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EXTRA 1. AMANECER 1.

«PERSEPHONE HALE»








Mayo de 1936.




Persephone soltó el aire que tenía en sus pulmones, aferrándose fuertemente a la mesa que tenía frente a ella, soltando un pequeño quejido al sentir como Esme ajustaba fuertemente el cordón del corset.

Puso una pequeña mueca de incomodidad que no fue pasada desapercibida por la mayor, observando por el espejo frente de ellas cómo Persephone estaba en desacuerdo ante la vestimenta que le habían elegido.

Esme volvió a ajustar con fuerza, haciendo que Persephone deje salir un poco de aire y cierre sus ojos.

—Comúnmente las personas respiran— acotó Persephone mirando a Esme por el espejo frente a ellas.

—Tu no lo necesitas, cariño— canturreó la pelinegra llevando sus ojos dorados al espejo, viendo como Persephone bufaba.

—Me gustaría tener mis costillas-— no pudo terminar ya que la matriarca de la familia volvió a ajustar el corset. —en su lugar— terminó la oración.

Emmett entró a la habitación, importándole poco que la muchacha esté en corset y a medio vestir, acomodando su elegante saco a medida que se posicionaba a un lado de Persephone, observándose al espejo.

—Dime que me veo bien— dijo el muchacho aun ocupado en su reflejo.

—Mentir está mal— respondió Persephone con una sonrisa divertida.

Emmett asintió con una mueca y giró su cabeza a ver a su madre adoptiva. —Dice que el corset está muy suelto, Esme.

—¡Emmett!— reprendió la muchacha y sintió como lo volvieron a ajustar riéndose a sus espaldas.

—Vamos, Persephone. Hay que dar una buena impresión— dijo con burla el muchacho, tomando asiento en una de las sillas de la habitación. —No queremos tener mala racha en Forks— siguió hablando divertido.










Persephone tiró de la fran pollera que cubría sus piernas, removiéndose incómoda en el asiento trasero del carro debido a que el corset estaba apretando sus costillas limitando su respiración a leves caladas de oxígeno. Dejó su vestido de lado y ahora se dirigió hacia la faja del infierno que su madre le había exigido colocarse.

—Persephone, deja el vestido— reprendió Rosalie mirando como su hija buscaba la forma de sacárselo.

Persa la miró y frunció su ceño. —Me siento ridicula, parece que volvimos al 1800— bufó al sentir como Rosalie empezaba a acomodárselo a su lado.

—Se llama elegancia, cariño— dijo Esme girando su cabeza a ver a su nieta. —Te ves bien— volvió la vista al frente desde el asiento de copiloto.

—Si hubiera sabido que iban a arrastrarme hasta aquí me hubiera enterrado con Jacky— se quejó la muchacha quitando la mano de la rubia.

—Persephone— reclamó Edward sin despegar la mirada de la carretera, apretando el mando del auto en sus manos.

—¿Qué? Hasta hace cuatro meses era una prostituta que vivía en la calle— respondió Persephone al escuchar a su tío. —La mujer que me crió, murió. Y ahora soy un vampiro y me alimento de animales crudos— siguió hablando.

—Podría ser peor— acotó Emmett a un lado de la muchacha, quien lo miró con su ceja alzada, él se encogió de hombros. —Al menos no eres la compañera de Edward— dijo con una sonrisa ganándose una mala mirada de su hermano desde el espejo retrovisor.

Persephone lo miró igual que su tío y Rosalie rió tomando la mano de la neófita, sonriéndole viendo como la muchacha rodaba sus ojos.

—No me agradas, Emmett— dijo la menor de todos tratando de reprimir una sonrisa.

—Estamos llegando— avisó Edward a medida que veía la gran casa a lo lejos, escuchando los pensamientos de Carlisle cada vez más fuertes.

—Este arma mortal que llaman corset me está apretando órganos que no sabía que tenía— siguió quejándose Persephone mientras que se movía en su asiento, buscando la forma de sacarse ese incómodo vestido.

—Persephone, deja de moverte— dijo Emmett apretándose contra la puerta al ver que la pelirroja se removía.

—¡Persephone, arruinarás el vestido!— exclamó Rosalie tratando de mantener quieta a la muchacha.

—No, quiero sacarme el corset. Me está apretando los pechos— llevó sus manos hacia la zona, moviendo levemente la prenda en busca de aliviar la presión.

