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005

Octubre, 17 del 2011;
Sur de Francia.

-¿Finn?- Rebekah inquiere confusa sobre el ruido de los múltiples transeúntes.

-Soy yo, Rebekah. Espero que tengas una buena explicación para no haber contestado el teléfono los últimos días.-

Ella se detiene frente a una amplia vidriera asomándose al reflejo para arreglar su cabello.

-Fácil... No tenía servicio.-

Un amplio suspiro hace interferencia en el auricular del celular;-Rebekah, ¿tienes algo que ver con lo sucedido a la señorita Ariane?- Pregunta anticipando la respuesta.

-Así que lo sabes...-

-Es difícil no saberlo cuando vives con Kol. Está más que furioso contigo-

-Puedo vivir con ello. ¿Ariane? ¿Cómo está?-

Un movimiento detrás de la línea le hace saber de algún disturbio.

-... Kol. No seas muy duro con ella.- Y con eso su voz se pierde de la audición.

-Maldita seas, Rebekah.- A Kol le valió pito lo que dijo Finn. -¿Que demonios crees que estás haciendo? ¿Juegas a ser Dios ahora?-

-Tanto tiempo, Kol. Literalmente ahora no tengo tiempo para lo que sea que--

-Cierra tu boca, Bekah. Mataste a Ariane ¿con qué propósito? ¿Cuál es ese maldito premio?-

-¿Y a ti por qué carajos te importaría, Kol?-

-Me importa porque literalmente te jodiste, Rebekah. ¿Quieres pasar desapercibido pero montas un show de cacería mundial para la bruja protegida de los De Martel?-

-Oh, es eso. Eres inteligente y tienes un jodido encuadernado con predicciones del futuro. Estoy segura que puedes con ellos, siempre tuviste cierta aversión para con Tristan.-

-Joder, Rebekah, no se trata de eso, no es un maldito juego, esto es serio y tú lo provocaste, te daré tres días para devolver tu trasero aquí o tu pequeño experimento no tendrá un corazón para cuando te dignes a aparecer.- Advierte irritado.

Rebekah alza las cejas divertida;-¿A riesgo de defraudar a tu discípulo?-

-No me tientes...- Gruñe antes de que Finn le arrebate el celular.

-¿Rebekah?- Suena bastante serio.

-Dime...- Suspira por lo bajo.

-Sólo estamos preocupados por ti. ¿Lo entiendes, verdad?-

Pierde su voz por un momento y teme que si vuelva a hablar emita un sonido patético y estrangulado, por lo que solo asiente aún cuando sabe que no puede verla. Corta la llamada con cierta insatisfacción.

Si eso los molestó, definitivamente lo siguiente que tiene planeado hacer los enfurecerá.

Suspira agarrando coraje bajando las calles del sur de Francia hacia el castillo de la Trinidad, ella podía sentirlo, no sólo en las disimuladas e imperceptibles miradas a sus espaldas, sino, también en el aire; Ella no era bienvenida, algo en ella dirigiéndose hacia la boca del lobo no se sentía bien.

Podía sentir la brisa húmeda sobre sus mejillas frías, la otoñal brisa volaba las solapas de su abrigo beige desentonando con el gris piedra de todo el establecimiento.

No había plantas o verde en general, solo pavimento y escalinatas e impresionantes caminos estructurados de piedra.

Esperaba algo ostentoso y no se decepcionó, este castillo podría tener entre cinco o cuatro siglos.

Las murallas, almenas y columnas emanaban un aura antigua y noble. Una enorme puerta de madera oscura se hallaba custodiada por cuatro enormes guardias en trajes a juego negros.

Dos de ellos parecían reconocerla de inmediato, cautelosos y en guardia. El resto avanzó con el entusiasmo agresivo de un imprudente. Su sangre cantaba que no podrían tener más que unos pocos años de convertido.

-No fue muy inteligente de tu parte presentarte a estas tierras, rubia.- Su tono gutural, irónico e indiferente. Encabezando antes de que sus temerarios compañeros cometan una estupidez tan sólo con su boca inteligente e imprudente. Observando con cautela su alrededor, pero sus orbes verdes fijándose ocasionalmente en su vieja presencia.

Cualquiera podría ver lo tenso que se encuentra.

