DÉCIMO PRIMER ACTO: A la caza
Regusto de dulce amargor
No todo fue malo. Un día podía ser dulce, otro amargo, la vida se componía de logros porque existían las desgracias. Pese a estar acostumbrada al fracaso, y aunque trataba de no caer más de lo que ya había caído, nunca le cerré la puerta a la felicidad.
Si alguien me regalaba una rosa, la atesoraría, no dejaría que el entumecimiento de sentir sus espinas clavarse en mi piel me detuviese. Incluso si sangraba, alguien se preocuparía por mis heridas.
Kazuhiro también extendía rosas, y sus víctimas también caían en la trampa.
☻☻☻
Nunca habría creído que llegaría el día en el que me olvidaría de Makoto.
Ni Miyoko ni Reina ni Minato se habían encargado de inventarse alguna excusa, una mentira o una coartada para evitar que descubriese que compartía techo con una de las personas a las que más odio le había cogido en menos tiempo. Pero nada estaba perdido. Kazuhiro aún conservaba la calma.
—¿Esconder tus cosas? —pregunté, alarmada.
Asintió— si barremos el piso de todas mis cosas, como mi ropa, los zapatos, mis álbumes, o las fotos, y los escondemos en mi habitación bastará, ¿no?
—Pero —irrumpió Miyoko— ¿y si entra?
—Se lo impediré —aclaró Kazuhiro, antes de tomar un sorbo de su cerveza.
Entre todos compartimos una mirada cómplice, y tras organizarnos, comenzamos la misión.
☻☻☻
Miyoko y Reina recogieron todas las fotos y pinturas en la pared, sobre los muebles y en las baldas de las estanterías, junto con el tabaco y las estatuillas de sus torneos. Hideki y Kenichi, por otro lado, salieron al balcón y metieron la ropa tendida de Kazuhiro en cajas de cartón, mientras que Minato y Kento se encargaron de recoger sus zapatos, discos, todo el equipo de música, su guitarra, los amplificadores y el teclado.
Aquel piso estaba deshabitado desde hacía dos años.
No, no nos habíamos vuelto locos, Makoto era exageradamente perceptivo, y si no teníamos cuidado, toda nuestra fachada de periodista y objetivo profesional se terminaría por desmentir.
Entretanto, Kazuhiro y yo nos encargamos de seguir cocinando. Kazuhiro cortó en trozos el pollo, y, de mientras, yo terminé de mezclar la salsa Karaage en el otro extremo de la cocina. No podía dejar de mirarle por el rabillo del ojo. Preciso y rápido, concentrado.
—Eres buen cocinero —murmuré, acercándome con la salsa.
—A diferencia de ti —ni siquiera se molestó en mirarme—. Las pocas veces que te he visto cocinar, lo que salía ni siquiera parecía comestible.
Insultada, dejé la salsa en la encimera con un brusco golpe.
—Aprendí en preparatoria —le oí decir.
Sus palabras me pillaron de improvisto. Atenta, esperé a que continuara.
—Una de las chicas del club de cocina me enredó para unirme —en su expresión aparentemente indiferente, una pequeña sonrisa pícara se dibujó— era de las peores del club y necesitaba mejorar como fuera, pero no quería hacerlo sola.
—¿Y accediste? Increíble...
—Durante esos meses a mi padre y a mí nos tocó vivir solos, él tampoco era muy cocinillas. Solíamos comer comida precocinada y ensobrados, por eso no me molestó tanto aprender a cocinar. De hecho, lo agradecí. —Kazuhiro dejó de cortar, cogió el bol de al lado, abrió el armario arriba suyo y sacó dos paquetes de harina y maicena— triste que todo acabara mal —suspiró.
—¿Por qué acabó mal? —pregunté, apoyando mis codos en la encimera, dejé la cabeza reposar sobre mis manos.
—Cuando me uní al club, las chicas, al ver que la ayudaba, me insistieron en que también les echara una mano —siguió hablando mientras preparaba el rebozado del pollo, sin mirarme—. Ni siquiera era buen cocinero, al final fueron ellas las que me echaron una mano.
—De algún modo, no me sorprende en absoluto —respondí honesta.
—Ya, ya —sus manos continuaron embadurnando el pollo en la salsa— el verdadero problema vino cuando, de una en una, me pidieron salir con ellas —rió entre dientes— me sentí tan presionado que terminé por rechazar a todas de una sola vez —sonriente, dejó el pollo y se inclinó, acercando su rostro al mío.
