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❛ uno, ¡me invitan a una fiesta a la que no quiero ir!



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❛ 𝗢𝗗𝗬𝗦𝗦𝗘𝗨𝗦, 🏹
« ... percy x rafael.

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El viernes antes de las vacaciones de invierno, estaba viviendo una completa pesadilla.

Dos días atrás había salido de mi escuela pública por la reciente muerte de mi madre; sólo éramos ella y yo en el mundo, y ahora me había quedado solo para siempre.

Ni siquiera había podido despedirme correctamente, no me habían dado la oportunidad.

Ella había sido asesinada, y ni siquiera por una causa natural o algún tipo de accidente; no, dos noches atrás había sido asesinada por un monstruo horrible. Sí, del tipo de las películas de ficción. Todo había comenzado bien ese día; pronto iba a salir de vacaciones de navidad, y ella tendría sus días libres en su trabajo para pasar tiempo juntos.

Habíamos planeado irnos de viaje a otra ciudad, alquilar una cabaña y pasar la navidad fuera, pero... ni siquiera nos había dado tiempo. Mi madre había estado rara los últimos días, y antes del ataque, habíamos tenido una extraña conversación en la que me dijo, en pocas palabras, que mi vida iba a cambiar a partir de ahora.

Que ella esperaba hablar de esta parte importante de mi vida en la cabaña, pero..., No. Me dijo qué no podía esperar y qué era un hijo de una diosa, de una muy poderosa y qué era un mestizo —mitad humano y divino—. Qué iban a perseguirme de ahora en adelante, ahora que lo sabía e iba a ser más peligroso.

Me habló de un campamento para chicos como yo, qué la creyese porque jamás me había mentido, lo que era verdad. Qué tenía que ver con todas las cosas raras que llevaba viendo desde qué era pequeño; una vez, cuando tenía diez años, pensé que una mujer con alas me había saludado al lado de la ventana de mi clase. En otra ocasión, en la hora del recreo un hombre de un solo ojo me pidió acompañarlo, lo que claramente no hice y consiguieron echarle los directivos de la escuela.

Siempre me habían pasado ese tipo de cosas, o había sentido encima de mí más ojos de los necesarios.

Pero...

Sí, yo tampoco me lo creí por completo hasta que antes de ir a dormir, cerca de los doce de la noche, una criatura grotesca irrumpió por las ventanas del salón y nos atacó. Podría haber acabado conmigo de golpe, porque me quedé congelado del terror..., si no hubiese sido por mi madre, Aegea Aedos, qué sacó una pequeña daga familiar y de herencia que siempre llevaba encima.

Hasta se había comprado un cinto y un envaine, todo para ella; de tonos azules oscuros y que le quedaba perfecto. Siempre oculto bajo las ropas, pero a donde fuera que íbamos, nunca se separaba de ella.

Yo la había visto muchas veces, pero nunca qué antes la usase.

Me dijo que venía de familia, que era un tipo de reliquia que debíamos cuidar de corazón y que cuando tuviera la edad suficiente, sería mía.

Yo no entendía cuándo me decía esas cosas.

El caso es que, sí, ella salió a luchar toda una experta contra el monstruo y ganó, fuera como fuera, y resultó cómo ver a una superheroína luchar en la vida real; pero, sin embargo, sin final feliz. Al clavarle mi madre la daga bajo un cuello deformado, esa cosa desapareció por completo en cenizas oscuras, no sin antes dejarle un zarpazo grave en el centro del pecho.

Ella... murió, y según Quirón que era un amigo de la familia y un hombre de silla de ruedas —quien apareció de la nada delante de mi casa y evitó que me volviera loco sobre el cuerpo frío de mi madre—, me dijo qué no era culpa mía. Qué no lo era; y lo repitió hasta que me quede dormido en su regazo, mientras las sirenas se escuchaban de lejos.