Al guardia no le agaradaban sus compañeros, pero habían puesto en sus manos la responsabilidad de dirigir la guardia de esta tarde. Una baja en su turno y estará en la mira de sus superiores.

-Uhm, tuve diez vidas, en la mayoría de ellas muchos perdieron la cabeza por mucho menos.- Comenta cómo si del clima se tratase, ambos se retaron fijamente. Sus compañeros tensandose como pequeños niños, otros se erizaron al punto de sentirse amenazados y tomar posición. No fueron para nada disimulados. -Vamos niños, vine aquí a hablar con un viejo amigo, no a tratar con sus... Mascotas.-

Uno de ellos se molestó lo suficiente para avanzar un paso y querer lucir amenazante con la pobre chica rubia e ingenua que él creía.

-¿Niños?...- Responde cuál broma interna. -Podríamos destrozarte entre todos si así lo quisiéramos- Asoma sus ojos amarillos, dejando expuesta su naturaleza.

Rebekah no aparta la mirada más allá de él, ni siquiera cuando el aroma viejo y conocido se asoma a su olfato.

-No llegaría hasta aquí si no pudiera con seis vampiros y cuatro perros, ¿no lo crees?. Tus amigos del muelle lo creen ahora.- No se inmuta a los gruñidos de advertencia. Realmente no quería crear problemas en la puerta de la trinidad, claro, destrozó a diez de ellos pero cientos de estos sobre ella no es algo que quiera probar de nuevo.

No cuando tienen armas que desconoce.

Ya estaba aquí, no había necesidad de más corazones desperdigados por culpa de tontos con precarios temperamentos. No se molestaría.

-Yo me aseguraré de que lo recuerden, Rebekah. No hay necesidad de ser físicos, Simon.- Tristan de Martel hace gala de su presencia, interviniendo cuando fue necesario, más específicamente; antes de que la única Mikaelson, propensa a actos violentos en masa pueda sucumbir a la provocación.

-Tus perros son bastantes temperamentales, Tristan.- Recuerda Rebekah. La espesura dulce y tranquila a su alrededor tan falsa como decir que alguno de ellos tiene un pulso.

-Lo sé de primera mano. Es bueno verte despierta querida Bekah.- Tristan es indulgente e informal, un toque de burla en el fondo de sus palabras.

Cualquier novato notaria con consternación la lenidad empleada en el tono de su voz. Todos saben lo intolerante que es a los actos que infrinjan cualquiera de sus normas en la trinidad; cruel y vengativo con quién crea que se lo merezca. Y esta zorra rubia no es una de ellas al parecer.

La situación es rápidamente salvada por un resoplido sobrante de un desafortunado de la audiencia.

Inocente, Rebekah, enarca una ceja.
-El respeto abunda por aquí.- Se burla mirando de reojo.

Tristan y su seguidor detrás suyo se inquietan, no es que le importara mucho lo que la rubia dijera o insinue. Aquí Tristan es el que manda, todos ellos lo saben, tiene impuestas estrictas reglas que se deben cumplir si quisieran seguir gozando de los privilegios de estar a la mano con la sociedad sobrenatural que actualmente encabeza la pirámide en el mundo.

De lo contrario tenía formidables y feroces lacayos que realizaban por un jugoso lucro cualquier desagradable trabajo que le dieran. Por ello, bajo su mano el no exigía más que respeto y obediencia.

-Que de un paso al frente el que se atrevió a tal osadía.- Agruesa su voz y cruza los brazos detrás de su espalda.

Rebekah los observa con diversión.

Un pequeño asiático avanza un paso, cabeza en alto y distante rostro altivo.

-¿Ryan?.-

-¿Sí, señor?-

Tristan alza una ceja.

-Ciertamente es de mala educación responder con otra pregunta.- Dice despectivo. No le agradaba para nada su actitud, como si ambos estuvieran en el mismo nivel y él tuviera la audacia de actuar distante y arrogante.

-Lo siento, señor. Disculpe a este pequeño súbdito, no he de disponer la educación necesaria en casa. No sé volverá a repetir.- Antes de que el tal Ryan responda, el seguidor detrás de Tristan que hasta el momento se mantenía en silencio sale a defender el pellejo del otro hombre.

