❛ tres, ¡annabeth se cae por un agujero y una niña nos salva!
——————————————
❛ 𝗢𝗗𝗬𝗦𝗦𝗘𝗨𝗦, 🏹
« ... percy x rafael.
───── comentar & votar.
Vale, sí, acabábamos de lanzarnos a una muerte segura.
Probablemente, pero pasaba de dejar qué otros dos niños sufrieran la misma pérdida que yo había sentido hace menos de tres días; y no sólo eso. Mirando al chico que me acompañaba, Percy, hijo de Poseidón —al que difícilmente podía ponerle cara porque no sabía mucho de mitología—, me sorprendía al menos no estar solo en esta locura.
Realmente se me complicaba todavía poner dos pies en esta nueva tierra ante mis ojos. Quiero decir, venga; hace menos de tres días estaba con mi madre, tenía una vida completamente normal y esperaba por esas noches en las que, con música ligera clásica, bailaba con mi madre para acabar en el sofá rendidos, comiendo quizás algún bol de palomitas rancias.
No lo sé; de pensar en lo fácil que podía cambiar la vida de uno, incluso en un segundo, afiancé mi mano sobre mi envaine..., temiendo mis acciones futuras. No sabía pelear, y ese tal Grover acababa de dejar en claro que estábamos ante una situación de posible secuestro o asesinato con un monstruo. Pero un monstruo real, de esos que coletean con ¿qué? ¿Alguna pieza de cocodrilo en su trasero? Mareado, quise detenerme, porque esto era demasiado.
Sí que lo era; pero me vi a mi mismo, pidiendo ayuda en las altas horas de la noche, abrazando el frío témpano que era el cuerpo de mi madre y sin ningún rastro de su antigua calidez..., y no, vale, no quería para nada que esos dos hermanos tuvieran mi mismo trauma.
—¡Allí, vamos! —señaló Percy, adelantándome.
Vale, Percy estaba señalando hacia una puerta que daba a un pasillo de esos de estilo de película de terror. Mi madre las amaba, a mí me aterraban; y ahora mismo, notaba un ligero picor tras la nuca que seguro llevaba a algún sarpullido. Allí parado al lado del experto mestizo que yo suponía que era, la visión de enfrentarme a un monstruo me pareció lejana.
Todo estaba oscuro y en serio, apenas se podía ver una mierda.
Pero oh, sí. Los ruidos eran diferentes en un silencio tan esclarecedor.
Se oían forcejeos, gritos en bajo y delante de mí, Percy sacó un bolígrafo. Sí, como si fuera a pedirle al monstruo un autógrafo o algo, pero no, me había equivocado. Este no era normal y claramente no se usaba para escribir. En realidad, fue creciendo ante mis ojos hasta convertirse en una espada griega de bronce —ni siquiera supe porqué lo sabía— de casi un metro de largo y con un mango forrado de cuero. Bastante usada la verdad.
El chico me miró por encima de su hombro derecho, con una sonrisa nerviosa.
—Bastante alucinante, ¿verdad? Se llama Contracorriente, aunque esa es más bien su traducción, eh, bueno... —me explicó rápidamente entre balbuceos—, e-eso no importa. Tú no te alejes de mi lado, ¿vale? Yo te protegeré. —Lo siento, pero enarqué una de mis cejas sin creer ni jota.
Ambos éramos unos adolescentes escuchimizados y más perdidos que un tiburón en el desierto, por favor.
Pero allí parado en medio del pasillo, suspiré levemente para asentir y fiarme de su palabra; al menos del intento. Tampoco es que confiase mucho en mi voz para soltar algo ingenioso, porque entre que me podría salir un gallo y temblaba como un flan derritiéndose, pues eso.
Percy comenzó a avanzar, conmigo detrás a toda prisa, ayudándonos bastante a guiarnos por el camino de la luz dorada que arrojaba su espada sobre las taquillas alineadas a nuestras esquinas. Al dejar el pasillo atrás, me sorprendió ver que no había nadie pero sí encontramos una puerta, y con el chico de rulos rubios abriéndola, encontramos el vestíbulo principal.
Ambos nos detuvimos al filo de la puerta, conmigo sujetándola; se abría para dentro y compartí una mirada tensa con Percy, antes de entrar. Dando un par de vueltas, no encontramos al profesor Espino por ninguna parte, lo que era una sorpresa, claro.
Yo ya me estaba pegando mis películas de una derrota aplastante a dos chicos con ligeras espinillas que apenas sabía donde se paraban, pero no. Aquí no había nadie más que los hermanos Di Angelo, qué estaban al fondo de toda la sala, paralizados de terror.
Percy se me adelantó, avanzando poco a poco y bajando esa espada que a mis ojos, era capaz de protegernos de cualquier cosa.
—Tranquilos. No vamos a haceros daño, somos amigos. —Fue lo que dijo el chico de cabellos dorados.
Pero, ellos no respondieron y eso a mí me dio mala espina.
Oh, vaya, esa era buena.
—¿Dónde está Espino? —pregunté en voz baja, con una extraña alarma situada tras mi nuca.
Porque ellos parecían estar atentos de algo que claramente nosotros no percibíamos. Ambos tenían los ojos como platos, totalmente temerosos y, mientras me fijaba en el pequeño que movía una de sus manitos para señalarme de algo por detrás de mí, entonces lo supe.
Supe qué teníamos a Espino tras nuestra espalda, entre qué mi supuesto protector se tomaba la molestia de presentarse ante una muerte segura.
—Me llamo Percy —continúo, y yo me estiré para agarrarle de la manga y avisarle, pero no tenía tiempo—. Os sacaremos de aquí y os lleváremos a un lugar seguro antes de que...—Lo interrumpí con un grito.
