Y luego... oscuridad
La mañana siguiente comenzó con un molesto haz de luz colándose por los huecos de las cortinas y proyectándose directamente sobre los ojos de Duncan. Parpadeó varias veces antes de incorporarse y, aún somnoliento, abrió de par en par los ventanales de su cuarto. El pueblo entero se bañaba bajo un sol radiante, con las calles iluminadas y el aire frío de la mañana acariciando las copas de los árboles. Parecía que el viento había tomado una nueva dirección y que la tormenta se alejaba. Era el tipo de día que no invitaba a permanecer en la cama.
Con un bostezo, Duncan bajó las escaleras hasta la cocina. El olor a comida casera llenaba el ambiente y terminó de despejarle.
—Buenos días, abuela —saludó al entrar.
—Hola, hijo —respondió Mona con una sonrisa cálida, sin apartar la vista de las tortitas que se doraban en la sartén—. Te he preparado tortitas. ¿Qué tal has dormido? ¿Y cómo tienes el ojo? Mira que resbalar por las escaleras... la nieve y tú nunca os habéis llevado bien, ¿verdad?
Duncan sonrió entre dientes, recordando la historia que Thomas había inventado para justificar el golpe.
—Ya sabes abuela, soy un poco torpe —admitió, jugando con su tenedor sobre el plato—. ¿Dónde está el abuelo?
—Salió temprano esta mañana. Quería ir a comprar una malla nueva para las gallinas. Ha estado oyendo ruidos extraños por las noches y teme que haya algún animal merodeando cerca.
En ese momento, un golpe en la puerta interrumpió la conversación. Mona se apresuró a atender y, unos segundos después, regresó con Lilly a su lado.
—¡Buenos días! —saludó Lilly con energía—. ¿Cómo va ese ojo, Duncan?
—Bnos dddasss —intentó decir Duncan con la boca llena de tortitas, esparciendo accidentalmente trozos de comida por el suelo.
Lilly estalló en carcajadas y la cara de Mona cambió instantáneamente. Las suaves arrugas de su expresión afable se tensaron, dando paso a una mirada severa que hizo que Duncan sintiera su enfado antes siquiera de que dijera una palabra. Parecía una tetera a punto de estallar, con la presión subiendo rápidamente.
Duncan conocía bien el amor que su abuela tenía por el orden y la limpieza en su cocina. Sabía que estaba a segundos de soltar una reprimenda y, en ese instante, decidió que lo mejor era huir antes de enfrentarse a las consecuencias de aquel pequeño accidente.
—¡Vámonos! —murmuró Duncan con una sonrisa traviesa, cogiendo su mochila del respaldo de la silla.
Lilly le siguió al instante, aún riéndose. Ambos salieron corriendo, dejando la cocina atrás mientras las risas resonaban en la casa. Justo cuando cruzaban la puerta, escucharon a Mona gritar:
—¡Howard Philip Duncan Engill, más te vale comportarte!
El eco de la reprimenda acompañó a los chicos mientras corrían hacia la escuela, intentando contener la risa.
—Ese muchacho... —murmuró Mona, sacudiendo la cabeza mientras miraba al techo con una mezcla de exasperación y ternura—. Algún día nos dará un disgusto.
La jornada en la escuela fue agotadora. El único entretenimiento que encontró en aquellas horas tediosas fue observar cómo Paul Roy cabeceaba en cada clase, luchando en vano contra el sueño. La consiguiente bronca de los profesores se había vuelto una rutina tan predecible como su creciente ira, cada vez que relataba con furia a sus amigos cómo le habían robado la noche anterior. Al parecer, esa mañana habían encontrado su bicicleta colgando de un árbol, y aunque el incidente hizo reír a más de uno, para Paul era una humillación.
Duncan detestaba a Paul y a su pandilla. No tanto por lo que hacían, sino porque representaban todo lo que él no quería ser. Mientras aquellos chicos vivían para el conflicto y el caos, Duncan soñaba con construir algo. Su única esperanza para sobrellevar esos días era que, al pasar de curso, finalmente podría elegir asignaturas más de su agrado... y que aquellos chicos jamás escogerían.
