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010. | CAPÍTULO DIEZ
Narrado por:
Ji-yeon.

La sala ya había vuelto a las conversaciones habituales, pero yo aún seguía pensando en todo.

Sabía que Na-yeon no toleraba a Gyeong-su, pero no hasta el punto de intentar matarlo.

Enterré mi cabeza en mis brazos y me puse a intentar dormir, aunque no pude ya que escuché una voz.

—¿Estás bien? —preguntó Woo-jin de pie a mi lado.

Levanté la cabeza lentamente, con los ojos algo vidriosos por el cansancio que se me colaba por cada rincón del cuerpo.

—Sí —mentí. Pero mi voz salió baja, sin fuerza. No era un "sí" de verdad. Y lo supo.

Woo-jin dudó antes de sentarse. No demasiado cerca. Pero tampoco se alejó.

—Nunca te había oído responder así —murmuró, sin apartar la vista del suelo.

—¿Así cómo?

—Como si te doliera.

Guardé silencio. Sus palabras eran suaves, pero se clavaban.

—Tú tampoco hablas mucho —dije.

—No suelo tener razones.

—¿Y ahora?

Entonces me miró. Directo. Y en sus ojos había algo que no podía descifrar, pero que me hizo olvidar el ruido de fondo.

—Ahora sí.

Sentí algo tambalearse dentro de mí. El aire entre nosotros ya no era el mismo. Tenía peso. Y también una calma extraña.

Woo-jin se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. Sus manos temblaban apenas. No lo decía, pero también estaba roto.

—No tienes que hacerte la fuerte todo el tiempo, ¿sabes?

—Tú no me conoces.

—Tal vez no. Pero estoy empezando a hacerlo.

Y en ese momento, aunque el mundo a nuestro alrededor siguiera desmoronándose, el silencio entre los dos se sintió como un refugio.

La conversación en la sala de pronto se enfocó en el estudio.

—Profe Park —llamó Cheong-san—. Gyeong-su lleva media hora y no quiere salir.

—Voy a hablar con él —dijo Park, atravesando la sala. El eco de sus pasos retumbaba en mi pecho.

Me giré a Woo-jin, que ahora estaba sentado más cerca.

—¿Quieres ir?

Asentí, y nos pusimos de pie al mismo tiempo.

Nos acercamos al plástico que separaba la sala de grabaciones. Del otro lado, Gyeong-su seguía sentado, inmóvil, como una estampa.

—Está bien —dijo Cheong-san.

—Está perfectamente —añadí, lanzándole una mirada cortante a Na-yeon.

—¿Por qué tiene que ser tan cabezota?—soltó Dae-su.

—No quiere salir, ¿verdad? —le preguntó Su-hyeok a Cheong-san, que asintió y bajó la cabeza.

—Cabezón como él solo —se quejaron.

La profesora Park salió de la sala.

—¿No piensa salir? —pregunté, cruzando los brazos con ansiedad.

—Dice que se queda hasta que pase la hora entera.

—Está cabreado...

Cheong-san dio un paso adelante.

—Voy a entrar.

—¿Tú? —preguntó Ji-min—. Yo creo que debería ir Na-yeon.

Todos giramos hacia ella. Na-yeon palideció, encogiéndose.

—¿Por qué yo?

—¡Está ahí por tu culpa!—exclamé, sintiendo la rabia treparme por la garganta. Di un paso al frente, pero Woo-jin me detuvo con suavidad por el brazo. Su-hyeok hizo lo mismo. Yo vibraba de ira.

—¿Por?

—Ya lo sabes.

—¿Por haber sospechado de él? Como si vosotros no lo hubierais hecho —espetó, cruzándose de brazos con arrogancia mal fingida.

—Yo no he sospechado —intervinió Cheong-san.

—Ni yo —dijimos Dae-su y yo a la vez.

Ji-min levantó la mano.

—Yo sí. Pero no le he insultado como tú.

