𝟑𝟖 ━ Navidades amargas.
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𝐍𝐀𝐕𝐈𝐃𝐀𝐃𝐄𝐒 𝐀𝐌𝐀𝐑𝐆𝐀𝐒
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— ¡Y está mirándonos de nuevo, Vitya! —se exasperó Agatha Krum y esquivó la mirada penetrante de un completo extraño que parecía adherida a la pareja de hermanos Krum.
—Te está mirando a ti. Sé diplomática y no te alejes mucho de mí. No me gusta la vibra que dan algunos de estos tipos —las cejas de Viktor se torcieron cuando arrugó el entrecejo. A la defensiva, se acercó un paso más a su hermana—. Lo peor es que no podemos ser groseros con nadie. Le llegarán con el chisme al tío Pierre de que «sus sobrinos estrellas» son unos maleducados y ya sabes cómo se pone.
Agatha soltó un gemido afirmativo al pensar en lo cauteloso que era el tío Pierre con lo que la gente pensaba de él y de su familia.
— ¿No te parece gracioso que sólo nos revoloteen como una bandada de dragones bebés? —preguntó Agatha mirando los rostros jóvenes y viejos que los estudiaban con afán —. Me estoy aburriendo de que nadie tenga nada interesante que ofrecernos aparte de miradas. Creo que damos demasiado miedo.
Viktor se rió por la nariz. Quizá la palabra para definirlo no era precisamente miedo, pero ciertamente cuando Viktor y Agatha se erguían juntos y arrogantes, mirando por encima de sus hombros, eran intimidantes. Era natural que nadie los quisiera abordar cuando estaban juntos y aguardaban pacientes a que en algún momento se separaran para empezar conversaciones frívolas con cualquiera de los dos.
—Prefiero que no se nos acerquen —declaró Viktor—. Así tú no tienes que lidiar con hombres indeseables y yo no tengo que responder preguntas ridículas.
—Vámonos a casa —rogó Agatha, exagerando el gesto cansino en su rostro cincelado.
—No nos van a dejar ir tan fácil —suspiró Viktor, observándola con ternura—. De todas maneras no tenemos mejores planes para esta noche. ¿Qué quieres ir a hacer a casa? ¿Dormir?
—Sí.
—No.
—Podemos conseguir mejores planes en un segundo. No tenemos que seguir soportando esta tortura.
—Haz un esfuerzo, gnomo. Es nochebuena. Tengo el presentimiento de que la fiesta va a mejorar.
Agatha refunfuñó, lo dudaba. La fiesta de navidad en casa de Pierre Krum era el peor tormento al que Agatha había tenido que someterse desde hace mucho tiempo. Repudiaba a los invitados, pedantes y condescendientes. Una colección desigual de personajes importantes de la comunidad mágica de Bulgaria, donde se juntaban medimagos, magistrados y aurores. Ya había rechazado bailar con muchos de ellos en repetidas ocasiones. Ninguno destacaba, todos parecían haber sido cortados con el mismo molde.
Servían órganos de animal fríos como aperitivo y la querían convencer de que eran exquisiteces. La música de orquesta parecía ser la banda sonora de un funeral o de una película de terror. Nada de aquello le inspiraba alegría navideña. Ni siquiera las copas inagotables de rakia.
Todo tenía tan poca gracia. Si hubiesen dejado a sus padres a cargo de la celebración –como todos los años– seguramente estaría divirtiéndose más. Pero no. El tío Pierre quería demostrar que podía ser un anfitrión excepcional y que Dobromir no era el único que podía lograr una celebración inolvidable. Era inolvidable, pero no de la buena manera.
Por lo menos para ella porque sus padres, por fortuna, se lo estaban pasando de maravilla. Bailando, riéndose y luciéndose al otro lado de la habitación. Haciendo gala de la increíble pareja que formaban y liderando debates elocuentes y entretenidos.
Dobromir Krum le robaba el centro de atención a su hermano mayor, tanto que Agatha atrapó un par de veces a su tío rechinando los dientes, lleno de frustración y envidia. No había nada que hacer al respecto, cuando Dobromir o Natalya hablaban uno solo podía quedarse admirándolos, era inevitable.
Agatha desvió la atención de la pareja poderosa que conformaban sus progenitores. Ella ansiaba estar en cualquier otro lado. No. No en cualquier lado. En un lugar específico.
Aún no había tenido que contárselo a nadie, todos estaban demasiado absortos en sus propias cuestiones como para preguntar por Fred Weasley. Ella lo prefería así, de esa manera tendría tiempo de fabricar una historia que contarles.
— ¿Me delatarías si me escapo por la puerta de atrás? —indagó Agatha, alzando los ojos hacia Viktor.
—Sí. No porque te escapaste, sino porque me dejaste solo. Lo haría por rencor —Viktor esbozó una sonrisita burlona.
—Entonces voy a buscar algo para comer que no me dé ganas de vomitar —le informó Agatha.
—No seas así, no está tan mal —terció Viktor, Agatha ahogó un grito y lo señaló con el dedo.
— ¿En serio, Viktor? ¿No te parece un crimen de odio que quieran hacernos comer hígado de liebre sazonado?
