𝟏𝟎 ━ Invitaciones sin fin.
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𝐈𝐍𝐕𝐈𝐓𝐀𝐂𝐈𝐎𝐍𝐄𝐒 𝐒𝐈𝐍 𝐅𝐈𝐍
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Los alumnos de Durmstrang no quitaban su atención de la demostración de barbarie que estaba tomando lugar. Agatha e Ivan fueron elegidos adversarios para combatir y eso suponía violencia desbordante, ya que Ivan era muy bueno en magia marcial y a Agatha no le gustaba perder.
Agatha tenía trece años la primera vez que tuvo que participar en un combate de magia marcial. En ese entonces le pareció algo terrífico, barbárico; y luego de caer abatida sin ninguna consideración, creyó por primera vez que Durmstrang no era su lugar.
Pero Agatha ya no tenía trece años y las artes de la magias marcial se habían convertido en sus amigas.
Además cuando lidiaba con una batalla interna, esta solía proyectarse en los duelos, ayudándola a clarificar sus pensamientos y sin querer, haciéndola más irascible que de costumbre.
Ivan ganaba el duelo, habiéndola derribado dos veces. Agatha se negaba a darse por vencida, actitud que Ivan despreciaba. Ella se levantaba y esquivaba los maleficios lanzados por Ivan con ímpetu, haciendo que Ivan se cansara y cometiera errores que podrían costarla el encuentro.
En el momento perfecto, Agatha atisbó su ventaja. Batió su varita y el hechizo impactó al muchacho, Ivan golpeó el suelo con un golpe seco, desarmado. Con desespero y mal carácter, el chico intentó llegar hasta su varita, pero para su mala fortuna, Agatha ya había aprovechado la ventaja, empujó la varita de Ivan lejos dr él y se puso encima, utilizando todo su peso para mantenerlo en el suelo.
Apuntaló su rodilla en el cuello descubierto del joven y lo inmovilizó. Bisbiseó el hechizo final, mientras lo hacía la varita de arce de esta era sustituida con una daga afilada. En un arrebato alífero lo incrustó en el pecho de Ivan. El muchacho chilló de dolor y el cuchillo se convirtió en cenizas en la mano de Agatha.
Era una vista grotesca, pero Agatha no sentía remordimiento porque entendía que, pese a que el dolor se sentía verdadero, Ivan no estaba siendo herido realmente. Ella se levantó, le tendió la mano a su contendiente y le hizo un ademán con la cabeza para dar el duelo como finalizado.
―Krum gana ―anunció el profesor Karkarov mirando con desdén la escena.
Agatha pensó en cuanto se molestaba Karkarov cada vez que ella ganaba y sonrió con suficiencia.
―Parece que disfrutaste mucho la lección marcial —le dijo Isak a Agatha cuando terminaron con sus clases.
―La encontré formativa ―se limitó a responder.
―Disfrutaste demasiado apuñalar a Ivan —vaciló el muchacho.
―No es para tanto, Sak ―Agatha soltó una pequeña risa―. Sabes que hoy se lo merecía.
―Sí, tienes razón. ¿No vas al castillo? ―preguntó el rubio cuando Agatha se separó de él para cambiar su rumbo.
―Estoy agotada, quizá después ―Agatha le dedicó una sonrisa a su amigo y desapareció hacia su camarote dando largas zancadas.
Hace unas semanas, Karkarov había reunido a todos sus alumnos para darles la noticia de que, en definitiva, habría un baile de Navidad. Agatha sabía lo que significaba eso: ponerse el hermoso vestido de tela exquisita que tenía acopiando polvo y bailar toda la noche. Era una oportunidad que casi nunca se le brindaba en Durmstrang. Allí solo se daban bailes cada tres años para celebrar cómo el sol derrite la nieve en la punta de la torre más alta del castillo. Era muy bonito, pero no tan deslumbrante cómo sería ese Yule Ball.