A última hora, tocaba física. La clase favorita de Duncan. El profesor Atkins, un viejo maestro con una inusual pasión por los orígenes de la vida y el universo, hablaba de una teoría que Duncan nunca había escuchado antes: el Big Bang múltiple.
—Esta hipótesis sugiere que nuestro universo no surgió en un solo punto —decía Atkins, con voz pausada, llenando el aula—. Sino que fue creado por un flujo de materia oscura y quarks desde un espacio paralelo, a través de agujeros cuánticos interdimensionales. Todo esto ocurrió simultáneamente, en cada rincón del cosmos.
Duncan no entendía del todo algunos de los conceptos que Atkins exponía con tanto entusiasmo, pero la idea de que el universo tuviera múltiples orígenes le fascinaba. Era como un rompecabezas gigantesco, y él siempre había sentido curiosidad por el origen de todo, incluido el suyo propio. ¿De dónde venimos? Esa pregunta resonaba con fuerza dentro de él, mucho más allá de las simples explicaciones de los libros de texto.
Duncan apenas tenía recuerdos de sus padres. Su padre les había abandonado cuando él era solo un bebé, dejándolos solos a él y a su madre, Laura. Recordaba vagamente su cálida sonrisa y las tardes en las que, ya débil por el cáncer, le leía las novelas de Dionisos Blackwood antes de dormir: Los cantos de Xolohm. Pero todo eso desapareció cuando él contaba con apenas ocho años. Después, su vida con sus abuelos en Litle Norburk había sido amorosa, aunque siempre vinculada a un vacío en el pecho de Duncan que nada podía llenar. Y aunque los Engill le criaron con dedicación y cariño, nunca desaparecía aquel desconocimiento profundo de su propia identidad. Duncan se preguntaba si la humanidad entera compartía esa sensación de estar a un paso de descubrir sus verdaderos orígenes, pero siempre quedándose a las puertas de la respuesta definitiva.
A lo largo de los años, Duncan había llegado a encontrar cierta ironía en su propia orfandad. Era como si formara parte de una vieja tradición que compartía con muchos de los personajes de ficción que admiraba. Spiderman, Batman, Frodo... todos ellos habían perdido a sus padres y aun así, o tal vez por ello, habían encontrado el valor para convertirse en grandes héroes. Incluso figuras históricas como Andrew Jackson o Malcolm X habían forjado su camino a partir de la pérdida, transformando su dolor en una fuerza imparable. A veces, esa conexión le arrancaba una sonrisa amarga. ¿Era su destino convertirse en uno de esos héroes trágicos? ¿O simplemente estaba atrapado en el ciclo de búsqueda de identidad y propósito que parecía perseguir a todos los huérfanos?
Al salir de clase, como de costumbre, Lilly esperaba a su amigo. La chica parecía estar más distraida que de costumbre. Su piel, normalmente pálida, tenía ese día una tonalidad aún más descolorida, como si un velo de tristeza la cubriera. Era como un rayo de luna en plena noche, silenciosa y distante.
—Estoy cansada, eso es todo —respondió Lilly con una leve sonrisa cuando Duncan le preguntó si todo iba bien. Sin embargo, él notó la preocupación en su mirada—. Supongo que ayer tuvimos un día agotador.
—Anoche dormimos muy poco —dijo Duncan, intentando restarle importancia.
—Sí, será eso —murmuró ella, mirando al suelo.
Duncan la observó por un momento antes de hacerle una pregunta que llevaba unos minutos rondándole la cabeza.
—¿Acaso volviste a soñar con la isla? —preguntó de repente.
Lilly levantó la vista, sorprendida. Duncan conocía demasiado bien los sueños que la inquietaban.
—No... —respondió ella, con voz suave—. Lo cierto es que no.
