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───── dos, ¡luke castellan es mi jefe!


𓂃 ⊹ ꫂ 。. ─ 🐉. @ℛ𝗲𝗴𝗮𝘀,
PERCY X CRONOS. [ cronosverse 🗡.
by ﹫xelsylight, 2025.

🗡, ─ luke castellan es mi jefe.
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No había nada más que hacer, después del nombramiento y como miembro oficial de la guardia real, ahora debíamos abandonar la estancia y guiarnos hacia nuestros aposentos y residencia, para acomodarnos y conocer los restos del palacio.

Caminando en fila guiados por otro soldado de rango superior, en dirección al pasillo principal y hacia las entrada de las puertas de marfil, con brocados dorados.

Delante de mí, los otros cadetes hablaban en susurros, bajaban la cabeza, algunos aún temblaban ligeramente por la tensión que Cronos había impuesto solo con su presencia. Yo no decía nada. Mi corazón aún latía con un ritmo extraño, repasando ese intercambio de miradas salido de la nada con mi príncipe.

Con mi querida Contracorriente, fui uno de los últimos en salir.

Y por eso, creía más que nada, que fui capaz de verlo.

En un rincón elevado del salón, aún en su trono menor —nunca se sentaba en el del rey, cómo ya había repasado en mi mente desde mi entrada a palacio—, estaba Cronos, inclinado hacia un lado, los ojos medio cerrados, con ese mismo semblante aburrido de antes.

Su madre, de nuevo sobre su trono personal, hablaba en bajo con ese guardia de enorme envergadura pero, mis ojos se desviaron deprisa hacia un muchacho de piel morena, delgado, de piel tersa y cabello negro hasta los hombros, con decoraciones doradas en sus hebras, que había entrado corriendo por una entrada lateral y sacudiendo una capa transparente y ataviada a su cintura, ahora tomaba asiento en el regazo de Su Majestad como si eso fuera lo más normal del mundo.

Apoyaba una mano en su hombro, mientras la otra jugueteaba con los rizos oscuros del príncipe e incluso desde mi posición, lo miraba con ojos apagados, verdes como los míos, pero mucho más opacos. El chico tenía su atractivo, sobre todo en su cintura estrecha y en sus rasgos afilados, pero... algo me decía que el príncipe no estaba precisamente cómodo.

Sobre todo porque por un instante, por un fragmento de segundo, descubrí en mi Majestad una mueca. Pequeña. Ínfima. Un movimiento apenas visible de las comisuras de su boca, como si algo en esa situación le resultase atosigante. Pero entonces —como si fuera una reacción aprendida, automática— rodeó la cintura del muchacho con un brazo y lo sostuvo contra sí.

Con fuerza, intentando asemejar una escena íntima, o incluso casi amorosa.

Pero... en mi opinión, estaba lejos de parecerse a una. En realidad, se sentía vacía. Tan ensayada como una coreografía sin alma.

Y no sabía por qué, pero me dolía verla.

Luego, las puertas se me cerraron a la espalda y pregunté a un compañero de mi frente por la entrada de ese chico, que hablaba en bajo animadamente con otro de los nuestros. Amistosamente, me sonrío para explicarme con cuidado.

—Ese es Zack Caiwen —susurró, caminando junto a mí mientras bajábamos las escaleras hacia el patio central—. Es el Regas del príncipe, ¿sabes de su deber, no? Por lo qué sé, están juntos desde que el príncipe era un niño.

Me giré apenas, sin responder. No confiaba en mi voz.

Recordé el rostro escondido de Su Majestad en el funeral, apenas con nitidez en mis memorias y..., lo dejé estar, porque ahora entendía a la perfección la familiaridad con la que se trataban.

Un Regas es un título oficial de todos aquellos que sirven a Su Majestad en cualquier placer que se les pida; los qué más cercanía tienen con el príncipe, intimo y de plena confianza. Un Regas en el pasado era la única persona capacitada para calmar las ansias de destrucción del legado de un dragón que se heredaba en la sangre real de los herederos; pero claro, todo eso desapareció con el paso del tiempo y ahora no era más que un simple título.