Viktor se deshizo en carcajadas. Agatha, malhumorada, se alejó apenas un par de pasos y antes de que Viktor se dispusiera a seguirle, fue interceptado por un grupo de adultos que aprovecharon el espacio vacío que dejó la menor. Fue tan abrupto que Viktor se ahogó con su propia carcajada y su rostro se tensó en una expresión de cortesía forzada, sin sonreír ni un poco.
Arrastrando el vestido de noche violeta por todo el piso de mármol del vestíbulo, Agatha eludió los laberintos de personas con rapidez antes de que la detuvieran para hablarle. Si se apresuraba, llegaría a la mesa de quesos sin ser absorbida por las masas.
Los alrededores de la mesa estaban desprovistos de invitados inoportunos, infundiendo alivio en la búlgara. La selección de quesos no era excepcional, pero era suficiente para superar la velada hasta la cena. Se metió algunos cuadritos a la boca y masticó con sutileza.
— Ten mesura, primita, si sigues así la escoba colapsará bajo tu peso —advirtió una voz monótona y desdeñosa.
—Hola, prima —saludó Agatha con toda la gentileza que su ser le permitía al chocar con la presencia Vera Krum.
Se dio la vuelta para observarla. Tenía su cabello oscuro recogido en un moño, dejando algunos mechones por fuera y vestía un vestido de fiesta de raso azul marino. Sus ojos avellanas ambarinos la detallaban con desaire, fijándose en cada parte de Agatha, desde la punta de su pelo hasta las uñas de sus pies y buscando alguna imperfección que destacar.
—Te ves bonita —Agatha escogió la paz y la honestidad.
Vera no era fea y derribarla por su apariencia no era algo que elegiría como primera opción. Vera creyó que el comentario de Agatha era sarcástico.
—Tú podrías haber elegido un color que no te hiciera parecer una berenjena.
—Nuestros gustos son de diferentes planetas, no pretendo que entiendas mis decisiones de atuendo. Y me gusta mucho el violeta —respondió Agatha, mordiéndose la lengua y poniendo la otra mejilla para soportar el juicio de su prima—. Tu papá se destacó con la fiesta, me estoy divirtiendo mucho ¿Tú ayudaste a organizarla?
Eso sí lo dijo sarcásticamente. Vera sonrió con orgullo.
— Sí. No podemos abusar de la amabilidad de mis tíos todos los años. Sus fiestas son tan buenas que supongo que tú no te involucras nunca —devolvió Vera sin titubear.
Hubo un silencio momentáneo que Agatha ocupó para masticar una galleta salada y fijar la vista en Viktor que se había puesto un poco más cómodo al hablar con un señor mayor y una chica rubia. Agatha buscó dar con la mirada de su hermano para que la librara de aquella desafortunada interacción, pero Viktor estaba distraído.
— No esperaba que vinieras a la fiesta. Me imaginé que irías a visitar a los ingleses.
Vera no esperó para lanzar su primer golpe. Al observar a Agatha arrugar el rostro con un ligero deje de aflicción por un milisegundo, Vera Krum sonrió.
Agatha no iba a disuadirse a sí misma, ya esperaba que Vera fuera la primera en cuestionar su presencia en la fiesta y la ausencia de Fred, por su innata malicia y por las incansables ganas de que Agatha se sintiera miserable.
— ¿Cómo iba a perdérmela? —ironizó Agatha—. La familia siempre va primero que los novios ¿no?
—Supongo —dijo Vera con monotonía—. Escuché que ya no eres la única chica en Durmstrang. Era cuestión de tiempo, no podían seguir inflando tu ego. No puedo imaginar cómo te debes sentir ahora que te arrebataron el reflector. Debes estar furiosa.
—Escuchaste bien —explicó Agatha con entusiasmo y expuso una sonrisa sincera—. Y no, no estoy molesta. ¿Por qué lo estaría? Al contrario, me hace increíblemente feliz. Para mí no se trata de ningún reflector, Vera, se trata de que otras niñas tengan las mismas oportunidades que yo. Ir a Durmstrang construye carácter, ¿sabes? Si fuera mi decisión, habría miles más.
El sonido que expulsó Vera fue de completo escepticismo. No le creía a Agatha, su interpretación de la personalidad de Agatha estaba construida en resentimiento por lo que no podía concebir que Agatha no reaccionara como ella lo haría. Agatha, sin prestarle atención, tomó otro pedacito de queso.
— ¿Cómo está tu trabajo? —quiso saber Agatha para llevar la conversación hacia Vera.
—Genial, estoy buscando a un ascenso. Me dan muchas responsabilidades últimamente, puedo optar por un puesto con mejor remuneración. Siempre me destaco en lo que hago.
—Ya veo —masculló Agatha, calmada. Vera se desempeñaba como asistente de un auror, organizaba su trabajo y su papeleo, entre otras cosas. Vera esperaba escalar desde lo más bajo hasta un puesto de alta jerarquía—. Me alegro por ti, estarás saturada de trabajo.
— Nada que no pueda manejar —aseguró la mayor—. ¿Cómo va tu trabajo?
—Increíble. Mi juego ha mejorado y tengo muchos contratos en puerta.
—No lo dudo. Nunca he entendido o he seguido tu deporte, pero tengo amigos en tu equipo ¿sabes? —anunció Vera entre cortos sorbos de champagne—, Y siempre, aunque no quiera, escucho rumores de lo que está pasando.
