𝟬𝟬𝟭. sibilings
ハート型のボックス
capitulo uno
"hermanos"
La niña de cabellos dorados se encontraba como siempre, en su habitación, dibujando sobre un cuaderno blanco con un lápiz un poco viejo algunos diseños de vestidos y ropa. Kimi era el nombre de la pequeña, que una de las cosas que más adoraba era dibujar cuando los llantos de los niños molestos del orfanato no interrumpían su concentración, y sobre todo de noche, que era cuando todos descansaban y ella, bajo la luz de la luna, aprovechaba para dedicarse varias horas en poner manos a la obra en sus diseños.
Kimi era alguien muy querida por muchos del orfanato, pero la mayoría chicos. Ellos solían tener un enamoramiento por ella al ser "bonita", así que en algunas ocasiones las demás niñas no la tomaban en serio creyendo que era egocéntrica y presumida con eso, lo cual era una completa mentira. Si bien, a la rubia le gustaba la atención y verse bien aun con las prendas tan escasas que recibía en el orfanato para vestir a diario, no era alguien que viera a los demás por encima del hombro, sino que siempre estaba dispuesta a ayudar.
Las únicas tres chicas que la trataban bien y le sonreían diario eran Gina, Katsuki y Hekima, con las cuales, aunque no solía tener conversaciones seguido, las consideraba sus compañeras.
La rubia había conseguido su libreta y el lápiz de parte de un chico que acababa de salir del orfanato por ya tener la mayoría de edad, al cual le gustaba a pesar de ser varios años mayor que ella. Cuando él consiguió trabajo le fue a dejar al orfanato aquello a escondidas, porque si las cuidadoras llegaban a verlo, seguro lo tirarían a la basura, y no podía permitir aquello. Había puesto su cuerpo y alma en los diseños para que terminaran en un bote.
Estando al lado de la ventana puso visualizar a uno de los chicos más temidos en todo el orfanato: su nombre era Issey, un chico de cabello pelirrojo y el ojo izquierdo del mismo color, que constantemente atemorizaba a todos con su sola presencia. Por esta misma característica es que había recibido burlas, según había escuchado Kimi, y, por ende, tuvo que aprender a defenderse solo. Nunca había intercambiado palabras con él, pero a ella no le parecía para nada intimidante; al contrario, lo admiraba por lo fuerte que se veía siempre. Se preguntó cómo es que había logrado salir de su habitación sin ser atrapado, y más porque no era una persona que pasara desapercibida tan fácil; le gustaría ser así, fue lo que se le vino a la cabeza entonces.
Si había alguien considerado como el más fuerte de todo el orfanato, sin duda sería él. El cual no tenía miedo de nada y era invencible.
A cierto punto de la noche Kimi se fue a dormir y se despertó, curiosamente, hasta que escuchó un grito estrepitoso mencionar algo de un fantasma y que le había arrancado una pierna. Aunque en realidad aquello no se concentró en su cabeza porque debido al sueño que tenía, se le había ido rápidamente. Luego escuchó el llanto de numerosos niños, provocando que se levantará de su cama con curiosidad.
Salió de la habitación y se encontró a Katsuki en el pasillo siguiente. Se colocó a su lado y decidió preguntarle qué era lo que estaba sucediendo, porque no entendía nada.
—¿Ah? ¿Qué está pasando y por qué todos están llorando?
—Nada, Kimi —sonrió la pelinegra a la rubia que tenía al lado soltando un pequeño bostezo y haciendo malabares para que no se le callera el vaso de agua que tenía en las manos a causa del sueño—. Es que me había parecido ver un fantasma.
—¡No puedo dormir, la vieja del columpio se meterá en mis sueños y se matará! —gritó una niña despavorida cuando una cuidadora trató de meterle de vuelta en su habitación donde todos los niños que le acompañaban llorando.
—¡¡Osamu!! —escucharon las dos chicas que Tazu, la cuidadora más mayor y con más cara de perro, gritaba—. ¡¿No es tu deber parar a este incordio cuando hace de las suyas?! —preguntó señalando claramente a Katsuki, quien levantó ambas manos en señal de inocencia.
—¡Eso he intentado!
—¡¡Castigado hasta próximo aviso!! —anunció—. ¡¡Y tú también, Katsuki!!