Perdida en sus ojos, en su melódica voz, sentí mis piernas flaquear y mi cuello entrar en calor. No podía moverme, tenía miedo de hacerlo.
Extendió una de sus manos hacia mi mejilla, sin llegar a tocarla— aquella chica que me enredó terminó por renunciar al club de cocina y volvió al club de kendo del que era manager.
—¿Eh? —ladeé mi cabeza— ¿ella no se confesó?
—Ella... —por un mísero instante, fugaz, en sus ojos volví a ver algo brillar, una chispa rápida. Pero fue tan efímero, que desapareció en un pestañeo.
Kazuhiro no era capaz de derretir hielo, solo era capaz de quemarlo. Su expresión titubeaba entre lo agradable y lo hiriente.
Me tocó la mejilla. Su mano acarició mi piel con delicadeza— ella era cebo.
Recordaba esa palabra. La imagen de aquella mañana en la que me revolvió el pelo con frialdad. Aunque el tacto de su mano en aquel momento irradiaba calidez.
—Era un pobre cordero que se escondía siempre, y nunca fue capaz de ser sincera con ella misma, ni conmigo.
Y aún así, su calor era frío. Se encontraba a escasos centímetros de mí, pero parecían kilómetros. Sus ojos seguían reflejando mi silueta, pero en una distancia remota. Recordé la postal de Kyushu, y el semáforo en rojo, desanimada.
—Y aún sin decirlo, ¿tú sabías lo que ella sentía? —pregunté en voz baja.
Kazuhiro no me respondió, simplemente se apartó— tienes la mejilla manchada —y se rió.
—¿Qué? —me toqué. Al ver mis dedos blancos, levemente pegajosos, enfurecí— ¡esto no es para nada gracioso! —molesta, ignoré su carcajada y corrí a limpiarme con un trozo de papel de cocina.
☻☻☻
A los pocos minutos de acabar de freír el pollo, el timbré sonó y todos corrieron a dejar los últimos objetos que habían sido capaces de encontrar para esconderlos en la habitación de Kazuhiro. Después, se sentaron en el sofá y en el suelo con almohadas, para, fingiendo total normalidad, compartir unas cervezas.
Yo me dispuse a abrir la puerta. Tomé aire, agarré el pomo, con la mano levemente sudorosa, lo giré, y empujé. Ambos me sonrieron.
Por primera vez en mucho tiempo, Makoto no llevaba el pelo engominado, y vestía una sudadera y vaqueros. Manami también, por primera vez, no traía un vestido, sino unos pantalones rectos, blancos.
Tragué saliva, curvé mis labios con una sonrisa y exclamé— ¡Makoto, Manami, hola! —me aparté dejándoles paso al recibidor— pasad, ya están todos aquí.
Tras una corta reverencia, Manami dio el primer paso, seguida de Makoto, y, una vez en el recibidor se agacharon para descalzarse.
Creí que no habría nada por lo que preocuparme, hasta que, Makoto, al levantarse, fijó la mirada en lo alto del zapatero, donde descansaba lo que parecía ser una tarjeta.
Nerviosa, traté de quitársela con delicadeza— Makoto, eso...
Por desgracia, consiguió esquivar mi mano, y, tras leerla, su ceño se frunció— ¿qué se supone que es esto? —me la extendió.
Reticente, tomé la nota. «Lo voy a matar», y al leerla, me hirvió la sangre.
Satou Kaori. Pastelería Satou. 03/09: XXX XXXX XXX
Se notaba que era una tarjeta de visita de alguna de las amigas de Kazuhiro. Adornada con dibujos de pasteles y chocolates, llevaba su nombre y número de teléfono junto a la fecha y un corazón dibujado a bolígrafo.
Debía pensar en algo rápido, pero la presión era grande, y el tiempo corría. —Es de una repostera —dejé la nota de nuevo encima del zapatero— mi tía últimamente ha pensado en organizar una venta de chocolate por San Valentín.
—¿Sumire ha vuelto al piso?
—Se lo olvidó un día que vino a visitarme —dije, tratando de no romper mi sonrisa.
Makoto, insatisfecho con mi respuesta, se cruzó de brazos— pero faltan meses para San Valentín.
