Blackwood
Dionisos Blackwood era, a simple vista, un hombre común. Escritor de profesión, amante del buen té y responsable de la colección de periódicos de la biblioteca Británica por afición, su mayor deseo era llevar una vida tranquila y sin sobresaltos.
Aquella tarde caminaba absorto por De Vere Gardens, sin despegar ni su larga nariz ni los ojos del documento que tenía entre manos: un antiquísimo protoincunable, exquisitamente conservado. Una de esas joyas que despertaban su curiosidad intelectual. Eran las siete, y la niebla comenzaba a envolver los árboles, creando una atmósfera casi irreal. La mayoría de los londinenses ya estaban en casa, alejados de la creciente humedad, absortos en la televisión. Con su inusual traje verde a cuadros y un pequeño bombín que le cubría el cabello castaño miel, Dionisos continuaba su paseo, ajeno a todo lo que no fuera su lectura. El eco de sus pasos resonaba en las aceras mojadas. Pronto alcanzó Kensington Road y, finalmente, Hyde Park.
Entonces, algo extraño sucedió.
El rocío que flotaba en el aire pareció detenerse. El sonido habitual de los taxis circulando por Exhibition Road y los murmullos de los pocos paseantes cerca del Royal Albert Hall se apagaron, como si la ciudad hubiera sido súbitamente silenciada. Dionisos levantó la vista del libro, desconcertado, justo a tiempo para ver cómo la niebla se disipaba frente a él. Allí, entre la bruma, aparecieron tres figuras.
La más grande era claramente un adulto, un guerrero imponente cubierto con una armadura de escamas verdes como rubíes. Las otras dos figuras parecían más jóvenes, casi niños.
—Maldición —gruñó el guerrero con frustración—. ¿En qué demonios estabas pensando, Duncan? No puedes saltar a un umbral sin una piedra guía. ¡Hemos dejado atrás a tu abuela...!
Con un gesto brusco, se quitó el casco y giró la cabeza hacia Duncan. Bajo la armadura, el hombre resultó ser enorme, con una barba espesa y canosa que enmarcaba su rostro moreno. Su cabello, rizado y oscuro, estaba salpicado de canas. Era Thomas Engill, el abuelo de Duncan.El joven, aún aturdido por el breve pero impactante viaje que acababan de experimentar, apenas podía articular palabra. Todo lo que podía hacer era observar, con la boca abierta, el nuevo entorno.
—¿Dónde estamos? —preguntó Thomas, con un tono que alternaba entre la confusión y la autoridad—. ¿Y quién eres tú?
El chico más joven, Marduk, se adelantó, inclinando la cabeza en señal de respeto.
—Mi nombre es Marduk, señor —respondió con calma—. Y no se preocupe por su esposa. Cuando llegué a casa de los Ross, aún respiraba.
Thomas entrecerró los ojos, procesando la información.
—Los Ross... deben estar a punto de llegar a casa. Espero que Gabriel pueda atender a Mona. —Hizo una pausa, con la mirada perdida por unos instantes—. No sé cómo van a reaccionar cuando vean su hogar destruido y se den cuenta de que su hija ha desaparecido.Hubo un silencio tenso antes de que Thomas asintiera con gravedad.
—Supongo que debo darte las gracias, joven. —Hizo una pausa, analizando a Marduk—. ¿Cómo lo has hecho? ¿Tenías una piedra guía?
Marduk negó lentamente con la cabeza.
—No, señor. Usé un conjuro ancla. Crucé el umbral hacia Little Norburk y el conjuro nos devolvió a mi punto de origen.
Thomas soltó un suspiro de alivio, pero su expresión seguía siendo grave.
—Ha faltado poco... —murmuró—. Si no hubieras estado conectado al conjuro ancla, nos habríamos quedado atrapados entre mundos.
Duncan, aún tratando de entender la magnitud de lo que acababa de suceder, miraba a su alrededor con incredulidad.
—Esto... esto no es Little Norburk.
Marduk esbozó una ligera sonrisa y negó con la cabeza.
—No, Duncan. Esto es Londres. Es el lugar del que partí. Es donde vive... ¡Mi maestro!.
Dionisos Blackwood era un tipo normal, ¿o no?
—D'on... —soltó Thomas, girándose bruscamente al sentir una presencia más en la escena.