Katsuki era una chica que amaba divertirse, o ese era el pensamiento que siempre tenía en mente cuando la veía y la miraba bromeando o saltando como una niña pequeña en los pasillos.
—Ya veo lo que ha pasado —murmuró Kimi todavía al lado de Katsuki; las dos se miraron brevemente y la rubia esbozaba una pequeña sonrisa a la par que esquivaba a un niño corriendo mientras agarraba una almohada para protegerse del fantasma.
Seguro Osamu le había dicho algo a ella para que fuera capaz de hacerlo, porque la pelinegra no solía actuar de esa forma si no la provocaban. Aunque seguro se divirtió mucho viendo cómo lo castigaban y por eso se quedó ahí, a pesar de que también tuviera que recibir uno. Kimi volvió a bostezar y decidió que era mejor irse porque luego tendría sueño y eso le provocaría ojeras.
—¡Qué descanses, Kimi! —le deseó Katsuki cuando la chica empezó a marcharse hacia su cuarto—. Por cierto: ¡me gusta cómo has vuelto a conjuntar tus calcetines con el pijama!
Por un segundo la rubia había olvidado aquello y no pudo evitar sentir como sus mejillas se tornaban rojas. Kimi era amante de la moda, y aunque fuera en pijama siempre hacia que esta combinara y verse bien; que alguien apreciara eso que no fuera un chico la ponía feliz. Tal vez debería hablarle más a Katsuki, fue lo que pensó entonces ella antes de responderle.
—¡Y a mí también! —exclamó de vuelta Kimi, orgullosa.
Regresó a su habitación que se encontraba en el pasillo anterior, y escuchó como a la lejanía una de las cuidadoras le recriminaba a Katsuki que si seguía con esa actitud infantil nunca la adoptarían, pero ella dijo que no le importaba... por instinto se puso a pensar.
¿A Kimi le gustaría que la adoptaran? A su edad de doce años nadie lo haría, porque lo cierto es que las personas que iban a los orfanatos solo adoptaban a niños pequeños que pudieran criar desde cero, no a alguien con una actitud establecida y que tal vez no pudiera acatar las órdenes de lo que les pedirían en el hogar.
Eso básicamente respondía a su duda. Aunque aún conservara la ilusión de que alguien quisiera llevársela, no tenía que olvidar el hecho de que era casi imposible. ¿Por qué adoptarla a ella si tenía compañeras y compañeros que eran mejores portados que ella? Y aunque sabía que eso no lo era todo, su edad seguía regresando a su cabeza y era evidente que nadie lo haría por eso.
En realidad, Kimi ya estaba resignada. Era mejor saber bien que no iba a suceder porque solo se haría ilusiones a sí misma, las cuales no terminarían muy bien seguro.
❥
Kimi sabía de sobra que había muchos chicos en el orfanato que decían que era muy bonita, unos le habían pedido citas e inclusive otros le habían confesado su amor por ella sin más. Era algo a lo que ella estaba acostumbrada, y es que cuando era pequeña y no tenía idea de lo que el mundo le preparaba, una cuidadora llamada Mieko, que ya se había retirado hacia tres atrás, le había dicho algunas cosas:
«—El mundo te debe tener preparadas muchas cosas —habló mientras le hacía un par de trenzas a ambos lados de su cabeza para que no se le viniera el cabello para adelante—, estoy segura. Pero también, sé que tendrás que atravesar muchos momentos incomodos y difíciles con los chicos por tu belleza... nunca te dejes pisotear por nadie, eres muy valiente y capaz. Ellos te tienen que tener miedo, no tu a ellos».
Así que cuando al día siguiente, cuando ella estaba en el jardín trasero visualizando el bello paisaje y pensando en qué diseños podría hacer de ropa de campo como para un picnic, recordó aquellas palabras de golpe. No supo por qué en realidad, pero si se dio cuenta de que todo eso que le dijo había comenzado a tomar sentido con los años; mientras más crecía la gente a su alrededor decía que era hermosa y que seguro llegaría lejos con eso, y aunque sabía que algunos lo decían como halago no todos lo fueron de esa manera.
Llegó a su lado un muchacho tres años mayor que ella, de nombre Takeshi, que constantemente le decía lo bella que era y lo mucho que le gustaba pasar tiempo a su lado (a Kimi no, estaba de más aclararlo), pero por vergüenza prefería callar. Luego se dio cuenta que no debió hacerlo.
