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epílogo.




N E G A N.

  Minuto uno: Tu cuerpo, sin importarle que aquella mierda retorcida que intentas llevar a cabo sea a consciencia cobarde, reacciona como un mecanismo de defensa que busca con desesperación sobrevivir ante la inminente muerte a la cual no esperaba enfrentarse de semejante manera.

Minuto dos: Te das cuenta de que ya estás jodido y no hay vuelta atrás para pensar en tardíos arrepentimientos. La lucha que habías desencadenado pierde cualquier sentido común. ¿Por qué detendrías lo inevitable? ¿Por qué detendrías lo que tú mismo decidiste causar por ser demasiado débil?

Minuto tres: Cada órgano de tu puta anatomía colapsa como si fuesen una maldita bomba nuclear causando un holocausto. Los pulmones dejan de proporcionar oxígeno, tu cerebro se apaga y tu corazón deja de latir.

Solo tres jodidos minutos, esos eran lo único que bastaba para darle fin a la larga, desdichada y lamentable vida que alguna vez conociste. Solo tres jodidos minutos para ser bienvenido en el infierno, condenándote a renacer como uno de esos putrefactos que fueron el principal motivo por el cual ocurrió la devastación a nivel mundial.

«Quizás deberías meterte un tiro en la sien en lugar de colgarte como a un ganado en el matadero, Negan». Mi subconsciente tenía razón; pero yo era lo suficiente masoquista como para elegir aquella forma de arrebatarme la vida porque sabía que era digno merecedor del sufrimiento.

Suicidio.

Todavía no me había atrevido a decir la palabra en voz alta aún cuando pensaba constantemente en ello en los últimos días. Aún cuando me autolesioné dentro de la celda porque las jodidas ganas de quitarme la vida incrementaban a cada segundo.

Tan solo habían transcurrido dos semanas desde que ella... Joder, todo esto era cada vez más difícil porque sabía que su recuerdo me perseguiría hasta mi último aliento y no podría hacer nada para detener esta asfixiante tortura.

Yo... Mierda, de verdad creí que esta sería mi segunda oportunidad para crecer como persona. Que la vida finalmente no me daría una patada en las bolas y me permitiría enmendar todos y cada uno de mis errores. Sabía que mi deuda no estaba saldada, quizás jamás lo estaría y tampoco buscaba el perdón por lástima, pero solo quería esa oportunidad para intentarlo. Quería comenzar de nuevo al lado de mi niña porque ella me había enseñado que quizás la vida no era tan mala después de todo.

Debería reírme de mí mismo por haberme convertido en un imbécil más que tenía un pensamiento tan utópico. Un imbécil más que fue un maldito iluso al imaginar... Ya ni siquiera vale la pena. Volví a terminar jodidamente roto, jodidamente vacío y jodidamente solo.

También había perdido cualquier motivo para seguir viviendo.

¿Qué más daba? De todas formas nadie me extrañaría y sé que muchos otros celebrarían mi partida. "Un bastardo menos en este asqueroso mundo", algunos dirían y, honestamente, estaría de acuerdo. Tal vez crearían historias llenas de falacias sobre mí para tratar de llenar la incógnita del por qué hice lo que hice, o tan solo pasaría desapercibido como para jamás ser recordado... Tampoco es que me importara.

Supongo que ya me hallaba lo suficiente trastornado como para hacer divagaciones mientras que mis manos bañadas en sangre sostenían la cabeza de Alpha totalmente desprendida de su cuerpo.

A su lado dejé a Beta como si fuesen toda una pareja romántica que acababa de sufrir un trágico, horrendo y triste final como Romeo y Julieta. Con el gigante de dos jodidos metros, a diferencia de la mujer pelona, me tomé la molestia de que sus sesos lucieran como una tétrica decoración sobre la hierba teñida de rojo. El cráneo en su totalidad irreconocible y deformado me hizo revivir sádicos recuerdos de las víctimas que se vieron sometidas ante Lucille tiempo atrás; sin embargo, esto no había sido obra de un bate rodeado de alambre de púas al que decidí llamarlo como mi primera esposa. La ira e impotencia acumulada que nubló mi juicio me llevó a cometer semejante asesinato con mis propias manos, creyendo que de esa manera drenaría el dolor y la adrenalina que recorría mis violentadas venas.

No lo hizo, sin embargo.

El escozor que provenía de mis nudillos maltratados se sintió jodidamente bien. La quemadura de la piel y el sabor metálico de la sangre en mi paladar me recordó lo mucho que disfruté esto y cómo dejé escapar a la indomable bestia que no quise retener. Lo satisfactorio que había sido cobrar venganza contra aquellos que me arrebataron a la mujer que amaba.

Golpe tras golpe me desquité porque todavía podía verla desangrándose en mis brazos. Todavía podía oírla intentando pronunciar mi nombre. Todavía podía sentirla sin vida, fría e inmóvil contra mi pecho. Mi mente no era capaz de recordarla de otra manera que no fuese en sus últimos momentos. Esa amarga y desoladora imagen se grabó en mi cabeza como un fuego que marcó mi piel colándose en lo más recóndito de mis huesos viejos, y lo lamentaba. Lo lamentaba porque quería rememorarla como aquella rojiza que robó mi deteriorado y jodido corazón sin ella saberlo.

Estaba tan cabreado y ver la cabeza de la responsable de su muerte no me ayudó en absoluto; así que enterré contra esta misma una y otra y otra vez su propio cuchillo hasta que ya no quedó nada.

