EXTRA 2. AMANECER 1.
«MECÍAS RELISH»
Junio de 1937.
Las manos de Mecías temblaban como un chiguagua, una de ellas estaba aferrada fuertemente a una mochila mientras corría por un lado de la carretera rápidamente, sintiendo como los lobos seguían su camino desde lo más profundo del bosque.
«Es tu familia o los chupasangre»
Ese ultimátum que le había dado Ephraim Black resonaba en la cabeza de Mecias, repitiendo una y otra vez como vaciló en responder y los lobos comenzaron a cazarlo.
Detuvo su paso por unos segundos, apoyándose en sus rodillas tratando de recomponer su aliento, no podía creer que su propia familia iba a asesinarlo. Escuchó un aullido y pasos acercándose, diviso la línea de el límite Cullen y no dudó en correr hacia allí.
Sus piernas entumecidas pedían a gritos que se detenga, pero no podía, tenia que cruzar la frontera. En un simple descuido pudo sentir como un lobo se abalanzaba hacia él, derribándolo contra el duro asfalto mientras que el lobo también caía a unos metros alejados; no lo dudó, solo quedaban pocos metros para llegar del otro lado, volvió a correr, dejando la mochila en el lado Quileute y se lanzó sin pensar hacia el territorio Cullen, rodando unos metros dentro de el.
Observó como los lobos le gruñían, viendo como Mecías Relish, el único que aún no había activado el gen lobo, había vencido a su propia muerte.
Mecías sin dudarlo quedó tendido en el piso, mordiéndose la lengua en un intento de no romper en llanto.
Solo había vacilado un segundo, un segundo fue suficiente para que su familia le dé la espalda.
Un aullido de lobo lo hizo volver a si mismo, se levantó pesadamente del piso y vió la mochila en el territorio Quileute, no pensaba arriesgarse por una estupida mochila con ropa.
Comenzó a caminar tranquilo con su nudo en la garganta, a unas cuadras lejos de él pudo visualizar la casa Cullen y con las últimas fuerzas que le quedaban corrió hasta la puerta.
Comenzó a golpearla repetidas veces, deseando que sea Persephone quien le abra la puerta, pero en realidad fue Emmett quien lo hizo. Frunció su ceño a más no poder.
—¿Mecías?— preguntó bruscamente el vampiro sin quitar su expresión.
El nombrado comenzó a tartamudear balbuceando cosas inentendibles, mientras movía sus manos tratando de ayudarse a explicar. ¿Por donde iba a empezar? Por la parte en donde estaba enamorado de Persephone y por eso vacilo o por la parte en la que su familia le había dado caza.
—¿Mecías?— se escuchó la dulce voz de la pelirroja detrás de Emmett. —Está bien, papá.
Emmett si decir alguna otra palabra se retiró de la escena, pero de igual forma iban a escucharlo. La casa estaba plagada de vampiros.
—Persa— susurró el muchacho con un hilo de voz.
En ese momento, la pelirroja se dio cuenta que había algo mal en él. Usualmente Mecías avisaba antes de aparecer en su casa y nunca antes la había llamado por su nombre y menos por su sobrenombre, siempre para él era señorita Persephone o señorita Hale.
El muchacho se puso a llorar delante de ella, dejando salir todo el dolor y enredo que tenía en su pecho, Persephone no dudó en hacerlo entrar a su casa y abrazarlo fuertemente.
Los sollozos del muchacho no pasaron desapercibidos por la familia Cullen, quienes aparecieron rápidamente cuando escucharon al fuerte militar Relish llorando.
—Te quedarás aquí, Mecías. No dudes de eso— dijo Edward leyendo los pensamientos del muchacho, quien seguía llorando aferrándose a la persona que amaba.
—Cariño, ¿qué ocurrió?— Esme se acercó a la escena, tocando la espalda del rubio.
Persa se separó de él y lo observó atentamente, sus ojos azules apagados y llenos de lágrimas, sus labios temblaban tratando de modular una palabra pero de ellos no salía ninguna.
