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El Hálito de Shurlac




El Umbral se cerró tras ellos con un destello cegador, dejando un eco metálico en el aire antes de desvanecerse por completo. Duncan y Marduk cayeron de rodillas, jadeando, sobre la arena helada. No esperaban aquel frío repentino. A su alrededor, el desierto de Shurlac se desplegaba como un vasto océano de dunas plateadas. Las ráfagas de viento helado se colaban implacables por sus capas, cortando la piel como pequeñas cuchillas. A pesar de lo que la mayoría imaginaría sobre un desierto, las noches en Shurlac eran gélidas, con temperaturas capaces de congelar el aliento antes de que este tocara el aire. Duncan levantó la vista, parpadeando para adaptarse a la oscuridad y despejar las motas de arena que le lastimaban los ojos. Sobre ellos, un cielo negro salpicado de estrellas brillaba con una intensidad que nunca había visto en Little Norburk. Era hermoso. Desde la cabaña de sus tíos, Duncan había disfrutado noches impresionantes. Solía trepar hasta el tejado y tumbarse allí con Lilly. Lilly... Una bofetada de realidad le golpeó. No tenía tiempo para la contemplación. Ella estaba ahí fuera, en algún lugar. Duncan estaba preparado y, ahora sí, fuera de Tempat Kediaman, cada segundo contaba.

—¿Es... es esto Xolohm? —preguntó Marduk, apenas audible entre las ráfagas de viento helado.

Duncan se giró hacia él. Marduk, siempre reservado, tenía los ojos abiertos de par en par con asombro y reverencia.

—Lo es —respondió Duncan, recordando sus lecturas, con la mandíbula apretada mientras se ponía de pie y se sacudía la arena de las manos—. Pero no estamos aquí para admirarlo. Lilly nos necesita.

Marduk asintió, aunque no apartó la vista del cielo.

—Siempre imaginé cómo sería... Xolohm —murmuró, casi para sí mismo—. Pero ahora que estoy aquí...

Duncan suspiró y miró a su alrededor. El desierto de Shurlac se extendía hasta donde alcanzaba la vista, un mar interminable de dunas bajo el manto estrellado. No había caminos ni señales, solo el viento, que aullaba como un animal herido.

Su propia mente estaba dividida entre la fascinación y la urgencia

— Esto no es un sueño, Marduk. Es una carrera contra el reloj.

Marduk asintió, aunque no apartó la vista del cielo. Sus pensamientos vagaban, no hacia Lilly, sino hacia Thomas. Aquel hombre que había cruzado el Umbral por primera vez décadas atrás, que había sobrevivido a Xolohm y había regresado para contar sus historias. Thomas era un gigante a sus ojos, alguien cuya sombra Duncan apenas podía alcanzar. Y ahora, Thomas no estaba. Marduk no podía evitar pensar que estaban solos en un mundo que apenas conocían.

—Thomas debería estar aquí —dijo finalmente, con un tono más severo del que pretendía—. Tú no estás listo para esto, Duncan... lo sabes. Y lo peor de todo es que ahora no hay nadie que pueda compensar lo que te falta.

Duncan giró la cabeza hacia su compañero, sorprendido por el comentario, pero no discutió. Su mirada descendió hacia el sable que colgaba de su cintura: Aerith Evanos, la espada de su abuelo. La había usado para derrotar al Cerbero antes de cruzar el Umbral, pero no era solo un arma. Era un recordatorio de todo lo que Thomas había sacrificado para darles esa oportunidad.

—Mi abuelo... puede que haya dado su vida para que yo estuviera aquí —respondió Duncan, con firmeza—. No pienso desperdiciar su sacrificio. Encontraremos a Lilly. Te demostraré que puedo ser tan bueno como mi abuelo. Como tú.

Marduk no dijo nada. Su expresión permaneció impasible mientras continuaban su marcha.

El Pan de Xolohm

Tras caminar durante varias horas, con los pies hundiéndose en la arena y el frío calando a través de sus ropas, Marduk señaló un lugar protegido entre dos grandes dunas.