Las primeras semanas de diciembre fueron las más caóticas para la menor de los Krum desde su llegada a Hogwarts. Apenas la noticia del baile se esparció, las palabras que ella más profería eran «Me siento muy halagada, déjame pensarlo». Una gran parte del alumnado de Hogwarts y algunos de Beauxbatons le había pedido ser su pareja. Muchos de ellos eran increíblemente valientes, a pesar de que nunca le habían dirigido palabra desde octubre, probaban suerte invitándola al baile. Era fatigoso y no había elegido a nadie, aun cuando contó con varias opciones tentadoras. Ninguna terminaba de convencerla.
Al principio no entendió qué estaba esperando para aceptar a cualquiera de ellos, pero poco después su duda fue respondida por la cruda comprensión de que en una minúscula parte de ella se albergaba el deseo de que Fred Weasley la invitara.
En los últimos días se encontraba a sí misma pensando excesivamente en él, mientras que al mismo tiempo evitaba verlo, acciones muy contradictorias. Agatha y Fred se habían hecho amigos en muy poco tiempo y, casi en contra de su voluntad, su atracción por él estaba pasando el límite de lo seguro. Cada vez que lo tenía cerca, se hacía más difícil de conciliar dicha atracción.
Por ejemplo, la última vez que comieron juntos, hacía casi una semana, Agatha se encontró contemplándolo por demasiado rato y gracias a su distracción, derramó su vaso de agua, mojándose toda la parte de arriba del uniforme. Una actitud completamente fuera de carácter que le preocupaba.
Temía que la próxima vez no pudiera contenerse y terminaría explotado en habladurías, diciendo algo que no debiera o coqueteando descaradamente.
Influía en su inquietud que ella y Angelina Johnson se habían hecho amigas y aunque Agatha no había tenido muchas amigas en su vida, seguramente había algo explícito en el código de chicas que dijera que los sentimientos hacia los novios de tus amigas estaban prohibidos. Agatha conocía los límites y los respetaba.
Así que, a pesar de que no amaba la idea, decidió ser precavida, enfocarse en sus clases, pedir que la comida se la enviaran a su camarote y limitar su tiempo en el castillo lo más que pudiera para darse un tiempo de ordenar su mente.
Al llegar a la puerta de madera oscura de su camarote, disipó su lucha interna al mismo tiempo que giraba el pomo. Se descalzó las botas de cuero arrojándolas en una esquina sin cuidado, sacó la varita y conjuró un Incendio hacia la chimenea. Después de deslizarse fuera del abrigo, se lanzó en la mullida cama, cubriéndose hasta la cabeza con la gruesa cobija para dejar deambular su mente.
― ¿Por qué no le has contestado a Vasily?
Agatha se sobresaltó y se sentó de golpe. Le dio gracias a Merlín de que no se había quitado el uniforme completo. Aleksandr estaba quieto en una silla junto a la chimenea y miraba el acumulo de cartas de sobre verde mientras leía con atención una de ellas. No le afligió haber asustado a su amiga. Agatha volvió a tirarse en la cama, sin contestar la pregunta de Aleksandr. Lo último que quería era ser recordada que tenía siete cartas de Vasily sin respuesta.
― ¿Y? ―insistió el blondo.
― ¿No puedes dejarme en paz por una vez en tu vida? ―el reclamo de Agatha se filtró a través de la manta.
― ¿Con quién crees que tratas? ―contrarrestó Aleksandr―. No te he visto dejar el barco hace días; Ag, si no te conociera mejor diría que te estás escondiendo.
―No me estoy escondiendo ―pronunció Agatha con fastidio. Se levantó de la cama, malhumorada, para sentarse encima de su baúl con las piernas cruzadas.
―Y según me han dicho, tampoco has elegido pareja para el baile. Sabes, tengo amigos en Beauxbatons que te han invitado y les has dicho lo mismo. «Déjame pensarlo» ―dijo Aleksandr, la última frase con una terrible imitación de la voz de Agatha.
― ¿Y qué? ¿Viniste aquí para ayudarlos? ―Agatha levantó una de sus perfiladas cejas.
―No, vine aquí para averiguar la razón por la que no los estás aceptando. Pensé que era porque extrañabas a Vasily pero veo que no ―Aleksandr, burlón, sacudió las cartas en su mano.