En ese instante, Dionisos Blackwood, que había estado observando en silencio, pareció decidir que era hora de marcharse. Sin pensarlo dos veces, se dio media vuelta y salió corriendo a toda velocidad por el parque. Thomas se quedó congelado por un segundo, pero pronto reaccionó, echando a correr tras él. Marduk no tardó en seguirle, y Duncan, todavía confuso, se vio obligado a unirse a la persecución.
A pesar de su aparente edad, Dionisos se movía con una agilidad sorprendente, como la de un galgo. Corría con una fluidez inverosímil: saltaba charcos, bordeaba árboles, y no dejaba rastro de su paso. Ni su impecable traje verde ni su bombín mostraban señales de desgaste, y el libro que llevaba en las manos seguía firmemente sujeto.
Marduk y Duncan superaron rápidamente a Thomas que, quizás por la edad o tal vez por el peso de su armadura, ya comenzaba a quedarse atrás. Ambos jóvenes se esforzaban por reducir la distancia con el escurridizo anciano londinense. Para su asombro, vieron cómo Dionisos saltaba la verja del parque de un solo brinco, aterrizando con la gracia de un gato. Duncan, mucho menos elegante, logró bajar con dificultad, evitando por poco una caída torpe. Marduk, ya del otro lado, le miró con una mezcla de recelo e impaciencia.
Estaban fuera de Kensington Park, y solo unos pocos taxis que circulaban por la calle les separaban de Dionisos, quien seguía alejándose, deslizándose entre las sombras de la acera opuesta. Los muchachos no se lo pensaron dos veces y se lanzaron al asfalto. El tráfico se volvió caótico por su repentina y temeraria maniobra. Duncan resbaló en el pavimento mojado, su equilibrio se tambaleó, y por un momento, todo pareció ralentizarse. Marduk, al volverse, contuvo el aliento al ver cómo un motorista descontrolado se dirigía directo hacia Duncan.
Duncan intentó lanzarse hacia delante, pero la motocicleta ya estaba demasiado cerca. Cerró los ojos, esperando el impacto. Sin embargo, el golpe nunca llegó a ocurrir. Duncan abrió los ojos y, para su sorpresa, la moto estaba flotando en el aire, suspendida a varios metros del suelo, y su piloto aferrado al manillar con el rostro desencajado por el terror.
Duncan giró la cabeza hacia la acera. Dionisos había reaparecido, esta vez tras una esquina. Sus ojos brillaban de una forma peculiar, y sus labios se movían, murmurando palabras que el joven no alcanzaba a reconocer en la distancia sin sus gafas.
—Es magia —comentó Marduk con voz baja, sin apartar la vista de la motocicleta flotante—. Magia de tipo natural. Está usando el poder del viento.
El poder del viento.
Aquellas palabras resonaron en la cabeza de Duncan que, de repente, recordó lo acontecido en el patio del instituto con Paul Roy y su pandilla y cómo el viento aparentemente había seguido las órdenes de Lilly.
La moto, lentamente, comenzó a descender hasta posarse suavemente en el suelo. Una vez que el motorista tocó el asfalto, con los nervios a flor de piel, Dionisos desapareció nuevamente, como una sombra entre las calles. Duncan y Marduk se incorporaron rápidamente y volvieron a correr tras él.
Dionisos dobló una esquina, trepó ágilmente por un viejo sauce y, con un par de gestos rápidos, abrió una pequeña ventana en el segundo piso del número dieciocho de Eldon Road. Se deslizó al interior sin detenerse.
Antes de que Duncan y Marduk pudieran procesar lo que acababa de pasar, el timbre de la casa sonó desde el interior. El corazón de Dionisos dio un vuelco.
—No pueden ser los niños... —pensó—. No son tan rápidos.
Abajo, en la puerta, una mano anciana tocaba el timbre con insistencia, una y otra vez. Thomas Engill estaba seguro de que ese era el lugar correcto. Al menos, la placa metálica sobre la entrada, con el nombre "Blackwood y Appleseed", no podía estar equivocada.
—¡Abre la puerta, D'on! —gritó Thomas con urgencia—. ¡Es importante!
Nada sucedió.
—Dionisos... abre, soy yo, Thomas... Soy Tom, por favor, abre. ¡Tommy Engill, abre ya!
—¡Demuéstralo! —dijo un hilillo de voz desde el interior de la casa.
—¡Maldito viejo testarudo, abre de una vez o...!
Antes de que Thomas pudiera terminar su amenaza, el sonido de docenas de mecanismos y cerraduras empezó a llenar el aire. Se oían cadenas deslizarse, resbalones y pasadores deslizándose hasta que, por fin, el pomo de la puerta giró lentamente.
