Sin margen de error
Sentada junto al conductor del carromato, que permanecía detenido en un claro del bosque de Gend, la Akatay que había colaborado con Ras Farad en el secuestro de Lilly sostenía un pequeño espejo en su mano enguantada. A su alrededor, el bosque respiraba con un inquietante silencio.
—Lo sé, mi señor —dijo Titia, inclinando ligeramente la cabeza hacia el espejo mientras su tono intentaba sonar conciliador—. Llevamos algo de retraso. La portadora no ha querido colaborar. No podremos extraerle la pieza hasta que lleguemos a Altocielo, y ahora mismo carecemos de la M-ergía necesaria para transportarnos allí.
Del espejo emergía una figura compuesta de una luz tenue y fluctuante. Era la silueta de un hombre, de postura encorvada, vestido con una larga túnica blanca y cubierto por una máscara lisa y sin orificios. Su presencia era aplastante. Su voz, áspera y susurrante, resonó como un eco en la mente de la Akatay.
—El tiempo es un factor con el que no contamos, Titia. La alineación astral es inminente.
La Akatay tragó saliva, intentando contener su nerviosismo. A pesar de su fiereza, la imagen de aquel hombre lograba inquietarla.
—Estamos haciendo todo lo posible para mantener el plan en marcha.
La figura inclinó ligeramente la cabeza, como si evaluara su respuesta. Cuando volvió a hablar, su voz parecía más cortante.
—He enviado a una de mis damas blancas a buscaros. Su llegada debería acelerar las cosas. Es imperativo que consigamos las tres partes de la Tri-Corona antes de que eso ocurra.
—Lo sé, mi señor. Por el bien de Xolohm. —Titia intentó sonar segura, aunque la tensión en sus manos traicionaba su inquietud.
—Así es, Titia. Por el bien de Xolohm y de las otras once dimensiones que componen nuestro universo. —La figura dejó formarse un breve silencio antes de continuar—. Cinco batallones de hombres lagarto están cruzando el Océano Carmesí en este preciso momento. Los gigantes de Galborn marchan hacia el este, mientras que los vroloks de las tierras occidentales avanzan sobre Quivira. Todo está en movimiento. Pronto me haré con el poder de Edden. La Segunda Ignición se aproxima, y cuando la alineación se complete, el reinado de los homins llegará a su fin.
El conductor del carromato, un viejo duende que había permanecido inmóvil, se removió ligeramente en su asiento, sin atreverse a intervenir. Titia tragó saliva, carraspeó y alzó la barbilla, adoptando una postura que esperaba que ocultara su incomodidad.
—Estaremos en Altocielo cuando eso suceda, mi señor. Habremos extraído la pieza de la chica. Nada nos detendrá.
El rostro sin ojos de su interlocutor pareció observarla a través de la distancia que los separaba.
—Espero que así sea, Titia. El fracaso no es una opción. No me falléis, y los Akatay volveréis a tener el poder que antaño ejercisteis sobre las Puertas Infinitas.
Y con esas palabras, la imagen en el espejo se desvaneció lentamente. Titia apretó los labios y bajó el espejo. Por un momento permaneció inmóvil, contemplando el bosque de Gend con determinación y temor.
Finalmente, volvió la cabeza hacia el carromato, donde el cuerpo de su compañero, Ras Farad, descansaba en éstasis en su sarcófago. La chica homin y el resto de criaturas divergentes seguían encerradas, pero el bosque parecía inquieto, como si estuviera conspirando en su contra. Con un gesto brusco, Titia ordenó al duende que vigilase y bajó del carromato.
—No podemos permitirnos más errores —murmuró, casi para sí misma.
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