— ¿Seguro que te enteras por amigos? —dijo Agatha en voz baja y miró a su prima, riéndose internamente—. ¿O es cuando te conviertes en una serpiente que te arrastras y escondes en rincones para escuchar conversaciones ajenas? Así me imagino que te enteras de cosas que no te incumben, con tus orejitas de víbora.
—Muy graciosa —escupió Vera, amargándose ante la sonrisita burlona de Agatha. Se echó un mechón hacia atrás con pedantería y continuó—. Como te decía, mis amigos me comentaron que Vasily y tú están pensando en retomar las cosas.
La sonrisa fue extinguiéndose de los labios rosáceos de Agatha. Ex novio o no, ella era sobreprotectora con los suyos y la crispaba escuchar a su prima malvada hablar de Vasily. Agatha se enderezó a la defensiva y miró con cuestionamiento a Vera, algunos centímetros más baja que ella.
— ¿Sí? ¿Y qué hay con eso? —rabió Agatha, impaciente
—Nada. Ustedes dos hacen una pareja estupenda. Digo, ¿cómo alguien no cae hechizada por él? Es imposible. Te admiro mucho por ser tan madura. Si tú durmieras con mi novio, no creo que pudiera superarlo tan fácilmente como lo has hecho tú. Te aprecio mucho, aunque no lo parezca a veces y me alegra que hayan podido arreglar las cosas. Me imagino que tuviste una larga charla con Vasily al respecto.
Le tomó unos segundos comprender y obligar a su cerebro a absorber las palabras de su prima. Dio un paso hacia atrás y contrajo el rostro, completamente revuelta. Lo que Vera insinuaba era lo siguiente a desleal y cruel.
—No sé de qué estás hablando —pronunció Agatha con voz opaca.
— ¿Vasily no te lo dijo? —balbuceó Vera, poniendo una cara de inocencia imposible de creer—. Él y yo nos acostamos. No puedes sorprenderte, Agatha. Él siempre se ha sentido atraído a mí.
Las declaraciones de Vera cumplieron su objetivo. Cachetearon a Agatha con fuerza y la dejaron desorientada por un momento. Tomó un segundo para recolectarse a sí misma y poner orden en su cabeza. Dentro de ella solo se revolvía repulsión, ira y decepción. Soltó una risa áspera.
—Deja de mentir —le advirtió Agatha, apretó tanto los puños que las uñas largas se le clavaron en la palma—. Vas nunca haría algo así.
—Pregúntaselo —siseó Vera, sus ojos ambarinos parecían brillar con satisfacción. Sus finos labios se curvaron en una sonrisa burlesca—. Soy incapaz de mentirte.
— ¿Cuándo será suficiente para ti, Vera? —espetó la castaña, su voz firme y cargada de antipatía—. ¿No te cansas de esto? ¿Cuánto esperaste para ir por Vasily? ¿Cuánto tiempo lo intentaste hasta que por fin cayó?
Vera la observó con una sonrisa cerrada y burlesca.
— Eres tan ingenua y estás tan llena de ti misma que no quieres aceptar que Vasily vino a buscarme a mí. ¿Por qué sigues negando que siempre acabaré siendo mejor que tú? Siempre te quitaré lo que no te mereces
— ¿Lo que no me merezco? —repitió Agatha sin poder creérselo. Estaba encolerizada y se rió fuertemente de manera sarcástica—. Escúchate. Si lo que dices es verdad, Vasily se acostó contigo por despecho y tú estás enorgulleciéndote de ser el segundo plato. Pero ¿sabes qué? ¿Quieres a Vasily? ¡Quédate con él! ¡Me importa un carajo!
Agatha estuvo a punto de tomar su varita, inmovilizar a Vera y darse a la fuga. Baba Yaga sabía que se lo merecía. Nadie la vería como una mala persona si lo hiciera. Pensó en irse de inmediato, pero Vera la sostuvo de un brazo con fuerza. Su sonrisa no se había desvanecido y se deleitó al ver el comportamiento desordenado de Agatha.
— Los chicos se pueden divertir contigo, pero al final me van a buscar a mí. Eres fácil de dejar y sustituir. ¿Es eso lo que pasó con los ingleses? Los pelirrojos te dejaron, ¿no es así? Dímelo —exigió Vera, apretando su agarre—. Sé honesta.
Las palabras de Agatha se ahogaron en su garganta. No quería caer en provocaciones, no era nada nuevo que Vera tirara a matar con el propósito de dejar a Agatha desangrándose. Suspiró y miró a la chica frente a ella con lástima. La voz que salió de su garganta fue agridulce y arrastró las palabras con extenuación.
—No lo entiendo, Vera —dijo, mordiéndose el labio—. Llevo años intentando entenderte y remendar lo que sea que te hice. He buscado entender cuál fue el detonante de esta absurda disputa, pero ahora sólo creo que me odias y deseas que me sienta miserable sólo porque sí.
Vera rechinó los dientes justo como Agatha había visto a su tío hacerlo. El gesto de animosidad era idéntico.
—Sé que quieres escuchar que me siento miserable y que mi vida es una mierda, pero ese no es el caso. Los ingleses no me dejaron, llevo una relación perfecta con ellos y estoy demasiado llena de satisfacción. Y dudo que tú puedas experimentar algo tan placentero como eso.
