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⠀⠀𝟬𝟬. honey


PRÓLOGO.⠀✶
alba castro's pov.

❛ watch the clouds, drifting round,
feel the breeze remind us we're free. ❜


ALBA COGIÓ LA MALETA Y LA TRASLADÓ HASTA LA PUERTA, llevándose con ella los recuerdos de todo un curso. La habitación lucía limpia por fin, sin pósteres empapelando las paredes ni documentos ocupando espacio. La cama ya no estaba envuelta en sábanas de tonos rosas ni el suelo cubiertos por alfombras o ropa. Estaba vacía.

⠀⠀Alba podría sentirse triste. Sin embargo, un sentimiento de orgullo y satisfacción la embargaba. Con todas las asignaturas aprobadas y un futuro por delante, no podía pensar en otra cosa que en llegar a su hogar y ponerse a trabajar en la pastelería de sus padres. Al fin y al cabo, era su sueño. Si estaba haciendo aquello, era precisamente para poder continuar con el negocio de la manera más profesional posible.

⠀⠀El Culinary Insitute de Barcelona era una de las escuelas de repostería más célebres de la ciudad, y Alba era consciente de que tenía mucha suerte de poder ser parte de ella. De igual modo, tenía claro que su éxito no se debía solamente al prestigio de la escuela o su profesionalidad, sino que también a su esfuerzo diario y al amor que tenía por los pasteles y todo lo relacionado con ellos, que hacía que cada día se levantara motivada para afrontar la jornada, dispuesta a darlo todo para cumplir su sueño y poder así seguir los pasos de sus padres.

⠀⠀Sin embargo, todo eso había acabado —por lo menos hasta septiembre—, así que ahora debía centrarse en llegar bien a casa para poder retomar su puesto en el negocio familiar, en el que trabajaría durante todo el verano perfeccionando así sus cualidades culinarias.

⠀⠀Con un leve asentimiento, dio por aprobado el estado de la habitación y cerró la puerta, despidiéndose mentalmente del lugar hasta el curso que viene.

⠀⠀El pasillo se encontraba abarrotado de estudiantes en su misma situación, con chicas corriendo de una lado para otro haciendo últimas comprobaciones, maletas desperdigadas por donde mirara y familiares dispuestos a ayudar en lo necesario.

⠀⠀Alba se encaminó entre la gente hasta la segunda puerta a la derecha de la suya, donde encontró a su mejor amiga entre un desorden absoluto. Amelia Santos era sin duda la persona más amable que conocía, pero eso no quitaba que no fuera un caos total. Su cabello castaño, recogido en un despeinado moño, dejaba caer pequeños mechones alrededor de su cara, que se contraía en una leve mueca al observar cómo en vez de recoger parecía que hacía justo lo contrario. Cuando escuchó que la puerta se abría, se quedó observando a Alba con una sutil sonrisa en mitad de aquel alboroto.

⠀⠀—¡Alba, qué bien que ya estés aquí! —gritó con una fingida felicidad, como si hubiera estado esperándola—. Llegas justo a tiempo para ayudarme.

⠀⠀Su expresión pasó a ser ahora un mohín mientras miraba a Alba con cara de si no me ayudas no sé qué va a ser de mi vida, pero lo cierto era que Alba no podía permitirse mucho retraso: tenía un tren que coger. De todas formas, era consciente de que Amelia sabía aquello, y que solo le tomaba el pelo, tratando de aportarle algo de humor al estropicio en el que se había convertido su cuarto.

⠀⠀—¡Ay, sí! —le siguió la corriente Alba, con una sonrisa completamente falsa—. ¡Qué pena que no pueda quedarme! Ya sabes que el tren no espera por mí, así que...

⠀⠀Amelia le dedicó una mirada asesina, pero aún así se acercó a ella —esquivando los papeles, libros y material de fotografía que había esparcidos por el suelo— abriendo los brazos y envolviéndola en un fuerte abrazo. Permanecieron así durante unos segundos, ignorando el calor que hacía y simplemente disfrutando de la compañía de la otra y el firme sentimiento de amistad que las unía. El familiar olor a melocotón de Amelia —el de su champú— llegó a sus fosas nasales, permitiéndose cerrar los ojos durante un instante antes de separarse de ella y posar un suave beso de despedida en su mejilla.