—Tommy...
Pero quien apareció al otro lado de la puerta no era Dionisos Blackwood. No era el anciano que había cruzado Kensington Park en un tiempo récord. Era una joven, de unos diecisiete años, de piel pálida y cabellos plateados que le caían como una cascada por la espalda. Sus ojos, de un color púrpura brillante, escrutaban al guerrero carmesí con una mezcla de curiosidad y serenidad. A los ojos de Thomas, la chica, albina para sus vecinos, era especial, casi irreal, como si no perteneciera del todo a este mundo.
Y entonces, tras ella, finalmente apareció D'on, refunfuñando.
—Génesis, te dije que no abrieras la puerta. —murmuró—. Génesis, ¿me estás escuchando? No sabemos quién...
Pero sus palabras se cortaron en seco cuando vio a Thomas de pie en el umbral. El rostro de D'on se transformó por completo, de irritación pasó a sorpresa.
—Oh... sí, en efecto... eres tú, Tommy, el no tan joven Tommy Engill —dijo con una leve sonrisa, aunque sus ojos se entrecerraron al observarlo más de cerca—. ¿Pero qué te ha pasado? ¡Eres... un viejo!
—Es lo que se llama "paso del tiempo", carcamal —respondió Thomas, sonriendo con ironía—. Es algo que suele ocurrirnos en este mundo, aunque claro, tú siempre has estado tan abstraído que dudo que te hayas molestado en notar cómo envejecen tus vecinos. A fin de cuentas, siempre fuiste un viejo arrugado y malhumorado.
Ambos se quedaron en silencio un segundo, midiéndose el uno al otro, y luego se echaron a reír. En un instante, los dos ancianos se enfrascaron en un fuerte abrazo, como si el tiempo se hubiera desvanecido, con sus sonrisas reflejando más de lo que las simples palabras podían decir.
A su lado, Génesis Appleseed, observaba la escena en silencio. No dijo nada, pero sus ojos lo captaban todo, una larga historia entre dos hombres que se reencontraban después de mucho tiempo.
En ese momento, Duncan y Marduk llegaron casi sin aliento hasta la puerta. Ambos parecían atónitos al encontrarse a Thomas allí. De algún modo, dieron por sentado que el abuelo de Duncan había tenido claro dónde dirigirse, en vez de perseguir al anciano de verde.
Duncan subió los escalones que llevaban al portal, pero se detuvo un instante al ver una placa junto a la puerta. Sus ojos se abrieron de par en par al leer las palabras grabadas en metal.
—Blackwood y Appleseed... ¿Blackwood? ¿Dionisos Blackwood? —murmuró para sí, atónito. No podía creerlo. Aquella casa pertenecía al mismísimo escritor que había llenado su infancia de historias fantásticas. El hombre cuya imaginación había guiado la suya hacia tierras mágicas, criaturas de leyenda y aventuras épicas. Duncan recordó que Dionisos había dejado de escribir hacía años, retirándose del mundo. ¿Qué hacía involucrado en todo aquello?
—D'on, este es mi nieto, Duncan —dijo Thomas cuando el muchacho alcanzó el rellano—. Nieto mío... y de Mona. Supongo que el crío que nos ha traído hasta aquí es tu aprendiz.
Dionisos, o D'on, como lo llamaban los que lo conocían bien, estudió a los dos jóvenes frente a él. Sus ojos, de un verde profundo, se detuvieron en Marduk por unos segundos, y finalmente soltó un suspiro de resignación.
—Ah, sí... Por desgracia —dijo, con cierta ironía.
Marduk se estremeció, y sus puños se cerraron con fuerza. Apretó los dientes, incapaz de contener su furia.
—¡Viejo senil! —exclamó, subiendo las escaleras de un salto para plantarse frente a Dionisos.
—¡Muchacho del demonio! ¡No me traes más que problemas! —gruñó D'on, acompañando sus palabras con un rápido capón en la cabeza del joven de cabello gris.
Duncan observaba la escena, completamente desconcertado. No podía decidir si aquello era una discusión seria o un juego entre maestro y aprendiz. La surrealidad del momento lo dejó mudo, y sus pensamientos se arremolinaron aún más. Dionisos Blackwood, su héroe literario, era también D'on, una figura enigmática... y real.
—Por favor, D'on... —intervino Thomas con voz firme, buscando calmar la situación.
Dionisos levantó la vista, deteniendo el pequeño combate que había iniciado con su aprendiz. Miró a Thomas con una expresión más seria, comprendiendo de repente la gravedad del momento.