Rebekah alza ambas cejas, ella podría decir que sabía lo que aquí pasaba, se podría interpretar como cualquier otra situación si no fuera por el ceño preocupado y labios apretados de este.

¿Quién se molestaría en defender a un simple colega que ofendió la autoridad de su superior?. Si Rebekah tuviera que apostar a los pensamientos de un simple vasallo imitador como representa Tristan para ella; lo tomaría como rebeldía. Esto iba más allá de poner a prueba su autoridad, probablemente tocó su ego, así que no le sorprendería si tomara cartas en el asunto más tarde.

Tristan echa un vistazo a Rebekah ignorando su sonrisa, pasándola a su seguidor.

-Tres en punto, los quiero en una fila, patio trasero.- Es lo único que dicta con cierta potestad. La mayoría asiente enderezandose en si mismos, observando de reojo con cierto reproche y hostilidad a su compañero que los metió en esto.

Todos se retiran sin más. Dejando vía libre en la entrada del castillo. Un poco desilusionada por la falta de respuesta de Tristan de Martel.

-No te preocupes por ello, la siguiente guardia está más cerca de lo que crees. Nunca se queda vulnerable.- Tristan abotona con cierta majestuosidad el botón de su saco. Un pomposo movimiento que le recuerda demasiado a Elijah.

-Lo que pase en tu caverna de murciélagos no es un asunto que me interese.- Blanquea los ojos, vista al frente y muy relajada para alguien que entra a una zona minada.

Tristan apreta ambos labios en una fina línea.

-Supongo que estás de paso por aquí, sola. Realmente fue una gran sorpresa escuchar que una leyenda de Mikaelson vino a buscarnos.- Menciona cruzando ambas manos por detrás de la espalda.

El que los viera pensaría que era un par de conocidos hablando de negocios, no había calidez o cordialidad, como dos viejos amigos reuniéndose. Pero tampoco había hostilidad y rivalidad.

La superficie se mantenia serena y formal.

-¿Que te hace pensar que vengo sola?- Decide confrontar con desafío.

Él la ve con curiosidad y luego detrás de ambos al seguidor que los seguía de cerca. No tenía que tener ojos en la nuca para verlo negar con seguridad.

-Bueno, ya es un hecho.- Responde uniforme. -Se habla mucho allí fuera.-

-No creí que tuvieras esas mañas pequeño Tristan.-

Bufa con una mano sujetando el puente de su nariz, como si de esa manera sujetara su paciencia.

-¿Que buscas realmente aquí, Rebekah?...- Eso es algo que escapaba de sus manos.

No era una visita amistosa, los catorce cuerpos que flotan en la orilla de la Bahía es un indicio más que obvio.

Todos en el Strix y asociados eran conscientes de la eterna enemistad entre Mikaelson y fundadores de la trinidad. La única diferencia era que ahora tenía centenas de personas dispuestas a revelarse a sus creadores si así se presentaba la posibilidad.

Era un grito a voces que no eran los únicos que querían los corazones de los originales fuera de su cuerpo.

Pasa bastante tiempo antes de que la rubia se atreva a abrir su boca. Preparado para escuchar de una posible alianza.

Una que explotaría de ser así.

-Hablar de negocios...- Menciona en alto. Importandole poco el brillo vicioso en los ojos marrones. Se detiene en su paso, volteando para enfrentarlo. -Supongo que con un castillo exageradamente enorme tendrás un lugar para hablar cómodamente con una dama de negocios.- Se mofa ligeramente.

•••

La habitación y los siervos que servían de consejeros para con los de la Trinidad hacían de desafortunados testigos en primera fila de la tensa animosidad y conflicto entre De Martel y la rubia de Mikaelson.

Principalmente de la genuina incredulidad en las cinceladas facciones de la edad Media.

-¿Y bien?- Exige con molestia Tristan. No le gustaba para nada la tranquilidad ociosa en la que Rebekah Mikaelson se hallaba. Como si no supiera que esto cambiaba por completo el eje de planes de años.

Principalmente como si ella estuviera haciéndole un favor y fuera su gracia redentora.

Se hallaba deseando con más fervor que nunca que Rebekah Mikaelson desapareciera de la faz de esta tierra.