Sollocé como un jodido crío, arrodillado y derrotado con las lágrimas deslizándose como dos cascadas rojas por mi rostro ensangrentado y depauperado. Atraje la atención de un mordedor que vagaba por la zona boscosa; sin embargo no me importó que la criatura que emitía guturales gruñidos a mis espaldas quería reclamarme como su nueva presa.

Pero un disparo resonó y el cuerpo del infectado cayó inerte contra el suelo, evitando que cumpliera con su único propósito. Exhalé un pesado suspiro cuando escuché el sonido de un par de botas que se acercaban con cautela hasta que se detuvieron frente a mí.

—Te ves horrible.

Miré a Judith Grimes con desgano.

—Te dije que no me siguieras. —repliqué. Fruncí mis facciones a lo que me hizo sentir el pegajoso y seco líquido sobre mi piel—. Era peligroso, joder.

No me reprendió por la palabrota pero me escudriñó con la mirada en silencio. Luego de guardar la Colt Python que ahora parecía más suya que de su padre, la vi sacar un pedazo sobrante de una camiseta junto a una botella de agua que yacían dentro de su pequeña mochila con dibujos de unicornios. Humedeció la tela y comenzó a deslizarla por mi rostro, continuando cuando yo jamás tuve intención de detenerla.

—Lo sé. —Ella susurró su respuesta después de un tiempo. La delicadeza que empleó en su tarea usando esas diminutas manos volvió a cristalizar mis orbes verdes.

—¿Entonces por qué haces esto, ángel? —El barítono de mi voz sonó demasiado bajo, quebrándose al final ante lo patético que seguramente me veía.

No podía ser peor, sin embargo. Su padre ya me había contemplado hacer una rutina diaria que me llevaría hasta la tumba de Savannah. Rick tuvo la decencia de permitirme verla aunque el tiempo fuese limitado, e incluso me ayudaría a conseguirle flores cuando las anteriores ya estuviesen por marchitarse. Entonces, se quedaría allí, custodiándome a su vez que me otorgaba privacidad para relatarle mi día a un montículo de tierra. Sabía que estaba lo suficiente apartado como para no lograr escucharme; aunque el hombre no era ciego para no darse cuenta de las gotas saladas que siempre intentaba ocultar cuando secaba mis ojos humedecidos porque siempre dejaba la evidencia en la manga de mi camisa azul. Jamás comentó nada al respecto, pero yo odiaba que otras personas me vieran llorar.

—Porque eres mi amigo, Negan. Los amigos se cuidan entre sí.

Las lágrimas que intenté retener corrieron salvajes por mis mejillas nuevamente. No merecía nada de lo que ella estaba haciendo por mí. No merecía que me devolviera el favor por haberla ayudado tiempo atrás cuando ocurrió la tormenta de nieve, mucho menos que me considerara su amigo cuando le había hecho todas estas cosas terribles a su familia.

Judith me recordaba a Savannah, siempre intentando ver el lado bueno de las personas cuando quizás estas mismas ya no tenían reparo.

—No volveré, Jude. Ya no puedo. —Me abrazó, envolviendo sus diminutos brazos sobre mi cabeza que descansó en su pecho. Esa fue la clase de afecto que necesité para romperme.

—No quiero perderte a ti también. —musitó—. Y sé que ella tampoco hubiese querido que te rindieras.

¿Cómo sabía lo que estaba por hacer? No lo sé. Era demasiado inteligente para su edad y tanto Rick como Michonne tenían todo el derecho de estar orgullosos de ello. Joder, incluso yo lo estaba.

—La amaba, ángel. Todavía lo hago. —Dejando escapar un entrecortado suspiro admití—. Jamás se lo había confesado, y para cuando lo hice... fue demasiado tarde. —Cobarde. Fui un estúpido cobarde que le tuvo miedo al amor—. Mierda, la extraño tanto.

—La señorita Savannah también te amaba. Ella me hablaba de ti y siempre tenía esta mirada cada vez que te veía de la que mamá una vez me explicó que solo la hacías con la persona que te gustaba. —Lo sé, Jude. Supe que todas las cosas que la rojiza hizo por mí no se trataron solo de simple misericordia cuando me dijo que me quería—. Y está bien que la eches de menos. Yo también extraño a mi hermano y a todos mis amigos que se fueron, pero papá me dice que tengo que aprender a lidiar con la pérdida y que esa debilidad debo convertirla en mi fortaleza. Que así es como él ha logrado sobrevivir por tanto tiempo, honrando a los que dieron su vida para que nosotros fuéramos capaces de vivir el futuro y estemos aquí ahora.

El silencio que se formó entre nosotros fue debido a que una niña de doce jodidos años me había dejado sin malditas palabras.

Rick Grimes no era tan imbécil después de todo.

Al Judith no recibir respuesta de mi parte, sus dedos se escabulleron clavándose en mis mejillas, elevando de manera exagerada las comisuras de mis labios para intentar hacerme sonreír—. Mucho mejor.

Mi cabeza no dejaba de pensar en lo que acababa de decirme. Fuera cierta o falsa esa ideología de su padre, de igual forma me llegó. Si yo fallecía, tanto el recuerdo de Savannah como el de Lucille se desvanecerían junto a mí y sus muertes serían... insignificantes.

—Tienes razón. —Judith me mostró sus perlas blancas, aplaudiendo con frenesí y entusiasmo cuando cedí.

—¿Volverás a casa? —cuestionó al verme colocar de pie. Le dediqué una mínimamente pequeña sonrisa de boca cerrada y asentí.

—Volveré, ángel.

Envolvió mi mano tomándola con la suya, dejando que la futura heredera de los Grimes liderara el camino y me guiara de vuelta a la que se convertiría en mi tercera oportunidad donde daría inicio a mi nuevo comienzo.

—Tear in my heart.

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