—¡Percy, lo tenemos detrás! —grité, a duras penas.
Noté la enorme sombra amenazante del tipo tragarme por completo, justo cuándo Percy se giraba en redondo hacia mí. Luego, pasó en cuestión de segundos; un silbido y el hijo de Poseidón salió volando contra una de las paredes del final de la estancia. Se golpeó contra ella y la mano gigantesca, que en realidad era una zarpa y al mismo tiempo una mano gruesa, se clavó contra mi cuello.
Lo siguiente que supe fue qué me anclaba contra el suelo, y apenas pude gritar de dolor al notar sus garras sobre mi garganta. Y vaya, ni siquiera había tenido tiempo de sacar la daga de mi madre. Tampoco es que quisiera, pero...
—¡Agk...! ¡Suéltame...! —intenté decir sin mucho éxito.
Comencé a hiperventilar, claro, al ver que no tenía intención de dejarme ir. Por lo que, aferrando mis dedos a su zarpa o lo que fuera, traté de sacármelo de encima. Pero, pero ahí en el suelo, me di cuenta de que aquella cosa, ya no casi humana, era descomunal.
Sí, bueno, percibí su rostro en la penumbra, pero la fuerza con la que me agarraba y los hilos de sangre que se me escurrían por los laterales del cuello, no eran normales.
Entonces se carcajeó y me di cuenta de que apenas me prestaba atención, porque sus ojos se clavaron sobre Percy, situado junto a los hermanos. Apenas podía verlos bien, subiendo la cabeza, pero una cosa que tenía clara, era que escuchar esa seseante y estridente voz sobre mí, no era nada bonito.
Y además, tenía un aliento pérfido. ¿Es qué comía mucho ajo, o algo?
—Sí, Perseus Giiiackson —dijo el doctor Espino, masacrando por completo su apellido—. Sé muy bien quién eres. —Esperaba que no me conociera a mí, porque estaba seguro qué de escucharle más hablar, me desmayaría ahí mismo.
No pude seguir viendo a Percy, porque aquella cosa fue levantándome hasta el punto de no rozar mis zapatillas contra el suelo del vestíbulo. Delante de mí, sus dientes relucían y sus ojos marrón y azul reflejaban una locura insana.
Aún así, sus ojos volaban sobre los mestizos de atrás y me encontré retorciéndome por un poco de aire. Mis pies arrugados pedían misericordia, y me dolía la cabeza.
Más que nunca y con aquella cosa tan cerca.
—Gracias por salir del gimnasio —dijo—. Me horrorizan esos bailes de colegio. —Hablaba como si estuviéramos en alguna reunión estudiantil, o algo parecido.
Sentí que estaba apunto de desmayarme, y comencé a ver puntos negros en mi visión, cuándo mis dedos acariciaron el envaine de la daga de mi madre. Por detrás, escuché decir a Percy: —¡Suéltalo, por favor, lo estás ahogando!
Y ni siquiera tuve que sacar la daga, a pesar de ya haber abierto su funda, porque el tipo me dejó caer con un golpe sordo. Me di en un costado, pero toda mi atención fue de inmediato hacia la necesidad agresiva que tenía de respirar. Inflé mis pulmones y otra vez, arrugado sobre el suelo, y sujetándome la garganta qué me escocía como un demonio.
Tosí y tosí, y noté que algo cruzó volando cerca de mi cabeza. Me cortó el aire un segundo.
Al mirar hacia atrás, encontré a Percy colgado de la pared por una espina enorme y que otra de ellas había acabado clavada a centímetros de la cabeza de Bianca, la hermana mayor.
Mi vista estaba algo borrosa y el niño se estremeció bajo el brazo de la chica, que lo abrazaba sin poder apartar los ojos del profesor monstruo. Me sentí impotente.
Este entonces, volvió a hablar mientras notaba que las fuerzas me regresaban de apoco, y cuándo comencé a dejar de temblar.
—Los cuatro vendréis conmigo —dijo Espino—. Obedientes y en silencio. Si hacéis un solo ruido, si gritáis pidiendo socorro o intentáis resistiros, os demostraré todavía más mi perfecta puntería. —Y parecía que hablaba totalmente en serio.
Escuché una maldición lejana de Percy, cuándo ese tipo me agarró de un brazo para incorporarme de un salto.
Mis dedos volaron de nuevo hacia la daga, pero al ver que simplemente se dedicaba a olisquearme con expresión confusa, me quedé quieto.
—Hueles como... Imposible, es imposible —negó entre dientes, con voz estridente y pasando del tema que no entendía para nada, ahora se dirigió al resto—: ¡Arriba, salimos de aquí!
Y dicho y hecho, nos condujo al exterior.
Ahora caminando al lado de un Percy que tenía un rostro pálido y caminaba algo arrastrado, lo vi toquetear con nervios un reloj en su muñeca, pero parecía indeciso. Yo pasé de eso y me fijé en el lado de su camisa que estaba desgarrada porque era el lugar en el que se le había clavado la espina; arrancarla fue un dolor de muelas, y ahora parecía perder el color más deprisa con cada paso.
Luego cerró los ojos, tan repentinamente, que temí que fuera a desmayarse.
—¿E-Estás bien...? —quise saber, pero la voz del profesor me interrumpió.
Ambos saltamos con un pequeño respingo. Yo empezaba a odiar su voz.
—¿Qué haces, Jackson? —silbó el doctor—. ¡Muévete! ¡Y tú no le hables, niño!
Le hinqué con mi codo su torso y este volvió a abrir los ojos. Sus rostros se paseaban con pesadez y costaba mantener su ritmo, pero mis manos revoloteaban a su alrededor por si las moscas.
