───── uno, ¡conozco al príncipe...!
𓂃 ⊹ ꫂ 。. ─ 🐉. @ℛ𝗲𝗴𝗮𝘀,
PERCY X CRONOS. [ cronosverse 🗡.
by ﹫xelsylight, 2025.
🗡, ─ conozco al príncipe.
❛ comentar & votar.
Nunca me gustaron las multitudes.
Las filas apretadas de soldados que sudaban nervios y ambición me ponían los pelos de punta. Las paredes de mármol que brillaban como hielo bajo el sol me quemaban en la piel. El aire que olía a incienso quemado, a aceite de espadas y a las expectativas rotas de los que venían antes que yo, me mareaban. Así que no, no me gustaban para nada las multitudes, pero esa mañana no tenía elección.
Era el día del juramento, y para esto me había entrenado tanto tiempo.
Había esperado mucho por esto.
—Nombre, soldado —dijo el comandante, sin mirarme.
—Perseo Jackson, señor, listo para el servicio. —Mi voz resonó con más seguridad de la que sentía.
Hubo un silencio breve, y frente al salón real dentro de palacio, tras un corto asentimiento me señaló a encaminarme a través de un angosto y largo pasillo; en donde, al otro lado de las puertas, encontraría la sala principal y al resto de los cadetes de mi edad que hoy pronunciarían mi mismo juramento ante la realeza.
Ajustándome la armadura de metal, inseguro, me detuve enfrente de la puerta en donde otro guardia me hizo entregarle mi espada para revisión rutinaria. Sacándola de mi cinto, se la pasé a través de mis guantes de hierro y este, la removió entre sus dedos, para revisarla a detalle.
Tocó el doble filo con sus propios guantes, la balanceó suavemente y me la volvió a tender.
—Adelante. —Y con una ligera reverencia, se me abrieron las puertas e ingresé con cuidado.
Atravesando una enorme estancia, de alfombras doradas y cortinas blancas, ubiqué cabizbajo mi lugar junto al resto de los nuevos cadetes en el centro de la sala. No alcé mucho la vista, y me limité a hincar la rodilla y a toquetear mi espada bien equilibrada de mi cinto.
Le había puesto nombre para tener mayor familiaridad; era Contracorriente, y me sentía cómodo porque aunque el resto de compañeros de servicio se hubieran mofado de eso por mí, para mí era una forma de familiarizarme más con mi trabajo. Mi hermana pequeña me había enseñado eso, y aunque fuera algo bastante infantil, ya no podía dejarlo.
Mi familia vivía a las afueras del reino, pertenecían a un gremio pescadero y ninguno me tomó en serio cuándo dije que iba a entregarme al servicio real del reino. Por lo menos, a mi padre, Paolo, no le gustó ni un pelo, pues su deseo había sido que me dedicase a lo mismo que él por el resto de mi vida.
Como todos mis antecesores.
Sin embargo, no le hice caso y me fui a la edad de diecisiete años para ser reclutado y entrenar duramente. Mi madre, Sally Jackson, fue la que me despidió de mi casa y de mi hogar entre lágrimas; ella respetaba mis deseos, pero no por ello iba a dejar de estar preocupada por mí. Estelle, mi pequeña hermana de, en ese tiempo, unos cinco años —ahora tendría unos nueve— no entendió muy bien a donde me iba, pero sabía que quizás nunca volvería a verme.
Yo también lloré ese día, pero me prometí que, quizás con suerte, pronto podría volver a verlos. Ahora, a mis diecinueve años, finalmente iba a hacer el juramento oficial para servir al reino.
Cuándo era pequeño, mi madre siempre me leía historias de los reinos, de sus Regas y de la vieja lucha contra dragones que hubo contra la humanidad, antes de formar ese pacto que salvó nuestras tierras. Yo siempre me sentí unido a esa historia de alguna manera, y mareaba a mi madre con mis incesantes preguntas sobre nuestro reino.
Olymphros; el cual era un reino próspero, lleno de riquezas y ojo de enemigo público y de otros reinos por tener más riquezas que cualquier otro. Desde pequeño, siempre observaba anhelante desde mi ventana las hermosas estructuras y altos postillos del castillo real que podía verse en su esplendor de marfil y dorado, y me solía imaginar cruzar por sus jardines y salones.