—Hola, Kimi bonita —fue lo primero que le dijo, con una gran sonrisa y tomándola de la mano. Ella quitó la suya rápidamente, fingiendo que se estaba peinando—. ¿Cómo estas el día de hoy? No hablamos en el desayuno.
Si constantemente ese muchacho no le causaba buena espina, en ese momento menos. Kimi se alejó pequeños milímetros de él de forma muy discreta, y supo que no terminaría bien por el presentimiento que comenzaba a nacer de su pecho. Algo le decía que se alejara de ahí lo más pronto posible pero no se sentía capaz; sus pies por alguna extraña razón parecían haberse desconectado de su cerebro, dejándola ahí sin hacer mucho.
—Yo...
Apenas había pronunciado palabra cuando él la interrumpió:
—Kimi, me gustas mucho —se colocó frente a ella y la tomó nuevamente de las manos, dándole un apretón fuerte—, y me gustaría me dieras una oportunidad.
—Takeshi —murmuró la rubia con nerviosismo, alejando sus manos de él e intentando, en vano, levantarse de ahí—, y-yo, perdón. No puedo corresponderte... además eres mayor que yo y no podría...
Y lo que vino a continuación no se lo espero.
Takeshi se levantó de ahí sin decir nada. Su rostro, antes calmado y contento, se había puesto completamente rojo y además parecía que explotaría en cualquier momento porque sus mejillas se encontraban infladas. Vio, con miedo, como sus manos se volvían puños, y después bramó con enfado:
—¡No me puedes hacer esto, Kimi! —le escupió, a pesar de estar levantado y ella sentada en el pasto—. ¡Y-yo, yo te quiero! ¡Y tienes que ser mía!
Rápidamente sintió como sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas y aunque intentó volver a hablar, para decir algo mejor que lo tranquilizara, no pudo, porque Takeshi le propinó un golpe en la nariz que la hizo caer de bruces contra el suelo. Kimi comenzó a sentir como la sangre brotaba de ahí y trató de detener el sangrado con su mano, pero le fue imposible.
Volvió su vista hacia arriba y no pudo ver mucho porque sus ojos empañados no se lo permitieron, y con toda la impotencia del mundo quiso levantarse, pero nuevamente sintió otro golpe contra ella en su rostro, rompiéndole el labio y sangrando ahora de ahí. Kimi comenzó a llorar y a gritar, como un intento de que alguien fuera a ayudarla... aunque sabía que no sería así. A esa hora todos estaban dentro del orfanato y además, nadie se atrevería a intentar golpear a Takeshi.
—Tal vez así aprendes —volvió a decir el chico con una sonrisa de maniático, poniéndose de cuclillas y pasando su asquerosa mano por su rostro— a quererme. Si no pudo ser a las buenas será a las malas, ¿qué opinas? Así, si te dejo tan mal nadie te volverá a mirar y serás mía.
—P-por favor —murmuró Kimi con dolor, porque los golpes que había recibido no la dejaban siquiera moverse, y además sentía el cuerpo pesado—, no m-me ha-hagas esto...
—Eso debiste pensarlo cuando me rechazaste —y volvió a golpearla, ahora en el estómago.
Kimi ya no sabía qué hacer en esos momentos, mientras se volvía pequeña, sollozaba y gemía del dolor cada vez que Takeshi la golpeaba una vez más. Se sentía débil e inservible, cuando recordó como su cuidadora había dicho que no se dejara intimidar por ningún chico, y supo que, inconscientemente, la había estando preparando para algo así. Sabía que no todas las personas eran igual de malas que como lo estaba siendo él, pero no podía evitar pensar en que tal vez, si lo hubiera aceptado, las cosas no hubieran sido así.
No estaría siendo golpeada.
Fue entonces cuando escuchó a alguien gritar, una voz de niña, y de pronto se colocó frente a ella intentando detener los golpes que iban hacia su persona. Ahí se dio cuenta que se trataba de Hekima, y mientras ella le gritaba a Takeshi que se detuviera y recibía los golpes que eran para Kimi, intentó detenerla.
—H-Hekima, vete, por favor —le susurró, sosteniéndose el estómago por el dolor—, aléjate... te v-va a dejar m-mal.
