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✶ 𝐩𝐫𝐨𝐥𝐨𝐠𝐮𝐞. "im going to save him"

00. prologue.
i'm going to save him

Maeve

Sé que lo he repetido muchas veces ya, pero por favor, Edel, si algo sucede no dudes en llamarme. Tiende a tener fuertes episodios mientras duerme. No quería dejarlo quedarse, pero insistió en que aquí estaría a salvo —dijo la madre de Gerard, hablando con mi madre en la cocina.

Sé que está mal escuchar detrás de las puertas, pero, mientras buscaba a mi madre para rogarle una vez más que me permitiera dormir con Johnny y con Gerard, la había encontrado charlando con Sadhbh, la mamá de Gerard, y mi madre también me ha enseñado que es de mala educación interrumpir conversaciones ajenas.

—Te prometo que lo cuidaremos muy bien, Sadhbh. Los amigos de Johnny y Maeve siempre son bienvenidos y Gerard se ha portado muy bien con mis hijos. Si algo sucede te llamaré y yo misma lo llevaré de vuelta a casa —la consoló mi madre.

Sabía que Gerard tenía pesadillas, lo había escuchado hablar con Johnny un par de veces sobre eso, pero siempre que me veía llegar, cambiaba de tema y me regalaba una de esas sonrisas brillantes que me derretían por dentro.
Pero incluso con todas esas sonrisas radiantes que no podía ser más feliz de ver, la tristeza que veía reflejada en sus ojos, me revolvía el estómago. Ya había pasado un mes y medio desde que mi hermano y yo habíamos empezado un nuevo ciclo escolar en Cork, habíamos tenido que repetir, yo quinto y él sexto año debido a la mudanza, y ninguno estaba muy feliz por ello.

Teníamos una vida en Dublín. Teníamos amigos, o bueno, Johnny tenía amigos, yo tenía compañeros del club de tenis, a los que podía llamar amigos. No era muy sociable. Se me dificultaba hablar con las personas, y me sentía como un pez fuera del agua todo el tiempo. Johnny sabía desenvolverse rápidamente, yo se lo adjudicaba a que a su corta edad ya era un talentoso jugador de rugby, el cual es un deporte que necesita trabajo en equipo. El tenis también podía ser una disciplina en equipo, pero bastante competitiva.

Nunca le dije a mi madre, y mucho menos a mi hermano, pero después de que le confesará a la única amiga que recordaba haber tenido, que era adoptada; Samantha se lo hizo saber a todo el colegio y la poca simpatía que me mostraron se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Por más que me esforzaba por hablar y convivir con mis compañeras de curso, siempre terminaban excluyéndome. O hablaban a mis espaldas. Al inicio decían que no sabía sonreír y que seguramente mi único amigo era mi perrita Cupcake —lo cual no estaba lejos de la realidad—.
Después, que era una huérfana que había sido abandonada en la calle y que me aprovechaba del dinero de los Kavanagh.

Y eso no era así. Yo penas tenía 10 años, quería a mis padres, me esforzaba por hacerlos sentir orgullosos de mi y de mis logros, tanto académicos como deportivos. No veía lo malo en que Edel y John hubieran querido quedarse conmigo y hacerme parte de su familia, pero me aseguraba de recompensarlos, porque no me agradaba que las personas dijeran esas cosas sobre mí.

Extrañaba Dublín, porque había imaginado y planeado mi carrera como tenista en ese lugar, pero no extrañaba a la gente, ni a mis compañeros de clase, pero Johnny sí estaba triste por dejar su anterior escuela, y aunque yo no podía estar más feliz de comenzar en un nuevo lugar y quizá hacer amigas, no quería que mi hermano estuviera triste.