Nunca pude quitarme de la cabeza ofrecerme voluntario para formar parte de la servidumbre de guardia real, y en secreto y a ojos escondidos de mi padre, leía libros sobre las formas, maneras y la etiqueta que un soldado debía de tener para su rey, o príncipe en este caso. A veces entrenaba en el jardín de mi casa con una pobre espada de madera y con amigos del vecindario; los cuales, muchos de ellos me acompañaron para alistarse pero que, con el paso de los años, fallaron y tuvieron que volver a sus casas.
Actualmente, era el único de mi cuadra que había conseguido llegar hasta el final. Me llevaba bien, claro, con el resto de mis compañeros pero tampoco era que fuéramos amigos del alma.
Aún así, no podía caber en mi felicidad al poder cumplir mi sueño de infancia y haber conseguido servir al reino que amaba. Porque sí, amaba mi hogar.
Hablando de servir... Iba a ofrecerle mi lealtad y mi palabra al joven príncipe Cronos Tharos Ignavarys, ese era su nombre, quién tenía mi misma edad pero en unos meses próximos, cumpliría veinte y que con las nuevas leyes del reino creadas tras la muerte de su hermano mayor, se le concedería la corona y se le nombraría oficialmente el nuevo rey. Normalmente y en tiempos pasados, a los príncipes herederos se les concedía su nombramiento a la edad de treinta, y aunque en otros reinos fuera diferente, en este se debía permanecer a mano de la Reina Regenta o de su padre y del consejo, hasta la muerte de este o al cumplir la edad acordada.
Por supuesto, esto nunca llegó a suceder con el anterior postulante y hermano mayor del príncipe, Taka Ignavarys. Su muerte asoló al castillo y a su reino; todo el pueblo y servidumbre presenció el funeral —a diferencia del padre, qué fue privado— y esa fue la primera vez que tuve oportunidad de conocer a mi príncipe.
Recordaba verlo ataviado de largas ropas oscuras, de linos dorados y con el cabello de un castaño oscuro crecido hasta por detrás de sus orejas, con varios mechones ocultando su frente. No parecía ser más alto que yo, pero su piel era de un tono bronceado y algo pálido a pesar de ello. Caminaba al lado de su madre, la Reina Regente, Gea Ignavarys, quien lo agarraba de su pequeña mano y lo ocultaba con una sombrilla negra. No podía verle el rostro, y me parecía recordar nunca haberle visto abrir los ojos y ni siquiera enfrente de la tumba de su hermano.
Sí recordaba haberlo visto llorar, sí recordaba ver a su madre con semblante serio e indiferente y cómo después, de una despedida de la jerarquía eclesiástica del reino, recordaba verlo caminar a trompicones tras las faldas de su madre, quién lo tiraba de su pequeño brazo otra vez, mientras regresaban al castillo seguidos de sus huestes y guardias. Todos vestidos en sombras y semblantes oscuros.
Recordaba haber escuchado de mi madre, referirse al fallecido heredero de veintiocho soles: «Qué lástima perder al príncipe a dos inviernos de su nombramiento», y cómo todos los pueblerinos lloraban ante una vitrina dorada y qué los soldados reales se llevaban a la Capilla Subterránea del castillo, conocida como La Roca Herysia, donde descansaban todos los antecesores de la corona. Lejos, claro, de toda la vista de sus pueblerinos y de los mismos gobernantes actuales.
Las puertas del reino se cerraron, toda la gente del pueblo regresó a sus quehaceres en luto, y yo no pude sacarme de la cabeza la pequeña figura en la que recaía ahora todo el peso de la corona.
Con las nuevas leyes pronunciadas por lo tanto, dentro de unos meses el heredero recibiría la corona y sería el día de su nombramiento. Yo sólo podía pensar en lo triste que debería de sentirse al quedarse en compañía solo de su madre; su hermano, según lo que me contaba mi madre, era un buen chico y su padre, Valron Ignavarys, también era un hombre dulce. Este perdió la vida cuándo sus hijos eran más pequeños y ahora, se esperaba el nombramiento de Cronos Tharos Ignavarys como nunca.