—¡No dejaré que él te vuelva a tocar! —gritó con furia, demostrando que no era aquella niña tímida no era así.
No pasaron ni dos minutos de que Hekima intentaba retener a Takeshi cuando escuchó otra voz de niña:
—¡Hijo de puta! —exclamó ella dándole un puñetazo en la espalda.
Vio que se trataba de Katsuki, y recordó vagamente que debía estar en su castigo, así que no entendió qué hacía ahí.
Pero, la clara diferencia de fuerza de las dos chicas se hizo notoria en aquel momento en el cual ni siquiera el puñetazo de Katsuki tambaleó al chico, y más cuando él la golpeó en la cara tirándola al suelo.
Cuando el chico, el cual tenía una mueca de enfado en el rostro, comenzó a acercarse a ella para pegarla mientras Hekima una vez más trataba, toda magullada, de detenerle, alguien más se sumó a la pelea para ayudar. Y esa fue Gina, la chica un año mayor que ella que solía hacer caso omiso a lo que decían las cuidadoras y parecía más madura de lo que su edad dictaba.
Los golpes que Gina lanzó sí hacían daño a aquel bastardo, pero no fueron suficientes para hacerle parar. Eso ocasionó que hubiera tres chicas heridas tratando de detenerle hacia Kimi, la cual seguía en el suelo tratando de levantarse para ayudar a sus compañeras. Claramente en vano.
En aquel momento, llegó su salvador.
—Eh, desgraciado —siseó Issey sacando sus manos de los bolsillos de su pantalón—. ¿Qué carajos te crees que haces?
—I-Issey, yo...
—¿Te crees tan bueno como para pegar a cuatro chicas? —tronó sus dedos—. Entonces, te enseñaré lo que es realmente bueno, idiota.
Kimi, Hekima, Katsuki y Gina observaron todas juntas el cómo Issey pegaba a aquel chico hasta dejarle en el suelo inconsciente. Sin duda, se iba a ganar un castigo de los gordos, pero no había dudado ni un instante en acudir al rescate de las chicas que necesitaban salir de ahí como fuera.
Issey levantó su mirada cuando terminó, y Kimi solo supo que debía agradecerle con su vida el haberlas ayudado. Su pelo rojo hondeó con una brisa caliente de verano, y mientras veía de reojo como sus demás compañeras lo veían con fascinación, no pudo evitar pensar lo mismo de él. No cualquiera habría llegado a su rescate con tanta facilidad y sobre todo porque nunca habían intercambiado palabra.
—¿Están bien las cuatro?
Las tres chicas que habían intentado ayudarla llevaron a Kimi a la enfermería mientras ésta les relataba lo que había sucedido. Le daba un poco de vergüenza el demostrar que no había servido de mucho por su cuenta, pero agradecía aún más, infinitamente, a todas ellas por haber ido en su rescate.
—Oigan, ¿no les ha parecido genial ese chico? —preguntó Hekima cuando la enfermera del orfanato dejó que las tres chicas hicieran compañía a Kimi, quien debía de quedarse ahí a causa de los golpes un par de horas para asegurarse de que no tenía algo demasiado importante que tratar—. Le ha ganado con pocos golpes, ojalá le hubiera podido hacer una foto.
—Yo estaba paseando cuando escuché a Kat gritar "hijo de puta" —explicó Gina—. La verdad, él es genial. Pero, ustedes también han sido geniales aguantando los golpes. Yo ni siquiera he podido hacerle daño...
—¿Bromeas? —tomó Kimi parte de la conversación con vergüenza, tragándose el sentimiento que tenía por sí misma—. Nosotras no hemos podido ni siquiera pegarle, y mira como me ha dejado a mí —la rubia miró hacia otra parte, lamentándose—. Todas fueron sido muy valientes por ayudarme, aunque ni siquiera nos conozcamos bien —se ruborizó—. Gra-Gracias por eso a las tres. Y, Hekima, deberías decir que a ti también te ha golpeado mucho. Has intentado pararlo...
—Pero, estoy bien —cortó Hekima con una pequeña sonrisa—. Me hace feliz que todas nosotras estemos bien.