Percy miró al tipo con un rostro lleno de odio; sus ojos verdes eran oscuros, con una paleta opaca y me estremecí levemente. Yo también quería, pero todavía era capaz de notar su garra o mano sobre mi cuello y me la toqué casi sin pensar.
Seguro que me saldría algún tipo de moratón.
—Es el hombro —soltó como excusa—. Me arde. —Y por alguna razón sabía que no estaba siendo sincero del todo.
—¡Bah! Mi veneno hace daño pero no mata. ¡Camina! —replicó el tipo.
Y seguimos andando hacia los bosques, tras tomar un camino cubierto de nieve blanca que apenas era alumbrada por unas farolas destartaladas. No había ni un alma por la calle y hacia un frío que pelaba; no era el único que castañeaba como un muñeco de madera.
—Hay un claro más adelante —dijo Espino—. Allí convocaremos a vuestro vehículo. —¿Qué?
Di un par de vueltas hacia delante, buscando a qué se refería. Pero sí, el tipo acababa de confirmarme que esto era un secuestro en todo el sentido de la palabra.
—¿Qué vehículo? —preguntó Bianca—. ¿Adónde nos lleva?
—¡Cierra la boca, niña insolente!
—No le hable así a mi hermana —dijo Nico, aunque temblando, con agallas.
Y Percy y yo nos miramos, admirando al pequeño. Era valiente; por lo que, mordiendo mis labios, me sentí peor que nunca. ¿Cómo alguien mucho más pequeño podía hacerle frente y no yo? Mi madre estaría decepcionada de verme tener miedo.
Seguimos caminando por un rato más, hasta que el tipo nos detuvo.
Allí, el bosque se abría como un libro abierto. Habíamos alcanzado un precipicio que sobresalía por encima de un arrullo lejano, que mirando al chico de Poseidón, me confirmó lo que ya temía.
—Hay mar cerca —y pareció deleitarse con la palabra.
De todas maneras, yo no podía ver nada. Solo sombras y oscuridad.
Y claro, la cara de ese tipo que ahora juraba que me daría pesadillas todos los días, quien no contento de arrastrarnos hasta aquí, comenzó a empujarnos hacia el borde.
Percy dio un traspié y la chica lo sujetó.
—Gracias —murmuró, para dejármelo a mí. Yo lo sujeté del antebrazo y Bianca nos miró a ambos.
—¿Qué es este Espino? —preguntó, en voz baja—. ¿Podemos luchar con él? —Otra valiente.
Entonces, mis dedos rozaron el envaine y me dije qué tenía que hacer algo.
—Estoy... en ello, chicos. No os preocupéis, todo saldrá bien. —No parecía tan seguro de ello.
—Tengo miedo —masculló Nico mientras jugueteaba con alguna cosa; con un soldadito de metal, me pareció, pero no podía ver bien.
Con Percy a mi lado, me animé a extender una de mis manos y dejarla caer sobre su hombro. Este me miró con grandes ojos llorosos, y traté de mostrar una de mis mejores sonrisas. Sabía que Percy también estaría intentando colocar una máscara relajada.
Pero por dentro, me comían los nervios.
—Yo también, pero todo va a salir bien, pequeño —y antes de agregar algo más, el tipo rugió a nuestra espalda.
—¡Basta de charla! —dijo el doctor Espino—. ¡Miradme! —Como si quisiera hacerlo.
Pero lo hice, sin soltar al hijo del mar.
Allí, vimos que sus ojos bicolores brillaban con intensidad mientras sacaba algo de su abrigo. Era un móvil y presionando el botón lateral, murmuró: —El paquete ya está listo para la entrega.
Luego con quien sea que estuviera hablando, respondió mecánicamente al otro lado y quizás no era el único que veía eso como demasiado espeluznante. Y por la expresión torcida de Percy, eso me confirmó que ver a un monstruo con algo parecido a un teléfono móvil no era algo común en el día a día, claro, de un mestizo.
Estábamos al borde y sentí que el color se me desaparecía del rostro, porque claramente no sobreviviríamos a eso. Espino entonces se echó a reír y señaló al hijo de Poseidón, a mi lado y que aunque con mi inexperiencia, me coloqué delante suya.
Ya había hecho mucho por mí; y yo tenía que hacer algo.
Recordé las palabras de mi madre, ella me pedía no tener miedo. No podía tenerlo. Mis dedos sujetaron el mango de la daga, con fuerza.
—¡Eso es, hijo de Poseidón! ¡Salta! Ahí está el mar. Sálvate. —Pero sabía que Percy no cogería la oferta, algo dentro me lo aseguraba.
E incluso si lo hacía, nadie podría culparle.
—¿Cómo te ha llamado? —quiso saber Bianca.
Sí, para alguien nuevo como nosotros era extraño. Me pregunté en qué momento me había acostumbrado, y supongo que ver a un monstruo secuestrándonos, tenía que ver mucho con ello.
—Luego te lo cuento —dijo él, aunque quizás no habría oportunidad.
Nico agarraba la mano de su hermana, sin dejar de temblar. Quise de repente protegerlos a todos. Mi madre lo haría, estaba seguro.
—Tenéis un plan, ¿no? —Bianca era bastante persistente.
Y mirándola por encima de mi hombro, la mandé callar. Asintió y mantuvo silencio, para sentir que Percy se aferraba a mi camisa por detrás; que me miraba con una intensidad que me robaba el aliento, y algo en su resplandor verdoso me dijo que quería que nos lanzáramos con él a ese vacío profundo y extraño.
Tragué grueso, porque si era la única opción...
—Yo os mataría antes de que llegaseis al agua —dijo el doctor Espino, como si hubiera leído nuestro plan mental y pareció casi divertido—. Aún no habéis comprendido quién soy, ¿verdad?