—Hay que ser previsores, ¿n-no crees? —reí, forzada.
—Si tú lo dices... —susurró. Metiéndose las manos en los bolsillos, caminó hacia el salón, seguido por Manami.
Al verles desaparecer en el pasillo, sentí un gran peso caer de mis hombros. Aliviada, suspiré.
☻☻☻
La noche parecía ir bien, bebimos, comimos, y nos reímos hablando sobre viejos grupos que ya habían desaparecido. También comentamos algunas de las canciones del disco de Mystical Key y los chicos acabaron por volver a firmar autógrafos para Minato, Reina, Miyoko y, cómo no, Manami.
Sin embargo, el agobio me persiguió. La sombra de Makoto y Kazuhiro, sentados el uno al lado del otro, en el suelo, me mantuvieron en estado de alerta.
Por suerte se ignoraron la mayoría del tiempo, pero, de vez en cuando, Makoto vio cosas fuera de lugar.
Había marcos vacíos en la estantería del salón, llena de polvo, y las mancuernas de Kazuhiro asomaban desde una esquina, detrás de la mesa del comedor. Con mentiras y excusas conseguimos callar sus preguntas. Pero aún había mucho margen para que la noche se torciera.
—Así que básicamente obligasteis a Ayumi a ayudaros —comentó Makoto en cuanto Kenichi terminó la historia.
—Nadie la obligó, ella también quería ayudar —explicó Kazuhiro.
—Pero ese no era su trabajo, Don Gritos —replicó Makoto.
Kazuhiro, cabreado, chasqueó la lengua, dejando la lata de su cerveza vacía en la mesa— ya empezamos...
—¿Te ofendes? —siguió Makoto— más ofendido me siento yo. Nadie me dijo que estarías aquí.
Harta, yo también dejé mi cerveza en la mesa, pero con un golpe mucho más fuerte. —Dejad de discutir si no queréis que os eche de mi casa.
Kazuhiro y yo compartimos una mirada de soslayo. Sonriente, ladeó la cabeza— te noto un poco agresiva. Deberías tener cuidado, no creo que manejes bien el alcohol.
Chasqueé la lengua, e ignorándolo, volví a sorber de mi cerveza.
Nuestra interacción consiguió amenizar el ambiente, y, alegres, todos volvieron a reír. Todos, excepto Makoto.
—Lo que sea... —se levantó del suelo— voy al baño —escondió las manos en el bolsillo de su sudadera, se dio la vuelta, y caminó hacia el pasillo.
Observé su figura. Sabía que no estaba pasando un buen rato, pero no estaba segura de qué hacer para enmendarlo. Ver su rostro tan apagado, también me deprimía.
—He-hey, Ayumin —oí a Minato llamarme, y me volví hacia él, sentado en el suelo, enfrente de mí— tu baño es muy difícil de utilizar, seguro que Makoto necesita ayuda.
—¿Mi baño? ¿difícil de utilizar?
Con disimulo, señaló a Manami, sentada en el sofá, y entonces caí.— ¡El baño! —exclamé, tapándome la boca.
¡Nadie había quitado las cosas de Kazuhiro del baño! Traté de tranquilizarme, me levanté del suelo, — ti-tienes razón... ¡Debo ir a enseñarle cómo tirar de la cadena! —y salí corriendo hacia el baño.
La risa de Kazuhiro por lo bajo resonó hasta el pasillo.
☻☻☻
Nada valió la pena porque cuando llegué al baño encontré a Makoto, con la puerta abierta, frente al espejo, sosteniendo la maquinilla de afeitar de Kazuhiro en una mano, y en la otra, su colonia. Asustada, me paré en seco.
Sus ojos me buscaron, se giró hacia mí, hecho una furia, dejó las cosas en el lavabo, y se acercó. —¿Qué se supone que es esto?
Tenía miedo, no me atreví a hablar.
Ya lo había perdido todo. Makoto descubriría que vivía con Kazuhiro, a quien odiaba, y se decepcionaría. La imagen que por dos años había construido estaba a punto caer.
—Primero habías perdido las fotos, y la tarjeta de contacto era de tu tía —su crispación iba en aumento a la par con su tono de voz— todo tu salón estaba prácticamente vacío, pero tenías unas mancuernas porque te habías aficionado al cross fit— tomó aire— ¿tan estúpido me ves?