—Oh Dios, Persephone. No seas vulgar— dijo Edward con asco.

—¿Disculpa? Tu eres el único mente cerrada aquí, vampiro imbecil— reprendió la muchacha mientras movía el corsé y con ello sus pechos.

—¡Persephone!— exclamó Esme ante las palabras de la muchachita.

—Oh, vamos, Rose. Está apretándole, déjala sacárselo— se metió Emmett en la conversación viendo como la rubia y pelirroja discutían.

—No, debemos tener una buena impresión— contestó Rosalie parando de pelear con la pelirroja. —Suficiente, Persephone— vociferó la rubia mirando a los ojos dorados de la menor.

Ambas mujeres se miraron desafiantes, haciendo que el ambiente tenso comience a no pasar desapercibido por el resto de su familia.

Por el otro lado, Carlisle veía como el auto comenzaba a acercarse poco a poco a la casa que habían comprado en las tierras de Forks; escuchando toda la discusión que había dentro de ese auto.

—Bien— aceptó entre dientes la pelirroja. —Teñida— mustió Persephone dirigiendo su mirada al frente.

—¡Persephone!— reprendió la familia presente en el auto.

—¡Está bien!— vociferó la muchacha alzando sus manos y sus cejas.

La pelirroja apoyó sus codos en sus rodillas, posando su rostro en las manos, colocándose entre medio de los asientos delanteros, sin darse cuenta como Emmett y Rosalie se miraban con una pequeña sonrisa divertida ante el comportamiento de la más pequeña de la familia.

Había traído alegría y peleas estupidas que quitaban su tiempo en todo, ambos estaban encantados con la nueva integrante del clan.

Persephone bajó del auto tomando la mano que le ofrecía el patriarca del clan, dirigiendo su mirada a la gran casa de época que había frente a la familia Cullen, apreciando cada parte de esta. El inmenso bosque abrazaba los alrededores del nuevo hogar de Persephone, ideando que a la hora de la caza no iba a tener que recorrer mucho para alimentarse.

Tomó el vestido y lo levantó levemente a medida que caminaba quedando a un lado de Emmett, admirando las personas que estaban paradas frente a ellos con sonrisas en sus rostros.

Un hombre rubio de ojos celestes estaba aferrado a la mujer a su lado, con sus ojos marrones y pelo negro, mientras que ella sostenía la mano de una pequeña niña de ojos azules y cabezon azabache.

Emmett tomó la mano de Rosalie mientras pasaba un brazo por la cintura de la menor Hale, sintiendo como ella observaba con atención a la familia que estaba presente a ellos.

—Fernand, te presento a mi familia— habló Carlisle con una sonrisa. —Mi esposa, Esme. Mis hijos, Edward, Emmett, Rosalie y nuestra nueva integrante, Persephone— fue nombrando uno a uno mientras que daban un leve asentimiento.

Persephone le dirigió una sonrisa a la pequeña niña y movió su mano en forma de saludo exclusivo, haciendo que la niña se ponga roja y se aferre a su mamá con una sonrisa en su rostro.

—Es un placer conocerlos. Carlisle ha hablado mucho de ustedes— dijo la mujer con una sonrisa encantadora.

—Ellas son mi esposa Timotea y mi hija menor Nicanora.

La pequeña niña miraba aún a la muchacha pelirroja que tenía frente a ella, aun con sus mofletes colorados de vergüenza haciendo que Persephone sonría ante la ternura e inocencia de Nicanora.

—Disculpen a mi hijo, se ha ido a los bosques y aun no vuelve— la voz del patriarca de ajena familia la sacó de sus pensamientos y dirigió su mirada a él.

—Lo siento, señor Fernand. No he escuchado sus apellidos— habló Persephone con la mayor elegancia posible, pero por dentro estaba mordiéndose la lengua.

Edward sonrió levemente al escuchar los pensamientos de la pelirroja de la familia.

Fernand sonrió. —Relish. Somos la familia Relish, señorita Persephone.






Persephone miró con arrogancia y repugno su nueva habitación; ella no quería abandonar sus raíces, dejar atrás las calles que fueron su hogar junto la tumba de Jacky fue difícil, pero Carlisle insistió a que necesitaba un nuevo comienzo y no sólo abarcaba su nombre.