⠀⠀—Bueno, Ames, tengo que irme —dijo Alba con la tristeza inundando su voz y su rostro.

⠀⠀Ella asintió, volviendo a su puesto anterior dispuesta a terminar de una vez con el desorden que reinaba en la habitación.

⠀⠀—¡No te olvides de llamarme cuando llegues! —le recriminó, señalándola con el dedo índice. , puede que a Alba se le hubiera olvidado alguna vez hacerlo y Amelia le hubiera mandado cientos de mensajes preocupada por ella que Alba no había visto hasta más tarde porque siempre tenía el móvil en silencio.

⠀⠀—Vaaale, mamá —contestó Alba con una sonrisa pícara, dirigiéndose hacia la puerta y llevándose una mano a la boca y lanzándole un beso por el aire.

⠀⠀Amelia hizo como si ignorara el gesto, hasta que finalmente soltó una pequeña risa y lo atrapó, llevándose las manos al corazón tal y como hacían desde que eran pequeñas.

⠀⠀—Oh, por cierto. Vete buscando un hueco libre porque este año vienes a Cadaqués sí o sí, no me sirve ninguna excusa —le dijo Alba, ya desde el pasillo—. Ya sabes que a mis padres les encanta tenerte por allí y están deseando verte. Además, siempre tendrás una habitación para ti. Bueno, siempre y cuando consigas recoger todo este desastre.

⠀⠀La profunda expresión de genuina gratitud que reflejaba el rostro de Amelia pasó rápidamente a ser sustituida por un ceño fruncido y un volteo de ojos antes sus últimas palabras.

⠀⠀—Ja, ja, ja, qué graciosa —se burló con sarcasmo—. Cuando llegue a casa y hable con mis padres ya te digo.

⠀⠀—¡Vale! —gritó Alba, adentrándose de nuevo en el pasillo repleto de idas y venidas de estudiantes—. ¡Te quiero!

⠀⠀—¡Yo más! —escuchó que respondía Amelia antes de cerrar la puerta de su habitación.

⠀⠀Alba emprendió el camino hacia las escaleras, arrastrando tras de sí su maleta llena de ropa y recuerdos y sintiendo el peso de su mochila en los hombros, llena a su vez de pertenencias. Se cruzó con alguna que otra conocida, ya que era habitual toparse con ellas de vez en cuando por el pasillo colmado de habitaciones, dedicándoles un pequeño asentamiento de cabeza o un leve gesto con la mano.

⠀⠀Tras conseguir bajar todas las escaleras sin romperse ningún hueso por el camino ni desperdigar su ropa sobre los escalones, dejó escapar un suspiro y se dirigió a recepción. Allí se despidió de la portera, Clara, y por fin salió a la resplandeciente calle de su residencia de estudiantes. El sol la golpeó con fuerza, provocando que entrecerrara los ojos y se hiciera visera con una mano, tratando de protegerse en vano de la repentina luminosidad.

⠀⠀Debía dirigirse hacia la estación, por lo que aún le quedaba un buen tramo por caminar. Decidió darle orden a sus prioridades, así que sacó sus cascos y puso en Spotify una playlist con tonos alegres y veraniegos para tratar de dejar el agobio —que comenzaba a invadirla— atrás. En cuanto comenzó a sonar Live While We're Young de One Direction, permitió que su mente se evadiera de la realidad y empezó a tararear la pegadiza melodía a medida que avanzaba por las calles de Barcelona rumbo a la estación de tren.

⠀⠀Una vez allí, tras comprobar que tenía los billetes correctos, se dirigió a la terminal adecuada y esperó unos minutos hasta que llegó el tren. Alegre al darse cuenta de que le había tocado un asiento junto a la ventana, colocó la maleta en la estructura metálica sobre su cabeza y se sentó, aun con los cascos puestos —reproduciendo ahora Feels Like de Gracie Abrams— y esperó paciente a que el tren emprendiera su camino hacia Girona, ansiando reencontrarse por fin con sus padres.

EL TRAYECTO EN TREN SE LE HIZO BASTANTE CORTO. Según su filosofía de vida, cualquier viaje podía convertirse de pesado a ameno siempre y cuando tuviera batería en el móvil y los cascos, además de unas buenas vistas y tiempo para reflexionar. Así que eso hizo.