—Makoto, yo... —murmuré, tratando de alzar mi voz, en vano.
—¿De quién son estas cosas, Ayumi?, ¿acaso...? —se detuvo— ¿estás saliendo con alguien?
—¿Y qué pasaría si ese fuese el caso? —noté una mano posarse en mi hombro y, al girarme, el rostro serio de Kazuhiro me sorprendió.
—No... —retrocedió Makoto— ¿tú?, ¿de verdad?
—Yo, o quién sea —contestó, sereno. —Ayumi ha crecido, quizás aún no es todo lo independiente que podría ser, pero eso no significa que debas aprovecharte de sus debilidades. Merece superarte, —apartó su mano— y superarse a sí misma.
Las palabras que un día desprendieron odio, repulsa, ya no eran tan agresivas. Su sinceridad era transparente. Su certeza impactó de lleno en mi corazón, acelerándolo, sonrojó mi rostro.
—Para tu información, antes vivía aquí. Sumire me alquiló el apartamento hace un año —siguió hablando Kazuhiro. Se rascó la nuca y continuó— cuando Ayumi volvió me fui de inmediato, pero parece que se me olvidaron algunas cosas. Nadie se atrevía a decirte nada, porque sabíamos que ibas a reaccionar mal.
No estaba obligado a mentir por mí, pero aún así lo hacía. Y a pesar de que me sentía culpable, no pude detenerlo.
—¿Contento? —resopló Kazuhiro.
Makoto, calmado, asintió, y se acercó a mí, con la cabeza agachada— lo siento, Ayumi.
El rojo en sus orejas era prueba de su arrepentimiento. Estaba avergonzado.
—No pasa nada, somos amigos, ¿no? —sonreí.
Por mucho que odiara algunas de sus manías, era consciente de que no lo hacía con una mala intención. Valoraba que Makoto pensase en mí.
☻☻☻
La noche continuó. Al final, Makoto fue capaz de unirse a la conversación y nos lo pasamos en grande hasta las 12.00 , cuando decidieron que era hora de irse.
Todos, incluido Kazuhio, se dirigieron hacia la entrada, donde buscaron sus zapatos para calzarlos.
Pero, mientras se ataba los cordones, el timbre sonó. —Ah, ya está aquí —musitó Kazuhiro antes de abrir la puerta.
Su tono de pelo castaño claro, rozando un tono ceniza, se meció en el aire, al volverse hacia nosotros. Su maquillaje iba a juego con sus largas y puntiagudas uñas postizas. Vestía un escotado vestido y medias de rejilla. —Kazu... —se dispuso a hablar, hasta que, al vernos, calló.
—Ignoralos y vámonos, Yuka —sugirió Kazuhiro. Se volteó hacia nosotros— nos vemos —y se despidió de nosotros alzando dos dedos hacia su frente.
Ella se inclinó en una modesta reverencia— encantada.
La mano de Kazuhiro no se posó en su hombro, ni revolvió su pelo como solía hacer conmigo. Tampoco acarició su mejilla. No. Su mano cayó en la cintura de la chica, acercándola, abrazándola.
Embobados, les observamos ir, pegaditos el uno al otro, entre susurros y risitas.
☻☻☻
Una vez sola en casa, me escondí en mi habitación. Me encerré, y tumbada en mi cama, recordé la mano de Kazuhiro, tocando a Yuka.
En cuanto mis amigos abandonaron el piso, los chicos de Mystical Key se encargaron de aclarar la situación en vista de que Kazuhiro, como siempre, lo había guardado en secreto.
Yuka era la estilista de Kazuhiro, se llevaban bien, muy bien de hecho. Así, dada la naturaleza de Kazuhiro, y el interés de Yuka, ambos se veían con frecuencia. Algo así como amigos muy muy muy cercanos. Kenichi y Kento trataron de no ser explícitos, pero incluso así, yo sabía de primera mano qué tipo de relación mantenían; esa en la que dejan un camino de ropa hasta la ducha.
Tumbada en mi colchón, suspiré. Me giré hacia el reloj; las 2.00 de la mañana.
Y me levanté, caminé hasta el escritorio, tomé mi teléfono y reproducí una a una todas las canciones de Mystical Key. Canté para encubrir el sonido del bombo.
El mañana sería resplandeciente.
Regusto de dulce amargor
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Com