Sin embargo, en el mes que llevaba estudiando quinto de primaria en Cork, mi suerte no había cambiado. Después de que Johnny me presentara con Gerard, al final del primer día de clases cuando nuestro padre nos recogió a cada uno en su escuela y se ofreciera a llevar a Gerard a su casa, este me había comentado que conocía un par de chicas que iban en el mismo curso que yo y que quizá podrían convertirse en mis amigas. Pero no fue así. Ellas estaban en otra clase, y yo no quería buscarlas a pedido de Gerard como si necesitara que un chico me consiguiera amigas. Suficiente había tenido con mentirle a mi hermano los cinco años de escuela en Dublín pretendiendo que era muy querida en mi curso.

Sin embargo, Johnny había decidido que Gerard sería su mejor amigo desde ese primer día, y desde entonces, cada vez que Johnny tenía un tiempo libre, Gerard venía a casa, o, a pedido de mi madre —a la que nunca había podido mentirle bien acerca de mis problemas para hacer amigos—, y del mismo Gerard, mi hermano y yo visitábamos la suya.

En cuestión de semanas, Gerard y yo nos volvimos inseparables. No comprendía porque, ambos éramos muy distintos, pero cuando estaba con él, no me daba miedo sonreír, o sentirme juzgada. Él parecía verme, a la verdadera yo. Le interesaba escucharme hablar y jugar conmigo, y siempre encontraba la manera de hacerme reír, diciéndome un chiste tonto sin sentido, que me provocaba una carcajada tan grande que me terminaba doliendo el estómago. En unas cuantas semanas, él había traspasado todos mis muros como nadie, y se había tomado el tiempo de conocerme. Le gustaba tomar mi mano cuando su madre ponía música y enseñarme una coreografía que había aprendido de niño, disfrutaba de verme jugar tenis en el club cuando tenía la oportunidad, y repetirme que le parecía asombroso que con tan solo 10 años, me moviera así en la cancha. Y aunque él nunca me hablaba acerca de sus problemas, yo también lo veía a él, al verdadero Gerard.

Después de que su madre y la mía salieron de la cocina hacia la puerta principal, corrí escaleras arriba y me escabullí por el pasillo del piso superior, asomándome por el marco de la habitación de mi hermano. Él y Gerard se encontraban jugando un videojuego en la PlayStation. Me concentré en el rubio tumbado en la cama al lado de Johnny. Tenía el cabello rizado y brillante como el sol. Su piel era un poco pálida y cada vez que sonreía un pequeño hoyuelo se le formaba en su mejilla derecha. Tenía la nariz un poco respingada y ancha, pero funcionaba en perfecta armonía con su lindo rostro. Porque vaya que era lindo. Pero lo que más me gustaba de él, eran sus ojos, de un color plateado grisáceo, como la luna, pero profundos como el universo. Los mismos ojos que en un segundo se encontraban mirando en mi dirección.

Ahogando un grito, me escondí de su mirada, pegando mi cuerpo a la pared, y respirando entrecortadamente. Lo escuché reírse por lo bajo y avergonzada de que me hubiera pillado espiando, volví a bajar las escaleras para hablar con mi mamá.

Acababa de tomar una decisión muy seria.

Cuando la busqué en la cocina, la encontré preparando la cena.

—Edel —me anuncié, con voz firme y seria como de costumbre.

—Soy tu madre, Maeve. No me llames Edel.

—Debemos hablar —sentencié, ignorando su petición y sentándome en un taburete de la isla.

Mi mamá me miro por encima del hombro con una sonrisa cómplice y volvió a poner su atención en lo que cocinaba.

—Ya te dije que no puedes dormir con los chicos —me dijo.

—¡Pero si he dormido con Johnny muchas veces! —espete, sintiendo que mis mejillas se calentaban por mi repentino arrebato. Mi mamá sonrió como si no acabará de gritarle, y me aclare la garganta, para volver a mi habitual serenidad—. Eso no es de lo que quería hablar.

—¿Qué es entonces, cariño? —preguntó.