El hombre siempre nos visitaba desde que tenía nueve años, a mi madre y a mí, y Aegea siempre parecía muy cómoda de verle por lo que me caía bien. A mí me daba clases privadas de historia, de mitología y... le interesaba mucho que me aprendiera todas esas cosas. Por eso, cuándo la policía vino a mi casa y él se hizo a cargo de mí, no me extrañó que dos días siguientes después de un funeral rápido con sólo nosotros dos delante y un cura de una iglesia, me llevase a una calle principal con la excusa de qué me venían a recoger.

Me dijo que tenía que acompañar a otros tres chicos que eran mestizos como yo en una misión rápida y qué luego me llevarían ellos al campamento, que ya les había informado de mi situación. Yo ni siquiera intenté negarme, porque ahora todo me daba igual.

Un mundo sin ella me resultaba insípido; entonces luego me reveló qué él lo sabía todo desde el principio, qué llevaba cuidándome con mi madre desde que me conoció y qué era lo único que podía hacer ahora por mí; yo asentí sin realmente decir nada, mientras esperábamos a que llegase el coche qué me iba a alejar de lo poco que quedaba de mi vida anterior.

Era media tarde, cerca de las tres de la tarde.

Llevaba una única mochila al brazo, en donde guardaba algunas fotos con mi madre, algunas pertenencias y sí, la daga que me había devuelto Quirón sin saber cuándo la habría cogido. Pero ni siquiera había podido verla por los recuerdos, así que la guardé en el interior y esperé a su lado.

Por lo menos ya no tenía sangre encima.

Resultaba que Quirón no podía venir conmigo, porque tenía que ultimar los detalles de mis papeles de adopción —ya que había decidido acogerme bajo su ala en mi estadía del campamento y para evitar sorpresas en el mundo mortal—, y que luego nos encontraríamos en el campamento.

A mí todo me sabía a hierro.

Quirón me explicó que tenía que acompañar a los otros chicos a un internado, y qué lo tomase todo con normalidad. Que estuviese tranquilo y que ya hablaríamos más calmadamente en mi nuevo y futuro hogar.

Aparté la mirada cuándo noté su delgada caricia sobre mi hombro al llegar al coche, sin reaccionar.

La puerta principal, de copiloto se abrió entonces y me invitó a entrar una amable mujer de expresión delicada. Tenía el cabello castaño y con un ligero movimiento de muñeca, me despedí de Quirón. Luego, ella saludó rápido al hombre como los chicos de atrás y, segundos más tarde, el coché arrancó y mientras me colocaba el cinturón, la mujer tragó grueso y se presentó.

—Bueno... Yo soy Sally Jackson, y este de aquí es mi hijo Perseus, hijo de... Poseidón, el dios de los mares —señaló al chico sentado en el medio de los asientos traseros.

—Aunque prefiero que me digan Percy —me estrechó la mano, mientras me estiraba hacia ellos.

Obviamente también era de su conciencia qué yo sabía que eran mestizos, aunque fuese una completa locura, y qué yo también. Pero ni idea de quién era, claro.

Y tampoco me interesaba.

El chico seguramente de mi edad, tenía un cabello rubio enrulado, piel clara y ojos verdes acuosos. Me regaló una sonrisa amigable y nada más conectar mi mirada con la suya, algo se removió en mi interior. Rápidamente nos soltamos e ignorando el pequeño cosquilleo tras mi nuca, miré a sus compañeras de viaje.

—Estas son mis amigas, Annabeth Chase y Thalia Grace —presentó el chico.

Se refería a una chica rubia de ojos grisáceos, casi parecidos a los míos pero, al mismo tiempo, no.

Mi madre solía decirme qué los míos tiraban mucho más a plateados.

La otra, del estilo punk —con chaqueta de cuero, ropa negra y botas militares— tenía un cabello oscuro corto y unos brillantes ojos azules, casi electrizantes, sombreados con una raya negra.

Ellas también me estrecharon la mano y me obligué a retomar mi asiento delantero, murmurando un ligero:

—Rafael Aedos. —Y estaba seguro de qué todos los de dentro del coche sabían que había perdido a mi madre.

