-Vigésimo quinto Acto: Abrumador-
Geometría inconexa
Al subir al escenario, perdía el control. Me volvía ajena a mi cuerpo, a la razón. Lo único que podía y sabía hacer era balancearme en el vaivén de mis puntadas. Y Kazuhiro hacía lo mismo, persiguiéndome.
Por muchas barreras que colocáramos, caían en cuanto nos distraíamos. Solo cuando la distancia nos aplastó, entre caricias, nos dimos cuenta de que no podíamos seguir refugiándonos en el otro. Y así entendí que no volvería a tocarme. Que no volvería a besar mis dedos. Que nunca más podría dormir en su pecho.
Codicioso. No podría cantar con él.
Egoísta. Ni Makoto ni Nanako podían saberlo.
No, nadie podía saber que entre los colmillos del lobo había lana, ni que en el lomo del cordero había cicatrices.
☻☻☻
Frente a mí, Kento, bajista de Mystical Key y uno de los mejores amigos de Kazuhiro, me esperaba, sentado en la silla de mi oficina, con las piernas en lo alto de mi escritorio. Al lado de la pantalla de mi ordenador, había una caja de cartón con el logo de la pastelería de la estación que tan bien conocía. Un intruso con un pastel. Sonaba gracioso.
—¿Se puede saber qué haces aquí? —pregunté.
Sonriente, Kento quitó sus pies de mi mesa. —El tono es borde, pero la pregunta lógica.
—Contesta —me crucé de brazos.
—La revista quería conocer un poco mejor a los demás integrantes de Mystical Key, así que me ofrecieron una sesión de fotos —rió entre dientes—. Creo que quieren aumentar las expectativas de tu investigación.
«Genial, más presión», me dije.
—Pensé que podríamos vernos y charlar.
—¿Charlar?
—Mi sesión empieza dentro de una hora. Puedes hacer tiempo conmigo, ¿no?
Kento, sonriente a la par que impaciente, me observó, como un cachorro a la espera de ser acariciado, aguardando mi respuesta. Incluso me pude imaginar el contoneo de su cola.
«Pero... Yo debería trabajar».
De un momento a otro, se levantó de la silla y tomó en su mano la caja de la pastelería por sus asas. —Aquí tengo un shortcake de fresas, riquísimo.
Por mi mente, la imagen de una fresa atrapada en un cremoso remolino de nata pasó. Tragué saliva.
—¿Lo compartimos? —me preguntó, agitando la caja de lado a lado.
—Pues... —suspiré—, supongo que no me queda de otra que acompañarte —me coloqué las manos en la cadera—. Ya sabes, como periodista, tengo que hacer el esfuerzo de preocuparme y daros atención a las estrellas de la revista, ¿no crees?
Asombrado por mi explicación, para nada excusatoria, asintió entre risas.
☻☻☻
Ya que mis compañeros de trabajo no tardaron en llegar en masa y no me apetecía disfrutar del pastel bajo su aguda, cotilla y molesta mirada, le pedí a Kento ir al área de descanso, donde aún no había nadie, solo mesas vacías y máquinas expendedoras recién recargadas.
Nos sentamos cara a cara, él abrió la caja de la tarta, y tras tomar una porción, reposando sobre una bandejita de cartón, cogí uno de los tenedores de plástico, corté un trozo y la probé. Su bizcocho, esponjoso, se fundió con la nata y el jugo de la fresa en mi boca. Maravillada por su suavidad, frescura y dulzura cítrica, me acaricié la mejilla, «¡está deliciosa!»
De soslayo, observé a Kento disfrutar de su pastel, en silencio, calmado. Parecía haberse encapsulado en una burbuja.
—Oye, Kento —agaché la cabeza, partiendo otro bocado—, agradezco el detalle, pero, ¿a qué viene todo esto del pastel?
Sorprendido, tragó el trozo y se rascó la nuca, desviando sus ojos hacia la mesa,— no hay una razón en específico —rió, nervioso— mientras venía vi la pastelería en la estación, y pensé que quizás te gustaría compartir una tarta conmigo —con tenedor en mano, cortó la tarta, e inclinó la cabeza, buscando mis ojos— ¿te incomoda?
Negué— no, tranquilo.
Asintió. De nuevo, desvió la mirada hacia su tarta, le dio vueltas hasta que, de reojo, me preguntó—, ¿qué tal te va con Kazu?
Tensa, apreté el cubierto de plástico— pues... En el trabajo bien, he conseguido que coja confianza, y es mucho más participativo y asertivo. Es divertido acompañarlo día a día.