—Gerard —dije sin más. Ella frunció el ceño y dejó lo que estaba haciendo, para darse media vuelta, recargarse en la encimera, y mirarme—. Yo voy a protegerlo —aseguré. Y era verdad, estaba segura de ello.

Desde que tenía memoria, cada vez que se me metía una idea en la cabeza, era muy difícil dejarla ir. Había sucedido con el tenis, también cuando decidí que me haría buena en matemáticas, y había sucedido cuando decidí dejar de intentar hacer amigos en la escuela. Quería a Gerard Gibson, y quería protegerlo, porque él, había sido el único amigo real que había tenido en mis cortos 10 años de existencia, a pesar de que había llegado a mi a través de Johnny.

No sabía porque tenía pesadillas, ni que lo aterraba tanto que le impedía dormir con calma, pero yo lo ayudaría. Yo lo iba a salvar.

—¿De qué quieres proteger a Gerard, exactamente, amor? —inquirió mi madre, que aunque la confusión se reflejaba en sus ojos, podía ver que las comisuras de sus labios se levantaban en una pequeña sonrisa.

Ignorando su expresión, inclinándome un poco sobre la isla, le susurre:

—De sus pesadillas.

El asombro brilló en la mirada de mi madre, mientras comprendía a que me refería. Suspiro, y se acercó a mi lado en la isla, acariciando mi largo cabello marrón y colocando un mechón detrás de mi oreja.

—Te he dicho que es de mala educación escuchar detrás de las puertas, Maeve... —me regañó, pero sus ojos no reflejaban enfado—. Y, es lindo que quieras proteger a tu amigo, cariño. Pero es mucho más complicado que eso.

—Lo quiero, mamá. Es mi único amigo de verdad. El único que me ve de verdad.

—Yo te veo cariño —me corrigió. Una punzada de culpa me golpeó el pecho.

—Lo sé, mamá. Pero con él es diferente. Johnny incluso se molesta porque dice que Gerard me prefiera a mí sobre él. Así que sé que él también me quiere —hablé, demasiado entusiasmada ahora que podía hablar de lo que sentía—. Así que yo cuidaré de él. Se lo debo por ser mi amigo.

Mi madre me sonrió con dulzura y me dio un beso en la frente.

—Eres una gran niña, Maeve. Quizá... quizá John podría armarles un colchón inflable en la sala de estar para que los tres puedan dormir ahí.

Mis cejas se dispararon hacia arriba, mordiéndome el labio para evitar sonreír de oreja a oreja, y me abalancé contra mi madre dando un salto del taburete para rodearle el cuello con mis manos.

—¡Gracias mamá! Nunca había tenido una pijamada —chillé, apartándome de ella tan rápido como me había acercado y saliendo de la cocina para ir corriendo a decírselo a Gerard.


Estaba muy cansada. Habíamos pasado toda la tarde viendo películas, jugando en el patio, y atiborrándonos de la cena que había hecho mi madre, y de algunos postres que la madre Gerard nos había traído. Tenía una dieta estricta en la que las golosinas y comida chatarra no estaban permitidas, pero por un día que la rompiera, no se acabaría el mundo. Además, la madre de mi mejor amigo, me había asegurado que un par de grasa por una noche no me haría subir de peso.

Necesitaba tener una buena condición y ser saludable debido a mis entrenamientos, especialmente ahora me estaba preparando para dejar las competencias locales e ir a las nacionales, y aunque mi madre me pedía constantemente que viviera, y comiera cosas que una niña normal de mi edad comería o haría, yo quería ser la hija perfecta para ella. Así que eso no era una opción.

Podía escuchar los ronquidos de mi hermano, y un llanto ahogado al otro lado de su larguirucho cuerpo. Todas las luces estaban apagadas, mis padres se encontraban dormidos en su habitación, y yo no podía conciliar el sueño.

—¿Gerard? —susurre. El llanto se detuvo de golpe, y escuché como se sorbía la nariz—. ¿Estás bien?.