—¿Ustedes no piensan que esto ha sido parte del destino? —preguntó ahora Kat sumándose la última a la conversación—. El destino quería que nos encontráramos las cuatro, y que Issey viniera a salvarnos. ¡Seguro que ha sido una de sus jugarretas para que nos conozcamos de verdad!
—¿De qué hablas? —preguntó Hekima con el ceño levemente fruncido de confusión.
—Siempre hay una razón para que las cosas sucedan —parecía que había tenido una revelación divina—. ¡¿Y si esta es la señal que necesitábamos para ser hermanas?! —las tres chicas restantes la miraron como si estuviera loca—. Todas estamos solas, pero justo hoy, hemos estado acompañadas. A mí no me importaría tenerlas de hermanas... —sonrió ampliamente— y tampoco que Issey sea nuestro increíble hermano mayor que nos salva cuando le necesitamos.
—Las mujeres no necesitamos a alguien que nos salve —protestó Gina con un fino hilo de voz, por lo que Kat sabía que aquella idea no le sonaba tan mal a su compañera.
—En ese caso —Kimi sonrió—, podríamos ser quienes están a su lado siempre ayudándole hasta en las peores peleas.
Kimi lo sabía: aquel día, fue el inicio de una familia. No de sangre, pero daba completamente igual porque todos sabían que una familia no tenía por qué ser así específicamente. Hekima y Kat en cierto momento de la tarde tuvieron que marchar hasta el cuarto de Kimi para buscarle ropa limpia porque la que llevaba se había manchado de tierra y le daba rabia el no verse tan bien como de costumbre. A pesar que sabía que la situación había sido grave, no podía evitar pensar en eso.
Y cuando llegó la noche, las cuatro se pusieron de acuerdo por primera vez para ir a ver a Issey porque sabían que, a cierta hora, él salía al jardín para disfrutar de las frescas noches de verano que Japón regalaba en aquella época.
—¿Y qué hacemos si Tazu nos ve? —preguntó Hekima tímidamente cuando saltaron una valla que las separaba del jardín donde el chico estaría.
—Le tiramos una piedra a la cara —propuso Kat.
—Le pegamos —propuso Gina.
—Echamos a correr y no paramos hasta llegar a Corea —propuso por último Kimi.
Las cuatro chicas avanzaron con sigilo, esperando que no hubiera nadie asomado a las ventanas a esa hora de la noche. Y cuando caminaron unos pasos más, encontraron a Issey tumbado plácidamente bajo un árbol mientras vislumbraba las brillantes estrellas del firmamento. En cuanto se dio cuenta de que había alguien más en escena giró su cabeza rápidamente pensando que había sido atrapado, pero en cuanto vio a cuatro chicas delante de él, se relajó porque rápidamente las reconoció.
—¿Qué hacen aquí?
—Veníamos a darte las gracias por lo de esta tarde —empezó diciendo Kimi. En verdad lo hacía, y lamentaba que esa forma fuera la única en la que se le ocurría agradecerle.
—Y por preocuparte por nosotras —prosiguió Hekima de manera tímida.
—También a decirte que eres genial peleando —halagó Gina de forma despreocupada, aunque todas las demás notaron que estaba ciertamente nerviosa.
—¡Y a preguntarte si te gustaría ser nuestro hermano mayor! —concluyó Kat en una exclamación que sus compañeras chistaron porque había sido demasiado cantosa.
—¿Eh? ¿Su hermano mayor? —Issey se quedó en silencio, y las otras chicas tampoco dijeron nada. Kimi pensó que él creería que estaban locas, pero para su grata sorpresa, el pelirrojo terminó esbozando una pequeña sonrisa mirando el cielo oscuro una vez más—. Quédense conmigo si quieren, hace buena noche y ustedes no son tan tontas como los demás por aquí.
—¿Eso quiere decir que has aceptado la propuesta?
Y aunque no dijo que sí, tampoco dijo que no.
Desde esa noche, Katsuki, Hekima, Kimi, Gina e Issey repitieron lo mismo. Se encontraban en el jardín y juntos vislumbraban las estrellas mientras charlaban de sus cosas y poco a poco, iban formando una amistad; y más allá, con el paso del tiempo, de verdad empezaron a comportarse como una familia. Ya no estaban solos durante las comidas, se deseaban buenas noches cuando se iban a dormir, y crearon anécdotas entre todos como si fueran hermanos consanguíneos.