A ver, que yo me he enterado de todo esto hace menos de tres días; pero claramente no se lo dije. Cerré el pico cuándo hubo otro estallido a su espalda y otro de esos proyectiles que había clavado a Percy a la pared, salió volando por mi lado y por Percy. Este se quejó de inmediato y girándome, descubrí que le había hecho un rasguño en la oreja.
—¡Ay! —Soltó y por suerte, no había sangre de por medio.
Había solo un pequeño roce; por lo que devolví la vista al tipo y detrás del doctor, me pareció ver... una cola, o algo. No..., no podía ser, ¿verdad?
¿Cabría la posibilidad de haber visto mal?
—Por desgracia —prosiguió— os quieren vivos, a ser posible. Si no fuera así, ya estaríais muertos. —Y lo dijo tan campante.
Retuve un escalofrío, escuchando a la pequeña de mi lado.
—¿Quién nos quiere vivos? —replicó Bianca—. Porque si se cree que va a sacar un rescate está muy equivocado. Nosotros no tenemos familia. Nico y yo... —se le quebró un poco la voz— sólo nos tenemos el uno al otro.
El tipo no parecía en absoluto preocupado.
—Ajá. No os preocupéis, mocosos. Enseguida conoceréis a mi jefe. Y entonces tendréis una nueva familia. —Arrugué el rostro.
Nadie sería capaz nunca de usurpar el puesto de mi madre, mucho menos tras ver que había sacrificado su vida de una forma tan noble, solo por mí; nadie nunca podría hacer algo así, sin buscar algo más a cambio.
—Yo no quiero ser tu familia —murmuré entre dientes, y notando un poco más de fuerza en mis cuerdas vocales.
Pero Percy, señaló como si fuera obvio:
—Luke —intervine—. Trabajas para Luke. —Ni idea de quién hablaba.
Compartí una mirada confusa con los niños hermanos, y al menos me alivió ya no ser el único que tenía idea poca de lo que pasaba en este lado oculto del mundo.
La boca de Espino se retorció con repugnancia en cuanto escuchó el nombre pronunciado por Percy y sus cejas casi se volvieron una.
—Tú no tienes ni idea de lo que ocurre, Perseus Jackson. El General te informará como es debido. Esta noche vas a hacerle un gran servicio. Está deseando conocerte. —Vaya, ¿debería sentirse el hijo de Poseidón halagado?
Y además... ¿El General? ¿De quién demonios hablaba? ¿Nos iban a mandar al ejército?
—¿El General? —preguntó, Percy, con un tono un poco raro—. Pero ¿quién es el General?
No era el único que se lo preguntaba.
Espino miró hacia el horizonte, pasando de todo lo que decíamos.
—Ahí está. Vuestro transporte. —Y lo soltó con algo de humor.
Me di la vuelta y entonces, descubrí un helicóptero acercándose a nosotros. El aire se levantaba con fuerza y noté un nudo en la garganta. ¿Eso era en serio?
El agarre de Percy sobre mi chaqueta, se volvió más fuerte.
—¿Adónde nos va a llevar? —dijo Nico, casi en un gritillo agudo.
—Vas a tener un gran honor, amiguito. ¡Vas a poder sumarte a un gran ejército! Como en ese juego tan tonto que juegas con tus cromos y tus muñequitos. —Ah, con que eso era lo qué tenía en las manos.
Pero Nico se envalentonó, con las cejas torcidas.
—¡No son muñequitos! ¡Son reproducciones! Y ese ejército ya puede metérselo... —Vaya con el niño. Aunque Bianca lo miraba ofendida, a mí me dio gracia.
Pero al profesor no tanto.
—Eh, eh, eh... —dijo Espino en tono admonitorio—. Cambiarás de opinión, muchacho. Y si no, bueno... hay otras funciones para un mestizo. Tenemos muchas bocas monstruosas que alimentar. El Gran Despertar ya está en marcha.
—¿Me está diciendo qué si no nos unimos a su pandilla de locos, nos comerán? Vaya, o sea, que en ambas ofertas la vamos a pasar mal, ¿verdad? —Me miró ceñudo y me señaló con un dedo agresivo, con una uña demasiada larga.
—En realidad no tengo ni idea de quién eres, pero... Déjame decirte que es una oferta única y que no a todos se les concede una salida tan aventurada como esta. —Sonrío de forma macabra—. Por tu olor..., sé que eres como los demás, así que calla y espera por tu carruaje, princesa.
Iba a saltar a contarle las cuarentas, ya cabreado y molesto con este tipo y sus auras, pero Percy saltó antes, todavía centrado en el tema anterior.
—¿Qué has querido decir antes? ¿Qué es el Gran Despertar?
—El despertar de los monstruos —explicó él, arrugando el rostro y al parecer, buscando las palabras correctas—. Los peores, los más poderosos están despertando ahora. Monstruos nunca vistos durante miles de años que causarán la muerte y la destrucción de un modo desconocido para los mortales. Y pronto tendremos al más importante de todos: el que provocará la caída del Olimpo. —Este tipo sin duda hablaba chorradas.
—¿El Olimpo...? —pregunté en bajo, casi sin poder creer lo que escuchaba.
Percy me agarró del brazo, pero la niña también estaba flipando en colores como yo.
—Vale —susurró Bianca a nuestro lado—. Este está loco.
El hijo del mar se inclinó hacia nosotros, sugiriéndonos en bajo lo que ya sospechaba.
—Hemos de saltar —dijo, casi no queriéndose hacer oír—. Al mar.
—¡Fantástico! Tú también estás loco. —No le quitaba la razón, pero mirándola, sé que lo haría.