—¿Ah? —murmuró, volviendo a centrarse—. Ya veo, Tommy, ya veo. —Suspiró profundamente y asintió—. Lo siento. Comprendo que si tú estás aquí con estos dos muchachos, será mejor que no permanezcamos mucho tiempo fuera.
Thomas asintió en silencio, compartiendo el entendimiento tácito entre viejos conocidos.
—Dices bien, D'on.
—Vamos, pasemos dentro —dijo Dionisos, mientras se giraba para abrir la puerta con un gesto que parecía invitar no solo a su hogar, sino a un mundo completamente nuevo.
Duncan subió los últimos escalones con rapidez. Los seis cruzaron la entrada del número dieciocho de Eldon Road, y Génesis, siendo la última, cerró la puerta con precisión casi ritual. Sus delicadas manos, tan jóvenes como antiguas, aseguraron cada cadena, cada pasador, y giraron el pomo, bloqueando con un chasquido final lo que parecía un portal hacia otro mundo.
El interior no era en absoluto lo que Duncan esperaba, aunque, a decir verdad, ya había dejado de hacer suposiciones sobre lo que podía o no ser real. A pesar de todo, lo que veía le desconcertaba: un estrecho descansillo, oscuro, de apenas unos seis metros, iluminado únicamente por una solitaria lámpara al fondo. Las paredes estaban forradas con un viejo papel tapiz de motivos florales, desvaído por el tiempo. El suelo de madera carcomida crujía bajo sus pies como si las tablas susurraran secretos olvidados. Lo extraño no era solo la decadencia de la casa, sino la ausencia de puertas o escaleras que condujeran a otra parte.
Duncan miró a su abuelo, perplejo, buscando respuestas en su rostro.
Thomas habló, interrumpiendo el silencio:
—D'on, será mejor que...
—No, no, no, Tommy, no podemos hablar aquí. Así no. —Dionisos alzó una mano, impidiendo que Thomas continuara—. Marduk —dijo con su tono peculiar, volviéndose hacia el muchacho—, ¿podrías prepararnos algo? Génesis, ayúdale, por favor.
Génesis asintió en silencio. Se acercó a una de las paredes y, con un gesto tan simple como si acariciara el aire, un gran fragmento del papel tapiz se desprendió suavemente. Lo que apareció detrás dejó a Duncan boquiabierto: no había ladrillo ni estructura de madera, sino una brillante cocina, llena de artilugios imposibles, de los que parecía emanar un leve zumbido mágico. Era como si un pedazo de otro mundo hubiera aparecido ante ellos, insertado en la estructura de la casa. Génesis y Marduk cruzaron la puerta recién surgida de la nada como si aquello fuera lo más natural del mundo.
Duncan miró a D'on y Thomas, esperando alguna reacción, pero ambos estaban tranquilos, como si esa maravilla fuera una parte más de su vida cotidiana.
—¿Y bien? —reanudó Dionisos, caminando hacia el final del oscuro pasillo—. ¿Dónde preferís tomar el té? —preguntó con un tono ligero, casi divertido. Luego, sin esperar respuesta, se volvió hacia ellos con una sonrisa traviesa y comenzó a señalar las paredes—. ¿En la Isla de Pascua, tal vez?
Con un simple movimiento de su dedo, un nuevo pedazo de papel tapiz cayó, revelando una ventana hacia un paisaje escarpado y majestuoso: la costa de la Isla de Pascua, con sus estatuas gigantes de piedra emergiendo de las rocas.
—¿O preferís el lago Lob Nor, en el desierto de Gobi? —Otro fragmento de papel se deshizo, dejando ver dunas interminables, brillando bajo un sol abrasador.
D'on siguió señalando las paredes con entusiasmo, y más puertas aparecieron, cada una mostrando un lugar diferente: una selva espesa, una montaña cubierta de nieve, una ciudad perdida entre ruinas.
—Vamos, decidid rápido, tengo 300 habitaciones más repartidas por todo el mundo —dijo con un brillo en los ojos—. Aunque, si lo preferís, siempre podemos ir a mi favorita: una pequeña cabaña en los Alpes Suizos.
Duncan, estaba asombrado ante aquella demostración de magia tan casual, tan natural. La casa era mucho más de lo que parecía.
—Bienvenidos a Tempat Kediaman, la morada del espacio y el tiempo —concluyó D'on, dando un paso hacia una de las puertas—. En este lugar, cualquier destino es posible.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Com