También comenzaron a fantasear sobre lo que harían al salir del orfanato, porque si algo compartían los cinco, era la idea de que jamás serían adoptados y que no tendrían apellido. Hasta que cierta noche de agosto, cuando el calor era casi insoportable, se hicieron la primera promesa que jamás romperían.
—¿Y a ustedes que les gustaría ser de grandes? —preguntó Kimi rompiendo el silencio—. Yo ser parte del mundo de la moda. ¡Me encantaría tener mi propia marca de ropa y modelar!
—Yo fotógrafa —sonrió Hekima—. Podría hacerte las fotos, ¿no crees?
—¡Buena idea! —halagó Katsuki—. Pues, yo... no lo sé. ¿Quizás algo divertido? —todos la miraron—. Ya saben, como jugadora profesional de videojuegos o autora de mangas.
—No me sorprende viniendo de ti —soltó Gina una pequeña risa—. Creo que yo podría ser mecánica o algo así. Me gustan las motos.
—Hablando de motos... —Issey tomó palabra el último— cuando salgamos de aquí, yo quiero formar mi propia pandilla de motociclistas.
—¿Delincuentes?
—Sí —contestó el único chico—. ¿Han oído hablar de los Black Dragons? —las chicas negaron en conjunto—. Son una banda que ha perdido el rumbo, pero he escuchado historias de la primera generación que era liderada por un tal Sano Shinichirō que era increíble. Quiero hacer una pandilla como esa, o al menos, ser parte de alguna de ese tipo.
—¿Y por qué no formas con nosotras una pandilla? —propuso Katsuki de manera distraída, dando rienda suelta a su fantasía—. Hekima es muy lista, podría ser el cerebro de nuestra banda. Gina tiene los puños de acero, y Kimi pelea muy bien aunque odie mancharse. Yo puedo aprender de ti, Issey —sonrió mirándola—. Y tú serías nuestro líder, claro.
—Eso... —Gina soltó una risa— es una locura, Kat.
—Pero, no estaría del todo mal, ¿no? —preguntó Kimi con una sonrisita.
—Yo podría hacer buenos planes para atacar a las demás pandillas y conquistar Japón incluso —fantaseó Hekima para sorpresa de todos—. Si es a su lado, me parece bien —se dio cuenta de algo—. Pero, tenemos que aprender a conducir una moto. ¡Yo no sé ni siquiera montar en bici!
—Me gusta esa idea —habló Issey y las chicas lo miraron—. Son más fuertes de lo que creen ¿saben? Desde que las conocí aguantando los golpes de ese idiota, supe que estaban hechas de una pasta diferente a los demás de por aquí. Así que, esto es una promesa, hermanitas —levantó su mano—: cuando salgamos juntos de aquí, formaremos nuestra propia banda de delincuentes.
Las chicas juntaron sus manos con la de Issey, formando así un juramento que no iban a romper por nada del mundo.
—Gina, ¿estás llorando porque nos ha llamado "hermanitas"? —se burló Katsuki, aunque a ella (y también a las demás), les había emocionado.
—¡No, solo se me ha metido algo al ojo!
—Pero, Issey... —habló Hekima— ¿Crees que nos tomarán en serio? Es decir, no hay pandillas mixtas y no es que a las mujeres nos respeten demasiado...
—Entonces les enseñaremos a respetarnos.
A finales de ese mismo verano, los hermanos se decidieron a que de verdad iban a formar una pandilla y se pusieron manos a la obra aunque aún faltaran unos cuantos años para que cumplieran los dieciocho; pero la emoción les podía. Issey les contaba todo lo que sabía sobre los delincuentes, y sobre las bandas que había por aquella época en Japón. Al final, aunque hubiera ciertas hermanas que no estaban seguras de ser parte de ese mundo, se decidieron a que sí sería así e incluso, pensaron que sería un buen plan de futuro.
—Issey, Katsuki, vengan conmigo a la oficina del director —pidió Tazu de una manera extremadamente amable un día, lo que era sumamente extraño porque de normal, para Kimi tenía la apariencia de un demonio hambriento.
—Esto... ¿de acuerdo?