Agatha se soltó con hosquedad del agarre de Vera, sus dedos habían quedado marcados en la parte superior del brazo de la chica. No iba a darle la satisfacción a Vera de saber lo que había pasado. Empezó a caminar, pero se detuvo y le dedicó unas últimas palabras:
—Yo nunca desearía que te sintieras miserable y te juro que yo no me sentiría feliz de que lo hicieras. Esa es la diferencia entre tú y yo.
El apetito se desvaneció del estómago de Agatha y sin decir nada más, se marchó dando pasos gráciles.
Se enteró que estaba nevando cuando salió al balcón de la propiedad de su tío. Sus sandalias derraparon en el hielo del piso, logrando que se sintiera más avergonzada de toda la situación. Maldecía mil veces en su cabeza.
Los copos de nieve caían en la piel que su vestido dejaba descubierta y se sentían como pequeñas agujas. Miró al vacío y se apoyó en la barandilla de piedra cubierta de musgo del balcón, sacando medio cuerpo para mirar hacia abajo. La casa del tío Pierre estaba incrustada en una montaña y lo que se veía abajo del balcón eran un montón de rocas cubiertas de nieve y una asfixiante oscuridad.
Descargó su frustración soltando un alarido que viajó a través de kilómetros por el eco. El eco de las montañas le devolvió el grito, el cielo nocturno cubierto de estrellas la miraba con curiosidad.
—Tienes un sentido del humor jodido ¿te lo han dicho? —le increpó al cielo, dirigiéndose al universo o cualquier deidad que la estuviera escuchando—. Yo sólo quería que navidad pasara sin ninguna novedad, sólo te pedí un día de tranquilidad y ¿qué haces? ¡Me haces lidiar con Vera! Esto es tu culpa, de nadie más. ¿No había otra forma de divertirte que no fuera jugar conmigo?
Agatha se encorvó gruñendo y apoyó los codos en la piedra helada para quejarse.
—Quiero creer que todo tiene un propósito superior, porque tiene que tenerlo —le contó a ese intangible ser superior—. Debe haber una razón lógica por la que Fred y yo no estamos juntos y una razón por la que me está costando demasiado entenderlo. Pero sólo soy una persona, ¿lo sabes, verdad? Si todo esto es para darme una lección de humildad o algo así, ya la entendí. Ya puedes ayudarme a superarlo.
Los minutos pasaron lentos mientras Agatha se sofocaba en sus propios pensamientos amargos y al cabo de un par de ellos, una voz fluyó entre el viento silbante.
—Aléjate del borde. Si te caes y te mueres, vamos a perder la Eurocopa y no te lo voy a perdonar.
—Si me caigo no me moriría, sólo quedaría malherida. Papá podría arreglarme.
Viktor caminó con cuidado de no resbalar y se plantó junto a ella, adoptando la misma pose de Agatha y puso los codos en la baranda. Se quitó con cuidado la chaqueta de su esmoquin y se la puso encima de los hombros a su hermana.
—No tengo frío —musitó la chica.
—Sólo porque no sientas el frío no significa que no haga frío, Aggie —le recordó Viktor.
El mayor esperó pacientemente y trazó la mirada de Agatha a las estrellas. No la obligaría a hablar, pero estaría allí para escucharla si quería hacerlo. Agatha, en su mente, delineaba las constelaciones y se recordaba de los nombres buscando una distracción.
—Vera se acostó con Vasily —susurró ella después de un rato en silencio.
Viktor esperó que se tratara de un chiste, pero Agatha tenía la mirada alzada y no sonreía.
—Lo dijo para molestarte —aseguró Viktor, buscándole una explicación racional a aquello y excusando a uno de sus amigos más cercanos. No podía ser, Vas no le haría eso a su hermana. Agatha negó lentamente con la cabeza sin mirarlo.
—No. No mentiría con algo que fácilmente puedo desmentir. —Agatha suspiró y escondió su rostro entre sus brazos cruzados en el barandilla—. Estoy decepcionada, pero no puedo decir que esté sorprendida.
—Cuando le ponga las manos encima a Dimitrov...
—No. No me importa. Es sólo que...
Agatha dejó la frase a la mitad, buscando una manera de expresar sus pensamientos que no le pareciera repulsiva.
—Estos días no la estoy pasando muy bien —dijo por fin con voz cansada—. No me siento con tanta suerte como siempre y no sé cuando va a pasar.
— ¿Es por el empate con Mónaco? Aggie, eso fue un juego amistoso para la prensa. No significa nada —empezó Viktor, utilizando su estrategia de hermano mayor para infundir tranquilidad en su hermana—. Jugaste excepcional ese día para ser tu primer juego después de tanta inactividad.
—No. No es eso. Terminé las cosas con Fred —se sinceró la chica y decirlo en voz alta hizo que se sintiera más real y doloroso.
Viktor no pudo ocultar su sorpresa, abrió sus ojos oscuros con desconcierto y le puso una de sus manos pesadas sobre el hombro en señal de fraternidad y consuelo.
—Joder, Ag. ¿Cuándo? ¿Y por qué no dices nada? —la regañó Viktor con indignación.
