Ahora tú? —rió entre dientes Kazuhiro. Tomó su mano, y la inspeccionó.

«Ella...» confundida, no fui capaz de descifrar su intención. Por mi mente, pasó esa idea, «pero es natural» y en silencio, continué cortando. «Es su novia».


☻☻☻


Al acabar de cocinar, después de una hora, nos sentamos los tres juntos en la mesa de comedor del salón, y tras dar las gracias por nuestra cocina, probamos el plato.

No había duda alguna; solo una persona podía conseguir que la carne tuviera esa textura tan tierna, y un sabor tan suave: Kazuhiro.

—¡Está perfecto! —exclamó Nanako acariciándose la mejilla.

—Aunque... —empezó a hablar Kazuhiro— tiene un extraño regusto a sangre —burlón, me sacó la lengua.

—Calla y come —le ordené.

Él, riendo entre dientes, sacudió la cabeza, tomando con sus palillos un bocado generoso de carne.

—Sí que sois cercanos —comentó por lo bajo Nanako. Sonriente, dio vueltas al arroz con sus palillos— sabía que lo erais, pero sigue sorprendiéndome. Es tan raro.

—¿De qué hablas? —preguntó Kazuhiro.

—No sé —ladeó la cabeza, encogiéndose de brazos. —Nunca te había visto tan cómodo alrededor de otra persona que no fuera Kento, o la banda— a pesar de su esfuerzo por mantenerse serena, su voz, cada vez más aguda, se tensó— supongo que por eso creí que me ocultábais algo —rió por lo bajo— pero, no hay nada por lo que preocuparse, ¿verdad?

Asintió Kazuhiro— está todo aclarado.

—Sí —agachó la cabeza Nanako— todo aclarado. —Removió su arroz, y atrapando en sus palillos un trozo de carne, se lo extendió a Kazuhiro, quien, sonriente, abrió la boca, esperando a que le diera de comer.

Desplazada, seguí saboreando mi plato de katsudon, a cada minuto más frío. Por mucho que el vínculo entre los dos se viera cercano en los ojos de los demás, la realidad era diferente.


☻☻☻


Al terminar de cenar, conseguí convencer a Nanako y a Kazuhiro de dejarme limpiar la cocina para que pudieran disfrutar de su tiempo a solas. No me sorprendió en absoluto verlos entrar en la habitación de Kazuhiro.

Pasé un paño por toda la encimera, lavé los cuchillos y la cuchara sopera. Barrí el suelo y por último pasé la fregona. Cuando terminé, caí en que no habíamos llegado a comernos el pastel que se había caído al suelo, hecho puré, por lo que, contenta, lo serví en un plato como pude, y sentada en el sofá del salón, me lo comí revisando las grabaciones y entradas de la entrevista de Kazuhiro en mi portátil.

«De todo lo que hemos hablado hoy no puedo usar prácticamente nada» me lamenté.

Cansada, dejé el portátil y corté otro pequeño bocado del pastel que sostenía en mi mano. Mientras masticaba, mi mirada, sin quererlo, se posó sobre los contratos en la mesa.

«¿Uh?» leí las palabras fecha de nacimiento al lado del nombre de Kazuhiro.

Agitada, dejé el trozo de pastel en la mesa, y tomé el contrato de inquilinos con ambas manos. «¿Qué?» No había duda, 17 de diciembre, 12月17日. «¡¿Cómo?!»

Estábamos a principios de diciembre, y Kazuhiro no se había pronunciado sobre su cumpleaños. «¿Por qué no me habrá dicho nada?»

Entonces, comenzó. La habitación se iluminó, el piso entero se estremeció con el trueno. A lo lejos, escuché un grito, proveniente de la habitación cerrada, a la derecha del pasillo, casi al fondo.

—Mierda —mascullé. Solté el contrato en la mesa, tumbándome en el sofá. Incapaz de soportar la tormenta, cogí una de las almohadas, y traté ahogarme con ella.

Esta vez, no podía echar a la intrusa; porque ni era una intrusa, ni había un camino de ropa hasta esa habitación.


☻☻☻


A la mañana siguiente pasé de despertar a mi compañero de piso y a su invitada.

Creí que desayunaría sola, pero las pisadas de cada mañana me interrumpieron mientras me ataba el pelo en el baño.

Supuse que Kazuhiro no estaría tan cansado como creí que lo estaría. Burlona, me giré hacia la puerta, donde esperaba encontrarlo— ¿qué tal tu...? —pero, al ver que quien estaba de pie, al lado de la puerta del baño, no era él, me callé. Su vestimenta me dejó helada; llevaba una de las camisetas de Kazuhiro por vestido.

—Ayumi, ¿podemos hablar? —me preguntó ella.

Confusa, asentí— claro —caminé hacia ella— vayamos al salón.

Nanako me siguió, en silencio por el pasillo. Tras decirle que se sentara en la mesa, me acerqué a la cafetera de la isla de la cocina.

Al servir nuestras tazas de café en la mesa, noté el aroma de los granos de café, recién molidos, mezclarse con los restos de la colonia de Kazuhiro que emanaban de su camiseta. Fue repulsivo.

—Ayumi —me llamó, mientras tomaba asiento al frente. —Yo... No quiero interferir en vuestro acuerdo, pero... —tragó saliva.

Expectante, tomé un sorbo.

—Hasta que no salga de esta casa, necesito tener tu palabra de que nada nunca, nunca, nunca, pasará entre Kazuhiro y tú —sus manos abrazaron la taza.

—Nanako, Kazuhiro ayer ya lo dijo, él y yo no...

—Ya sé lo que dijo—me interrumpió. Cabizbaja, arañó la taza— pero, no puedo solo confiar en su palabra. —Bajo su flequillo, el rostro de Nanako no era el reflejo del enfado, ni de la crispación, sino el de la más verdadera y cruda desesperación. —Muchas veces, muchas, mis amigas me engañaron con Miyazaki. Por eso —sus hombros temblorosos, se encogieron— necesito que tú me prometas que no pasará. Que nunca lo harás.

—Nanako... —murmuré.

«Desconfiar de Kazuhiro no es bueno». Frágil, su sombra parecía que se iba a desmoronar en cualquier momento, y no fui capaz de decir lo que verdaderamente pensaba.

Coloqué mis manos sobre las suyas, abrazando el café— te prometo que nunca pasará nada entre nosotros.

Sus ojos se encontraron con los míos. Su expresión se relajó, y con timidez, me devolvió la sonrisa— sabía que podía confiar en ti, Ayumi.

Esa mañana, tras el tifón, recuerdo desayunar con ella riendo, charlando sobre los planes que nos esperaban en diciembre, y la inminente fiesta de cumpleaños.

En las calles había vallas tiradas en la carretera, muchos árboles que habían caído por las fuertes ráfagas de viento, y bancos tumbados. Hacía frío; pero no en casa.

Tras el eco de la cocina, donde Kazuhiro y yo pasábamos horas, sonaba una melodía traviesa que solo sabía cantar conmigo. Ingenua, no me di cuenta de que su calidez se asfixiaría en la palma de Nanako.

El tifón

CONTINUARÁ

Katsudon*: cuenco de arroz cubierto con una chuleta de cerdo rebozada, huevo revuelto, condimentos y salsa tonkatsu.

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