―Me han invitado tantos chicos que no sé a quién elegir, eso es todo ―aseguró la interrogada.
―Sí, puede ser eso. O... que estás esperando que alguien en particular te invite.
El estómago de Agatha se revolvió, trató de no lucir aterrorizada. Era como si ella fuera un pergamino transparente por el que Aleksandr veía a través. Sin embargo, no le dio la satisfacción a Aleksandr de saber que estaba en lo correcto, no cambió su expresión facial de leve fastidio.
― ¿Soy yo? ―preguntó el rubio poniendo una sonrisa―. Porque sí es así, no importa que ya haya invitado a una linda francesa, cariño, solo dímelo e iré contigo.
Agatha soltó una risa sonora que llenó la habitación, Aleksandr nunca dejaba de sorprenderla.
―No eres tú, ni de cerca, porque no estoy esperando nada. Solo soy indecisa.
―Entonces sal del buque, elige a alguien ―la retó su mejor amigo.
Agatha se levantó del baúl para rebuscar en su abrigo la lista garabateada con los nombres de sus pretendientes que más le habían cautivado. Gracias a su terrible memoria tuvo que escribirlos. La examinó con detenimiento y leyó los cinco nombres que estaban escritos en su pulcra caligrafía cirílica.
Sacudió la cabeza para dar con un plan de juego. Sabía que su amigo tenía razón y que no importaba lo que la insulsa parte suya anhelara, Fred estaba ocupado y eso no era tan difícil de entender. Además ella no había asistido a Hogwarts para encerrarse en su habitación y perderse las maravillas que ese lugar le ofrecía, no, ella había ido a Hogwarts a pasarla al máximo. Su cerebro se encendió como un foco. Era momento de actuar como una adulta.
Buscó las botas que había arrojado antes, con una sacudida de varita se ataron solas en sus pies. Prácticamente arrancó el garbán del perchero y se envolvió en él. No le dio oportunidad a Aleksandr de decir nada cuando ya había abandonado la habitación dejándolo solo.
Caminó con decisión fuera del barco que se movía con fiereza como una mecedora. Mientras caminaba por los jardines del colegio de magia, atrajo miradas y saludos de parte de alumnos que se topaban con ella, quienes se alegraban de verla después de días sin hacerlo.
Agatha escaneó el Gran Comedor en busca de su grupo de amigos de Hogwarts. Si quería ser madura, tenía que volver a convivir con Fred con normalidad. Al no verlo en el tumulto de personas, siguió caminando. Mientras se disponía a seguir su rumbo se topó con una cabellera pelirroja, sin embargo, no era la que buscaba.
Los ojos azules de Ron Weasley estaban llenos de pánico, una gota de sudor se le derramaba desde la sien, estaba empalidecido como un pedazo de marfil y sus manos temblaban sosteniendo un pedazo de pergamino. Agatha sonrió preocupada.
― ¡Hola, Ron! ¿Cómo estás? ¿Va todo bien? ―inquirió poniendo su mano en el brazo del muchacho con amabilidad.
El pelirrojo balbuceó unas palabras de las que Agatha solo pudo identificar un «Bien». Ya se había acostumbrado a que Ron perdiera el habla o que hablara demasiado cuando la tenía cerca. Prefería lo segundo, porque cuando hacía lo primero significaba cuarenta minutos mirándola fijamente con los ojos muy abiertos. Ron quería decirle algo pero que tenía problemas haciendo que las palabras dejaran su boca.
Agatha le dedicó una mirada simpática y lo instó a que le transmitiera su mensaje. Ron tardaba mucho y las miradas curiosas de la gente que pasaba junto a ellos se incrementaron. La búlgara reconoció a la menor de los Weasley mirando la escena desde la distancia con cara de vergüenza. El pelirrojo pronunció unas palabras demasiado rápido para sus oídos, Agatha arrugó la cara, barajada.
― ¿Disculpa?