Pero repasé la expresión incómoda del príncipe heredero y me dije, que si esa persona fuera de su total comodidad, no tendría porqué haber tensado tantos los hombros ni arrugar sus manos envueltas en cuero sobre la piel de este.

El compañero amable volvió a retomar la charla con su amigo, y permanecí por detrás, persiguiendo a los demás a través de los pasillos exteriores hasta los cuarteles reales. La piedra del castillo se volvía más rústica aquí dentro, menos decorada y mágica, pero igual de atractiva.

A mi alrededor, los mármoles se sustituían por granito firme, y el eco de nuestras botas resonaba como una canción de guerra apagada. Suave, pero concisa y terminal.

Luego, al llegar, nos hicieron formar en fila una vez más en el patio interior. Allí, las paredes estaban cubiertas de estandartes con el emblema del dragón negro y de alas doradas sobre fondo rojo. Bailaba ante mi vista y me sobrecogía el corazón pensar que finalmente había cumplido uno de mis sueños. Por encima de nuestras cabezas, las ventanas altas dejaban pasar el sol necesario para marcarnos con sombras alargadas y pesadas.

La armadura se me hizo algo fastidiosa cuándo un hombre joven se aproximaba a nosotros. El qué nos había guiado hasta allí, se replegó a una esquina y reverenció a la nueva presencia; eso me dejó en claro que era importante, y de rango superior.

Por lo que me erguí de golpe, y traté de parecer lo más seguro posible de mí mismo —incluso si al final resultase inútil y ridículo, porque me comían los nervios por dentro—.

Era joven y seguramente no tendría más de veinticinco años, pero tenía esa energía que hacía que uno se enderezase sin pensarlo. Su cabello rubio estaba recogido en una coleta baja y realmente no era tan largo, pero brillante y sedoso con algunos mechones ligeros. Su armadura no era grisácea como la nuestra, si no de un tono bronceado y casi tonos dorados, y tenía una larga espada de filo dorado en su izquierda.

Era alto, me superaba por varios centímetros y de sólo plena vista, estaba seguro qué sólo superaba a Su Majestad también por unos pocos. Además, una larga cicatriz descansaba bajo su ojo derecho hasta casi la línea de su mandíbula; me hizo querer saber a qué se vendría a lugar, si quizás habría siendo intentando proteger al príncipe.

Detallé su seria mirada, que me entregaba unos ojos de un azul metálico, preparados y luminosos bajo la luz del sol. Su armadura además era de claramente rango de capitán, porque tras su metalurgia casi dorada, descansaba una capa azulada de forros rojas como hombreras.

—Bienvenidos a todos, nuevos compañeros. Mi nombre es Luke Castellan —dijo, alto y claro—. Soy el jefe del escuadrón real encargado de proteger a Su Alteza, el príncipe Cronos, y el primero de mi nombre. —Y sobre su pecho brilló un broche de dragón, del símbolo de la corte real.

Luego hizo una pausa, con sus ojos recorriéndonos a todos. Cuando los suyos se posaron sobre mí, parecieron detenerse un momento más y su sonrisa se ensanchó con gracia. Me tenté a no caer sobre ella, por temor a faltarle el respeto. Agitó la funda de su espada con ligereza, para continuar con la presentación.

—Desde hoy, ustedes vivirán aquí. Su tiempo, sus armas y su cuerpo le pertenecen al Reino, pero sobre todo, al Príncipe. Sus deberes serán divididos por turnos, y cada uno tendrá una asignación directa respecto a los movimientos del heredero. Su seguridad está por encima de todo. Y para eso, necesitarán disciplina.

Luke hizo un gesto hacia el asistente a su lado, qué era un chico quizás de una edad cercana a él. Tenía un corte de cabello a ras, con una cicatriz bajo su oreja derecha y adustos ojos castaños, con un firme y portentoso cuerpo de piel morena.

Luke tenía músculos, eran advertidos incluso con la armadura, pero mucho menos voluptuosos.

—En breve recibirán los horarios diarios de Su Alteza, gracias a mi compañero Charles Beckendorf aquí presente. Cada uno deberá aprender sus rutinas: desde las comidas hasta las audiencias privadas. Algunos de ustedes tendrán el privilegio de acompañarlo directamente y otros, rotarán en las rondas externas. Solo el tiempo y su habilidad decidirán dónde terminan. Pero recuerden algo —hizo una pausa—: ningún error frente al príncipe será tolerado y habrá consecuencias por ello.