Aya avanza formidable y seria. Rozando lo fúnebre, echando vistazos de desconfianza y hostilidad absoluta a la rubia. Preguntándose internamente, una vez más, porque que seguía allí presente.

Ella no traía buenas noticias.

-No lo entiendo. Sin embargo, no dudaré del alcance de las malas voluntades y sobre todo, el alcance de mis brujas... Sí, es real, mi señor.- Aya mantiene el suspenso y la dramaturgia como una maldita reina del drama, Rebekah tiene que darle eso. Tristan no despega los ojos de su rostro. -La profecía está vigente. Nuestras divinas y videntes más brillantes lo han constatado. Hermanos y hermanas, se acercan tiempos oscuros para nuestros creadores, por consiguiente, para nosotros mismos.- Menciona entre dientes.

-¡Maldición!- Tristan golpea debajo de una mesa impulsandola por los aires.

Todos los miembros en la habitación se echan hacia atrás con cautela.

Su particular tranquilidad es lo que tenía nervioso al segundo miembro masculino de la trinidad.

Eso es. Ella lo hizo.

Levantando la cabeza con ojos desenfocados, inhala profundamente por la nariz.

-Tú. No sé cómo lo has hecho, es que-wow, lograste inquietarnos, Rebekah Mikaelson. Sin embargo, no logro descifrar por completo como es que te beneficias a raíz de esta situación.- Todos la miran, siente sus ojos juzgadores y hostiles en su rostro. Pero ella no se inmuta.

-Ya lo dije. Nada aún, ¿no puedo simplemente prever a un viejo amigo de las futuras catástrofes?-

-No pretendas ser más de lo que eres, Rebekah.- Advierte con cierto burla.

-Supongo que nunca lo sabremos.- Se pone de pie seguida de los guardias. -Qué bueno que lo hacen, guíenme a una habitación.-

Aya se vuelve de repente hacia la Mikaelson, la incredulidad escrita en su rostro. Nunca pensó que realmente haría un movimiento tan estúpido y arriesgado. ¿Acaso tiene un deseo de muerte?.

A Tristan pareciera que le hubieran puesto un dedo en un lugar no muy agradable. Estaba rojo y furico.

-Ni siquiera lo pienses. Quiero que desapares--

-No importa. Yo iré a por ello.- Suspira cómo si de echo, ella hubiera sido agraviada y no al revés.

-REBEKAH-

•••

Octubre, 22 del 2011;
Sur de Francia. Castillo Trinidad.

El otoño era una preferencia que aguardaba desde pequeña. El tiempo era gris, fresco y un pequeño ungüento del caluroso verano y un descanso antes del crudo invierno.

Hojas doradas y regadas por el suelo. Los nuevos olores terrosos y húmedos del campo que se podían apreciar detrás del castillo.

Si, había sido un buen tiempo.

Sin embargo, ella lo sabía mejor. En realidad... No sabía lo que deparar.

Estaba durmiendo bajo el techo del enemigo, instandolo a atacar, entregando la cacería en bandeja de plata para sus enemigos, pero Tristan y los demás no habían hecho nada aún.

Aquí estaba, en la galería del castillo Trinidad que daba convenientemente paso a los jardines privados de Tristan.

-Rebekah...- El mencionado se sienta en la silla alejada. Un asentimiento que daba a conocer su presencia. -Aya me trajo nuevas quejas tuyas, dice que has atacado a uno de mis hombres.- Comenta tratando de actuar casual.

Ella lleva el vaso de espeso líquido a sus labios. -Odio los malos modales.- Menciona recordando como el sujeto había tratado de dejarla en ridículo frente a la guardia. Podía apostar un brazo a que lo había enviado esa bruja de Aya.

Supone que probaron su paciencia.

-Coincido. No obstante deja a mis hombres en paz, yo me encargaré. Dejar un rastro de corazones en mi sala de conferencias no es la única solución.- Actúa con cierta severidad.

-De acuerdo... Ya no más corazones en la sala de conferencias. En su lugar trasladaré mi escena del crimen al patio trasero.-

Puede escuchar sus dientes sonar, y lleva pesadamente su mano al nudo de la corbata.