«Kore se ha ido y lo entiendo. Por eso, de ahora en más serás Persephone» las palabras de Rosalie resonaban en su cabeza.

—¿Está bien?— preguntó Emmett apareciendo en el marco de la habitación.

Su camisa ya había sido desabotonada y sus prendas habían sido intercambiadas por unas más cómodas, mientras que Persephone seguia aún con el incómodo vestido negro.

La pelirroja no giró a verlo, solo se encogió de hombros y siguió mirando la habitación.

—Sé que no es lo que querías, pequeña gatita Persa— dijo en un suspiro el muchacho entrando a la habitación.

Se acercó a Persephone y colocó sus manos en la cintura de esta. La muchacha siguió mirando la habitación hasta que fijó su mirada en la ventana de la terraza, admirando el frío bosque que mostraba.

Emmett se acercó un poco más a la muchacha, aferrando más su agarre. Depósito un suave beso en la cabellera de la chica, haciendo que ella cierre sus ojos con el ceño fruncido.

—Quiero volver a casa— mustió aún sin abrir los ojos.

Gatita Persa, tu hogar está con nosotros— murmuró Emmett alejándose de ella, dejándole su espacio personal. —Somos tu familia.

—Emmett tiene razón.

Persa y Emmet giraron para encontrarse con Rosalie, quien tenía una leve sonrisa en su rostro, apoyada en el marco de la puerta admirando a las dos personas que habían robado su frió corazón.

—Lo sé— se limitó a contestar Persephone. —Gracias, mamá— murmuró la muchacha dándole una triste sonrisa.

Rosalie trató de ocultar la felicidad que se le había formado en su cuerpo al escuchar como Persa se dirigía a ella con la palabra mamá.

—Oh, mis dos pequeñas gatitas ronroneando— dijo Emmett con una sonrisa en su rostro.

—Callate— reprendieron ambas con una expresión molesta divertida.








Persephone caminó a través del bosque sin dudar de sus pisadas, importándole poco que el vestido se arruine o que sus pies descalzos se llenen de barro. Necesitaba sentir algo.

Quería sentirse viva.

Respirar el puro aire que las plantas verdes a su alrededor soltaban, el ruido de los animales desde el árbol que tenía a un lado hasta el puma que había a kilómetros de ella. No era suficiente. Siguió su camino tocando cada superficie que tenía a su alcance.

—¡Espera! ¡No! ¡Cuidado!

Escuchó el grito a un lado de ella y antes de que pudiera girar a ver que ocurría, fue tumbada al piso, haciendo que el cuerpo de ella y de quién la había lanzado rodara algunas veces sobre la tierra húmeda del bosque.

Persa abrió sus ojos al sentir como alguien estaba sobre ella, encontrándose unos profundos ojos azules y unos rizos rubios en un muchacho de tez blanca con expresión de preocupación.

En ese momento, Persephone sintió como su corazón frío corazón vampiro volvía a palpitar por el muchacho sobre ella.

La corriente eléctrica de sentir como sus venas comenzaban a recibir ese líquido escarlata que había desaparecido hace meses en el día que murió Kore y renació como Persephone.
La picazón de sus ojos, cambiando ese molesto color dorado a su viejos orbes color azules.

—Lo lamentó tanto, señorita— dijo el muchacho arrodillándose para luego levantarse en su lugar. —Déjeme ayudarla, por favor— siguió hablando a medida que tomaba suavemente los brazos de la chica y la ayudaba a estabilizarse.

Siguió examinándolo, respirando el fuerte y dulce aroma que desprendía su sangre y cada mínima parte de él. El olor a bosque y tierra se hicieron presentes, al igual que el único característico aroma que tenía cada humano en la tierra, y a decir verdad, era el olor más embriagante que había antes experimentado.

Las ropas del chico se habían ensuciado completamente al igual que el vestido negro que ella portaba, pero en ese momento no le importaba.

—¿Está bien?— dijo el muchacho con expresión preocupada, sacando a Persephone de su ensoñación.

Persa frunció su ceño levemente. —Si, si. Lo estoy.

El rubio la miró a los ojos y quedó perdido unos momentos en los orbes azules de Persephone, tragó levemente sin poder evitar la sonrisa que se formó en su rostro al ver la muchacha que tenía frente a él.

—¿Usted lo está?— la dulce voz de la chica lo saco de sus pensamientos.