—¿Te desperté? Lo siento, Maeve. Vuelve a dormir —lo escuché decir, aunque su voz sonaba apagada.

—Ya estaba despierta —respondí, saliendo de mi lado del colchón inflable para darle la vuelta hasta alcanzar su lado del colchón, me senté en el suelo sobre mis talones y lo mire fijamente. En medio de la oscuridad de la sala, podía ver sus enormes ojos grises que tanto me gustaban, hundidos en esa tristeza que deseaba quitarle desesperadamente, tenía los ojos llorosos y odiaba eso—. Hola.

Una pequeña sonrisa apareció en sus labios.

—Hola —me dijo de vuelta.

—¿Qué te pasa? ¿Tuviste otra pesadilla?.

Sus ojos se abrieron muchísimo cuando le pregunté eso, parecía casi a punto de entrar en pánico, y las lágrimas volvieron a sus ojos.

—¿C-cómo... cómo sabes de mis pesadillas? —me preguntó, luciendo avergonzado y hundiéndose más en la cobija.

—Te he escuchado un par de veces hablando con Johnny sobre ellas —confesé, y en parte era verdad, pero decirle que había escuchado a su madre comentárselo a la mía, se sentía mal.

Sus ojos dejaron de verme un momento, ocultándose de mi, y sacudió la cabeza.

—No quería que supieras eso —masculló en voz baja—. No quería que pensarás mal de mí.

—Jamás podría pensar mal de ti, Gerard. ¡Eres mi mejor amigo! —espete, sintiéndome ofendida de que el pensara que yo podría juzgarlo alguna vez. En respuesta, él se encogió de hombros.

—También eres mi mejor amiga. Nunca había tenido una antes —dijo por lo bajo. Una sonrisa en mi rostro, que no era habitual en mi, apareció.

—¿Te gustaría que te contara un secreto? —le pregunté.

Él me miró de nuevo, las lágrimas habían abandonado sus ojos y la intriga brillaba en ellos.

—¿Un secreto?.

—Sí. Porque yo descubrí el tuyo. Me parece justo... Pero... debes prometer que seguirás siendo mi amigo. No soportaría que te alejaras de mí —dije con tristeza, sintiendo que mi corazón latía fuertemente contra mi pecho por la sola idea de perderlo. Lo había conocido apenas hace un mes, y ya lo era todo para mí.

—Esta bien. Lo prometo —me aseguró, sacando su mano de debajo de los montones de cobijas que lo cubrían y levantando su meñique hacia mi. Parpadee confundida, observando su dedo, y luego lo mire a él—. Es una promesa de meñique —me explico—, si rompes la promesa, debes cortarte el dedo. Mi amiga Claire me lo enseñó.

Hice una mueca ante esa revelación. No me gustaría perder un dedo, pero él era quien lo estaba proponiendo, así que si estaba dispuesto a perder su dedo meñique por hacerme una promesa, debía estar dispuesto a cumplirla.

Suspiré, y levante mi meñique enrollándolo con el suyo. La sensación de tener su mano sobre la mía era electrizante. Ambos bajamos nuestras manos, y de repente sentí demasiado frío por su lejanía. Colocó la suya sobre la cama a un costado de su cabeza, y yo, incapaz de confesar lo que estaba a punto de decirle sin un poco de apoyo, coloque mi mano sobre la de él.

—Soy... eh... Soy adoptada —susurré, tan bajo, que me sorprendió escuchar mi propia voz—. Edel y John... me adoptaron cuando tenía 5 años, después de acogerme durante un tiempo porque mi madre... pues me abandonó—. Estaba asustada, la única otra persona a la que se lo había contado, me había traicionado, pero yo sabía en el fondo de mi corazón, que él no me haría eso.

—¿Tu madre te abandono? —preguntó. Yo lo mire a los ojos, presa del pánico y temerosa por su reacción, aun así, no aparte mi mano de la suya, y el tampoco lo hizo. Asentí débilmente a su pregunta, incapaz de decir otra cosa—. No sé cómo alguien podría ser capaz de abandonarte, Maeve —susurró, y mi corazón latió de prisa.