Sus palabras se clavaron como estacas; mis compañeros asintieron nerviosos, otros se ajustaban la armadura y algunos jugueteaban con el filo de su espada. Sin embargo no estaba nervioso, en realidad... me moría de la emoción. Servir al príncipe era mi sueño desde que podía recordar, y ahora no podía dejar de pensar en su tensa, imponente y oscura presencia.

En mi príncipe Cornos, con su hueca mirada dorada y de nuevo, en el extraño retortijón que se me formaba al recordar su mueca silenciosa que hizo cuando ese tal Zack se sentó sobre él como si fuera suyo.

Y en esa pregunta que no lograba sacar de mi cabeza.

¿Por qué sentí que no quería estar ahí?

Después de entregarnos el horario del príncipe, del que Luke aseguró que nuestro deber era aprenderlo para el final de la semana y luego devolvérselo, con un cielo todavía desesperezado cuándo llegamos al ala norte del palacio, ya tenía varios horarios repasados en mi cabeza. Sobre todo del día de hoy.

Quería impresionar a mi príncipe, de verdad que sí.

El amanecer filtraba una luz pálida y azulada por los vitrales altos del pasillo, y el frío de piedra antigua se sentía más denso que nunca. Era el tipo de silencio que precedía al ajetreo del día, como si todo el castillo contuviera la respiración a la espera de su príncipe y claro, yo también.

Según el itinerario que memoricé hace un par de minutos, hoy, a primera hora, había un paseo.

El "paseo de honor" —así le decían mis compañeros—. Una tradición para los herederos al trono que consistía en recorrer el perímetro de la fortaleza y dar una vuelta por el llamado Bosque de la Cólquida, lo que en las épocas antiguas se llamaba a las tierras que custodiaba un dragón para proteger un mágico vellocino de oro que allí habitaba; según lo que se sabía, a este terreno solo podían entrar los herederos de sangre real y a quién este le permitiese la entrada.

En otras palabras, si un soldado como yo, o un duque de la Corte intentaba entrar al Bosque a la fuerza para descubrir los secretos mágicos que decían que se hallaban dentro, se perdería en una oscura profundidad dentro del Bosque incapacitado de volver, porque sólo los de sangre real y en su época antigua, los verdaderos Regas y no sólo de título, podían ver los mágicos terrenos. Ahora, si no te daba permiso el príncipe —ya fuera por palabra, o sujetándote de una muñeca o con una cuerda de lino atada al heredero—, perderías la cabeza allí dentro y jamás podrías salir.

Ahora, en compañía del primer escuadrón, me había tocado esperar con un pequeño grupo de soldados junto a la puerta de mármol oscuro, tallada con relieves de dragones dormidos y escamas demasiado valiosas para la vista. Dos doncellas entraron a la habitación de Su Majestad con trajes, telas finas, correas, una capa negra bordada en hilo dorado; todo diferente a lo que llevaba en la mañana. Sus manos se movían con precisión, pero sus rostros delataban prisa. Nadie quería hacer esperar al príncipe Cronos, suponía.

Estaba nervioso, porque había sido escogido para la primera guardia y era una tarea importante; aunque veía a los soldados más expertos con rostros de aburrimiento porque seguramente no ocurría nada del otro mundo, temía cometer algún error y hacer algo que arruinase el programa.

Me acomodé la hombrera del uniforme con discreción. La cota de cuero me rozaba el cuello y pesaba más que en los entrenamientos. Aunque quizás era yo; por lo inquieto que me encontraba.

—Deberías relajarte, amigo. —Una voz varonil, bastante tranquila, se escuchó a mi lado.

Me giré y me encontré con un joven de cabello ceniza y negro, mezclado, echado hacia atrás y con una sonrisa amable. Mostré un rostro confuso y se señaló a sí mismo, sin borrar esa expresión amable.

—Calix —se presentó—. Me llamo Calix Stewart. Llevo sirviendo al príncipe desde que tengo uso de memoria; algo así como... custodia interna. —Luego, me señaló a mí—. Debes de tener mala suerte por haber sido escogido para tu primer guardia tan cerca del príncipe.