—Hace un mes.
— ¿Qué pasó?
—Nada. Ya me conoces, nunca me han gustado las cosas inciertas. Además la distancia no nos ayudó, estábamos destinados a fracasar.
No le iba a decir la verdad. No podía. Viktor les había tomado cariño a los gemelos y decirlo lo haría odiarlos. Viktor no tenía culpa y no tenía que tenerle rencor a nadie.
— ¡Es una mierda! —maldijo Agatha con frustración—. Hay un límite de lo que una persona puede soportar en tan corto tiempo, ¿sabes? Yo puedo soportar mucho, pero escuchar a Vera jactarse de que durmió con Vasily es algo con lo que no quería tener que enfrentarme hoy. No puedo cargar con Vera, con Fred, con Vasily, con el equipo y con Durmstrang al mismo tiempo.
Agatha levantó la cabeza y miró a su hermano. Él la miraba con un gesto triste y ella creyó que estaba armando un discurso de hermano mayor que le recordara su valor.
Pero sorprendiéndola, la tomó en los brazos y la reconfortó con un abrazo apretado.
—Puedes llorar si quieres. Tienes que desahogarte, a veces es necesario.
—No quiero que me veas llorar.
—Voy a cerrar los ojos y si alguien pregunta si lloraste, lo negaré —juró Viktor.
Agatha se permitió llorar por un rato dejando salir la frustración embotellada, siendo sostenida por su hermano. Quien era el ser más paciente del universo. Un gigante amable con los que quería. Que le recordaba que algunos hombres sí valían la pena.
—Esta fiesta es un fiasco —dijo Agatha, apenas escuchándose por el viento y porque su voz era ahogada por la camisa de su hermano.
—Por eso no podemos dejar que los otros Krum organicen la fiesta de navidad —bromeó Viktor, consiguiendo sacarle un par de risas divertidas.
La chica se recompuso rápido y el viento huracanado invernal le secó las lágrimas al instante. Limpió con su varita el maquillaje embarrado en la camisa de su hermano.
—Todo se arreglará, Vitya. Estoy segura. Sólo es turbulencia debajo de mi escoba.
—Obviamente. Tú eres tú y si te conozco como creo que te conozco, entonces conquistarás.
Viktor la empujó cariñosamente y Agatha esbozó una animada sonrisa, sintiéndose mejor y más ligera de su carga.
—Vera se puede quedar con Vasily y si Vasily prefiere la versión malvada y menos agraciada de mí. ¡Les deseo una buena vida!
—Somos sexys, insuperables e invencibles. Somos Viktor y Agatha Krum —recitó su hermano, sacando a relucir su discurso de juego y su mantra de vida.
—Somos Agatha y Viktor Krum —secundó Agatha con una sonrisa orgullosa en el rostro y se echó el cabello ondulado detrás del hombro—. No lloramos por nadie.
—No le tenemos miedo a nada —Viktor asintió y sujetó la mano de su hermana en un saludo algo masculino.
—Vamos, hagamos de esta fiesta nuestra perra.
Viktor asintió y sonrió, besando a su hermana en la sien. Admiraba la capacidad de Agatha de volver a alzar sus barreras y verse poderosa al instante de mostrar vulnerabilidad.
Viktor, en silencio, estaba planeando como hacer pagar a las personas que la habían hecho sentirse así. El peor castigo que podría recibir Vera era el constante recordatorio que Agatha siempre iba a estar por encima de ella, él no tenía que hacer nada sólo admirar existir a Agatha. El peor castigo para Vasily era que Agatha no iba a volver con él, no importaba cuanto rogara y ahora menos que ella sabía lo que él hizo.
Solo faltaba uno: Fred Weasley.
Que se había colado con desenvoltura en sus vidas y que había creado un vínculo fuerte con su Aggie. Según le parecía a Viktor, funcionaban muy bien juntos. No podía entender por qué habían terminado. Hasta se había encariñado con él y con George.
Intuía que a lo que Agatha había dicho sobre Fred le faltaba información. Él iba a llegar hasta el fondo de aquello e iba a asegurarse de que las cosas se arreglaran.
O que Fred recibiera la fuerza completa de una vendetta Krum.
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— ¡La espalda recta, búlgaros!
El bastón con mango de plata de Samuel Kuznetzov golpeó la espalda a Viktor y Agatha Krum. Logró que se retorcieran en su asiento y fruncieran el rostro de dolor fugaz. Agatha no sabía qué tanto quería su tío Samuel que corrigieran su postura porque más rectos no podían estar. Viktor soltó un gruñido y Agatha se sobó con la mano la parte alta de la espalda.
—No te atrevas a corregir a mis hijos, Samuel —le recriminó Natasha Krum a su hermano con un gesto adusto—. Son voladores expertos, su postura es perfecta. ¿Por qué no corriges a Miroslav? Él está cerca de parecer una S.
Agatha soltó una risa por lo bajo y el tío Samuel la fulminó con la mirada. Esa interacción no era extraña en la casa Kuznetzov en las festividades. Las disputas entre los hermanos Kuznetzov eran una bienvenida amorosa y cordial. En términos rusos, por supuesto.