-De acuerdo, creo que te estás tomando muchas libertades. Ya han pasado cinco días de tu llegada, Rebekah. ¿Que piensas hacer?.-Realmente estaba cabreandolo.

Ella frunce su ceño. -Y yo aquí pensé que comenzabas a amar mi presencia. Hasta había pensado en el color de nuestras nuevas cortinas.-

Tristan contorsiona su rostro con cierto disgusto e incrédulidad.

-Nunca, prefiero arrancar mis ojos con cucharas de verbena.-

-Ahí está... Ya había comenzado a creer que eso de pensar estupideces se te había contagiado de Aya.-

-Rebekah- Llama Tristan el flujo del aire pesado y su tono serio. Tristan nunca tuvo problemas en seguir sus bromas o peleas. -Tal como lo muestra la profecía; Klaus descubrió la mentira de la pequeña pandilla de Mystic Falls. Viajó al norte de Virginia y desterró a un total de seis manadas marginadas al Este de Kentucky y se dirige a las fronteras de Ohio, dicen que su destino está en Nueva York. La profecía está tomando rumbo. ¿Crees que está buscando la loba?.-

Rebekah había cobrado el favor de muchas brujas a lo largo del mes. Quería una profecía. Una falsa.

Bueno, tan falsa como pueda ser que Nicklaus esté destinado a crear una nueva especie, una superior, incluso a si mismo. Una nueva especie que nacerá con corona de oro sobre ella.

Sí, que engendre a su futura sobrina; Hope Andrea Mikaelson.

Ella estaba poniendo la existencia de la niña en juego. Pero no le importaba, era una criatura que estaba destinada a sufrir por el odio y la fealdad que había nacido mucho antes que ella, y definitivamente mucho antes que Rebekah misma.

Si se lo preguntan Klaus y cualquiera no se la merecían. Esa niña era débil, en el sentido que era muy buena y gentil para ser verdad, no sobreviviría a los horrores del mundo al que su padre puso en contra por su ambición y vicio. O el que su madre construyó por su propio egoísmo.

Había torcido la realidad en una profecía que dictaba que Klaus Mikaelson y una loba, con sangre real en sus venas, engendrarían un niño varón, más poderoso que cualquier sobrenatural en la tierra, con una fuerza desencadenada de mil hombres y poder de mil brujas. Con un corazón bondadoso y justo, al cual Klaus utilizó y torció para su propio beneficio. Beneficio como matar a todas las brujas que trataron de detenerlo, desterrar a todos los lobos que trataron de matarlos y esclavizar a todos aquellos que se volvieron en su contra.

Demasiado cruel... Demasiado intenso y retorcido. Así era Klaus, y se lo merecía.

-Klaus es demasiado simple de leer. Aún no está enterado de nada, dulce ignorancia. Sólo está tratando de intimidar a la pandilla y construir una manada.-

-Una familia.- Agrega Tristan, observándola fijamente.

Ella actúa como si lo pensara largo y tendido.

-Como dije, es fácil de predecir.-

-Déjame entender algo...- Sé apresura. -Han puesto tanto empeño en la redención de Nicklaus, por siglos de los siglos... ¿Porque este niño no lo sería?¿Por qué confabular en su contra?-

-Las profecías están destinadas a acatar tal cual sucede. De una manera u otra, el niño está destinado a ser la muerte de mi hermano. Y la destrucción de mi familia. No me sentaré a esperar que eso ocurra.- Determina con seguridad. Klaus es un problema sin remedio. Se ha rendido hace mucho tiempo con él.

Pero sus hermanos, Kol y Finn, son diferentes... Ella está decidida a luchar por ellos desde el momento en que creyeron en ella y se quedaron a su lado.

-Te he visto muy a gusto estos últimos días. No te has comunicado con ellos ni una sola vez.- Acusa.

Silenciosamente impresionado -por mucho que le desagradara admitir- al presenciar la fuerza de la convicción de ella luchando por lo que cree. Por sus hermanos.

Por su familia, si en algo tenían que coincidir, la única verdad por la que estaba de acuerdo con Rebekah; solo el amor de la familia es irrompible.

Es el único amor por el que uno podría perder la vida, el único por el que vale la pena luchar.

-Somos grandes. Estoy seguro que estarán bien sin mi.- Resta importancia.