― ¿¡QUIERESIRALBAILEDENAVIDADCONMIGO!? ―esta vez el mensaje fue claro como el agua dado que el menor lo había gritado. Ron llamó la atención de todo el que estaba cerca, algunos disimularon las carcajadas. La búlgara abrió los ojos como dos piscinas y bateó sus pestañas con incredulidad―. TOMA ESTE PAPEL QUE EXPLICA MIS SENTIMIENTOS.
Ron no dejó que Agatha le contestara nada, le puso el papel en las manos y salió corriendo como una flecha. Ella quedó pasmada en medio del pasillo sujetando el papiro. No supo si Ron se había arrepentido de invitarla o no quería quedarse para escuchar si lo rechazaba. No pudo evitar pensar en cómo la vida estaba llena de inconformidad. Mientras Ron tenía el enamoramiento más grande hacia ella, la atención de Agatha se la robaba el hermano mayor de este.
Dejó salir una risita leve e incómoda, sonriéndole a la gente que esperaba con ansias una reacción de su parte. Abrió el papel para leerlo y no pudo evitar soltar una sonora carcajada, inmediatamente se cubrió la boca con la mano. Aparentemente Ron se había equivocado de pergamino, el que le había entregado contenía una receta para una poción adormecedora. La chica le dio vueltas para confirmar que no había ninguna declaración de amor y la guardó. Sacudió la cabeza y reanudó su búsqueda.
Mientras paseaba por uno de los jardines, divisó las rastas de Lee Jordan, quién se levantó de uno de los bancos de piedra saludando enérgicamente para llamar su atención y que se acercara. Agatha pudo divisar que en un pequeño grupo se reunían Lee, George, Katie, Angelina y Fred. Acaparó aire en sus pulmones y lo soltó al marchar hacia ellos.
― ¡La más bella de los Krum hace acto de presencia! ―gritó George al verla arribar―. Tantos días que no nos bendices con tu belleza, te lo pido, no vuelvas a privarnos de verte. No sé si podría soportarlo.
Se puso de rodillas y tomó ambas manos de Agatha, besándolas como si fuera una figura religiosa. Agatha se rió y lo ayudó a levantar, observando como Fred rodaba los ojos.
― ¡Agatha! Pensamos que te habías devuelto a Durmstrang. ―gorjeó Katie acercándose para abrazarla.
―Me temo que todavía no podrán librarse de mí ―Agatha le sonrió a todos los presentes.
Su mirada se detuvo un momento en Fred sentado en el pasto, con la mano entrelazada con la de Angelina. Agatha tragó saliva, volviendo su atención a los demás chicos, convenciéndose de que eso no la decepcionaba o la molestaba.
Tuvo que mentir con respecto a la razón de su desaparición del castillo, obviamente. También se prometió a sí misma no volver a hacerlo, ya que estar allí con ellos la llenó de una alegría tremenda. Se sentó entre Katie y Lee y se explayó en conversaciones. Los gemelos no pudieron parar de reír luego de que Agatha les contó sobre la petición de Ron y la nota equivocada.
― ¡Pobrecito! ―se compadeció Angelina pero también se desternilló―. ¿Y qué le hubieras respondido?
―Pues no lo sé, seguramente que no. Ron es muy joven para mi gusto, también está demasiado deslumbrado por mí. Hubiese sido una cita muy rara.
― Espera, ¿aún no has elegido pareja? ―preguntó George.
― ¡George, no seas idiota! ¡Claro que sí! ―Lee desestimó la pregunta del pelirrojo.
―No, George, no tengo pareja aún ―confesó Agatha.
Fred abrió los ojos con escepticismo, los demás abrieron la boca con sorpresa, todos empezaron a hablar al mismo tiempo exigiendo una respuesta de la búlgara.
―Poseo la maldición de la indecisión ―se excusó―. Han sido demasiados. Pero eso se acaba en cualquier momento, prometo que el próximo que me invite será mi cita. Así que si alguno de ustedes quiere hacerlo, adelante.
Dijo esto e involuntariamente posó su mirada en Fred. George y Lee maldijeron en voz baja, más temprano ya habían conseguido parejas. George invitó a Alicia y Lee había invitado a Katie.