Agatha y Viktor estaban sentados en la mesa de comedor, eran los únicos nietos de Zhanna Kuznetzova que se encontraban en la casa, acababan de llegar hace unas horas de Bulgaria y aún estaban entrando en calor. Figurativamente hablando porque el invierno no era más cruel que en Rusia y las espesas pieles de animal eran su refugio para no morir de hipotermia.
Después de algunos segundos de discusión sobre cómo criar a sus hijos, Samuel y Natalya se envolvieron en un abrazo y Natalya lo invitó a sentarse. En la mesa se reunían su tía Sonya, su esposo, su tío Alexei y sus padres. Su tío Andrey se encontraba en la casa, pero en ese momento estaba ocupando la oficina del difunto abuelo de Agatha. La mesa de caoba estaba llena de aperitivos y té que desprendía un olor herbal demasiado fuerte para el gusto de Agatha.
Ella ignoraba la conversación de sus tíos y sus padres para hablar con Viktor con la mirada. Tenían un lenguaje secreto de golpes en la mesa con los dedos, guiños y señas para compartir opiniones.
Tenían señas para todo. Por ejemplo, era tan acostumbrado que el tío Samuel dijera cosas tan necias que tenían una seña que significaba: «¿Cuándo este señor piensa callarse la boca?», y la respuesta era otra seña discreta que significaba «Cuando estire la pata» y Viktor y Agatha intentaban no explotar en risas.
Un guiño rápido de su hermano mayor le dejó saber que ya no podía soportar escuchar más chácharas y que quería irse. Agatha se rascó disimuladamente el dorso de la mano izquierda para responderle que estaba de acuerdo.
Con complicidad fraternal cuidadosamente perfeccionada a través de los años, los Krum supieron exactamente qué hacer para escaparse. Agatha creó una distracción al recordarle a su madre que el tío Samuel tenía años que no hacía la cena navideña en su casa y eso desató una discusión que logró que Viktor y Agatha pudieran huir del comedor.
— ¿Vamos a visitar a Dimitri a su casa y vemos al bebé? Yo no lo he conocido aún —dijo Viktor, rodeó a su hermana con un brazo y la miró para saber qué iba a decidir.
—Seguro. Dame un segundo para ir con el tío Andrey, le quiero comentar algo —informó Agatha con una sonrisa tranquila.
—Vale, me esconderé en la sala de música hasta que nos vayamos. No creo poder sobrevivir a otra ronda de divagaciones del tío Samuel...—comentó el mayor separando su camino del de su hermana para desaparecer por una puerta a la izquierda.
Agatha llegó por sí sola a la oficina del abuelo Kuznetzov en el ático. Cuando era más joven y su abuelo seguía vivo, nunca le permitían acercarse a aquella habitación. Recordaba con claridad como solía sentarse en las escaleras, lo más cerca que podía del despacho, para escuchar el rasgar de su violín y la melodía maestra que tocaba su abuelo.
Le resultaba misteriosa y magnífica a esa niña, ella creía que allí se alojaban criaturas increíbles o las curas a todas las enfermedades mágicas existentes, ahora solo era bonita y mundana. Quizá las maravillas existían únicamente cuando su abuelo estaba vivo.
Lo primero que observó al entrar fue a su tío Andrey sacando cuentas y sumando números infinitos. Cajas de cartón con leyendas en idiomas incomprensibles reposaban en el escritorio y casi lo escondían de la vista.
—Cierra la puerta detrás de ti. La corriente de aire no me deja sumar bien —le ordenó su tío, antes de que siquiera la búlgara terminara de entrar en la habitación. Agatha no creía que el viento tuviera nada que ver con las matemáticas, pero no puso en duda su petición.
Agatha se sentó en silencio en una de las sillas frente al escritorio, absorbiendo los peculiares artefactos que decoraban el recinto. Zhanna Kuznetzova no había permitido a nadie quitar nada de su marido, todo estaba prácticamente igual como él lo dejó.
— ¿Sabes lo cara que son las bodas, Agafya? —preguntó Andrey Kuznetzov, echándole un vistazo a su sobrina y sonriendo brevemente—. Y eso que yo tengo suerte de tener dinero y de que Sveta y Kolya no quieran hacer un evento extravagante. Imagina si quisieran tener 1200 invitados como hicieron los Rostov.
—Tu imperio de negocios colapsaría —ella estuvo de acuerdo a pesar de no tener ni idea de cuánto costaba una boda. Andrey soltó una risotada.
—Exactamente —Andrey hizo un gesto con el dedo índice dándole la razón a su sobrina—. Cuando te cases, asegúrate de que tu padre se encargue de los gastos. Quiero verlo sufrir a él también.
Agatha asintió, riéndose ante lo infantil de dicho comentario.
—Aunque, entre tú y yo, si te casas con el inglés, no creo que tengas problemas con el dinero. Vaticino un éxito rotundo, nunca me había gustado tanto una idea de negocios. Tan fresco, tan innovador.
—Acerca de eso, tío...—titubeó ella—. Quería que supieras que Fred y ya no estamos juntos, bueno, en realidad no teníamos una relación formal. Sé que dije que solo éramos amigos, pero teníamos algo un poco alejado de la amistad. En fin, en términos generales terminamos.
La expresión festiva en el rostro de Andrey cambió y frunció el entrecejo con sorpresa y algo parecido a desazón.