Esme no dudó en recibirlo en sus brazos, dándole un cálido abrazo maternal por más que su piel sea igual de fría que un iceberg de hielo.
—Ephraim lo echó del territorio— mustió Edward entre dientes.
—¿Qué? ¡No puede hacer eso! Él es uno de ellos— replicó Rosalie enojada. —Maldito perro traidor. No te preocupes, Mecías. Te quedarás con nosotros— afirmó la rubia segura de lo que decía.
Mecías se separó de Esme y giró su cabeza a ver a Carlisle, esperando algún tipo de autorización, a lo que el doctor lo miró con su ceño fruncido.
—Mecías, eres bienvenido a nuestra casa. Te quedarás con nosotros— aseguró el mayor del clan, asintiéndole con una pequeña sonrisa.
—Ven, cariño. Te daré comida— dijo dulcemente Esme mientras animaba a Mecías a pasar.
Persa se aferró fuertemente a su mano, llamando la atención del muchacho. Miró sus ojos azules, perdiéndose entre ellos.
—Eres uno de los nuestros, Mecías. Nunca dudes de eso— murmuró la menor.
Agosto de 1937.
Mecías entró a paso decidido en al consultorio de Carlisle, importándole poco el hecho que Persephone estaba tendida en la camilla siendo revisada por el doctor de la familia; ambos miraron al humano extrañados.
—¿Realmente cree que la dejare sola, señorita Persephone?— preguntó a medida que avanzaba y se colocaba a un lado de la muchacha.
Persephone sonrió complacida, mirando a quien tenía a un lado de ella, Mecías sin dudarlo correspondió esa hermosa sonrisa de la pelirroja.
—Siéntate— pidió amablemente el vampiro mientras ayudaba a Persa a incorporarse.
Aún no encontraban el por qué Persephone parecía más viva que nunca, su piel blanca reluciente, su cabello pelirrojo con mas brillo que nunca y sus ojos azules resaltaban en toda ella; y Mecías no pensaba dejarla en ningún segundo hasta que lo descubran.
Carlisle comenzó a tocar el cuello de Persephone, palpando que todos sus ganglios estén en su lugar, se acercó a una libreta y anotó algo en ella antes de volver a revisarla. Dejo de tocarla para tomar el estetoscopio y escuchar el vacío interior de Persephone.
Pero se llevó una gran sorpresa cuando escuchó levemente el corazón de la menor Hale latir débilmente, estaba seguro que de no ser vampiro y tener el artefacto en sus oídos no hubiera sido capaz de escucharlo.
Mecías miró con su ceño fruncido a Carlisle, quien aún seguía mirando el pecho de Persephone anonadado.
—Carlisle, está todo bien, ¿verdad?— preguntó Mecías sin despegar la vista del rubio Cullen.
El doctor frunció su ceño a medida que parpadeaba rápidamente. —Estoy escuchando un latido. Muy débil, pero latido en fin— informó sin despegar la mirada del pecho de la pelirroja.
—¿Y eso es bueno o malo?— inquirió el humano de la familia cruzándose de brazos.
Carlisle lo miró y se despegó de Persephone, dispuesto a anotar lo descubierto en su bitácora. Persa y Mecías se miraron al mismo tiempo, esperando ansiosamente lo que Carlisle tenía para decir. El doctor terminó de escribir y cerró su libro.
—No se que te está ocurriendo, Persephone— confesó completamente confundido. —Me atrevería a decir que estas volviendo a ser humana— planteó la posibilidad.
—¿Qué?
—¿Es un chiste?
Preguntaron al mismo tiempo Mecías y Persa.
Carlisle los miró y se encogió de hombros. —No se que decirles, pero esa es mi posibilidad más cercana.
Persa negó con su cabeza mientras fruncía el ceño. —No puede ser posible. Quiero decir, ¿humana humana?— escupió en un tartamudeo.
—¿Humana de envejecer, sangrar, comer?— preguntó aún más confundido el humano de la habitación.