El muchacho parpadeó unas veces y portó su postura caballerosa sin quitar la mirada de la pelirroja.

—Lamento mucho el atrevimiento que he tomado, señorita— se disculpó nuevamente, tratando de ignorar el hecho que sus palmas detrás de su espalda habían comenzado a sudar. —Pero he visto cómo iba a dar un paso hacia una trampa para osos y me disculpo de la forma en la que la detuve— siguió hablando con nerviosismo sintiendo como la mirada penetrante de la muchacha se suavizaba.

—En ese caso, le agradezco mucho por haberme salvado la pierna— dijo Persephone colocando una sonrisa en su rostro.

El muchacho le correspondió la expresión, relajándose en su lugar unos segundos pero rápidamente volvió a tomar postura e hizo una pequeña reverencia ante la muchacha, bajando sus ojos para mostrar respeto ante la pelirroja.

Mecías Relish, para servirle, señorita— alzó su mirada, encontrándose con la pequeña sonrisa sin mostrar sus dientes de la chica.

Ella imitó la reverencia, tomando su vestido por el frente y alzándolo levemente, bajando también su mirada.

—Persephone Hale— miró los ojos azules de Mecías. —Es un placer, señor Relish.

—El placer es completamente mío, señorita Persephone— murmuró el muchacho dándole una leve sonrisa. —Por favor, permita que la escolte hasta su hogar. Le debo mis disculpas a su familia debido a las condiciones de sus vestimentas— habló Mecías estirando su brazo hacia la pelirroja, sin pensarlo Persephone enganchó su brazo con el de él.

El corazón de ambos estaba por explotar de lo rápido que latían sus corazones, siendo realmente bien disimulado mediante respeto y cortesía.

—Espero que seamos amigos, señor Relish— acotó la muchacha mientras caminaban por el bosque.

—Por favor, solo Mecías para usted— contestó mirándola con una sonrisa.

Sin saber que ese era el comienzo de una trágica historia de amor.










Agosto de 1936.



Las cena estaba fundida en risas por parte de los mayores de la familia Cullen y Relish, hablando entre ellos sobre acontecimientos que ocurrieron en Forks o sobre los viajes de los Cullen, mientras que los hijos se limitaban a escuchar y sonreír.

Pero la menor Hale y el mayor Relish estaban sumisos uno con el otro, limitándose a mirarse con pequeñas sonrisas a medida que Mecías comía, ajenos a las conversaciones a su alrededor como si fuera lo más importante mirarse a los ojos y y sonreírse.

Habían pasado aproximadamente tres meses desde que se conocieron en los bosques de Forks. Compartiendo al máximo cada momento que coincidían "de casualidad" en el mismo lugar donde se vieron por primera vez, utilizando la excusa de disfrutar el aire libre.

Persephone cortó un pedazo de la carne en su plato, sin despegar sus ojos de Mecías, con ese uniforme rojo que hacía resaltar su piel blanca y su mirada vergonzosa pero seria.

—¿Verdad, Persephone?— preguntó Esme haciendo salir a ambos de su ensoñación.

Persephone dirigió la mirada a su madre adoptiva ante los ojos de la ley, la pelirroja le sonrió y aclaró su garganta.

—Lo siento, madre. No he escuchado— dijo con falsa vergüenza mirando a la recién nombrada.

—No ocurre nada, Persephone— contestó Fernand desde su asiento. —Hablábamos de qué hay muchos chicos en la Reserva Quileute que están dispuestos a cortejarte— confesó con alegría mientras metía un pedazo de comida en su boca.

La familia Cullen no pudo evitar sentirse intimidada e incómoda ante la mención del territorio Quileute, luego de lo ocurrido mediante el tratado que habían arreglado con los hombres lobo por las fechas de junio, habían evitado todo contacto con ellos exceptuando a la familia Relish, quienes se habían esforzados para no ser dejados de lado por la amistosa familia.

Mecías Relish, en cambio, se sintió incómodo ante la mención de Persephone siendo cortejada. La simple idea de que aquella muchacha pelirroja que había robado su corazón en el instante que la vio, sea casada con alguien hacia que su estómago se revuelva del horror.

Persephone sonrió levemente a Fernand y relamió sus labios tratando de buscar las palabras correctas sin sonar una sufragista dispuesta a la hoguera; aunque a ella poco le importaba pero su familia –excepto Rosalie y Emmett– habían insistido que mantenga un perfil bajo.