—¿Y en casa?
Asustada, miré hacia el pasillo para asegurarme de que no había nadie. Y al ver el descansillo totalmente desolado, solté aire. Me volví hacia él, pero al segundo, la presión pudo conmigo, e, incómoda, sonreí— me gustaría decir que bien, si no fuera porque va mal —murmuré.
Sorprendido, alzó las cejas— vaya... Pensé que en casa tendríais muy buen ambiente, como accedió a cantar contigo.
El mantra se volvió a repetir, en la boca de otro más. Ya no solo era Hideki, ni solo Nanako; Kento también había construído ideas, expectativas, alrededor de Kazuhiro y de mí. Molesta, apuñalé el bocado con el tenedor, —¿tan raro es cantar conmigo?
—Es curioso cuanto menos —contestó, firme— siempre ha sido así, desde el instituto. Da igual si tu rango es alto, grave, versátil, una voz dulce o áspera, te rechazará. A todos. —Él, como yo, tampoco quiso mantener la mirada. —A todos excepto a ti.
A todos excepto a ti. Palabras vagas, no eran más que eso, quería creer que solo eran palabras vagas, pero en mi mente perduraba el discurso de Hideki, y la mirada, turbada, cargada de un sentimiento sinuoso y capcioso, del día anterior. Una sonrisa falsa que no pretendía ni consiguió engañarme, solo confundirme. No quiero pero te busco también eran palabras vagas. Una pereza sofocante, que al momento me estranguló el cuello, dejó en mi piel las marcas rojas, profundas, de sus dedos sobre mi nuca, mi sien, mis hombros, mi mejilla y mis labios.
Agobiada, apreté la tela de mi falda, —no significa nada, solo cantó conmigo porque me vio desanimada y quiso animarme.
—No, no creo que fuera por eso—, tomó una de las fresas del tope con su tenedor,— Kazuhiro no actúa por lástima —y la engulló.
Paralizada, seguí escuchándolo.
—Quizás para ti Mystical Key solo sea un grupo cualquiera que ha conseguido meterse en el mundillo por un golpe de suerte de la noche a la mañana, como quien se hace famoso gracias a la varita mágica de un algoritmo. Pero esto no fue rápido, ni fácil —frunció el ceño, serio,— nos rechazaron miles de veces, durante años, y hemos dudado de nuestro potencial muchas, muchas más miles de veces —su expresión se endureció, y serio, dejó el tenedor en la mesa para tomar mi mano— no fue hasta que te escuché en el bar que conseguí entender que no importaban los agentes, ni las grandes productoras. Ni siquiera importaba si nuestra maqueta se vendía. Lo único que importaba era recuperarnos de las caídas, y seguir adelante, intentándolo, aunque fuese en vano, sin compadecernos, ni dejando que se compadecieran de nosotros.
—Kento... —murmuré.
—Y sé que Kazuhiro sintió lo mismo que yo — de un instante a otro, las comisuras de sus labios se quebraron de nuevo en una tierna sonrisa — cambiaste mi vida, y la suya. Está claro que para él, y para mí, eres mucho más que lástima.
El calor no desapareció con sus palabras, pero la presión se hizo más liviana. Y aunque no sabía qué pensar, sentí su amabilidad arroparme— Gracias— me hizo feliz.
Kento, recobrando la seriedad en su rostro, apartó la mano— para serte sincero, no solo he venido por mi sesión y el pastel.
Extrañada, elevé mis cejas.
—¿Te gustaría quedar conmigo esta noche?—preguntó.
Fue un golpe inesperado. No había tenido la ocasión de conocerlo mejor, más allá de las pocas veces que habíamos llegado a coincidir en la misma mesa del bar. Él, como el resto de la banda, desconocía muchas cosas de mí, entre ellas, la turbulenta relación que trataba de mantener con Makoto.
Pero no me desagradaba la idea de conocerlo un poco más. Ni de dejar que él me conociese a mí.
Asentí, —claro, será un placer.
—¿A qué hora terminas?
—Pues...
Por una vez, Kazuhiro no sería mi objeto de estudio.
☻☻☻
Mi jornada fue larga y tediosa, como de costumbre. Seguí trabajando en la entrevista de Kazuhiro, ayudando a Megumi con el diseño de la maqueta de mis columnas, y a Katashi con su papeleo para conseguir que todo fuera de acuerdo al nuevo plan. Deambulé entre documentos y atendiendo llamadas hasta las 19.00 pasadas, cuando conseguí salir del edificio.