Agarró a su hermano con fuerza y me preparé a sujetarlos por si las moscas, cuándo una fuerza invisible y salida de la nada, nos tumbó al suelo de golpe, lejos del precipicio. El doctor Espino nos observó como si nos hubieran salido tres cabezas, y mientras yo me decía que era imposible haber notado un par de manos en mi cintura, algo más ocurrió.
Una descarga de proyectiles pasó zumbando por encima de nuestras cabezas y, de repente, Thalia y Grover avanzaron entonces desde atrás. No sabía cuándo habían aparecido, pero ya estaban armados hasta los dientes para defendernos.
Thalia empuñaba un escudo enorme, con la cabeza de la tipa esa de serpientes grabada en ella. También tenía una lanza enorme, pero en serio, me parecía haber visto ese escudo antes..., Por lo que me rebané los sesos y me pareció verlo en algún museo con este en poder de Zeus, el rey del Olimpo; pero no podía estar seguro, ya había dicho qué no sabía mucho del tema.
Pero sí Annabeth tenía razón, entonces ella era su hija y no había nada más que decir.
En todo caso, daba mucha impresión verla, con ese rostro petrificado y hasta el doctor Espino se puso a gruñir al tenerla delante. Thalia entonces, sin miedo ni achante, atacó con su lanza en ristre.
—¡Por Zeus! —Y un rayo sacudió los cielos en respuesta.
Vale, ya estaba, ¡nos habíamos salvado! Seguro que...
Pero a pesar de tener la lanza de Thalia clavada en la cabeza, este solo se animó a apartarla con un rugido y un golpe. Su mano se transformó; tomó tonos naranjas con unas uñas que soltaban chispas al chocar con el escudo de la chica punk. Pero el arma de la chica era increíble; porque la protegía con cada golpe, a pesar de que temiera que la derribase y la aplastase como a una salchicha.
El helicóptero se escuchaba más cerca, e ignorando a un Percy que claramente estaba medio ido, el doctor le lanzó otra descarga de proyectiles encima. Vi cómo lo hacía, ahora perfectamente. Su cola curtida como la de un escorpión, con una punta erizada de pinchos.
Asqueroso, sin duda.
Thalia volvió a levantar el escudo e intentó darle, pero este la derribó sin mucha complicación y entonces, Grover se adelantó de un salto. Había una flauta de junco sobre sus labios y se puso a tocar una tonada algo estridente, y yo no entendía a qué venía eso. Es decir, ¿a Espino le gustaría escuchar música? ¿Lo amansaría como a una bestia?
Pero entonces, Nico señaló a los pies del doctor y nos quedamos perplejos ante un montón de hierba nacida entre la nieve, que envolvió los tobillos del tipo con fuerza. Ah, vale; tenía poderes vegetales o algo.
Espino soltó un rugido y comenzó a transformarse, ahora mostrando su verdadera forma. Fue aumentando de tamaño hasta adoptar con un rostro todavía humano pero el cuerpo de un enorme león y en fin, bastante grotesco para menores de doce. Su cola afilada disparaba espinas mortíferas en todas direcciones y cubrí las cabezas de los hermanos al ver que Percy estaba prácticamente, fuera de combate.
—¡Una mantícora! —exclamó Annabeth, ya visible. Su gorra descansaba en el suelo y entonces supe qué eso la había hecho invisible, o algo. Era una gorra de los Yankees.
—¿Una mantícora? —preguntó Bianca di Angelo, reparando más en sus palabras qué en la dichosa gorra—. ¿Y qué es esa cosa?
Nico dejó escapar su cabeza, hablando ahora emocionado y ya no tan aterrorizado ante la idea de ser secuestrados, o morir por las garras de una bestia de ciencia ficción.
—Una mantícora —respondió Nico, jadeando—. ¡Tiene un poder de ataque de tres mil, y cinco tiradas de salvación! —¿Hablaba del juego? Seguramente.
Sin embargo, me forcé a salir de la conversación, cuándo ahora la mantícora había desgarrado las hierbas mágicas de Grover y se volvía ya hacia nosotros con un gruñido.
—¡Al suelo! —volvió a gritar Annabeth, derribando a los Di Angelo sobre la nieve.
Yo estaba medio acuclillado, sujetando a Percy de su cintura ahora, y este pulsó su reloj; ese mismo con el que le veía jugar desde hace rato. Me eché hacia atrás, cuándo de su brazo salió una chapa metálica y se expandió en espiral hasta convertirse en un escudo de bronce. Algo parecido al de Thalia, y me echó hacia abajo para cubrirnos a ambos.
Justo a tiempo, a decir verdad porque las espinas del tipo convertido se estrellaron contra él con tal fuerza que incluso lo abollaron. El sonido fue estrangulado y Percy se quejó mientras me cubría; temí que nos matase si nos daba otra vez.
Entonces escuché un porrazo y sobre la nieve, Grover aterrizó con un ruido sordo.
—¡Rendíos! —rugió el monstruo, y era fácil decirlo.
Pero sí lo hacíamos, bueno, adiós a todo y... no quería desaprovechar la oportunidad qué me había dado mi madre. Sería faltarle el respeto y no quería hacerlo.
—¡Nunca! —le chilló Thalia para mi suerte desde el otro lado, y se lanzó sobre él.
Yo aparté el escudo de Percy y sujeté la daga de mi madre con fuerza; la saqué del envaine con rapidez y a pesar de qué noté un sarpullido nacerme en la parte de mis nudillos, ignoré el recuerdo de la sangre de mi madre y me levanté a trompicones.
Entonces a nuestra espalda apareció el helicóptero tan esperado y se situó frente al acantilado. Era como el de las películas, grande y negro, de aspecto caro. Tenía aparatos en sus laterales, de esos que parecían que disparaban balas por doquier y temí que nos acribillaran en escena.