Como Duncan el día anterior, Lilly guardaba un secreto que no se atrevía a compartir. Había tenido un sueño diferente, uno que la había dejado intranquila. En ese sueño, había visto a su amigo. Estaba empuñando una espada y su rostro estaba desfigurado por la ira. Y, por si eso no fuera suficiente, había sentido una presencia extraña en su jardín, vigilándola desde la ventana. Sabía que debía contárselo, pero no pudo. Algo en su interior la bloqueaba. A Lilly ese silencio le parecía una forma de proteger a Duncan de una preocupación innecesaria.
"No es más que un sueño", pensó para tranquilizarse. "Una pesadilla provocada por el cansancio de un día... complicado."
Pero en su interior, Lilly sabía que había algo más. Y aunque no entendía qué era, la sensación no desaparecía.
Continuaron su camino hacia casa tranquilos, aunque el ambiente estaba repleto de pensamientos no verbalizados.
—Oye, Lilly... —Duncan rompió el silencio, algo titubeante.
—¿Sí? —respondió ella, sin apartar la vista del suelo.
—Estaba pensando que, bueno... como dijiste ayer, cuando llegue el verano, tú te irás a Inglaterra. Y pensé que... no sé, quizá podría pedirle a mis abuelos que me dejasen ir contigo. Aunque solo fuera por vacaciones.
—¿A Inglaterra? —Lilly levantó una ceja, sorprendida.
—Sí, bueno... saldríamos de la rutina. Ya sabes, estaría bien explorar otros lugares... juntos.
—Te entiendo, Duncan —dijo Lilly en un tono más suave, casi melancólico.
—¿De veras? —Duncan la miró, intentando leer en su expresión algo más profundo—. No sé por qué no me lo dijiste antes. Lilly, eres mi mejor amiga. Mi única amiga.
Lilly soltó un suspiro largo, como si aquellas palabras le removieran algo en el pecho.
—Es que... bueno, es una sensación que llevo conmigo desde hace mucho. A veces siento que debería regresar a Bristol. Tenía mis amigas allí, y sí, las echo de menos. Pensar en volver me inquieta pero también hay días en que me atrae... aún así, no quiero marcharme. No quiero estar lejos de mis padres, de Little Norburk, ni de ti.
Sus ojos se encontraron por un breve momento, cargados de silenciosas emociones. Luego, Lilly desvió la mirada hacia el cielo tratando de encontrar respuestas entre las nubes.
—Aunque... tal vez... sí. Tal vez salir de aquí no estaría tan mal.
—¿Estás bien, Lilly? —preguntó Duncan, frunciendo el ceño con preocupación. Se inclinó de forma exagerada, llevándose un dedo a los labios como si estuviera intentando descifrar algo—. Me preocupas, hoy tienes un semblante... extraño.
Lilly se sobresaltó levemente, como si acabase de despertar de un pensamiento profundo.
—¿"Semblante extraño"? —soltó una pequeña risa burlona—. ¿Desde cuándo habláis vos como un caballero antiguo, señor Duncan Engill? Creo que los golpes de Paul te han afectado más de lo que pensábamos.
—Oh, vamos, no digas tonterías —respondió Duncan, fingiendo indignación.
Ambos se echaron a reír, liberando la tensión del momento. La conversación continuó durante otro buen rato, pero ninguno de los dos volvió a mencionar el futuro. Quizás porque les asustaba, o tal vez porque les hacía infeliz pensar en lo que estaba por venir. Así que se dedicaron a bromear, cotillear sobre los profesores, y a reírse de Paul Roy y sus secuaces. Parecía que el tiempo se hubiera detenido solo para ellos.
Finalmente, los muchachos alcanzaron el punto en que sus caminos se separaban. Pese a encontrarse dentro de los límites del pueblo, la casa de Lilly, a diferencia de la cabaña de los Engill, era la más alejada del centro de Little Norburk. Aunque Duncan siempre pensaba que en un lugar tan aburrido nada podía pasar, no dejaba de acompañar a su amiga hasta aquel cruce. Siempre lo hacía, y ese día no fue diferente. Se dieron un abrazo, como cada tarde, pero esta vez, al separarse, Duncan sintió algo distinto en su interior. Una sensación más poderosa, más pesada, como si al despedirse hubiese dejado un trozo de sí mismo con Lilly.