⠀⠀Cuando la voz metálica y vibrante anunció que había llegado a su destino, Alba se apresuró a recoger su equipaje y a salir, parándose un segundo a disfrutar de la sensación de estar en casa y cerca del mar una vez más, alejada del ajetreo propio de una gran ciudad como Barcelona.

⠀⠀Sin más tiempo que perder, abandonó la estación y se perdió por las ya familiares calles de Cadaqués. Se alegró al ver cómo con el paso del tiempo, el lugar iba innovando sus infraestructuras y locales, pero sin perder su esencia. Era eso lo que hacía que cada año quisiera volver allí, el sentimiento de pertenencia a algo que evoluciona pero no cambia. Siempre que volvía a Cadaqués, se daba cuenta de lo mucho que había echado de menos el lugar. En gallego había una palabra que envolvía perfectamente ese sentimiento, la morriña. Mucha gente trataba de compararlo con la nostalgia o melancolía, pero ella, que era mitad gallega y había tenido la fortuna de estar en Galicia, sabía que era un sentimiento que no podía relacionarse con nada más.

⠀⠀Dejó que el sentimiento desapareciera empapándose del lugar, perdiéndose por las calles y observando todo como si de una turista se tratara. El aroma del mar lo envolvía todo, lo que sólo hacía que Alba se sintiera aún mejor, contenta de estar por fin en su tierra natal.

⠀⠀A medida que se iba aproximando a la pastelería de sus padres, caras conocidas comenzaban a invadir su visión, a quienes saluda con amplias sonrisas. Muchos correspondían el gesto sorprendidos, alegres de que hubiera vuelto y extrañados de que sus padres no les hubieran comentado nada. Porque , la vuelta de Alba era sorpresa. Tras haber aprobado todo, había decidido contarles una mentira piadosa a sus padres, diciéndoles que tendría que quedarse unos días más para recoger todas sus pertenencias —pertenencias que, mientras hablaban, ya habían sido colocadas cuidadosamente en su maleta— y para asegurarse de que todo estuviera perfecto para el curso siguiente.

⠀⠀Así que, una vez tuvo a la vista el familiar local, se preparó para la avalancha de emociones que la atraparían durante los siguientes minutos. Dejó su maleta y mochila apoyadas sobre la acera —vigiladas por la dependienta del local contiguo— para poder tener las manos liberadas y abrió la vieja puerta blanca de madera que daba entrada al lugar.

⠀⠀Inmediatamente se vio envuelta por el peculiar aroma del café y los pasteles, uno que recibió con los brazos abiertos. El local estaba tal y como lo había dejado hacía unos meses, con varias mesas desplegándose a su derecha, repletas de sonrientes clientes y niños correteando de un lado a otro. Frente a ella estaba el mostrador, hasta los topes de todo tipo de tartaletas, pasteles, magdalenas, galletas y dulces que pudieras imaginar, así como la zona de cafetería y preparación de smoothies, frappés, batidos y diversas bebidas. De espaldas a ella estaba su madre, que empaquetaba unos pequeños pastelillos para una pareja que esperaba paciente, observando cómo sus manos colocaban con esmero el papel sobre una tira de cartón que evitaba que este fuera embadurnado por la nata que adornaba el dulce. A su izquierda, su padre se encargaba de distribuir pequeñas tartas y cupcakes en el escaparate, buscando así la atención de cualquier posible cliente interesado en ellos.

⠀⠀Al oír el sonido de la campanilla que señalaba que un nuevo cliente había entrado, varias cabezas de los sentados en las mesas se giraron hacia ellas, así como sus padres, que no podían dar crédito a sus ojos. Su madre, que aceptaba un billete de la pareja que había encargado los pastelillos, se apresuró a darles las gracias por su compra mientras corría hacia ella, que la esperaba con los brazos abiertos. Su padre, por otro lado, dejó en pausa su tarea —perjudicando así a un cupcake, cuyo glaseado se derritió por los lados— y se dirigió a ella con la misma intención.

⠀⠀—¡Alba! —gritó su padre con emoción, dándole un fuerte abrazo y separándose levemente para observarla, como si aún no pudiera creer que hubiera vuelto.

⠀⠀—¡Papá! —gritó ella a su vez imitando su sorprendido tono de voz, soltando una pequeña carcajada.