Esperaba que estuviese bromeando, porque yo no me sentía para nada desafortunado.

Estreché su mano, con cuidado y bajo la malla de metal.

—Yo soy Perseo Jackson, aunque me gusta que me digan Percy, a secas. Un placer, señor. —Otra voz, femenina, se carcajeó a nuestras espaldas.

—No deberías tomarte tan en serio lo que dice este.

Me señaló una muchacha qué se nos acercó con una sonrisa juguetona. Tenía un cabello largo, rojizo, que cuajaba bien con su piel pálida y sus ojos tenían el color de los lagos en invierno. No parecía mayor que yo, pero se notaba la experiencia en la seguridad con la que se dirigía a mí, en su postura relajada y cómoda.

—Brielle Carpenter, así me llamo, si señor —se presentó—. Nosotros somos algo así como lo más cercano que el príncipe tiene a amigos, con Luke... si es que ese concepto puede tenerlo alguien dedicado plenamente a la realeza.

Noté un tono triste, melancólico en su voz y de nuevo, la imagen del príncipe llorando me invadió de pronto. A duras penas, pude calmar los agitados y apresurados latidos de mi corazón.

Se me revolvía el estómago de pensar que, en pocos minutos, volvería a tener al príncipe de frente.

—Ahora nos toca el Bosque de la Cólquida —añadió Calix, como si continuara el hilo de pensamiento—. Ya lo habrás leído. Siempre hace el mismo recorrido, pero nunca entra al bosque con su Regas, aunque la reina madre se lo exige cada vez con más presión. Por lo que sé, es una tradición que los Regas acompañen a los herederos del linaje al menos una vez. Pero...

—Zack nunca lo ha logrado, siempre se detiene por petición del príncipe y hasta el momento, nada ha cambiado. Ciertamente, su Regas siempre le pide permiso para cogerle la mano, entrar a su lado, pero Cronos se niega en rotundo —interrumpió Brielle con un brillo en la mirada que no supe leer—. A pesar de todos sus esfuerzos, creo que en mi opinión, está bien que no lo deje entrar. Sería cargar con alguien encima todo el tiempo.

Claro, porque sin qué un heredero de linaje te toque, uno se perdería para siempre en ese bosque.

—Y ahí viene el rey en persona —interrumpió una voz sarcástica, a mi izquierda.

Al darme la vuelta, descubrí a un chico un poco más bajo que yo caminar con los brazos de coto de malla cruzados en su nuca, de cabello negro como tinta, piel blanca como la cal y unos ojos oscuros que parecían haber visto demasiadas cosas para su edad. Por alguna razón, no dudaba de esta última parte. En el rostro tenía ese gesto cansado y aburrido, que hasta el momento, ya había visto en varios soldados a mi alrededor.

Lo miré con una ceja enarcada.

—¿Y tú eres...?

—Nico di Angelo —se presentó, sin borrar esa expresión que me ponía nervioso—. Y digo la verdad aunque todo el mundo se esmere en callarme; ese príncipe es un orgulloso de mierda.

—Nico —advirtió Calix, frunciendo el ceño.

—¿Qué? ¿Mentí?

La puerta de los aposentos reales se abrió antes de que alguien pudiera responder y cómo en mi promesa en la sala principal antes, de nuevo, el mundo, por un instante, dejó de dar vueltas y de marearme.

Mis ojos taladraron la figura de Su Majestad, Cronos, que apareció entre las doncellas de bajas cabezas como un cuervo de alas negras. Vestía a diferencia de de horas antes, un traje negro con bordes dorados, una capa amplia ondeando dorada detrás de él. Además, poseía una espada larga descansaba en su costado izquierdo, y su pomo era la cabeza de un dragón con fauces abiertas.

Llevaba encima los mismos pendientes largos y de joyas puntiagudas doradas, su cabello en una coleta baja con ese color castaño oscuro que me taladraba por dentro, y los guantes de cuero clavados en sus manos; ocultando, como antes, esa piel bronceada que me quitaba el aliento.

Me obligué a mantenerme firme, a recuperar la postura esperada de un soldado de su guardia, pero... Esa sensación que me giraba hacia él no desaparecía, y me dio miedo.