Carlisle miró a Mecías y asintió levemente. La pelirroja miró al humano y buscó su apoyo, quien rápidamente se lo brindó colocando sus manos en los hombros de la muchacha.
Ambos salieron de la habitación sin decir ni una palabra, encaminándose directo a la habitación de Persephone, donde entraron y se tumbaron en la cama mirando el techo en silencio hasta que Persephone lo rompió.
—Dios— exclamó la muchacha de la nada haciendo que Mecías ría levemente sin mirarla.
Persa giró su cabeza y observó cómo Mecías no lo hacía, por lo tanto volvió su vista al techo y golpeó con la fuerza que creía delicada al humano, haciendo que él la vea con falso reproche y una sonrisa reprimida.
—Oh, no seas bebé. Ya tienes veintitrés, debería anotarte en un geriátrico— bromeó la muchacha ganándose una mala mirada por su parte. —Aunque debo decir que no envejeciste ni un poco.
—Siento no tener la inmortalidad que usted posee— replicó el rubio divertido apartando la mirada de ella.
—Mecías, hace un año que nos conocemos, deberías tutearme.
Mecías sonrió por lo bajo y negó con su cabeza arrugando su nariz. —No sería divertido.
Noviembre de 1937.
Persephone suspiró cansada dejando que su vista se pierda en las altas copas de los árboles que podía apreciar desde el balcón de su habitación.
Su día de cumpleaños había pasado lento y no soportaba más la idea de Rosalie y Emmett emocionados por los 18 años de su hija, pero para ella no era más que una fecha de duelo y dolor.
Jacky no estaba allí para desearle un feliz cumpleaños y darle un beso en la frente, ni tampoco debía explotarse sexualmente para conseguir al menos un pan para la semana así la mujer que cuido de ella podía alimentarse con eso.
No volteó al escuchar como la puerta se abría y cerraba, no era necesario, sabía que era Mecías quien había entrado, lo delataba el dulce aroma de su sangre, la misma que le cantaba que beba cada gota y drene hasta la última célula de su cuerpo, pero ella se limitaba a ignorar aquella voz del mal que siempre la acompañaba.
Mecías se acercó a ella por detrás, colocó lentamente sus manos por la cintura de la chica, sintiendo como Persephone se estremecía levemente entre sus varoniles manos y no dudó en acercarla más a él.
La espalda de la vampira se quedó pegada a su fornido pecho, aspiró el aroma a coco que liberaba depositando un pequeño beso en la cabellera pelirroja que tanto le encantaba y llamaba la atención.
Persephone se dejó a si misma liberar una que otra lágrima, en su mirada perdida se podía notar como ella estaba recordando su vida. Mecías lo sabía. Sabía que la irregular respiración de Persephone era porque estaba reprimiendo sollozos, esos llantos que se había negado a soltar durante un año entero.
—Está bien romperse un poco, Persa— murmuró el muchacho aun con sus labios pegados en la cabellera de la chica.
—Antes era una prostituta que no tenía para comer— mustió Persephone aun mirando el horizonte. —Mis padres biológicos me dejaron en un tacho de basura, Jacky me encontró y me cuido— siguió hablando. —Un hombre me contacto y me ofreció un buen dinero, el suficiente para sobrevivir una semana— el agarre de Mecías se intensificó. —Dije que si sin pensarlo, Jacky necesitaba comida— la voz de Persa se quebró levemente.
—Espera, tómate tu tiempo— susurró Mecías colocando su barbilla en la cabeza de Persa.
Sintió como la muchacha asintió mientras trataba de regular su respiración y calmar el llanto que percibía aproximarse.
—Me llevó a un descampado— soltó con un hilo de voz. —Y... y él...— comenzó a balbucear mientras sus lágrimas caían. —Le había dicho tantas veces que no y que pare, que me estaba doliendo— Mecías apretó su mandíbula. —Podía sentir como me estaba desgarraba desde adentro— sollozó entre los brazos del rubio. —Parecía disfrutar como rogaba por ayuda, como pataleaba para que me suelte— Persa estuvo sollozando unos segundos, haciendo que Mecías tome la palabra.