Al localizar a Kento, con el móvil en la mano, apoyado en la valla metálica de la acera, me acerqué, saludándolo con la mano, lo que consiguió llamar su atención.
Guardó el teléfono en el bolsillo y caminó hacia mí— ¿qué tal?
—Bien, aunque molida —me golpeé el hombro— ¿y tú con tu sesión de fotos?
—No ha estado mal, pero no me acostumbro a posar —riendo, se rascó la nuca— aún no me acabo de hacer a la idea, todo va muy rápido, casi parece un sueño.
—Con el paso del tiempo te acostumbrarás.
—Dejemos de pensar en trabajo —sugirió, risueño de oreja a oreja— ¿a dónde te gustaría ir?
—¿A dónde?—, coloqué el dedo índice en mi barbilla. Pensé en varios izakayas cercanos a la zona, y otros en distintos distritos. Pero ninguno de ellos tenía el encanto ni la atmósfera, acogedora, que necesitaba.— Quizás es un poco cliché, pero, ¿qué te parece tomarnos algo el Music Island?
—Por mí genial —comenzó a andar— vayamos.
Contagiada por su sonrisa, le seguí, apretando las asas de mi bolso entre mis palmas.
☻☻☻
Tras un silencioso viaje en tren, apretujados entre oficinistas que regresaban a casa, Kento y yo logramos abordar nuestro destino, Shibuya, sanos y salvos. Al cabo de unos diez minutos de caminata, llegamos al bar de mi tía, donde mis amigos se encontraban sentados en nuestra mesa de siempre. Curiosos, nos acercamos.
—¡Ayumi! —me saludó Miyoko, alzando el botellín en su mano— anda, pero si parece que Kazuhiro ha sido reemplazado —se rió.
Makoto, sin poder creer lo que sus oídos decían, se dio la vuelta, y analizó, por encima del respaldo del sofá, a Kento— genial —hizo una mueca desagradable— otra persona sin un trabajo de verdad.
—¡Makoto!—le llamó la atención Manami.
Kento, sereno, fingió no haber escuchado nada. Esbozó una sonrisa, y se giró hacia mí— iré a sentarme a otra mesa, prefiero no molestar.
—Ah, ¿seguro? no molestas —traté de devolverle la sonrisa— nos podemos quedar con ellos, si quieres.
—Nah, prefiero estar a solas —respondió. Antes de que se fuera, le lanzó una última mirada a Makoto, casi chulesca, y caminó hacia una de las mesas para dos del fondo.
Irritada, me volví hacia Makoto— ¿no sabes llevarte bien con nadie?
Chasqueó la lengua— ¿y tú por qué no dejas de traer intrusos? Ya es suficiente tener que aguantar a Don Gritos.
Apreté dientes. No quería gritarle ni montar un escándalo, sabía que no llevaría a ningún sitio. Suspiré, —Makoto, aprende a socializar, por favor.
Antes de poder escuchar su respuesta le di la espalda y cabreada me apresuré a la mesa en la que Kento, sentado en el sofá largo, me esperaba.
De fondo, escuché el murmullo de mis amigos, pero preferí ignorarlo.
☻☻☻
Mi tía no tardó ni dos minutos en servirnos dos botellines de cerveza y volver a la barra, no sin antes echarle la bronca a Makoto por portarse mal con los demás niños.
Así, sentada en la silla frente a Kento, y tras un largo minuto de silencio, jugando inocentemente con la etiqueta que envolvía mi botellín, le oí hablar.
—Ayumi —rompió el silencio— ¿te has acostado con Kazu?
Perpleja, abrí los ojos de par en par. De nuevo, una ola de calor intenso, abrasador, me acribilló desde el pecho hasta el lóbulo de mis orejas. Tragué saliva,— y-yo ... —tartamudeé.
Kento, por el contrario, se mantuvo calmado— No quería que te sintieras incómoda preguntándote algo tan personal en el trabajo —se excusó.
—T-te lo agradezco—agaché la cabeza.
—Pero ahora no tienes por qué esconder nada, ¿no?
Nerviosa, tragué saliva. Despegué una de las comisuras de la etiqueta, y la rasgué con delicadeza, hasta que, al caer, la rompí.— Espera... —elevé la cabeza— Kento, todo esto del pastel y el bar, ¿solo era para preguntarme si me había acostado con Kazuhiro?
Nervioso, cruzó sus dedos, —supongo que me has pillado.
—Pero, ¿por qué?