Porque a diferencia del resto de soldados, servidumbre y otros —exceptuando a Luke, enfilando la hueste, a Brielle y Calix— yo no era capaz de bajar la cabeza, de ocultar mi embelesada mirada de su porte regio, de su andar y de sus...

Dioses, sus ojos.

Su mirada dorada y de afiladas pupilas; no de ámbar ni de color miel o bronce si quiera, no. Sus ojos eran de un oro líquido precioso, que destilaban esa magia de hace siglos perdida y que me sacudía con fuerza por dentro.

Se adelantó por nuestra fila formada, y a su lado, ataviado en su brazo izquierdo, estaba Zack Caiwen, su Regas. Este llevaba su cabello cuidadosamente arreglado en un semirrecogido, y una sonrisa discreta que se notaba ensayada, pero sí algo falsa. Vestía de negro también, pero arrastraba un velo transparente en su espalda, larga como la cola de una sirena.

Y caminaba con la cabeza alta, al lado de mi príncipe.

Observando esa escena, supe que debía de destilar algún signo de "pareja real", algo... algo así, pero en la tensión de sus dedos decía otra cosa y en el crispar de la mirada dorada de Su Majestad, me negaba cualquier cosa que quisieran aparentar.

El príncipe heredero se acercó al término de nuestra fila y justo cuándo su capa casi rozaba mis botas, giró apenas el rostro. Nuestros ojos se encontraron por una fracción de segundo y de nuevo, me obligué a bajar la mirada aunque no quisiera.

Me dio la sensación de que se detenía unos segundos más en mi posición, pero volvió su marcha al frente y alcanzó a Luke, que nos gritó a todos, alzando su voz por por la galería:

—¡Todos listos! ¡Formación de escolta, nos vamos a los establos!

Nos movimos de inmediato. Todos los expertos al comienzo y yo caminé justo detrás, sin perderme detalle de cómo Nico, pasos por delante, refunfuñaba en voz baja sobre el príncipe orgulloso. Decidí ignorarlo y caminamos al unísono.

Al salir, nos recibió un aire helado; el cielo ya tenía ese tono lavanda que solo existía sobre las nubes justo antes de que el sol subiera del todo. En los establos, dos caballos ya estaban listos.

Uno era negro, fuerte, con crines como humo y ojos amarillentos, similares a los del príncipe. Estaba claro de quién era; el otro, sin embargo, era de un tono castaño y sus crines eran rizadas. Este último tenía adornos plateados en las riendas.

Zack montó primero, con ayuda del príncipe y Cronos lo hizo después, con un movimiento fluido, casi inhumano; y rechazando la ayuda de Luke, que le tendía una mano.

Sólo entonces, los demás corrimos a tomar nuestras monturas.

Yo sin perder detalle de cómo todos tomaban caballos familiares, elegí uno del qué no parecía pertenecer a nadie con algunos de mis compañeros principiantes que se repartieron por el establo. El mío tenía pelaje oscuro y una mirada avispada y orejas inquietas. Cuando puse una mano sobre su cuello, relinchó como si ya me conociera, o simplemente, se sintiera cómodo.

Por alguna razón, sonreí cómodo; los caballos siempre me habían encandilado.

—Hola, chico —murmuré—. Te llamaré Blackjack, ¿vale? —Relinchó en respuesta y me dio la sensación de que le gustaba.

Y justo antes de subir, volví a mirar hacia adelante.

Cronos, con su larga capa, esperaba al frente. Inamovible. Y por primera vez en mi vida, sentí que estaba a punto de entrar en algo mucho más grande de lo que creía en un principio.

El revoltijo de mis tripas así me lo indicaba, y subiendo sobre mi nuevo caballo bendecido, ajusté las riendas sobre mis dedos y me acomodé detrás de mi formación.

Presentía que iba a ser un día divertido.

🐉. ELSYY AL HABLA !)
muchas gracias por su apoyo.

omggg en serio, otro caaaap. por fin, creo que mañana subiré la continuación y ya quiero que vean que pasa. yo amo a mis bebés en todos los universos.

nos vemos pronto, mis regas.

🗡.

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