Mi guante de hierro volvió a toquetear el filo de mi mandoble, mientras las puertas volvían a abrirse y entraba la familia real, o bueno, lo que quedaba de ella.
La primera en entrar fue su madre, Gea, ataviada con un esbelto vestido de larga cola y de seda verdosa oscura, que enmarcaba toda su curvilínea figura. Tenía mangas anchas y brocados dorados con preciosas piedras en los bordes de este. Algunas ligeras joyas de zafiro destacaban en sus orejas y sobre sus clavículas desnudas. En sus hombros descansaba una frondosa capa negra, de seda, y sobre su hermosa cabellera castaña en un rodete, sin un pelo fuera de su lugar, descansaba una diadema dorada.
Sus ojos verdosos repasaron todas las figuras de nosotros, los cadetes, con semblante indiferente y en compañía de su hueste de soldados; destacando entre ellos a un tipo enorme, de frondosa espalda y rostro cubierto de malla de hierro que no caminaba lejos de la figura de la reina, más que de unos pocos centímetros.
Ella ocupó su lugar sobre el podio, en un trono de madera y de talladura de espinas, que descansaba por detrás del trono real y perteneciente al heredero, vacío, porque todavía no había sido nombrado rey. Por lo qué y como sabíamos desde la academia, era que el heredero debía sentarse a la izquierda del trono real y vacío, en un trono menor hasta no llegar el día de su nombramiento oficial. Sin embargo, algo que me sacó de lugar, fue la forma en la que nada más entrar su único hijo con vida, toda la servidumbre presente bajó la cabeza casi de inmediato... temerosos.
Eso me pareció fuera de lugar, porque se debía alzar la cabeza en presencia del príncipe. Esa era una de las reglas..., al mirar a mis compañeros, los encontré temblando, con las cabezas gachas y las manos sobre sus empuñaduras, amenazantes. Eso me puso nervioso.
¿Habría algún peligro cerca, o...?
No, todos parecían temblar con cada paso del príncipe que daba más cerca de nuestras figuras.
Pero yo no veía nada malo; en realidad, estaba embelesado con la vista y la imagen de ese niño pequeño de mis recuerdos, que ahora había desaparecido por completo.
Su figura era alta e inconfundible. Sobre su larga cabellera castaña oscura, que alcanzaba hasta su cintura y era recogida en una trenza delicada, descansaban joyas doradas atadas a cada hilo de mechón con soltura, pero no habitaba ninguna corona encima.
Por supuesto, porque no llevaría ninguna hasta el día de su nombramiento. Su piel seguía siendo bronceada con ese toque pálido, que bajo mi atenta mirada, a mi parecer poseía una palidez enferma. Aún así, no parecía tener dolencia alguna porque caminaba con rigidez y paso apresurado hacia su trono menor.
Regresando su vista hacia su rostro afilado y de prominentes pómulos, me di cuenta de que llevaba un solo pendiente en su oreja izquierda, que colgaba y sostenía en su acabado un diamante dorado puntiagudo. Su cuerpo era formado, de músculos no tan exagerados bajo la tela que los cubría, y era realmente atractivo.
Sin exagerar; realmente poseía la belleza de un príncipe.
Sus ropajes eran oscuras, de solapas doradas en sus hombros, de larga capa y mullidita de damascos y que arrastraba tras de sí. Su cola de soldados personales descansó por delante de su trono, como los de su madre —salvo del enorme soldado que tenía por detrás de ella— y con sus zapatos lustrosos con hilos de oro, finalmente alcanzó su trono menor para dejarse caer sobre él de un golpe sordo.
Acomodó su larga capa y bajo la atenta mirada de su madre, que fue levantándose para dar nombre al pronunciamiento del juramento —ya que debíamos responder ahora ante ella por tener el poder de la corona—, finalmente y con contenido aliento, abrió sus ojos para detallarnos.
Y allí fue cuándo juré haber dejado de respirar.
Mi mundo se puso patas arriba, todo me dio vueltas y vi a la perfección y nítidamente mi primer encuentro con él, de lejos y en el funeral de su hermano. Me pareció de repente tener una grave y enferma sensación de quererlo saber todo de él, de lo que sentía y servirle hasta el día de mi muerte.