—Es solo que... Quería asegurarme —su voz se tornó más grave de lo habitual—es difícil saber en qué piensa Kazuhiro, y más aún cuando se trata de mujeres.
Aturdida, negué con la cabeza, —no, yo...
—Lleváis viviendo bajo el mismo techo desde hace más de tres meses, es imposible que no haya habido algún roce, algo —su mirada, seria, me intimidó.
Kento tenía razón, decodificar las intenciones de Kazuhiro era algo complicado, Pero, a pesar de no entender el calor de su tacto, el olor de su cuello, ni la amabilidad, de cierta forma melancólica, que solía imperar en la sonrisa que esbozaba al escucharme tocar, sí sabía una cosa por seguro: y es que nada había pasado. La nicotina, en su espesa nube, se había llevado todo.
—No ha pasado nada entre nosotros —asenté, firme.
—Pero antes me dijiste que las cosas en casa iban mal, ¿no es así?
Avergonzada, me cubrí el rostro. No quería seguir hablando, pero no podía huir.
—No te hagas ilusiones —le oí decir— es posible que Kazuhiro te encuentre interesante, y que te admire. Pero no eres Nanako.
—Eso... —sentí mis brazos flaquear— ya lo sé —y una intensa punzada en la laringe.
—Por mucho que puedas creer que hay algo entre vosotros, no llegará a nada, nunca —continuó— trata de no confundir su gratitud y amabilidad con algo más.
Elevé la cabeza, apartando las manos de mi rostro, y crucé miradas con él.
—No quiero que acabes decepcionada ni herida.
Agobiada por su expresión, preocupada, agaché la cabeza. Rasgué la pasta de pegamento que el trozo de la etiqueta que había quitado dejó.
Decepcionarme sonaba ridículo, como sentirme herida. No me sentía mal por Kazuhiro, no me dolía por él. Mi sien no quemaba por él, mi garganta no se cerraba por él, ni mis ojos escocían por él. Eran Nanako y Makoto. Solo Nanako y Makoto.
—No te preocupes. Siempre he sabido que entre Kazuhiro y yo no hay nada romántico —reí— decepcionarme por no conseguir algo que nunca quise es estúpido —sin querer, clavé una de mis uñas en mi mano contraria. No dolió, pero sí me despertó. Alcé la vista, lo encaré y, aunque la presión en mi pecho permaneció, quise sonreír, como él hacía— cantar con él no significa nada para mí.
☻☻☻
Seguí hablando con Kento, cambiando el foco de la conversación a su espectacular sesión de fotos. Al parecer el fotógrafo era nuevo y estropeó varias de las tomas, pero, por suerte, su mentora consiguió arreglar gran parte del desastre. Charlamos durante una larga hora hasta que, cansada, le pedí un minuto para tomar un poco de aire fresco. Necesitaba respirar.
No esperaba encontrarme con nadie al salir al callejón tras el bar, pero nada más bajar el escalón, y girar hacia la izquierda, vi su perfil: el pelo negro, descolocoado por el vaivén del viento, su camisa, y el brillo de sus pendientes.
Ingenua, me quise acercar y saludarlo, pero, al segundo, el destello anaranjado del sedoso cabello de Nanako, mecido por la brisa, apareció frente a mis ojos, deteniéndome.
Tratando de hacer el menor ruido posible retrocedí. me volví hacia la puerta del bar y subí el escalón.
—He estado pensando en lo que hablamos.
Pero su voz me detuvo, intrigada, me escondí silenciosamente detrás de la puerta del bar, abierta. «¿Qué estoy haciendo?» cerré los ojos.
—¿Eh? —reconocí la voz inquieta de Nanako— ¿y bien?
—Tenías razón, es mejor aclarar esto de una vez por todas.
Abrí los ojos, confundida, pero las voces callaron. Desconcertada, decidí asomarme.
Sus manos la sujetaron por la cintura, con el cuello estrechado entre las palmas de Nanako, Kazuhiro se había inclinado hacia ella, quien, mantenía los ojos cerrados. Incluso si no podía verlo, sabía que sus labios ya habían sellado el trato.
Otra vez, sentí la presión en mi pecho, solo que esta vez el calor sí se deshizo. Entumecida, me alejé de la puerta, y regresé al bar.
El mismo lugar donde fui arrugada, desechada y machacada, fue testigo del nuevo amor que acababa de florecer en pleno otoño.
Supe que mi corazón golpearía una nueva cadencia.
Geometría inconexa
CONTINUARÁ
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Com