Na-yeon dio un paso atrás, visiblemente molesta.

—¿Por qué os metéis conmigo?

—Porque tú has sido la única.

La señorita Park intervino, acercándose con gesto severo.

—¡Ya está bien! Ji-min, Ji-yeon.

Bajé la cabeza, a regañadientes.

—Perdón.

No lo sentía. Ni una pizca.

Park se giró hacia Na-yeon.

—¿Te acuerdas de la promesa? Dijiste que a la media hora te disculparías.

Na-yeon ladeó la cabeza.

—Bueno, sí...

—Pues ya ha pasado media hora.

Ella no respondió.

—Ahora voy —murmuró, cruzando los brazos.

Na-yeon entró a la sala de grabación, y la puerta se cerró con un sonido seco. Todos nos quedamos mirando desde el otro lado del plástico, como si esperáramos ver una explosión. Pero dentro solo había dos siluetas, separadas por el mismo aire que ya había empezado a pudrirse entre nosotros desde hacía horas.

Me crucé de brazos, apoyándome contra la pared mientras los demás cuchicheaban o hacían como que no pasaba nada.

Ahí estaba yo. La chica que todo el mundo miraba. Incluso ahora, en mitad de un apocalipsis, notaba las miradas de reojo cuando hablaba, cuando me movía, cuando me callaba. Como si esperaran algo de mí. Como si tuviera que mantenerme perfecta, incluso en el fin del mundo.

Pero yo no era eso. Nunca lo fui.

No me gustaban las injusticias. No soportaba la crueldad disfrazada de preocupación. Y no iba a callarme solo porque fuera más fácil que hablar.

Miré hacia la sala. Gyeong-su estaba sentado, sin moverse, pero su rostro era un reflejo del cansancio de todos. De la traición. De ese miedo que ya no necesitaba mordidas para doler.

Na-yeon estaba quieta, de pie, sin saber qué decir. Y yo, desde fuera, no podía evitar sentir que ya era tarde. Que su presencia ahí no borraba lo que había hecho.

—Está sola ahí —murmuró Woo-jin a mi lado.

Asentí.

—Y aún así no parece que le cueste —respondí con frialdad, sin apartar la vista.

No lo dije en voz alta, pero lo pensé: algunas personas no sienten remordimientos, solo vergüenza cuando las descubren.

Y eso es lo que más miedo me daba de ella.

Pero algo dentro de mí no se calmaba. Aunque Gyeong-su parecía estar bien, aunque habían pasado treinta minutos, aunque Na-yeon se encaminara hacia la puerta...

Había una punzada constante en mi pecho.

Era como una alarma muda. Como si el suelo bajo mis pies supiera algo que yo todavía no podía ver.

Una sensación de que algo iba a romperse. Algo inevitable. Algo rojo y oscuro, como esa canción que había escuchado antes de que todo esto empezara. "Dark Red". Ese tipo de rojo que no es pasional, sino una advertencia. Un presentimiento que se arrastra por la piel, lento y certero.

Y no sabía por qué.

Pero sabía que no estaba equivocada.

Na-yeon se levantó y caminó hacia la sala en la que estaba Gyeong-su con todas las miradas persiguiendola.

Miramos a través del vidrio, viendo cómo avanzaba la situación.

Fue entonces cuando la puerta del estudio se abrió de golpe y Gyeong-su salió como una bala, con los ojos inyectados en rabia y el cuerpo tenso como si contuviera un grito. Cruzó la sala sin mirar a nadie, con la clara intención de golpear a la chica.

—Serás guarra —insultó Gyeong-su, siendo retenido por los demás.

—¡Gyeong-su! ¡¿Qué pasa?! —preguntó la adulta.

—Eres una hija de puta. ¿Cómo se te ocurre decirme eso? Yo te juro que te...























HOLA DE NUEVO!
Yo la menos fan de Dark Red metiéndola en todo.
Ley <3

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