No pude bajar la mirada y este me devolvió una filosa mirada dorada; porque sí, sus ojos eran de un color dorado como el oro, y eran rasgados en sus pupilas de una forma mágica y sorprendente. Mi corazón dio un vuelco de inmediato, porque eran... inhumanos. Bellos, pero terribles porque nadie los miraba. Y me quedé en blanco.
¿Cómo podían existir unos ojos así? ¿Cómo...?
¿Le temían por esa marca?
A mi alrededor, todos inclinaban la cabeza, incluso los capitanes cercanos más veteranos. Nadie se atrevía a alzar la vista ante él, y mi príncipe parecía estar acostumbrado.
Sus ojos volvieron a cruzarse con los míos, y bajé la cabeza ante los nervios aglomerados en mi bajo vientre. Sabía que no debería hacerlo, pero la inquietud me carcomía por dentro. ¿Tendría dolor de tripa? ¿Habrían sido los huevos salados del desayuno? No quise saber la respuesta al encontrar al frente la tensa mano de su madre, delgada y de largos dedos, que sujetaba en lo alto un cetro ceremonial.
En completo silencio y, de nuevo, extrañado ante el amargo ambiente que parecían tener todos contra Su Majestad, vino el juramento. La voz de la reina era algo rasposa y grave, dura y fría.
—En este día, prometéis conceder vuestra vida y vuestro corazón a nuestro reino, a nuestra familia y en nombre de vuestro príncipe, Cronos Tharos Ignavarys. Prometéis consagraros, y jurar lealtad por la corona y su linaje de sangre. Caminareis a su paso, lo guiareis y acompañareis en su legado, y nunca ofreceréis vuestra espada en su contra. —Golpeó el suelo con su cetro—. A partir de hoy, vuestra espada luchará por su carne y sus huesos, y por nuestro reino, Olymphros.
—¡Por su corona, ofrezco mi espada, mi vida y mi alma! ¡Hago la promesa de luchar fiel a su lado, y de jamás abandonarlo incluso si el mundo se vuelve cenizas! ¡Mi palabra es consagrarme a su lealtad, hasta mi último suspiro en esta tierra! ¡Por nuestro reino, por la reina y por nuestro futuro rey! ¡Hoy y para siempre! —pronunciamos todos los cadetes al mismo tiempo, desenvainando nuestras espadas y mostrándolas al frente.
Arrodillados ante la Reina Regente, juramos lealtad al trono, obediencia sin condiciones, y entrega total al príncipe Cronos, y para con su reino.
Pensé en un extraño momento, qué era mi voz la que mayor se alzaba entre las otras, más animada y emocionada con la idea de oficialmente pertenecer a su reinado.
Todos nos alzamos al mismo tiempo, tras ser golpeados en nuestros hombros derechos con el cetro ceremonial de la reina, y nos inclinamos en reverencia ante el príncipe que nos miraba aburrido y algo apesadumbrado.
Mis ojos, sin embargo, revolotearon por su figura y esa marca de sus ojos, que sólo me llevaron a las viejas historias en donde los humanos y dragones estaban unidos. En esos tiempos en dónde la humanidad poseía las habilidades y poderes de los dragones, de su sangre en sus venas, y me pregunté si era posible... qué mi querido príncipe hubiera despertado algo de ese linaje que durante siglos, ya se creía perdido.
No había leído nada parecido; en la Academia nunca se dijo nada del tema, y ahora...
No pude bajar la cabeza, no incluso cuándo nuestros ojos volvieron a encontrarse y mi corazón dio otra sacudida extraña.
Ahora mi vida le pertenecía a Su Majestad, y no me arrepentía en absoluto de formar parte ahora de su hueste y protección. No de mi decisión tomada desde que era pequeño.
Ahora viviría en palacio, y para mi príncipe.
🐉. ELSYY AL HABLA !)
muchas gracias por su apoyo.
omggg en serio, creo que nunca me he sentido tan cómoda de escribir con dos personajes, como ya he mencionado varias veces. quiero ofrecerles multitud de universos y ahora, podemos conocer más de este hermoso mundo. por poco se empieza, y vamos a disfrutarlo.
nos vemos pronto, mis regas.
🗡.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Com