—Seguro que lo conducen mortales... —murmuró Percy, mirándolo con los ojos entrecerrados.
Yo no pude evitar preguntarme qué tendrían que hacer envueltos mortales con monstruos, pero en todo caso, nos desfavorecieron. Apuntaron a Thalia, distrayéndola y la mantícora la aporreó de un coletazo. Su escudo se perdió y ya no tenía ningún arma en mano.
Iba a matarla, iba a...
Ni siquiera lo pensamos; Percy y yo corrimos en su auxilio de golpe.
Percy con su escudo lo alzó para evitar que le diera de lleno y aunque eso no bastaría, la cosa sirvió de pura suerte. Chirrió de gorma grotesca, pero aguantó.
El doctor Espino se echó a reír, sin darse cuenta de qué le veía por detrás.
—¿Os dais cuenta de que es inútil? Rendíos, héroes de pacotilla. —Yo sinceramente, no tenía ni idea de qué hacer, pero al verlo distraído, me lancé.
No podía permitir quedarme quieto como la noche en la que murió mi madre. Era culpa mía, y ahora no quería llevarme a más conmigo. Por eso, hinqué las rodillas y mi daga se clavó en lo que suponía que era una de sus pantorrillas. Este vociferó en dolor, y la clavé profundo; justo cuándo su zarpa se me proyectaba encima, me lancé a un lado y acabé a un lado de Percy y de Thalia, quien me chocó los cinco.
No podía creer lo que había hecho; y lo mejor, conociendo mis manos torpes, me sorprendía ver qué aún tuviera la daga tan aferrada a mis dedos.
Espino intentó detener la sangra y me gritó: —¡Maldito niño....!
Pero antes de poder lanzarse sobre nosotros, escuché n sonido nítido y penetrante: la llamada de un cuerno de caza que sonaba en el bosque. Lo reconocí de golpe, con un latigazo en la cabeza y dudando de porqué sabía esa información.
De golpe, me pareció escuchar susurros entre las ramas, entre las hojas y los robles. Habían muchas, quizás una veintena de personas a nuestro alrededor y la mantícora también pareció darse cuenta, porque se quedó paralizada. Por un instante nadie fue capaz ni de pronunciar palabra. Sólo se oía el rumor de la ventisca y el fragor del helicóptero, qué estaba esperando.
—¡No! —dijo Espino—. ¡No puede...! —Sin embargo, no pudo ni terminar la frase.
Porque algo nos rozó por encima de nuestras cabezas y al fijarme con atención, encontré que en uno de los hombros del doctor, brotó una resplandeciente flecha de plata. Espino retrocedió tambaleante, gimiendo de dolor, y yo me estremecí al verla.
Algo... algo por dentro se agitó de pronto. ¿Por qué...?
—¡Malditos! —gritó este, sacudiendo su hombro.
Pero antes de poder reaccionar o de hacer algo más, como yo qué sé, por ejemplo aprovechar para escapar, este soltó una lluvia de espinas hacia el bosque del que había partido la flecha. Y como respuesta, de la nada surgieron de allí infinidad de flechas plateadas.
Fue como ver una batalla en 3D; incapaz de moverme y con demasiados colores por todas partes. Percy tenía la boca abierta y Annabeth sujetaba a Thalia de un brazo.
La mantícora estaba herida, y sin duda era un objetivo más grande. Percy, sujetando su hombro y con el escudo en mano, intentó darle un golpe con la espada; pero este lo esquivó y le dio un coletazo con la cola espinosa que lo lanzó rodando sobre la nieve. Extendí mi brazo, con intención de revisar sin estaba bien, pero a mi espalda salieron como en una película de acción, un montón de arqueros. Sí, con arcos y carcaj, y con flechas preparadas para una sola víctima.
Encima, todas eran chicas: una docena, más o menos.
La más joven tendría diez o nueve años; la mayor, unos catorce, igual que yo, se notaba a leguas. Iban vestidas con parkas plateadas y vaqueros, y cada una tenía uno de esos arcos en las manos. Avanzaron hacia la mantícora con expresión resuelta y sin ningún miedo.
Las admiré un segundo, antes de escuchar a la rubia gritar un: —¡Las cazadoras!
Y Thalia a su lado, pareció fastidiada.
—¡Vaya, hombre! ¡Estupendo! —Y supe qué no les caía en gracia.
Quieto, y fijándome en qué Percy se incorporaba de a poco, vi que una de las chicas mayores se aproximó con el arco tenso. Era alta y grácil, de piel cobriza. A diferencia de las otras, llevaba una diadema en lo alto de su oscura cabellera, preciosa y larga.
—¿Permiso para matar, mi señora? —O sea, qué no era la líder.
Ella mantuvo sus ojos sobre la bestia, que soltó un gemido derrotado, casi aventuré a decir que asustado. La tipa era confianzuda, eso sí.
Me gustaba su seguridad y lo intimidantes que se veían todas las cazadoras delante de la bestia, que juraba que tenía la cola entre las piernas.
—¡No es justo! ¡Es una interferencia directa! Va contra las Leyes Antiguas. —Ahora parecía un crío quejándose de esa manera.
Pero antes de poder reírme, o burlarme, otra voz salió de entre los bosques.
—No es cierto, te equivocas, bestia —terció otra chica, de unos doce o trece años.
Mis ojos la repasaron de arriba a abajo. Llevaba el pelo castaño rojizo recogido en una cola. Sus ojos, de un amarillo plateado como la luna, resultaban asombrosos. Tenía una cara tan hermosa que dejaba sin aliento, pero su expresión era realmente amenazadora para una chica de su edad.