—En realidad, me gustaría adaptarme a la idea de terminar mis estudios antes de algún tipo de cortejo— respondió lo más amable posible, sin quitar la sonrisa de su rostro.

—Deberías considerarlo, estas en una buena edad para casarte— siguió la charla el hombre. —Tienes 17, ¿verdad?— inquirió Fernand y ella asíntio. —Perfecto, si quieres puedo ayudarte. Créame, eres muy codiciada, señorita Persephone.

Ella sonrió forzadamente.

—Oh no— susurró Edward, siendo sólo escuchado por los vampiros de la casa.

—Esto va a estar bueno— siguió Emmett sin mover sus labios.

Persephone ignoró los comentarios audibles para oídos de vampiros y se limitó a responder Fernand.

—¿Quiere que sea sincera, señor Relish?— inquirió la muchacha con elegancia a lo que el hombre asintió a medida que tragaba agua.
—Creo fielmente que las mujeres no necesitamos ser cortejadas para poder tener voz entre el mundo que los hombres dirigen.

Mecías se tragó una risa mientras bajaba la mirada ante las palabras de Persephone, tratando de esconder la sonrisa que aparecía en su rostro.

—Así que, agradezco mucho su propuesta, pero tendré que declinar para seguir mi propia moral de ser libre— siguió hablando aun con su sonrisa.

—Esa es mi chica— murmuró por lo bajo Rosalie.

—Mujer independiente— dijo Timotea asintiendo. Le dirigió una gran sonrisa a la adolescente. —Me gusta— aprobó dirigiéndole una severa mirada a su esposo, quien también levemente. —Haz dicho que querías estudiar— volvió a sacarle conversación a la pelirroja.

Persa asintió.  —Estaba pensando en estudiar medicina como mi padre o también abogacía, tengo muchas opciones aun— trago saliva y junto a ello todo lo que tenía para decir.

—Oh medicina, eso es genial, cariño— alago Timotea ante las expectativas. —Podrías anotarte para la milicia, escuché que necesitaban doctores allí— acotó la mujer encogiéndose de hombros. —Mecías puede ayudarte a entrar.

Carlisle miró extrañado al recién nombrado.
—¿Eres militar?

Mecías sonrió y asintió hacia el hombre. —Si, señor Cullen. Me admitieron a temprana edad por mi potencial— explicó en pocas palabras sintiendo la mirada potente de la menor Hale.

—Te ves realmente joven, ¿cuantos años tienes?— preguntó Esme con una sonrisa amable.

Mecías miró fugaz a Persephone y contestó con una sonrisa. —Veintidós años y contando.






Enero de 1937.





Persephone sonrió al ver como Mecías se acercaba a ella, a medida que caminaba no dudó en corresponderle la sonrisa a la muchacha pelirroja que estaba sentada esperándolo en el claro donde siempre se acompañaban uno al otro. Pero poco a poco todo rastro de felicidad se fue borrando lentamente al escuchar la voz de Ephraim Black resonando por su cabeza.

«Los Cullen son el clan enemigo. No te confíes de tu noviecita la chupasangre»

Persephone frunció su ceño y miró hacia arriba, encontrándose con un Mecías serio y sin expresión en su rostro. —¿Ha ocurrido algo?

Mecías estaba petrificado en su lugar, mirando como Persephone se levantaba del suelo con una expresión confundida y preocupada. Quería insistir con que ella no lo era, estaba confundido. Los orbes azules de Persephone no eran vampiros, no eran ni color rojo ni color dorado como su familia.

¿Persephone sabrá de su familia?
¿Me ha ocultado la verdad?
¿Por qué no me lo ha dicho?
¿Confía en mi?

Las preguntas desesperadas de Mecias se hacían presentes en su cabeza, sin dejar fijamente a Persephone. La adolescente que había robado su corazón de un tirón.

—Señor Relish, ¿se encuentra todo en orden?— inquirió la pelirroja tratando de acercarse, pero automáticamente él se alejó.

Persephone lo miró extrañada, desde que se habían conocido nunca le había hecho eso.

—¿Cómo se llama?— preguntó de la nada Mecias tenso en su lugar.

Persa lo miró con su ceño fruncido. —¿Está bien, Mecias?