El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo con tonos anaranjados y rojizos que anunciaban la llegada inminente de la primavera. Pero esa tarde no era como las demás. Había algo en la luz del atardecer, en su intensidad rojiza, que hacía que el aire se sintiera más denso, más cargado. Lilly lo notó. Un nudo de inquietud se apoderó de su estómago, un malestar inexplicable que no lograba sacudirse mientras avanzaba por el camino hacia su hogar.
Aquella percepción extrasensorial de la que Lilly hacía gala se manifestaba una vez más de forma inesperada. Su paso era cauteloso a la par que urgente, como si su cuerpo supiera algo que su mente aún no podía procesar. Mantenía la mirada fija en el asfalto, quizás evitando volverse por miedo a lo que podría encontrar tras de sí. Pero el camino se mantenía en calma, y pronto alcanzó la puerta de su hogar. Al cruzar la cancela y adentrarse en su jardín, apenas unos segundos fueron suficientes para que Lilly se encontrara de frente con la respuesta a todas las sensaciones extrañas que la habían acompañado durante su trayecto.
Mientras tanto, Duncan ascendía con paso cansino por el monte hacia la casa de sus abuelos. La tarde caía lentamente, y los últimos rayos de astro rey se filtraban entre los árboles, bañando su rostro con un brillo rojizo que acentuaba la preocupación en su expresión. Aunque había otros caminos, Duncan siempre optaba por el más largo, pues le permitía observar cómo Lilly llegaba a su casa. Esa tarde se detuvo un momento, contemplándola desde la distancia. Mientras la veía caminar hacia su puerta, su mente vagaba por sus recuerdos y, por primera vez, Duncan se dio cuenta de lo hermosa que era su mejor amiga. Ese día, su cabello parecía arder con un resplandor más intenso de lo habitual bajo la luz del crepúsculo.
Duncan sentía una presión en el pecho cada vez que miraba a su amiga y, pese a que la noche anterior, cuando ella le besó la mejilla, no supo cómo reaccionar, ahora sabía con certeza que algún día se lo diría, que algún día reuniría el valor para confesarle lo especial que ella era para él.
Finalmente, Lilly cruzó el umbral de su hogar, y Duncan, satisfecho de que había llegado a salvo, continuó su ascenso. El bosque se volvía más denso y oscuro a medida que la noche caía. Los sonidos de los pájaros se apagaban lentamente, dando paso al susurro del viento entre las ramas y al lejano ulular de una lechuza cerca de la cabaña de los Engill. De repente, el viento cesó, y con él, todo sonido. La quietud era tan absoluta que Duncan se detuvo en seco, paralizado como si acabasen de atarle de pies a cabeza. El malestar aumentó y el aire alrededor de Duncan comenzó a vibrar con algo que no podía ver pero que lo envolvía. Un pésimo presentimiento se apoderó de él.
Y entonces, sin previo aviso, una criatura peluda, que a primera vista Duncan confundió con un perro rabioso, surgió de la nada y le saltó encima. Los colmillos de la bestia rozaron su hombro, dejando una pequeña pero dolorosa herida. Duncan cayó al suelo, abatido por la sorpresa. La sangre caliente y pegajosa corría por su piel. La criatura le miraba con ojos rojos y salvajes, llenos de una furia inhumana. Apenas tuvo tiempo de levantarse antes de que la bestia se preparase para otro ataque. El miedo lo paralizaba.
Justo en ese momento, algo impactó con fuerza contra la criatura, lanzándola violentamente contra un árbol cercano. El aullido de dolor del ser rompió el silencio de la noche. Duncan, todavía sin aliento y con el corazón latiendo con fuerza, intentó gritar, pero su voz seguía atrapada entre sus costillas. Una flecha se había clavado en el pecho de la criatura, y una voz suave pero firme resonó entre los árboles.
—Duele, ¿verdad?
Arriba, encaramado en lo alto de una rama, una figura oculta bajo una capucha negra apuntaba a la criatura con una especie de ballesta. Entonces, con la agilidad de un felino, saltó al suelo desde al menos seis metros de altura. No pareció importarle.