Esta alzó la mirada brillosa y con una mano extendida, sentenció:
—La caza de todas las bestias salvajes entra en mis competencias. Y tú, repugnante criatura, eres una bestia salvaje —miró a la chica de la diadema—. Zoë, permiso concedido.
Y la chica de antes se preparó al ataque; lo que alertó a la bestia.
—Si no puedo llevármelos vivos —refunfuñó la mantícora—, ¡me los llevaré muertos!
Y claro, vi cómo corría a atrapar a Percy que estaba desprotegido y me lancé contra él, quien estaba aturdido y débil. Su rostro estaba todavía más enfermo y estaba seguro de qué algo malo le corría por las venas. Sin embargo, alzando la daga en mano, hinqué una rodilla y me dejé caer sobre él.
Cuando la mantícora dejó caer una de sus zarpas sobre nosotros, me aseguré de rebanarle unos cuantos dedos regordetes. La sangre salió a borbotones, y alcé la mirada, con victoria. Este dio unos traspiés, con sorpresa y dolor.
Mi madre estaría orgullosa, estaba seguro.
—¡No te atrevas a tocarle! —se me escapó, recogiendo la cabeza de Percy sobre mi pecho y este se quejó, mareado, pero no se apartó.
De nuevo, sentí ese tirón en mi estómago con el chico tan cerca, mientras el Dr. Espino aullaba de dolor e intentó lanzarse de nuevo, con una maldición entre los dientes.
—¡Sabía que ese asqueroso olor de cazadora estaba contigo desde el principio, niño del demonio! ¡Será un gusto destrozarte los intestinos y llevarte como trofeo! —Y preparándome para un segundo ataque, no me esperé que la chica rubia saliera en mi auxilio.
Esta cargó contra el monstruo y la chica de la diadema le gritó que retrocediera.
—¡Apártate de la línea de fuego! —Pero ella no le hizo caso.
Saltó sobre el lomo de la bestia como si fuera un caballo y hundió un cuchillo de sus manos entre su melena de león, la cual era mucho más visible que antes. La mantícora chilló y se revolvió en círculos, agitando la cola, mientras Annabeth se negaba a soltarlo.
Ante mis ojos, escuché la orden:
—¡Fuego! —ordenó Zoë.
Percy abrió sus ojos, mientras extendía sus manos todavía abrazado a mi cuerpo.
—¡No! —gritó, pero ya no podía hacer nada.
Las cazadoras lanzaron sus flechas.
La primera le atravesó el cuello al monstruo. Otra le dio en el pecho. La mantícora dio un paso atrás y se tambaleó aullando, y aún así, sí aunque sonase increíble, se negó a dejarse caer.
—¡Esto no es el fin, cazadoras! ¡Lo pagaréis caro! —Me miró con odio y añadió—: ¡Y tú también me las pagarás! ¡Esa es mi promesa!
Y antes de que alguien pudiese reaccionar, el monstruo —con Annabeth todavía en su lomo— sujetando sus garras amputadas, saltó por el acantilado y se hundió en la oscuridad.
Percy y yo saltamos de inmediato; obviamente, aterrorizados ante la idea de dejarla sola. Sí, la chica me había salvado la vida y además, era como yo.
—¡Annabeth! —chilló Percy bajo mi brazo.
Ambos intentamos correr hacia ella, aunque realmente yo fuese el único con capacidades para alcanzarla, pero los mortales no habían terminado con nosotros, para nuestra sorpresa. Sacaron ametralladoras y aunque la mayoría de las chicas de parkas escaparon con facilidad, las múltiples balas dejaron marcas sobre la nieve. Hubieron gritos por todas partes.
Percy incluso medio febril y apunto de la inconsciencia, me cubrió con su cuerpo, tumbándome sobre la nieve. Yo me cubrí la cabeza mientras la chica de pelo rojizo, habló por encima de nosotros.
—A los mortales no les está permitido presenciar mi cacería —dijo, así sin más.
Entonces, alzando la vista de la blanca manta del suelo, la vi abrir bruscamente su mano con sus ojos clavados en el helicóptero y mirando por encima de mi hombro, presencié como todo la metalurgia y los habitantes de su interior se convirtieron en una bandada de cuervos que se perdieron en la noche.
Vale, eso había sido increíble.
Y de repente, así de la nada, todo se quedó en completo silencio.
Por eso, mientras controlaba mi respiración, envainaba mi daga y me hacia a la idea de lo qué acababa de pasar..., las cazadoras se nos acercaron con sus rostros solemnes y mientras nos recuperábamos de la sorpresa.
La que recordaba qué se llamaba Zoë se detuvo en seco al ver a Thalia, qué recogía su lanza y escudo tirados sobre la nieve blanca cerca de nosotros.
—¡Tú! —exclamó con repugnancia.
—Zoë Belladona. —A Thalia la voz le temblaba de rabia, y supe que tenían tema del pasado—. Siempre en el momento más oportuno.
Sin embargo, la chica de piel bronceada la ignoró deliberadamente mientras examinaba los alrededores y a todos los que quedábamos presentes. Mi corazón se apretujó de solo escucharla.
Así no es cómo debían ir las cosas.
—Cinco mestizos y un sátiro, mi señora. —Casi nublé los ojos ante la obviedad.
—Sí, ya lo veo —respondió la chica más joven, la del pelo castaño rojizo y la líder—. Unos cuantos campistas de Quirón, a mi entender.
Percy saltó delante de mí, tropezando ligeramente y señalando hacia la oscuridad. Me levanté tras de él, con un pesar enorme clavado en mi corazón.
—¡Annabeth! —grité—. ¡Hemos de ir a salvarla! ¡Está en peligro, no podemos dejarla sola!