—Nadie lo sabe todavía, sólo Viktor —se apresuró a decir Agatha—. Sabes que mi mamá armará un alboroto al respecto y no quiero que eso pase. Si pudieras guardar el secreto...
—Por supuesto, solnyshko¹. Lamento escucharlo. ¡Ya mismo termino el trato con esos muchachos! —Andrey se puso de pie de un salto y empezó a rebuscar pergamino y tinta para escribir una carta—. Y yo que pensaba reunirme con ellos después de año nuevo...
— ¡No! —dijo Agatha con preocupación—. No quiero que dejes de ser su socio. Quería decírtelo porque no quiero que me menciones cuando estés con ellos, pero no quiero que dejes de apoyarlos.
Agatha clavó la mirada en la madera pulida del escritorio y sus palabras supieron ácidas en sus labios.
—No entiendo, una gran razón por la que me interesé en ellos es porque tú me los vendiste muy bien. Si ya no estás asociada con ellos, no tengo qué...
—Por favor, tío. Acabas de decir que su negocio tendrá éxito y sé que te agradan. Yo no tengo nada que ver. Solo te pido que no me menciones cuando te reúnas con ellos o les digas nada sobre mí. No he hablado con Fred en algunos meses
La chica presentía la reacción que tendría su tío al saber que ya no estaba con el inglés. Rompería lazos de inmediato y pondría a Sortilegios Weasley en la lista negra. Otra persona dejaría que eso pasara, incluso lo disfrutaría. Otra persona tendría tanto rencor en su interior que se desquitaría de una manera atroz con la persona que la hirió y convertiría sus sueños en cenizas y las enterraría. Ella lo consideró. Al final del día, Fred la había herido y ella no le debía nada y el tío Andrey tampoco. Pero no podía hacerlo, para ella era inconcebible ser tan cruel. A pesar de que a veces se pasaba de la raya, Agatha no era despiadada.
Así que decidió que ese sería el último gesto de amor hacia Fred. Le brindaría la ayuda necesaria para que cumpliera su sueño.
—Eres algo verdaderamente especial, Agafya. No sé de donde lo sacaste. No de tu padre, por supuesto —se rió Andrey y rodeó el escritorio para estar frente a su sobrina—. Papa estaría orgulloso de ti.
—No por esto. Mi abuelo me diría que estoy siendo demasiado blanda. Diría que los rusos deben defender su honor y que los ingleses son lo peor.
—Probablemente —concedió Andrey y le tomó de la mano—. Pero estaría orgulloso de ti. Vale. Tus deseos son órdenes. Continuaré mis negocios con los Veasley, pretenderé que no existes cuando me reúna con ellos y no le diré a nadie.
—Gracias, tío.
—No hay de qué. Ahora déjame volver a mis asuntos, tengo una boda que pagar y poco tiempo. Cierra la puerta cuando te vayas.
Agatha acató y rápidamente estaba bajando las escaleras del ático. Esperaba que Fred pudiera apreciar tal gesto.
Ojalá lo hiciera entender cuánto significó él para ella.
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En la Rusia mágica, especialmente en Moscú, los Kuznetzov eran célebres y muy respetados, por lo que la noticia de que la única hija de Andrey Kuznetzov se casaba era el tema principal de los cotilleos entre los magos y brujas rusos. Seguramente iba a hacer una celebración importante y todos deseaban una invitación.
Apenas puso pie en Madre Rusia para las festividades, la abuela de Agatha no la soltaba. La llevaba consigo a todos los eventos sociales importantes de la temporada navideña; la mostraba como un trofeo brillante o una muñeca de porcelana costosa y la obligaba a entablar conversaciones incómodas con los solteros destacables. Zhanna Kuznetzova no era muy discreta para esconder su misión de buscarle un marido ruso a su nieta búlgara.
Svetlana salvaba a su prima de dichos eventos. Ahorrándole los malos ratos cada vez que tenía oportunidad con la excusa de que necesitaba que Agatha la ayudara con los planes matrimoniales.
— ¿Azul, lila o gris? —le preguntó Sveta una tarde de enero cuando ambas primas estaban en la casa familiar de Svetlana admirando tres vestidos de telas escarchadas.
—Azul no —decretó Agatha.
—Aún no lo descartemos, ¿sí? Es de mis favoritos —suplicó Svetlana—. Pensé que te gustaba el azul.
—El azul me da asco, lo detesto. ¿Para qué pides que te ayude a elegir si igual vas a elegir lo que te dé la gana? —preguntó Agatha, sonriendo y comiendo un plato de galletas.
—Porque te escogí como mi testigo —«Testigo» era el equivalente de dama de honor en Rusia. Svetlana suspiró exasperada—, y eres prima favorita y quiero que te veas preciosa en el vestido que escoja para ti.
—Es tu boda, Sveta. No seas tan dulce. Vísteme en harapos si quieres, eres tú la que tiene que destacar y verse preciosa —sonrió Agatha, empujando a la rubia con su pie— Tal vez eso es lo que estás intentando hacer, porque el azul se me ve fatal.
—Claro que no, te veías preciosa en el vestido de tu cumpleaños —le recordó Svetlana, Agatha se encogió de hombros.