—Mira, está cambiando —dijo, con una calma inquietante—. Un licántropo infectado de pacotilla. No se dan cuenta de que pierden cerebro cada vez que quieren ganar músculo. En su forma lupina, los infectados son incapaces de razonar con fluidez.
El extraño apartó la capucha de su rostro, revelando el rostro de un chico joven. Duncan calculó que debía ser algo menor que él. Su voz, suave y clara, aún tenía la inocencia de la niñez, aunque sus cabellos y sus ojos, de un gris apagado como la ceniza, transmitían una frialdad y madurez que contrastaban con su aspecto juvenil. Se acercó a Duncan con movimientos felinos, ágiles y precisos. Al llegar junto a él, le tendió la mano y le ayudó a ponerse en pie.
—Soy Marduk.
Duncan trataba, todavía sin éxito, de articular algún sonido.
—Vamos, tenemos que volver a Little Norburk. Tus abuelos...
—¿Mis abuelos? —El aire, por fin, logró escapar de sus pulmones—. ¿Están bien?
—Han ido a buscar a Lilly.
—¿Han ido...? —repitió Duncan, sintiendo cómo el miedo y la confusión se agolpaban en su mente mientras giraba la cabeza bruscamente hacia la dirección en la que estaba la casa de su amiga—. ¡¿A buscar a Lilly?!
Marduk bajó la mirada, su expresión ensombrecida.
—Alguien la está buscando —respondió en voz baja—. Se ha abierto una puerta cerca de aquí... un Umbral.
El silencio cayó entre ellos como una losa. Duncan no entendía del todo lo que Marduk estaba diciendo, pero su intuición le decía que aquello era grave, que algo importante estaba sucediendo a su alrededor. Los ojos del muchacho viajaron hasta Marduk, buscando respuestas que el chico misterioso no parecía dispuesto a darle.
—Oh, ya veo... —murmuró—. No sabes nada, ¿verdad?
—A... ¿a por Lilly? —repitió Duncan, esta vez en un susurro tembloroso.
Marduk no contestó de inmediato. Parecía estar intentando desentrañar algo que le resultaba esquivo. Pero antes de que pudiera responder, Duncan, incapaz de soportar la incertidumbre ni un segundo más, tomó una decisión. Sin pensarlo dos veces, dio media vuelta y echó a correr enérgicamente cuesta abajo, hacia el pueblo. Solo tenía una idea fija en la cabeza: Lilly estaba en peligro, y no había tiempo que perder.
—¡Espera, Duncan! —gritó Marduk, alarmado.
Tras él, el licántropo abatido empezó a moverse, emitiendo gruñidos mientras sus músculos se tensaban en un esfuerzo por levantarse. Marduk se volvió hacia la criatura, apuntándole de nuevo con la ballesta.
—Ah, no... tú no te mueves de aquí, amiguito —dijo con tono irónico, manteniéndose firme mientras cargaba otra flecha.
Una voz suave resonó en el jardín de Lilly.
- Vaya, curiosa morada – Lilly se volvió bruscamente- totalmente opuesta a vuestro verdadero hogar, portadora.
- ¿Qué demonios? ¿Quién...?
- Shhhhh... -se escuchó- ¿demonio? No me menosprecie portadora, ni se equivoque, los Zan-ei nos abandonaron mucho tiempo atrás.
Detrás de Lilly, entre las sombras provocadas por la acechante noche, había aparecido de forma súbita un tipo alto, desgarbado, como de dos metros y cabellos oscuros y largos recogidos en una trenza que alcanzaba su cintura. Una sonrisa surgió en su boca. Sus dientes eran amarillentos y bastante afilados. Lilly pudo sentir su aliento fétido envolviéndola.
- Piense en mí como en un amigo.
Pero a Lilly aquel tipo, no le inspiraba tranquilidad alguna. Dio un paso al frente y al salir de las sombras acabó por darle más razones a la chica para no confiar en él. Su piel era grisácea, sus ojos completamente negros y su sonrisa temible. No parecía real. Lilly se bloqueó pensando quién sería aquel extraño de aspecto inhumano. Como si hubiese leído sus pensamientos, respondió:
- Ras Farad es mi nombre portadora y llevarla de vuelta a Xolohm mi misión.