Aunque ninguno dijo nada, y la señora tras comunicarme que nos dirigíamos a Maine, y que sería un trayecto de ocho horas, más o menos, permanecí en silencio.

No me apetecía hablar de nada, en realidad y cuándo la señora intentó hacerme hablar y sólo recibía palabras secas por mi parte, desistió y decidió centrarse en los otros presentes.

Luego yo me acomodé en mi asiento, mirando la carretera a distancia y por alguna razón, rememoré las últimas palabras de mi madre. «Vive sin miedo, porque este legado, es el tuyo. Puedes hacerlo tuyo, hijo.», y eso fue antes de cerrar sus ojos para siempre.

El aguanieve caía sobre la autopista, tras un buen trecho de trayecto.

En realidad los chicos no decían mucho, pero la madre del chico, sí que hablaba hasta por los codos. Sobre todo de anécdotas del niño en su infancia; no escuché gran parte de ellas.

Cuando llegamos finalmente al internado, con un cartel que decía "Westover Hall" estaba oscureciendo y supe qué ese era el sitio al que se refería Quirón.

La chica, Thalia, limpió los cristales empañados del coche y escudriñó el panorama que nos esperaba con los ojos entornados.

—¡Uf! Esto promete ser divertido. —No supe si hablaba en serio.

Westover Hall, el internado, parecía un castillo maldito: todo de piedra negra, con torres y troneras y unas puertas de madera imponentes. Se alzaba sobre un risco nevado, dominando por un lado un gran bosque helado y, por el otro, el océano gris y rugiente.

Yo ya estaba apunto de salir del coche, tras quitarme el cinturón y acomodarme la mochila de nuevo en el hombro, cuándo Sally habló.

—¿Seguro que no quieres que os espere? —Pero su hijo negó.

—No, gracias, mamá. No sé cuánto tiempo nos va a llevar esto. Pero no te preocupes por nosotros, ¿vale?

Ella insistió, claramente preocupada como una madre normal y eso me amargó de inmediato; ignorando las crecientes ganas qué me nacieron por llorar, salí del coche sin esperar permiso.

A mi espalda, ellos parecieron meterse en una discusión ligera y me alejé del coche, deteniéndome enfrente de la escuela. Ni siquiera sabía qué demonios habíamos venido a hacer; lo único que quería que hiciesen, ers llevarme a ese dichoso campamento y no despertar de mi pena.

El coche se alejó entonces, mientras los otros tres se detenían muy cerca de mí.

Resultó atosigante, de alguna forma... pero un gustoso olor a sales marinas me llegó de golpe, y me dejé llevar por ella; relajando los hombros, y suspirando, mientras les escuchaba hablar.

Hacia algo de viento, y abrigado con una pequeña chaqueta de lluvia, me helé un poco.

—Tu madre es estupenda, Percy —dijo Thalia, con una pequeña sonrisa.

—Pse, bastante pasable —reconoció el chico, casi desatendiéndose del tema—. ¿Qué me dices de ti? ¿Tú estás en contacto con tu madre?

Y algo en el cambio de la respiración de la chica, me dijo que no.

Al mirar de soslayo, encontré que Thalia fulminaba con su mirada azulada al hijo del mar.

—Eso no es asunto tuyo, Percy... —Y por supuesto, su tono fue cortante.

Annabeth se adelantó, suspirando.

—Será mejor que entremos ya —intervino, señalando al frente—. Grover debe de estar esperándonos.

Y yo no tenía ni idea de quién hablaba, pero no era novedad.

Thalia echó un vistazo al castillo y se estremeció.

—Tienes razón. Me pregunto qué habrá encontrado aquí para verse obligado a pedir socorro.

Yo alcé la vista hacia las negras torres de Westover Hall, algo incómodo. Lo que menos buscaba ahora mismo era involucrarme más en este mundo. Lo odiaba, sobre todo porque me había arrebatado a mi madre. La sangre que corría por mis venas, lo había hecho.

—Nada bueno, me temo. —Fue la respuesta de Percy.