Rebekah estaba siendo esquiva y ambos lo sabían. Rebekah puso una soga en el cuello del futuro heredero de Mikaelson, mucho antes de nacer. Ni siquiera le había dado una oportunidad.

Los últimos días habían sido una montaña de emociones y experiencias. La rubia se empeñaba en llevarle la contra y golpear a cualquiera que le desagradara. Como un mantra, sus más fuertes hombres trataban de alejar los más débiles de la fuerza arrasadora que era ella.

Sin duda se estaba haciendo una reputación dentro de la Trinidad. ¿Una Mikaelson conviviendo dentro del sarcófago de enemigos?. Eso era algo que Lucien mataría por presenciar.

-¿Te detuviste a pensar que esto pondrá a tus hermanos en tu contra si se enteran?- Basándose en la probabilidad de que esto podría o no ser real.

-¿Cómo lo sabrán de todas formas?- Lo mira fijamente, con seriedad.

-Todo sale a la luz en su momento. Cuando menos te lo esperes, todo explotará en tu rostro.-

-¿Lo dirás tú?- Enarca una ceja. -Delatarme es un negocio que no estoy segura que puedes mantener bajo tus manos, Tristan...-

Él sonríe con cierta ironía.

-Siento haber tocado una fibra sensible. No tienes porqué ponerte nerviosa.-

-Todo lo contrario, creo que lo estoy teniendo completamente bajo control. Pero... ¿Que pensaría Lucien si se enterara de su competencia?. Ni más, ni menos que su propio socio de toda la vida.-

-No se de que hablas.- Su manzana de adán baja y sube.

-Hablo de tu laboratorio en Whitmore...- Susurra sólo para él.

Tensandose dispara sobre ella con la intención de empotrarla por la pared. Sin embargo, Rebekah lo abofetea lanzándolo a un lado.

-No era mi intención ponerte nervioso, Tristan.- Con una sonrisa sarcástica la vampira rodea el lugar hasta dar con él.

-Creo que ambos sabemos que ese es tu pequeño problema, incomodar a todos.- Antes de que ella llegue toma una astilla de gran tamaño que desperdigó al caer. Lo lanza en su dirección, Rebekah trata de tomarlo antes de que impacte contra ella y Tristan toma ese momento de distracción para abalanzarse.

El cuerpo más pequeño hace un gran sonido contra el suelo, la mano de Tristan sobre su cuello y las de Rebekah sobre estas.

-No es un problema el saber cuales son las palabras correctas para fastidiar y hasta donde pujar. Sí lo es como reaccionas y tú, mi querido Tristan, me sigues demostrando que no has cambiado nada de aquel aprendiz influenciable que dejamos atrás. Tan deseoso de poder, lleno de violencia y odio. Querías el título y la riqueza de tu padre si mal no recuerdo, e ibas a llegar hasta las últimas consecuencias para obtenerlos.- Ejerciendo más fuerza sobre sus brazos, cambia los roles. Ella arriba, puño en alto y listo para golpearlo.

-Tú no me conoces en nada.- logra quitársela de encima, haciéndola rodar y cómo si estuvieran coordinando, ambos se ponen de pie al mismo tiempo. -No hablemos de piedad filial, tus faltas de valores al respecto dejan mucho que desear.- Tristan se impulsa sobre ella, tratando de alcanzarla pero Rebekah comienza un forcejeo para también tirarlo al suelo.

-¿Ah sí?. No fui yo quién metió en un monasterio a mi hermana pequeña para sacarmela de encima.- Suelta de golpe esa declaración, tomándolo desprevenido. Aprovechando lo golpea en el estómago y luego a su barbilla, pero él lo esquiva por poco.

Echándose hacía atrás. Tristan la mira con furia. Limpia debajo de la barbilla con la manga de su camisa, la rubia había logrado cortar su piel con un maldito anillo.

-Debo recordarte, que no fui yo quién confabuló contra su hermano egoístamente para matar al amor de su vida.- Ella alza ambas cejas divertida.

Patea un mueble hacia su dirección, la fuerza de su golpe hace que el mueble vuele en pedazos. El vampiro se cubre con ambos brazos.

