_ ♥︎ ﹪ epílogo
— ¡Johnny, es la cuarta vez que te digo que no metas la mano en el bowl de las galletas!
—Pero es que la masa es lo mejor. — El alfa hizo un exagerado puchero y miró a Ten intentando parecer adorable.
—Eso no te va a funcionar. — Dijo entre risas el omega.
—Cierto, el único adorable aquí eres tú.
Johnny tomó la cintura de su pareja y tiró de él hasta estrecharlo contra su cuerpo. Las mejillas de Ten estaban sonrojadas, como cada vez que Johnny le hacía un cumplido. No importaba el tiempo que pasara, Chittaphon seguía siendo el mismo dulce omega que volvía loco a cierto alfa cascarrabias.
Sonreían mientras se miraban a los ojos con un amor tan profundo que no podía expresarse con palabras. Lentamente, Johnny acortó la distancia hasta rozar sus labios con los de Ten, siempre tan dulces y apetecibles. El beso empezó con calma, suavemente, los dos disfrutaban del contacto, pero a Johnny nunca le había gustado andarse con miramientos. Afianzó su agarre en la cintura y profundizó el beso, introduciendo su lengua en la boca de un Ten que estaba apunto de explotar. Un gemido escapó de los labios del menor y Johnny respondió gruñendo con satisfacción. Lentamente llevó sus grandes manos a su parte baja, liberando su cintura, amasando y disfrutando de aquella zona que tanto le gustaba del cuerpo de su pareja. ¿A quién iba a engañar? Todo en Ten le volvía loco.
—John...
—Dios, Tennie. Te quiero tanto. — Medio gruñó.
— ¡Iiiiiiiugh! ¡Qué asco, qué asco! ¡Por favor, busquen un hotel! — Un niño de doce años entró a la cocina, obligando a la pareja a separarse.
Ten rió tímidamente y Johnny escondió el rostro en el cuello del omega, intentando tranquilizarse. Otra vez sería.
— ¡Oh, estás haciendo galletas! — Exclamó Bambam emocionado. Ten asintió sonriente.
—Estaba a punto de llamarte para que echaras las chispitas de chocolate.
Johnny sonrió, algunas cosas nunca cambiaban. Aún no conseguía explicarse cómo alguien de veintitrés años podía ser tan jodidamente adorable como lo era Ten.
— ¡Ey, pero no metas la mano en la masa!
— ¡Pero es que es lo mejor! — Ten suspiró resignado.
—De verdad que no tienen remedio ustedes dos.
Intentaba parecer enfadado, pero la suave sonrisa que asomaba de sus labios le del ataba. Johnny rió suavemente contra el cuello del omega.
Aquellos eran los momentos que le hacían sentirse pleno, junto al amor de su vida y su pequeño cuñado, en ocasiones incluso con su entrañable suegra. Hacía años que se había marchado de aquella cárcel que llamaba hogar y se había despedido de aquella mujer cuyo certificado de nacimiento aseguraba que era su madre.
Se había alquilado un pequeño apartamento, aunque, a decir verdad, pasaba más tiempo en casa de los Lee que en su piso. Ten cumplió su sueño de estudiar repostería y había conseguido un empleo en una coqueta dulcería de barrio, muy cerca de su casa. Johnny estaba estudiando producción musical, intentando abrirse un hueco en la industria discográfica. Todo era tan perfecto que parecía un sueño.
Abrió los ojos y besó la marca que le hizo a Ten seis años atrás, apenas una semana después de empezar a salir con él. Aquella marca que hacía su vínculo oficial, la marca que los unía para siempre.
— ¿Cuánto van a tardar las galletas?
—Depende de cuánto tarde en recoger tu cuarto, señorito.
— ¡Pero eso no es justo! — Johnny se separó de Ten y miró a Bam. El preadolescente era la versión miniatura de su hermano, en algunas cosas, todo cachetes adorables y labios abultados que sobresalían más cuando hacía pucheros, como en aquel momento.
—La vida no es justa, amigo. Es hora de que vayas aprendiéndolo. — Bromeó Johnny.
Bambam rodó los ojos y sonrió antes de salir de la cocina rumbo a su cuarto. Era un gran niño, muy dulce y obediente. Había presentado como beta a los nueve años.
Ten se separó de Johnny continuó con el dulce. Johnny lo miró fascinado mientras Ten trabajaba concentrado, algo de harina manchaba sus mejillas, haciéndole ver jodidamente tierno. Johnny suspiró y sonrió, llamando la atención de Ten que le miró y sonrió de vuelta.
— ¿Qué pasa?
La sonrisa de Johnny se ensanchó.
—Nada, simplemente... soy feliz.
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