Entonces las chicas se adelantaron hacia la entrada y el chico, se me acercó con su mochila a un hombro. Me pidió permiso con la mirada y jugando con uno de mis cabellos largos y oscuros, al estilo mullet, no dije nada.

Él removió sus labios, nervioso y lo soltó:

—Siento... Siento mucho lo de tu madre. Nos recomendaron no decir nada respecto al tema, pero... Debe ser muy duro lo que estás pasando. Lo siento de verdad, sé... bueno, he experimento casi una pérdida similar y... —Sonreí apenas.

—Gracias.

Y sin más, lo dejé con la palabra en la boca.

Me adelanté hacia esas puertas de roble que ya se abrían ante mis ojos, con un siniestro chirrido y entré tras las chicas, a un vestíbulo dejando atrás unas ventisca helada.

Era... bastante llamativo a la vista.

A mi espalda, el chico murmuró un «uau», y tenía razón.

Parecía un palacio; en los muros se alineaban estandartes y colecciones de armas, con trabucos, hachas y demás. Cosas que sólo había visto en cuentos. Ni idea de porqué la escuela los tendría.

Vi que los tres chicos se habían puesto nerviosos, respecto al ambiente tenso que se había formado de repente, e ignorándolos, sujetando bien mi mochila, di unos pasos más hacia adelante.

—Me pregunto dónde... —empezó Annabeth, por detrás justo cuando las puertas se cerraron de golpe.

No fui el único que saltó con sorpresa.

—Bueeeno —murmuró el chico de ojos verdes—. Me parece que vamos a quedarnos aquí un rato.

Y me permití nublar los ojos, pero otra vez, al parecer tenía razón.

Al caminar hacia el interior, liderando al grupo, sentía tres pares de miradas encima mientras me llegaban los ecos de una música desde el otro extremo del vestíbulo. Parecía..., sí, desagradablemente parecía música de baile.

No me dio buenas señales.

Entonces, la chica rubia con gorra señaló hacia una esquina:

—Deberíamos esconder nuestras bolsas..., no nos dejarán entrar de llevarlas encima —propuso y me eché un paso hacia atrás.

No me apetecía para nada deshacerme de mi bolsa, con las fotos de mi madre y todo lo que era mi vida ahora; o lo que quedaba de ella, en realidad.

Ellos las dejaron sin contemplaciones, y la chica de ojos eléctricos casi me miró con pena.

—Sé que tu llevas cosas ahí dentro mucho más importantes, pero prometo que te acompañaré a por ella cuando terminemos aquí. —Percy asintió.

Mis pendientes tintinearon cuándo bajé la mochila, resignado, pero antes de hacerlo..., algo me hizo abrirla y sacar la funda de la daga. Estaba envuelta en el envaine, y guardándome por debajo del abrigo que era lo suficientemente grande para ocultarla, me la até a la cintura.

Por un momento, me heló la visión de mi madre con ella..., y segundos más tarde, le entregué la mochila al chico del mar que la puso con cuidado con las otras.

—¿Es de familia? ¿Era... de tu madre? —me preguntó Thalia, y asentí, con la garganta seca.

Luego empezamos a cruzar la estancia. No habíamos llegado muy lejos cuando dos personajes aparecieron enfrente de todos nosotros. Un hombre y una mujer.

Los dos llevaban un pelo gris muy corto y uniformes negros de estilo militar con ribetes rojos. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al verlos, porque sentí lo mismo que hace dos noches.

Avanzaban muy rígidos, como si se hubiesen tragado el palo de una escoba.

Y supe qué no llegaría a ese campamento misterioso sin problemas por delante.

🏹. ELSYY AL HABLA (!)
muchas gracias por su apoyo.

omgggg super emocionada con este proyecto y de por fin poderles traerles una primera vista de todo esto. sé que ahora mismo rafael parece muy reservado, pero es que... hace dos días ha perdido a su madre, ay. ¿y vieron esa conexión con percy? muero, mi penélope y mi odiseo.

aaaaaa, qué emoción.

nos veremos pronto, mis mestizos.

🏹.

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