Fred se quedó callado, reflexionando en silencio y sintiendo una sensación extraña en el corazón, como si se hubiese escogido al tamaño de una aceituna. No era como si hubiese dejado de invitar a Angelina, pero su mente se bombardeó con la pregunta «¿Qué hubiese sucedido si...?» Pensó que Ag indudablemente lo habría rechazado, pero él hubiese tomado el riesgo de todas maneras. Era una de esas cosas que no estaban destinadas a suceder y que de la que nunca se sabría la respuesta.
Se quedaron charlando por demasiado tiempo, cuando se dieron cuenta, ya casi era hora de cenar.
Se reían de una broma contada por Fred cuando un séquito de batas con insignia de serpiente se acercó marchando hacia ellos. Los cinco Slytherin se movieron en sincronía, logrando que los Gryffindor se pusieran a la defensiva. Agatha pudo identificar al líder del grupo, un chico con quién dialogaba mucho cada vez que se sentaba en la mesa de las serpientes y que jugaba quidditch según le había dicho.
La memoria de Agatha trabajaba a todo vapor para recordar su nombre. No recordaba su nombre, pero sí que le agradaba. Era un chico muy agraciado según le parecía, muy de su tipo. Fred y George se levantaron tensos y amenazaron a los Slytherin con la mirada apenas estuvieron lo suficientemente cerca.
― ¿Se te ha perdido algo, Warrington? ―ladró Fred al recién llegado.
Súbitamente, Agatha se acordó que el nombre del chico era Cassius. La extranjera paseó su mirada azulada entre Fred y Cassius, reparando en el lenguaje corporal de los dos muchachos. Nadie le había explicado la rivalidad entre Slytherin y Gryffindor.
―Calmado, Weasley. No vine a verte a ti ―los ojos de Cassius se detuvieron en la búlgara. Cuando reveló su perlada dentadura en una sonrisa, Fred entendió lo que iba a suceder―. Agatha, ¿puedo hablar contigo?
―Lo que tengas que decirle, puedes hacerlo frente a nosotros, galán ―lo intimidó George.
―Sí, por supuesto ―Agatha no necesitaba pedir permiso ni esperar que Fred o George hablara por ella. Se levantó elegantemente y siguió a Cassius.
Agatha y Cassius se alejaron un poco hasta donde no fueran escuchados por nadir. A Fred no le dio ni un poco de gracia, maldijo no tener consigo una de las orejas desplegables para escuchar que tanto se decían. Vigiló con recelo como Agatha desperdiciaba sonrisas en Cassius y hacía eso que a Fred le gustaba: echar su cabeza hacia atrás y revolver sus pestañas. Se veía que le placía la interacción con el Slytherin.
Una irritación inexplicable inundó los sentidos del pelirrojo al observar como Cassius acarició el rostro de Agatha. ¿Por qué se sentía así? No le gustaba sentirse así. Se sorprendió a sí mismo deseando ser el quien la acariciara.
Quiso ir hasta ellos y hacer que terminaran la charla, pero, de un momento a otro, Cassius le dedicó una última sonrisa a Agatha y llamó a su séquito para retirarse. Cuando Agatha volvió con los leones, tenía una sonrisa de oreja a oreja.
― ¿Por qué sonríes tanto? ―solicitó Fred, su tono salpicado de impensados celos.
―Ya tengo cita para el Yule Ball ―anunció, encogiéndose de hombros.
― ¿Un Slytherin? Y no sólo eso, sino que probablemente el peor que hay —exclamó el gemelo, irritado.
―Acabo de decir que el próximo que lo hiciera le diría que si. Sí querías ser tú, Fred, debiste solo preguntármelo. ―coqueteó Agatha sin decoro.
Fred se quedó mudo, en otras circunstancias habría bromeado o incluso coqueteado de vuelta pero notó un extraño tono de verdad en la oración pronunciada por la búlgara que lo dejó frío.
De lo que sí estaba seguro era de que Cassius Warrington no merecía llevar a Agatha al baile y él la haría darse cuenta.
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