En aquel momento extendió rápidamente, de un modo casi imperceptible, un brazo que agarró a Lilly por el hombro. Ella intentó zafarse, pero le fue imposible, pues el tal Ras Farad presionaba con fuerza, clavando sus dedos picudos en los huesos de la muchacha de modo que si trataba de moverse el dolor se tornaba insoportable, obligándola a desistir.
- No trate de llevarme la contraria, no creo que le hiciese ningún bien –y ante la presión, Lilly cayó al suelo de rodillas. En sus ojos comenzaron a brotar las lágrimas-. Sólo quiero que me acompañe. El modo en que lo haga sólo depende de vos. El estado en el que ha de llegar a Xolohm no es una cuestión que haya de platearme, se lo advierto.
Lilly miró fijamente aquellos ojos insondables, negros como el azabache que no parecían tener expresión alguna y fue incapaz de reaccionar. La sorpresa y el pánico parecían haberla paralizado por completo. En ese momento Ras Farad gritó al cielo:
- Procurad que no se acerque nadie a este lugar. Acompáñeme al interior, oh portadora...
Y diciendo esto, Ras Farad agarró a Lilly, resignada y paralizada, la levantó en vilo y la arrastró hasta el interior de su casa.
Duncan resbaló hasta la explanada donde había abandonado a su amiga dejando una importante nube de polvo tras de si. La noche había caído sobre Little Norburk y no había ni un alma en el lugar. No se oía nada salvo la agitada respiración del joven sudoroso que acababa de aparecer junto a unos árboles. Pese a que había perdido sus gafas, podía atisbar la casa de Lilly desde allí. Todo parecía tranquilo. Ella debía de estar dentro, porque las luces estaban encendidas. Duncan trató de dar el primer paso para continuar su camino cuando, de repente, sintió algo detrás suya, y el árbol que estaba a sus espaldas cayó estrepitosamente. A punto estuvo de aplastar a Duncan, pero éste fue más rápido y logró apartarse a un lado acabando en el suelo en el proceso.
- Es impo...
Trató de abrir los labios y continuar la frase, pero no le dio tiempo, pues fue lanzado por los aires por una fuerza invisible. ¡Tal y como había ocurrido el día anterior en el patio del colegio! Sólo que esta vez en lugar de Paul Zucker, fue el propio Duncan quien experimentó aquella sensación nada agradable, yendo a caer a los pies de alguien. Duncan miró hacia arriba. Una bota le pisó la cabeza y aplastó sus gafas contra el suelo. El dolor fue tremendo, pero Duncan era consciente de que aquel tipo no estaba poniendo todo su empeño en hacerle daño. Entonces, otro individuo apareció en escena. Esta vez era una mujer, ataviada como Ras Farad, cubierta por una túnica roja de pies a cabeza.
Duncan trató de forcejear, de darse la vuelta y contraatacar, pero en seguida se percató de que aquello era una mala idea. Su opresora sacó en ese mismo instante una especie de arma, una curiosa espada que en lugar de ser plana era redondeada, sin filo, pero que desprendía un calor extraordinario y refulgía en la oscuridad de la noche. La mujer rió y oprimió con mas fuerza aún la cabeza de Duncan. Después, se agachó junto al chico y acercó lentamente su arma, apuntando a la frente, como preparándose para darle una rápida y definitiva estocada que acabaría con su vida en una milésima de segundo. La espada se acercó más y más a la cabeza de Duncan. Claramente estaba jugando con él. El extraño calor que desprendía aquel artefacto comenzaba a hacerse isoportable a esa distancia y entonces...
Entonces, un ruido de cristales rotos inundó la calle y una figura salió despedida a través de la ventana del dormitorio de Lilly.