—Deberíamos parar un momento. Comer algo. Recuperar fuerzas.

Duncan dudó, pero sabía que Marduk tenía razón. Sacaron de sus mochilas las raciones que Génesis había empacado antes de partir: un pan denso y aromático llamado Fryva, hecho con harina de Molva y especias xolohmitas. Duncan lo mordió con desgana, aunque el sabor le sorprendió. Era dulce, con un toque salado, y llenaba más de lo que esperaba.

—¿Qué lleva esto? —preguntó, masticando lentamente.

—Terys, Lakron... —respondió Marduk, revisando su propia mochila—. Génesis dijo que aguanta semanas y que da energía suficiente para una jornada completa.

—Bueno, ojalá también sirviera para mantener el calor —refunfuñó Duncan mientras envolvía su capa más ajustada.

El Desafío de Shurlac

Reanudaron la marcha, pero el frío se hacía cada vez más insoportable. El viento helado cortaba como cuchillas y la arena que levantaba se clavaba en la piel como pequeñas astillas. Marduk, a pesar de su resistencia, comenzaba a tambalearse, y Duncan sentía que sus piernas eran de plomo.

Entonces, un sonido rompió la monotonía del desierto. Era un crujido, como si algo se moviera bajo la arena. Ambos se detuvieron, tensos, y se miraron en silencio.

—¿Qué fue eso? —preguntó Duncan en un susurro.

—No lo sé... pero no estamos solos —respondió Marduk, alzando su ballesta y cargándola con una flecha.

El suelo bajo ellos tembló. Antes de que pudieran reaccionar, una criatura emergió de la arena. Era enorme, con un cuerpo segmentado que recordaba a un gusano gigante, cubierto de placas duras que brillaban como metal bajo las lunas. Sus ojos, si los tenía, estaban ocultos tras un caparazón de hueso, pero su boca, llena de dientes afilados como dagas, se abrió para emitir un chillido que resonó en todo el desierto.

—¡Corre! —gritó Duncan, pero Marduk ya estaba disparando.

La flecha impactó en la criatura, pero rebotó contra su caparazón sin causar daño alguno. El gusano se giró hacia ellos, golpeando el suelo con su cola y levantando una nube de arena que los cegó momentáneamente.

—¡Por aquí! —gritó Marduk, tirando de Duncan hacia una formación rocosa cercana.

Corrieron con todas sus fuerzas, pero el frío, el cansancio y el peso de sus mochilas les pasaron factura. Duncan tropezó y cayó de rodillas, jadeando.

—¡Levántate! —gritó Marduk, volviendo hacia él.

Pero antes de que pudiera ayudarlo, la criatura los alcanzó. Con un movimiento rápido, golpeó a Marduk con su cola, lanzándolo varios metros. Duncan gritó y trató de ponerse de pie, pero sus fuerzas lo traicionaron.

El gusano avanzó hacia ellos, pero de repente, el suelo bajo la criatura comenzó a colapsar. Una grieta se abrió en la arena, tragándose al monstruo en un remolino de polvo y oscuridad. Duncan y Marduk apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que el cansancio, el frío y el terror los vencieran.

La Caída y el Misterio

Cuando Duncan abrió los ojos, apenas podía moverse. El frío seguía allí, pero era menos intenso. Algo o alguien los había arrastrado a un refugio. A su lado, Marduk yacía inconsciente, pero respiraba. Una figura, oscura y envuelta en pieles, se encontraba sentada junto al fuego que había encendido para ellos.

—Bienvenidos a Xolohm, viajeros —dijo con una voz grave pero cálida—. El desierto de Shurlac no perdona a los desprevenidos. Por suerte para ustedes, no todos aquí somos tan despiadados como este lugar.

Duncan intentó hablar, pero su garganta estaba seca. La figura se giró hacia él, revelando un rostro parcialmente cubierto por un velo, aunque sus ojos brillaban con una intensidad inhumana.

—Descansen. Pronto tendrán preguntas, y yo respuestas.

El muchacho cerró los ojos de nuevo, mientras la voz de su salvador se desvanecía en el crepitar de las llamas.

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