Svetlana observó como la expresión de Agatha se transformaba y por un segundo contempló una vislumbre de nostalgia. Agatha estaba portándose algo diferente a la última vez que estuvieron juntas. Por momentos muy reservada y por otros muy coqueta y extrovertida. No había pasado desapercibido para Svetlana que Agatha no había nombrado a Fred desde que llegó a Rusia. Además, aunque no estaba segura de esto, su aura parecía estar algo manchada de gris que no era una buena señal y, si era cierto, demostraba que Agatha estaba apenada.
— ¿Sabes cuál es el que más me gusta de los tres? —dijo Agatha, animada, mientras jugaba con el gato albino de su tío—. El lila. Creo que combinaría muy bien con los arreglos florales, se vería muy armonioso. Voy a parecer parte de la decoración.
Svetlana se rió y se sentó en la cama junto a su prima.
— ¿Y crees que tu acompañante combine contigo? —preguntó Sveta, subiendo y bajando las cejas de forma divertida.
—No sé a quién llevaré a la boda —confesó Agatha con aire distraído—. Pero no creo que combinar conmigo sea una buena idea, porque se va a confundir con el testigo de Nikolai.
Svetlana internamente confirmó sus sospechas, ahora la carcomía la duda.
— ¿A qué te refieres? ¿Qué pasó con Frred?
Agatha la miró y puede jurar que casi se lo dice, porque Svetlana la iba a entender y la abrazaría y le diría que llorar no es de zarinas. Pero confesárselo equivaldría a traer el rostro de Fred al tope de su cabeza y a enfocar el momento en ella y no quería que Svetlana se preocupara por ella cuando debería estar pensando en la boda. La única razón por la que Agatha seguía creyendo en el amor era por Nikolai y Svetlana y no iba a ensuciar ese momento feliz contando sus desamores.
—Me aburrí de él —le mintió a la rubia con ligereza—. Corté las cosas.
— ¿Y estás bien con eso? —Svetlana la miró con extrañeza.
—Claro que sí. ¿Cómo era que decía el abuelo? ¿«No tiene caso guardar algo que no te sirve»? Eso aplicaba para artilugios mágicos, pero supongo que para los chicos es igual —bromeó Agatha, intentando mantener su acto tan verídico como fuera posible.
—Gata, ¿segura? —Svetlana no se lo terminaba de creer.
—Supongo que me puse triste por unos días, pero ya encontraré a alguien. A lo mejor de aquí a allá, termine gustándome un ruso y Baba pueda morir feliz. No es nada que besar a un par de chicos no arregle.
Svetlana se quedó en silencio un rato y miró a su prima. Tan linda y tan mala mentirosa. Como si no supiera que Svetlana era una experta en actuar y que reconocía un acto mediocre con facilidad.
La rubia hizo algo que sabía que la iba afectar mentalmente, pero tenía que confirmar sus sospechas para ingeniar un plan. Le puso una mano a Agatha en el brazo descubierto y dejó que su don de la empatía tomara el control.
Svetlana Kuznetzova era una bruja empática, lo que quiere decir que puede sentir y adoptar los sentimientos de una persona a petición. Un don muy común en los linajes mágicos rusos, pero difícil de manejar. No saber controlar tu empatía podría llevar a un mago o bruja a absorber tanto los sentimientos de otra persona que llegan a sentirse propios y ser nocivos.
Los sentimientos de Agatha embargaron a Sveta. Felicidad forzada, como cuando estás haciendo tu mayor esfuerzo para poner detrás de ti algo doloroso. Rebuscó más para traspasar aquel sentimiento predominante y lo encontró de inmediato, crudo corazón roto y decepción amorosa. Sólo así podía describirlo. Svetlana no entendía. No había nada de la felicidad rebosante que exudaba su prima de cada poro en su cumpleaños. Le dolió a Sveta como si fuera propio, tanto que tuvo que romper el vínculo.
—Entonces, ¿el lila? —preguntó la búlgara con alegría y se levantó de la cama de Svetlana para sostener el vestido. Lo puso encima de su ropa para verse en el espejo y darse una idea de cómo le quedaría.
—No sé. Tengo que hablarlo con la almohada —murmuró Svetlana, distraída.
Svetlana tenía tanto por lo que preocuparse. Tenía que prepararse para la temporada de espectáculos en la Ópera de San Petersburgo donde iba a encabezar las principales funciones. Tenía que ponerse a lleno con la boda, cuya fecha se aproximaba rápidamente y tenía que ponerle atención a las reuniones de aquel grupo anarquista que se preparaba para enfrentar una posible guerra mágica. ¿Cómo era que se llamaba? ¿La Hermandad de la Paloma? Algo así.
Aunque tenía tantas preocupaciones, lo único que la afectaba en ese momento era sentir tal consternación en su primita. Agatha era usualmente un faro de luz y sentirla arder con tan poca intensidad era fuera de lo común.
Ahora tenía como misión buscar a Fred Weasley y exigirle una explicación y si no se sentía satisfecha con ésta, le iba a dar la paliza de su vida.
Fred Weasley, que en ese momento reposaba tranquilo en la Madriguera, no tenía idea de la tormenta que se avecinaba hacia él desde el ártico frío de Rusia.
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1. солнышко (solnyshko): «Pequeño sol» o «Bebé sol» , en ruso.
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