—Persephone, si crees que voy a dejar de quererte por tu pasado-— sintió como Persa negaba con su cabeza.
—Juro que trate, Mecías. Trate de luchar pero estaba muy débil...— el corazón de Mecías se rompió el escucharla. —...no había comido por días porque Jacky había enfermado y todo el alimento que conseguía se lo daba a ella-— el rubio la interrumpió al sentir por donde iba la conversación.
—Persephone, no fue tu culpa. Nada de lo que ocurrió fue tu culpa— afirmó el agarre que le proporcionaba, la muchacha volteó a verlo con sus ojos completamente rojos y sus orbes azules llenos de lágrimas. —No fue tu culpa— sonó tan seguro de si mismo que la vampira se limitó a asentir.
Apretó sus labios y se acercó más a Mecías para poder seguir hablando mientras se aferraba a él, buscando equilibro con miedo a que sus piernas fallen, lo cual era gracioso ya que Mecías nunca la dejaría caer.
—Hubo un momento que quede inconsciente y al parecer me creyó muerta. Dejó mi cuerpo en los pastizales y se fue como si nada hubiera pasado— los ojos de Persephone volvieron a llorar. —Rosalie y Emmett sintieron el olor a sangre y fueron a ver, escucharon mis latidos al borde de la muerte— sobó su nariz. —Rosalie dijo que la imagen era tan horrible que hasta el neófito de Emmett pudo mantener el control— soltó una leve risa irónica.
—Oh, Dios. Emmett— murmuró el muchacho con una pequeña sonrisa.
—No recuerdo nada de eso pero Rose me dijo que estaba balbuceando cosas sobre Jacky, y sinceramente no lo dudo, esa mujer era toda mi preocupación del momento— siguió relatando. —Rosalie me mordió y me llevo con Carlisle— apretó sus labios y le dio la espalda a Mecías, haciendo que el muchacho la abrace por atrás.
Persephone dejó su mirada perdida nuevamente en el bosque.
—Carlisle revisó mi cuerpo y me mordió múltiples veces, temía que la ponzoña no sea suficiente— suspiró. —Cuando perdí la conciencia el hombre me empaló con un fierro, destruyó todo mi recto y utero— Mecías se descompuso de la impresión al escuchar esas palabras. —Mi vagina estaba desgarrada y toda mi vulva estaba llena de sangre e incluso faltaban algunas partes según Carlisle— se estremeció sin disimulo.
Mecías se separó de ella y le dio la espalda apoyándose sobre sus rodillas, no podía quitarse la imagen de Persephone sufriendo todo eso y podía sentir como su estómago se revolvía del asco e impotencia.
Persa volteó y por un segundo temió que se haya ido, pero se acercó rápidamente al ver como su compañero se había descompuesto.
—Estoy bien, estoy bien— murmuró el pálido humano tratando de tranquilizar a Persa. —Lo lamentó, soy muy sensible con lo que se trate de ti— susurró con una leve gracia.
—No quería ser tan grafica, lo lamento— se disculpó Persephone, pero no pudo evitar sonreír levemente al ver como el muchacho le bajaba la presión.
Mecías se levantó poco a poco y rio levemente. —Lo siento.
Persa negó con su cabeza con una sonrisa. —Se siente bien saber que te importo.
Mecías la miró mal en burla. Persa estaba muy consciente que era lo más importante que tenía en su vida, y más se aferró a ella cuando su familia le dio la espalda.
El tiempo de la noche fue cayendo poco a poco y ambos muchachos estaban en la cama de Persephone, acostados de costado, enfrentados mientras que Mecías dejaba caricias en el brazo de la chica y Persa disfrutaba de su tacto.