Mecías bajo su mirada y observó las flores y pastizales que estaban a su alrededor, concentrándose exclusivamente solo en ello. Buscando las palabras y coraje para enfrentar la posible naturaleza de su gran amor.

—¿Cómo se llama, señorita?— preguntó nuevamente, sin mirarla.

—Persephone— respondió lentamente, dudando de la palabra ante el comportamiento extraño del muchacho.

Mecías levantó la mirada y sus orbes azules estaban con lágrimas en sus ojos. —¿Hace cuanto?

Persa se extrañó aún más. —Desde que nací.

El rubio negó con su cabeza y comenzó a caminar de lado a otro pasando sus manos frustrado por sus rizos, Persa seguía ahí intentando adivinar que le ocurría.

De un momento a otro, Mecías paro en seco y la miró. Las lágrimas ya habían abandonado sus ojos y se esparcían todas por sus mejillas.

—Míreme a los ojos y dígame que nunca me ha mentido— el corazón de Persa dio un vuelco. —Dígame que no me ha ocultado nada y que siempre me ha dicho la verdad— exigió el muchacho.

Persephone se aferró fuertemente a su vestido simple de tela, cerrando sus puños enrollándola entre sus manos. Apretó sus labios y comenzó a plantearse si Mecías había descubierto la verdad, si se había dado cuenta que las leyendas sobre los fríos eran reales.

—¡Hágalo!— gritó Mecías desesperado. —¡Dígame que no lo eres! ¡Dígame que estas viva!

En ese momento, Persa quería llorar. Quería romper todo el bosque y matar a todo lo que se movía, estaba enojada y frustrada. Mecías sabía la verdad y ella se lo estaba confirmando, no quería mentirle. No de nuevo.

—Lo siento tanto— susurró la muchacha mirándolo a los ojos, apreciando como el brillo de Mecías iba apagándose poco a poco.
—Mecías, lo lamento. No podía decirte-— el recién nombrado la interrumpió.

—¡Confiaba en usted!— le gritó el rubio con sus lágrimas bajando por sus mejillas. —¡No fue capaz de decírmelo!— volvió a vociferar.

Persephone negó con su cabeza. —No podía, no podía, lo siento— susurraba la muchacha apretando sus dientes.

—¿Qué no podías? ¿Qué no podias?— reprendió Mecias bufando, dejando toda la caballerosidad de lado. —Persephone, eres lo que más amo ¿Crees que no hubiera aceptado lo que eres?— le gritó enojado.

—¡Mecías, vives entre lobos! ¡Eres uno de ellos! ¡No quería perderte, ni tampoco ponerte en contra de tu familia!— reclamó la pelirroja acercándose con su ceño fruncido. —¿Acaso piensas que no quería decirte? Odiaba mirarte y mentirte, Mecías.

—Entonces, ¿por qué lo hacías?— alzó su voz también acercándose a ella. —No me hubiera molestado saber que ibas a hincarme el diente.

—¡Porque no voy a poner en peligro a mi familia!— exclamó Persephone mientras bufaba. —Además, hablas como si fuéramos a hacerte daño— reprendió la pelirroja con ironía. —Por si no sabías, los ojos de mi familia son dorados, no be-— Mecías la interrumpió.

—Lo sé. Lo sé todo. El tratado, su forma de alimentarse y lo civilizados que son, lo sé todo. Pero esta claro que no es gracias a ti— escupió sus palabras. —Pero aún no entiendo porque tus ojos son azules.

Persephone bufó rodando sus ojos. —Nosotros tampoco.

Mecías alzó sus cejas. —¿No lo saben?— preguntó con ironía. —¿Estas tomándome el pelo?

Persa frunció su ceño molesta. —No, no lo sabemos. ¿Acaso ves alguna enciclopedia de vampiros en las bibliotecas?— respondió con sarcasmo. —Solo sabemos que empezó cuando llegamos aquí y no tenemos idea de cómo va a afectarme a futuro.

La mirada de Mecías se frunció, dejando de lado todo el escándalo que estaban haciendo en aquel claro.

—¿Afectarte?

Persa bufó. —¿Ahora te preocupas por mi?— preguntó con ironía.

Mecías asintió mientras se relamía los labios, se acercó a ella amenazante pero Persephone no movió ni un solo músculo.

—Nunca voy a dejar de preocuparme por ti y la verdad que me importa una mierda que seas inmortal.

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