La chica de pelos rojos se volvió hacia nosotros, cerrando los ojos brevemente, casi como si le doliera admitirlo. Luego, ante las palabras atropelladas de Percy, lo interrumpió para soltarle:
—Lo siento, Percy Jackson. —Vaya, ya se sabía su nombre al completo y todo—. No podemos hacer nada por ella... —Y cuándo el chico se lanzó contra ella, claramente afectado ante el tema y sin pensar en lo que hacía, un par de cazadoras lo sujetaron contra el suelo—, y tú no estás en condiciones de lanzarte por el acantilado.
Percy cayó sobre la nieve y se retorció bajo las chicas que parecían muy capacitadas de neutralizarle. Me moví casi sin pensarlo, mientras ellas sonreían al tenerlo bajo su merced.
—¡Dejadme ir! —exigió el chico, con ira—. ¡Y tú! ¡¿Quién te has creído que eres para darme órdenes?!
Zoë abandonó el puesto al lado de su señora, y comenzó a sacar su arco con un rostro arrugado e irritable. Pero la chica de ojos plateados, la detuvo en el acto.
—No —comenzó, cortante—. No es falta de respeto, Zoë. Sólo está muy alterado. No comprende la situación todavía y hay que tenerle paciencia —jactó casi como sentencia.
Y mientras las chicas asentían, todavía teniéndolo en el suelo con brusquedad, noté que me hervían las venas y alcé mi voz a unos pasos detrás de ellas.
—Pero tampoco es para tratarlo de esa manera. —Y cuándo la primera alzó su cabeza para mirarme, le pegué tremenda patada en la mandíbula.
Podían llamarme agresivo, pero tras perder a mi madre, tras perder ahora a una persona que no tenía porque haberse sacrificado por mí, realmente me daba igual todo. Percy levantó la mirada, sorprendido y cuándo la chica cayó de lado, con un quejido sonoro, me sentí algo mejor.
No había podido hacer nada por mi madre al verla morir en mis brazos, pero ahora tenía otra oportunidad. Gracias a ella, podía dejar de ser un cobarde y demostrarle que no había ofrecido su vida en vano. Entonces cuándo la otra se me tiró prácticamente encima, no me reconocí.
Mi cuerpo se movió solo, casi como si los movimientos los tuviera grabados en la piel y me notaba ardiendo. Por alguna razón, la jaqueca de antes se había disparado mientras sujetaba a la chica de un brazo, y colocándome de espaldas, la levanté en volandas sobre mi hombro.
—¡Dale! ¡Dale! —me pareció escuchar decir a Thalia en la lejanía.
Y entonces ante mis ojos inexpertos pero con mi cuerpo en marcha y sin control, ella dio un giro de varios grados y cayó de cara contra la nieve. Sólo entonces, me giré sobre ella y coloqué una de mis rodillas sobre su espalda baja. Luego le retorcí el brazo tal y como se lo había hecho a Percy.
—¿Te gusta qué te hagan eso? —pronuncié en bajo, casi entre dientes y sin entender de donde venía toda la cólera de mi interior.
Ella se quejó audiblemente y Percy, masajeando sus brazos, me miró con preocupación. Obviamente, no quería que me metiera en problemas por su culpa.
—¡Ya es suficiente! ¡Estoy bien, Rafael, de verdad! —me gritó para detenerme, cuándo otra horda de cazadoras, con armas en alto, se lanzaron contra mí.
Sólo que antes de poder pulverizarme en su poder, un grito las detuvo de golpe. Todas se quedaron quietas como muñecas, a la espera del ataque, e incluso la chica bajo mis brazos dejó de retorcerse.
—¡Basta, deteneos de inmediato! —Y miré a la chica que tenía su par de ojos plateados abiertos de par en par y sin apartarse de los míos.
Todas las chicas e incluso los hermanos Di Angelo me observaban con las quijadas por el suelo, y ella, la líder, carraspeó, señalando a su cazadora. Se recompuso débilmente, para pedirme con suavidad:
—Déjala ir, por favor. —Y no pude llevarle la contraria.
Nos había salvado, por favor. Por lo que levantando mi pierna y alzando los brazos, la dejé marchar. Ella tropezó con sus dos pies izquierdos y salió corriendo hacia sus compañeras, que pronto la revisaron en busca de más heridas graves. La otra, a la que le había pegado una patada, ya estaba recibiendo una gasa en su mentón.
Regresando mi atención a la líder, la vi suspirar temblorosa y extrañado de qué no dejase de mirarme de esa forma tan intensa, me esperé cualquier cosa —como un castigo, por ejemplo—, pero no qué me preguntase tan abiertamente:
—¿Tú nombre es... Rafael? ¿Rafael Aedos? —Y enarcando una ceja, traté de no empeorar más mi situación.
—Sí. Sí, soy yo, ¿por qué la pregunta? ¿Quieres mi nombre para ponerlo en algún tipo de lista negra? —Y aunque lo decía en broma, algunas cazadoras me miraron mal.
Ella, sin embargo, negó y unió sus manos temblorosas como en una pequeña oración y, se adelantó, con los ojos plateados tan centelleantes que por un segundo, me dio la sensación de estar detallando a la misma Luna en persona.
—Yo soy Artemisa —anunció, con una delicada sonrisa—, diosa de la caza.
🏹. ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por su apoyo.
omgggg ya quería subir estoooo. sé que me he tardado, pero 7K palabras es una buena razón para ello, ¿no? muchas gracias por el apoyo; y aunque dije que rafael despertaría totalmente aquí, en realidad solo han sido unos pocos vestigios. el siguiente es el tan esperado despertar por completo y qué ganas. amo lo protector que son percy y rafael, el uno con el otro y apenas conociéndose.
nos veremos pronto, mis mestizos.
🏹.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Com