- ¡¡¡Lilly!!! -gritó Duncan-
La atacante del muchacho le desatendió por un instante para ir hacia la figura que cayó desde el segundo piso de la casa y el dolorido Duncan aprovechó para reincorporarse. Fue a echar a correr en ese momento pero lo que vio a continuación heló toda la sangre en sus venas y le paralizó al instante. Una enorme serpiente alada de casi 10 metros de longitud apareció por la ventana rota y se deslizó por el aire hasta la superficie. En aquel momento, Duncan, incapaz de reaccionar y respirando dificultosamente debido al shock de cuanto estaba experimentando, se dio cuenta de que quien había caído por la ventana no era Lilly. La mujer vestida de rojo había ido a socorrer un tipo alto, desgarbado, de ademanes poco usuales, casi inhumanos. ¿Qué ocurría allí? ¿dónde estaba Lilly?.
El hombre alto que había volado a través de la ventana desenvaino una extraordinaria katana que llevaba enganchada a la espalda de su túnica. Ésta, al igual que la de su compañera emitía un fulgor especial, como si estuviese al rojo vivo, incandescente. Aquella gente no era normal. Como tampoco lo era la enorme serpiente que ahora se reclinaba hacia atrás preparándose para atacar a aquellos dos tipos. Duncan se recuperó en ese momento y se temió lo peor. ¿Habría atacado aquella serpiente a su amiga? Entonces, ¿por qué atacaba también a los tipos de rojo? El muchacho corrió hacia la casa de Lilly para ver qué la había sucedido. La serpiente había comenzado a atacar de nuevo y los opresores estaban distraídos batallando con ella. A Duncan le llamó la atención que la mujer, aquella que le había pisado la cabeza, no empleaba ahora ningún arma, sino que se encontraba en un segundo plano, detrás de su compañero, concentrada, usando unas extrañas palabras y recitándolas de forma monótona, como si se tratase de un conjuro, como si fuese a...
Y en aquel momento un potente haz de energía salió despedido de las manos de la extraña directo a Duncan. Todo sucedió muy rápido. La sorpresa y la velocidad del disparo lo hacía imposible de esquivar.
Sin embargo, el impacto no se produjo. Por algún motivo, la enorme serpiente se había interpuesto y se había llevado el golpe de lleno, cayendo abatida entre los tipos de rojo y el joven de Little Norburk. Duncan, no tardó en reaccionar, dio media vuelta y entró en casa de Lilly subiendo rápidamente las escaleras hasta el dormitorio de ésta. Ni sus padres ni su hermano. Allí no había nadie. Aquello estaba hecho un desastre y había señales de violencia por toda la habitación, como si hubiese habido una gran batalla en aquel mismo dormitorio en el cual no quedaba nada excepto muebles rotos y...
- Ahhh... - una débil voz sonó procedente de un pequeño montón de escombros situado donde una vez estuvo la cama de Lilly- Dun...can, vete.
Una cabellera larga y roja como el fuego intenso se dejaba ver entre los restos de muebles y paredes. Duncan se acercó temiéndose lo peor. Efectivamente, era Lilly, herida, semiinconsciente. El muchacho apartó los escombros y la ayudó a levantarse pasando el brazo de la chica por encima de sus hombros.
- ¡¡¡Jajajajaja!!! – Una risa macabra y gutural sonó en el exterior y una figura apareció por la ventana rota por la que minutos antes había salido despedida. – Sois graciosos los hombres. Es gracioso este mundo repleto de humanos. Una plaga de insectos que se creen el centro del universo, eso es lo que sois, sombras de una civilización que jamás debió existir.
Y volvió a reir estruendosamente. Entonces, por segunda vez en lo que iba de noche, Duncan se vio empujado por una fuerza invisible que le desplazó por los aires hasta golpear contra un espejo colgado en la pared, cayendo con un ruido considerable entre los fragmentos de cristal. Ras Farad se acercó a él pasando sobre la pobre Lilly, que volvió a quedar inconsciente en suelo. Sacó su afilada e incandescente katana y se dispuso a dar el golpe de gracia con una mueca burlona en su cara. Duncan cerró los ojos y esperó.