Rebekah acelera hasta tomarlo de los hombros, suspendiendolo en el aire antes de impactar contra la esquina contraria.

Si las paredes del castillo no fueran bloque puros, el podría haberlo atravesado. Sin embargo, el papel tapiz de estas se rasgaron en múltiples y finas grietas.

Sin dejarle tiempo a recuperarse ella lo toma de las solapas deterioradas de su destrozado traje de sastre.

Con una sonrisa agitada y despectiva lo obliga a enfrentarla.

-Déjame contarte un pequeño secreto amigo mío.- Baja hasta su cuello, inclinándose a su oreja. -Eso fue toda Elijah, apuesto que tu hermana no te lo dijo aún.-

Él la toma del cuello y antes de que pueda hacer algo más, ella le rompe el cuello con ambas manos sobre su cabeza.

Suelta el cuerpo con desagrado, la habitación estaba echa un lío, el cuello de Tristan tomando un extraño ángulo de ciento ochenta grados a la derecha.

Respirando profundamente una extraña molestia aparece en su pecho.

Las puertas dobles se abren de golpe. Varios pasos se adentran a la misma.

Los perros de Tristan.

-Lo mataste.- Susurra una bruja.

Sí, esa fue la mayor estupides que haya escuchado en mucho tiempo.

-¿Sí sabes que vives con vampiros, no?.- Rebekah no puedo evitar el sarcasmo. Porque enserio esa chica le sorprende

La mencionada eleva la cabeza ligeramente ofendida y furiosa, eleva su mano para maldecirme pero alguien la toma del brazo con advertencia.

-Esta vez te has pasado de la raya, Rebekah Mikaelson. Atreverte a desafiar y romper el cuello de nuestro líder es algo que no toleraremos y menos en nuestras tierras.- Aya da un paso al frente. Ambas sabíamos que ella estaba esperando que hiciera algo estúpido para deshacerse de mí.

-No tengo mas palabras al respecto.- Sé encoge de hombros. Ella ingenuamente trata de hacerse hacia la puerta, pero es interceptada por cuatro vampiros. -Oh, no hagamos esto más difícil. Quítense.- Espeta entre dientes.

-No lo haremos, Tristan dio la orden explícita de reducirte por todas las formas posibles y así lo haremos.- Aya alza una mano al aire. Un movimiento claro, una orden. Rebekah suspira, su naturaleza comienza a tomar forma en venas oscuras y colmillos alargados y amenazantes. -No esta vez, Rebekah.- Aya se adelanta y toma las manos de brujas a su lado y como si fuera un efecto dominó, todos aquellos que olían a brujos se tomaron de las manos en un sólido agarre. -Brujas y amigas, tómense de las manos unos a otros, sólo así, juntos, nos impodremos al mal en nuestros dominios.-

Una ligera sacudida toma desprevenida a Rebekah.

-Ni lo pienses pequeña bruja.- Sabía que si se adelantaba atacar a su persona, sería un movimiento completamente esperado, así que giró en sí misma y con la mano extendida arañaste al brujo detrás tuyo.

No lo había anticipado y el lugar quedó en silencio.

Pero el círculo volvió a cerrarse antes de que pueda tener oportunidad.

Tus sentidos estaban embotados y por la potente radiación de efluvio en el aire supo de inmediato que lo que estuvo planeando por un mes estaba llevándose a cabo.

Una descarga de ansiedad recorre su sistema porque a pesar de ser completamente anticipado no puede evitar preocuparse por el resultado.

Esta vez se pone de pie a velocidad sobrenatural, golpeando un campo de fuerza que separa a los brujos de su agresión asesina. Lo golpea tan fuerte que el impacto hace parpadear a las brujas con preocupación, volcando mas ímpetu en su canto. Las manos unidas se suspenden sobre ellas y elevan la cabeza en trance.

Ella arranca el talismán debajo de la manga de su camisa con todo el disimulo, no podría aguantar más. Brillando en un furioso y frío azul al abandonar su portador.

Y como si fuera una señal, el dolor recorre sus venas. Lo siente por su brazo, luego su torso, sus rodillas doblandose como si no tuviera fuerza en absoluto en ellas.

Y ella lo sabe; están deteniéndo su corazón. Secandola en vida.

Maldito seas Tristan de Martel.















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