⠀⠀—Cariño, ¿qué haces aquí? —ahora fue el turno de preguntar de su madre, quien repitió el mismo gesto que su marido y la abrazó con fuerza.

⠀⠀—Bueno, si queréis vuelvo a Barcelona —respondió Alba con fingido enfado.

⠀⠀—No, no —se apresuró a negar su padre, sin poder contener la sonrisa que inundaba su rostro—. Estamos muy contentos de que hayas venido pero...

⠀⠀—¿No tenías que quedarte un tiempo para recoger tus cosas? —terminó su madre, con una pizca de preocupación reflejada en sus ojos.

⠀⠀—Bueno, digamos que tengo unos padres excepcionales y estupendos a los que tenía muchas ganas de ver y a los que les conté una pequeña mentirijilla... —Alba observó cómo su padre fruncía levemente el ceño, odiaba las mentiras—. ¡Pero no afecta para nada! Mi habitación está en perfecto estado para el próximo curso, todas mis pertenencias se encuentran en la entrada y mis padres están felices de poder contar conmigo antes de lo previsto, ¿no? —un matiz de esperanza se filtró en la última pregunta, tratando de hacer contraste con la pequeña mentira que había contado.

⠀⠀Sabía que a sus padres no les haría gracia que hubiera mentido, pero esperaba que su temprana llegada sirviera de remedio. Y así fue, en cuanto terminó la bienvenida, fue hasta la salida para recoger su equipaje y, tras darle un rápido agradecimiento a la dependienta de la tienda contigua, se adentró de nuevo en la pastelería. Si a los clientes les pareció extraño que una chica apareciera de repente con equipaje y montara un revuelo dentro de la local, no lo mostraron —o estaban ocupados con sus propios asuntos—. A pesar de ello, Alba se dirigió a la puerta del personal que llevaba hasta las escaleras que desembocaban en el piso de arriba: su casa.

⠀⠀En cuanto alcanzó el último escalón, dejó con un fuerte suspiro la maleta en el suelo, al igual que la mochila, y se permitió pasear por las diferentes estancias antes de llevar el equipaje a su habitación.

⠀⠀Todo seguía completamente igual. La cocina albergaba frutas de hueso que anunciaban el verano guardadas en una pequeña cesta, maquinaria de pastelería por todos lados y los frascos llenos de especias y sabores alineados perfectamente sobre la encimera. Sobre el sofá del salón descansaban varias mantas finas y cojines, y la luz entraba a raudales a través de la persiana medio bajada. En cuanto entró en su habitación, una oleada de nostalgia la inundó.

⠀⠀Su cuarto estaba en la parte más alta de la casa. Era un ático, con una ventana en el techo sobre su cama que le permitía ver toda la ciudad si se asomaba a ella. Su escritorio permanecía tal cual lo había dejado, con algunos libros descansando sobre ella y sin una mota polvo; su madre debía haber pasado por allí. Sobre él, en la pared, sujeto con unos clavos se encontraba su preciado corcho, lleno de fotografías que Amelia le había tomado —en las que se la veía feliz, entre pasteles y dulces— y otras de ambas juntas en Barcelona y allí mismo a lo largo de los años. Su espléndida estantería se alzaba a su izquierda, repleta de libros de misterio, fantasía y romance como el de las películas —o incluso mejor—, que le recordaban como había echado de menos el poder disfrutar tranquilamente de una buena lectura. Sin duda, Alba se pondría a ello en cuanto tuviera un rato libre.

⠀⠀De pie en la puerta, repasó con la mirada cada rincón de su cuarto, decorado a su gusto y que reflejaba a la perfección cómo era ella. Sus ojos se pararon en la mesilla de noche, donde una foto que su padre les había sacado a ella y a Amelia de pequeñas las mostraba muy sonrientes en la playa, con la cara llena de helado y miradas cómplices. Sonrió ante la visión y de repente se acordó, debía llamar a Amelia si no quería que la matara la próxima vez que se vieran.

⠀⠀Con eso en mente, volvió a la escaleras, recogió su equipaje y, antes de ponerse a colocar todo en su sitio, pulsó el botón verde al lado del número de su mejor amiga. Con una sonrisa adornando su rostro, esperó pacientemente a que Amelia contestara, contenta de estar por fin en su hogar.

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