¡¡CLANK!! La espada no llegó a tocar al chico. En su lugar, se había encontrado por el camino con una lanza. Duncan abrió los ojos y vio el largo objeto que se había situado entre él y una muerte segura. Siguió con la mirada la lanza toda cuan larga era y en el otro extremo divisó una persona. Un guerrero, cubierto con una armadura verde rubí repleta de escamas y un yelmo cónico con el nasal y la cota de malla.
- ¿N'gyl? Que sorpresa. Así que las historias eran ciertas. Jamás habría esperado encontrarte en este planeta, tan lejos de Lydda, de Xolohm...Pero claro, ¿quién sino iba a haberse aliado con esa Vouivre...?
- Aléjate de los muchachos, seas quien seas –dijo la voz tras el yelmo, y con un movimiento de lanza apartó a Ras Farad de Duncan.
- Ah, sí. - respondió Ras Farad- Es probable que no me conozcas, al fin y al cabo llevas mucho tiempo lejos de mi mundo, pero yo sí te conozco a ti y tú sabes bien lo que soy, ¿no es así?
- Maldito... - y el hombre de la armadura apuntó con su lanza al pecho del extraño- ¿cómo habéis llegado hasta aquí?
Pero antes de lanzar su ataque, la acompañante de Ras Farad apareció en el cuarto. Duncan no entendía nada. Era incapaz de discernir las palabras emitidas por todos aquellos individuos que hablaban en un lenguaje muy extraño y la situación había alcanzado un punto que la convertía en poco menos que una absurda pesadilla. Aquello, simplemente no podía estar pasando.
- Coge a la portadora. Yo acabaré esto.
Tras estas palabras, Ras Farad comenzó a mover su espada dibujando unos extraños símbolos en el aire. Su compañera acató las órdenes y cogió a Lilly, mientras comenzaba a recitar unas palabras en su idioma a modo de cántico. Duncan estaba inmóvil, aterrado viendo cómo aquellos seres se llevaban a su amiga. El suelo tembló, la poca luz que iluminaba la escena, procedente de las farolas de la calle, se apagó por completo. El guerrero de la armadura se lanzó contra Ras Farad, pero era tarde, una especie de campo de fuerza le impidió acercarse a los atacantes de rojo y le rechazó, haciéndole caer justo donde se encontraba Duncan.
- Sabes que no puedes regresar a Xolohm N'gyl. No puedes atravesar el Umbral. No sin esto.
En su mano, Ras Farad alzó una esfera de cristal del tamaño de una pelota de tenis. En su interior, cientos de mecanismos giraban como si de la maquinaria de un reloj se tratase. Las nubes comenzaron a arremolinarse sobre la casa de Lilly y al instante, encima de los tres extraños se abrió un enorme agujero que comenzó a absorber todo cuanto había en el cuarto. El guerrero de la armadura agarró a Duncan que empezaba a ser atraído por aquel fenómeno. Y así, en sólo unas décimas de segundo, los tipos de rojo ascendieron en el aire y desaparecieron a través del portal llevándose a Lilly con ellos.
- ¡¡Noooooo!! – gritó Duncan con todas sus fuerzas mientras forcejeaba intentando desprenderse del extraño caballero de la armadura de escamas- ¡Déjeme, suélteme!
- No lo entiendes Duncan, no puedes ir, no sin una piedra guía. Han ganado esta batalla, nos han pillado desprevenidos. Es inútil tratar de seguirles ahora, además de prácticamente imposible.
Pero el guerrero no pudo sostenerle y Duncan corrió hacia el portal y saltó sin pensarlo. Lo que experimentó un segundo después fue todo y nada. Un cúmulo de sensaciones le atravesaron en un instante. Fue como si el mundo se apagase, como si estuviese en todos los rincones del universo y en la nada al mismo tiempo, como si toda su realidad se aplanase y se expandiese hasta el infinito innumerables veces. Luces, colores, sabores... todos los sentidos de Duncan se dispararon. Después, una imagen. La de Marduk, el chico de la capucha tendiéndole la mano en medio de aquel caos. Una palabra: "Agárrate". Y luego, oscuridad.
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