Kimi se sorprendió por aquello, Katsuki les lanzó una mirada a sus hermanas restantes, diciendo sin palabras que les siguiera para que se enterarían de lo que fuera a pasar, porque entre ellos no había ningún tipo de secretos. Entonces, las tres los siguieron de forma sigilosa hasta que estos se encerraron en la oficina del director, y ellas se quedaron tras la puerta escuchando la conversación.
—¿Querrán castigarlos por algo? —preguntó Hekima en susurro.
—Tendrían que haber hecho algo muy grave para que el director quiera hablar con ellos —dijo Gina—. Así que, eso seguro que no es.
—Creo que están hablando ya, escuchen —les pidió Kimi, y todas guardaron silencio para escuchar atentamente.
—Ellos son Issey y Katsuki —escuchó que el director les presentó ante alguien—. Niños, este hombre de aquí es el señor Hayakawa Hiroshi, y está haciendo los trámites pertinentes para adoptarlos a ambos.
Kimi por instinto recordó todo lo que había pensado acerca de ser adoptada. Era como un sueño, el vivir en una casa normal, asistir a la escuela, tener un apellido y ser querido y procurado por alguien. Pero con más razón, desde que había logrado sentir una familia con Issey, Gina, Hekima y Kimi, ese deseo vago de querer irse desapareció de su mente. También se sentía feliz por ellos dos ya que podrían tener lo que ellas no, pero los extrañaría demasiado.
—Agradecemos esta oferta, pero... —escuchó Kimi como Issey hablaba— No queremos irnos de aquí.
—¿Oh? ¿Y eso por qué? —preguntó el director confuso.
—No nos iremos sin nuestras hermanas —protestó Katsuki.
—¿Hermanas? —se enfadó Tazu, quien también se encontraba dentro de la oficina—. ¿De qué hermanas estás hablando, moco...?
—Los días aquí son eternos —volvió a hablar Issey, cortando a su cuidadora y ganándose toda la atención—, y también solitarios. Cuando pensaba que no iba a tener a nadie con los que compartir los días que yo pasaba aquí, aparecieron mis hermanas. Me hicieron sentirme acompañado, y también, me prometieron algo para cumplir mi sueño aunque ellas no quisieran; porque quieren verme feliz —Kimi sintió que iba a echarse a llorar—. Así que, yo no me iré de aquí si no es con mis cuatro hermanas.
—Entiendo lo que dices, Issey, pero el señor Hayakawa solo quiere adoptar a una pareja de hermanos, y esos son tú y Katsuki...
—Así que, han formado una familia, ¿no es así? —habló Hiroshi por primera vez—. Seguro que se han sentido muy solos, también perdidos... Y me parece admirable que hayan formado unos lazos así de bonitos con otras personas. Sería muy cruel de mi parte el separarlos ahora, que tienen toda la vida por delante. Tienen muy buen corazón, ¿podría conocer a las otras tres chicas?
—¿Eh? —preguntó una sorprendida Gina—. ¿Para qué nos quiere conocer?
La rubia no pudo evitar pensar de más. No sabía si sus pensamientos estaban en lo correcto, pero sentía un aire de libertad en ese momento que le respondió a la chica con un brillo en los ojos:
—Quizás... quizás... —fantaseó.
—¡Quizás nos adopte a todos juntos! —terminó Hekima por ella, igual de emocionada.
—Las llamaré, señor Hayakawa —escucharon a Tazu decir.
—Están detrás de la puerta —informó Katsuki con la voz algo temblorosa, seguro por el llanto que estaba teniendo—. ¿Puedo decirles que pasen?
Kimi, Gina y Hekima pasaron tímidamente dentro de la oficina del director cuando Kat les abrió la puerta. La rubia vio al hombre que quería adoptarlos, de una edad algo avanzada y sonriente delante de ellos; y con una voz sumamente amable preguntó:
—¿Les gustaría compartir el apellido Hayakawa?
Tras unos días, aquellos cinco hermanos, por fin pudieron decir que lo eran realmente al compartir el mismo apellido que aquel hombre les dio. La promesa que se hicieron esa noche con la luna de única testigo, se iba a hacer realidad. Y Kimi no recuerda a sus hermanos más felices que ese día en el que juntos salieron del orfanato en el que habían crecido y donde se habían conocido en una pelea que Issey terminó ganando.
La Hayakawa Gang irrumpiría en Japón, y los cinco hermanos juntos, serían imparables.
O al menos, eso creían.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Com