—No puedes decírselo a nadie —me apresuré a pedirle—. Es parte de la promesa. La última vez que alguien lo supo... Bueno, no terminó bien.

—No se lo diré a nadie, Maeve. Te lo juro. Pero también debes prometer que no le dirás a nadie sobre mis pesadillas —me pidió, y yo, moviendo la cabeza, acepté—. Yo eh... Las tengo desde los siete años —Las lágrimas volvieron a sus ojos y yo apreté su mano con más fuerza para demostrarle que estaba ahí para él.

—No tienes que decirme si no quieres, Gerard. Yo seguiré aquí contigo, tomando tu mano hasta que puedas dormir.

Él me miró con una débil sonrisa y sacudió la cabeza.

—Está bien. Quiero que lo sepas —suspirando hondo, se aclaró la garganta, y se bajó del colchón inflable sin soltar mi mano, sentándose conmigo en el suelo—. Mi padre... mi padre murió ahogado cuando yo tenía siete. Estábamos en un barco, celebrando la primera comunión de mi amigo Hugh y mía, cuando de un momento a otro, mi hermana Beth y yo estábamos en el agua, yo quise salvarla, pero era muy pequeño y tonto... y...

—No eres tonto —me apresuré a decirle. El sacudió la cabeza.

—Pero no pude salvarla, Maeve... Mi padre saltó al agua después, quería salvarnos a los dos, pero... yo me escapé de sus brazos... estaba muy asustado —Un sollozo ahogado escapó de su garganta y me acerqué más a él—. Ellos no lo lograron, la corriente era muy fuerte y... el padre de mi amigo Hugh, saltó para ayudar, pero solo pudo salvarme a mi —su voz se rompió al decir esa última frase, y las lágrimas corrían lentamente por sus mejillas. Creo que yo también estaba llorando. No soportaba escuchar el dolor en su voz, no podía—. Después de eso... las pesadillas llegaron. Y cuando... —su voz, y el resto de su cuerpo comenzó a temblar muy fuerte. Apreté su mano, aún con más fuerza y le rodeé el hombro con mi brazo, acercándolo más a mi—. Lo-lo siento. No puedo... —sollozo.

—Está bien, Gerard. Aquí estoy contigo. Yo te voy a ayudar. Yo te salvaré como el padre de tu amigo lo hizo. Lo prometo.

El no dijo nada, pero sentía su cuerpo vibrar bajo el mío en un llanto silencioso. Él era indudablemente más alto y grande que yo, aunque tuviéramos la misma edad, pero en ese momento, enterrado en mi hombro, abrazando sus rodillas y aferrándose a mi, lucia muy pequeño, y yo quería ayudarlo desesperadamente.

No sé cuánto tiempo estuvimos así, pero en algún momento de la noche, Gerard se quedó dormido contra mi hombro, que comenzaba a cansárseme por su peso, pero no me moví. Al contrario, con un poco de esfuerzo, y con mi mano libre, le quité una cobija a mi hermano, que aún dormía plácidamente, y nos cubrí a ambos con ella. Tome la mano de Gerard con fuerza y lo abracé aún más fuerte, esperando que tuviera una noche en calma, y que no hubiera terrores que embrujaran sus pesadillas esa noche. Recargué mi cabeza sobre la suya, estirando mis piernas en el suelo, y con nuestras espaldas pegadas al colchón inflable, me quedé dormida junto a él.

author's note:
gerard es muy especial para mí, y su relación con maeve lo es todo ok, los capítulos solo serán del pov de maeve, pero habrá varios extra del pov de gibsie, esto, porque no quiero ser irrespetuosa con la trama de gibsie al tal vez no tratarlo de la manera más adecuada, pero intentaré siempre ser muy respetuosa con el tema!.

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