—Normalmente la ponzoña tarda 3 días máximos en hacer efecto— volvió a tocar el tema de su vida pasada. —Mi transformación tardó 5 días, Carlisle estaba dándome por muerta cuando desperté— sonrió de lado y se perdió en los ojos del muchacho que tenía frente a ella. —Apenas desperté quise ir a buscar a Jacky pero Carlisle no me lo permitió. Era una neófita y ya sabes, sangre e hincar el diente— explicó en vagas palabras. —Le di la dirección de la calle donde nos estábamos quedando y fue a buscarla, la llevó a una de las casas Cullen y cuando pude controlar mi sed fui a verla.
La sonrisa de Persephone se ensanchó y se levantó a velocidad vampira y llevó un cuadro con ella, en ese grano de milisegundo Mecías fue solo capaz de sobresaltarse.
Persa se encontraba a su lado de boca abajo mostrándole el cuadro, el muchacho pasó su brazo por la espada de la pelirroja a medida que se acercaba mejor para ver la foto.
—Está es la única foto que tengo con ella— susurro pasando sus dedos por el cuadro. —Fue la única y última vez que la vi luego de mi transformación— Mecías la miró con su ceño fruncido. —Murió antes de que Carlisle pueda ponerla en tratamiento.
Mecías acarició la espalda de la muchacha. —Al menos falleció sabiendo que estarías bien— respondió el muchacho con una pequeña sonrisa.
—Si— mustió la pelirroja. —La amaba.
—La amas. La expresión correcta es en presente, señorita Persephone.
Persa giró su cabeza y lo miró con una sonrisa. Pasó su mano al cabello rubio de su compañero sin dejar de apreciarlo.
—Nunca he amado a alguien tanto como a ti, Mecías— mustió la muchacha y pudo escuchar como el corazón del adulto se aceleraba. —Y juro que siempre voy a protegerte y estar para ti— alejó el cuadro lo mejor posible. —Eres el amor de mi vida, estoy segura de eso.
La sonrisa de Mecías fue apareciendo poco a poco, sintiéndose feliz al ver como todos los sentimientos que podía expresar hacia Persa eran completamente correspondidos.
No dudó ni un segundo en acercar sus labios a los de Persephone.
El corazón de Mecías palpitaba fuertemente, casi aturdiendo a la vampira, pero no le importó; le correspondió el beso sin pensarlo, jugando con sus lenguas y sus labios moviéndose sincronizados, no vacilando ni una sola vez de todo lo que sentía uno por el otro.
Persephone en un rápido movimiento de sentó sobre Mecias, llevando sus manos a los rizos dorados que tanto adoraba, mientras que el muchacho posaba sus manos en la espalda de ella, aferrándola todo lo posible contra él. En un rápido movimiento, cambió de posiciones, quedando Mecias sobre ella.
Tomó su camisa y se deshizo de ella en un simple movimiento.
Persa volvió a tomar el control colocándose sobre él; se estremeció al sentir el tacto de Mecías sobre la piel desnuda de su espalda, podía sentir como las yemas de los dedos del humano se aferraban fuerte y sin miedo a ella.
Mecías bajó los besos al cuello de la vampira, sin dejar de ver como la piel blanca de Persephone se iba erizando poco a poco por el placer que sentía.
Por inercia, Persa tanteó con sus ojos cerrados en busca de algún soporte para buscar estabilidad y agarrarse de él, disfrutando todo tacto que el humano le podía proporcionar.
Sintió como su mano tocaba el respaldo de la cama y no dudó de aferrarse, y junto a ello como la madera se rompía rápidamente bajo su toque.
Mecías se separó del cuello de Persa y volteó rápidamente a ver que había ocurrido. Podía sentir la respiración agitada de Persephone, y los susurros pidiéndole perdón por haber roto la cama sin querer.
—Deberíamos detenernos— susurró Persa sin mirarlo.
—¿Es lo que quieres?— inquirió el muchacho.
—No. Pero tu seguridad va por encima de todo— dijo mirándolo a los ojos.
Mecías apretó sus labios y asintió. —Se que no harías nada para lastimarme. Pero puedo conformarme con dormir aquí.
Persephone rodó sus ojos y se lanzó a un lado de él, quitándose de arriba.
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